Avisos Legales
Opinión

Una manada de cobardes

Por: Gabriela Sepúlveda Maldonado | Publicado: 30.04.2018
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El problema es que si nos resistimos nos matan y si no nos resistimos no nos creen. Entonces, ¿cuál es la opción? Al parecer callarnos asumiendo el rol que el patriarcado nos tiene asignado, no ser más que objetos de abuso y sumisión.

A 9 años de prisión y al pago de 50.000 euros de indemnización, fueron condenados los cinco acusados, que durante la fiesta de San Fermín en Pamplona el 2016, abusaron, grabaron y robaron el teléfono de una joven madrileña de 18 años, mientras se encontraba esperando en un banco, luego de haber festejado con sus amigos.

A priori, la sentencia no llama la atención. Sin embargo, existen dos problemas relevantes a discutir. Primero la pena definida es, comparativamente hablando, mucho menor a la que fiscalía estuvo pidiendo durante el tiempo en que se llevó a cabo el juicio, 22 años de cárcel junto a 100.000 euros de indemnización. Aún más importante, resulta cuestionar que el tribunal de Navarra haya desestimado el delito de violación, limitándose a condenar la agresión por el delito de “abuso sexual continuado”.

La razón de por medio, funciona con la siguiente lógica. Tal como ellos exponen, para la audiencia española no es prueba concluyente para determinar que existió violación, el hecho de que las prácticas sexuales hayan sido sin las “aquiescencia” de la víctima. Esto, básicamente porque el tribunal de Navarra no logró comprobar que existió adicionalmente violencia o intimidación en el acto, los cuales corresponden a criterios codificados en la legislación española para determinar la diferencia entre abuso y agresión sexual. Explican que para probar intimidación debe haber “constreñimiento psicológico, consistente en la amenaza o el anuncio de un mal grave, futuro y verosímil, si la víctima no accede a participar en una determinada acción sexual”, lo cual entienden que en esta ocasión no se dio, así como tampoco el ejercicio de la violencia sobre la joven.  Es decir, ante los ojos de estos magistrados, que durante la grabación del ataque la víctima no haya sido capaz de pronunciar un “no” en forma de oposición a sus cinco agresores, nos permite discernir que no constituye una violación y solo es un abuso.

Ante esto, cabe preguntarse qué debió hacer la afectada para que la justicia considerase que el delito como violación. ¿Es razonable entregar la responsabilidad de oponerse a una persona que está siendo abusada física y psicológicamente por cinco personas de manera simultánea? A opinión de este jurado sí, la joven debió oponerse explícitamente para que pudiesen afirmar sin lugar a duda que la acción constituyó abuso sexual. El problema es que si nos resistimos nos matan y si no nos resistimos no nos creen. Entonces, ¿cuál es la opción? Al parecer callarnos asumiendo el rol que el patriarcado nos tiene asignado, no ser más que objetos de abuso y sumisión.

El fallo del Tribunal español representa otra prueba más de que el derecho no ahora, sino a lo largo de la historia ha sido un instrumento puesto al servicio de los intereses masculinos. Que es una fuente de libertad y justicia es una mentira para quiénes que en carne propia hemos visto cómo se nos ha relegado, transformándonos en objetos de opresión y desigualdad.

La premisa resulta desesperanzadora, es como si nadie ni nada estuviese dispuesto a protegernos, solo nosotras mismas con los trucos que se nos han enseñado desde que somos pequeñas. Frases como estas se repiten a lo largo de generaciones: “no puedes andar sola en la noche”, “no te pongas eso, muestras mucho”, “lleva contigo un alfiler por si alguien se te acerca”, “no apagues tu ubicación en el celular, por si necesitamos encontrarte” No existe algo más agotador y violento que crecer sabiendo que en cualquier momento alguien te puede atacar porque así es, siempre lo ha sido. A nosotras se nos enseña a ser señoritas, pero a ellos no se les enseña a respetarnos o aún más fácil, a no violarnos.

Este fallo resulta desmoralizante no solo para la víctima, sino para todas nosotras que día a día transitamos por el espacio público y privado, llevando a cuestas la angustia de ser agredidas o acosadas sexualmente ante el menor descuido. Me pregunto si aquellos que nos violentan, serían capaces de vivir con nuestro género a la espalda, o simplemente corresponden a una manga de cobardes misóginos que se esconden detrás de la privilegiada posición que esta sociedad patriarcal les ha entregado.

No temo al decir que, para ser mujer y feminista hay que tener ovarios. Podría afirmar que es algo que nos atraviesa profundamente a quienes nos consideramos parte del género femenino. No importa cómo naces, sino cómo sientes ser mujer. Implica salir a la vida con la cabeza en alto, a poner la cara frente al mundo que de mil formas distintas intenta decirte que no. Significa seguir adelante con fortaleza, sin decaer ante los obstáculos que existen en el camino. Demostrar a quien se nos cruza, que no nacimos para estar en la casa y cumplir con el estereotipo que se nos ha designado, que somos mucho más de lo que se espera de nosotras. Con orgullo avanzamos porque nadie nos ha regalado nada y nuestra realidad configurada tal como la conocemos no es sino fruto de años de lucha, escritos con humillación y maltrato, pero también testigos de esperanzas e inmensas alegrías.

Por eso, no importa cuántas veces tengamos que gritar para que nos escuchen. Hoy más que nunca podemos decir que no nos vamos a cansar hasta vencer. La transformación será feminista, o será nada. Esto es por las que nos dejaron, las que estamos y las que vendrán, que nunca más se nos excluya o se nos transgreda. Para que más temprano que tarde, entiendan que nosotras al igual que ellos, somos valiosas, dignas de respecto y derechos tan solo por el hecho de existir.

Gabriela Sepúlveda Maldonado