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En memoria de Flora Sanhueza Rebolledo: “Ni dios ni patrón ni marido”

Por: Victoria Aldunate Morales | Publicado: 07.05.2018
En memoria de Flora Sanhueza Rebolledo: “Ni dios ni patrón ni marido” FLORA SANHUEZA REBOLLEDO-1 |
El feminismo libertario en el territorio se parió desde una memoria inevitable que opera con discursos o sin ellos, desde vivencias de clase y territoriales, con sentido políticos colectivos de autoliberación, autonomía y búsqueda de la felicidad humana. Es lo que forjó Flora Sanhueza Rebolledo en memoria de Louise Michel, una insurrecta sin patria.

Las obreras feministas del Cono Sur de Nuestramérica y las anarquistas guerrilleras contra el fascismo en Europa estaban tan convencidas de la necesidad de conciencia proletaria como de la inevitable conciencia de ser mujeres explotadas doblemente: por pobres y por ser objeto de la dominación sexual masculina.

No estaban emulando-copiando a los hombres, estaban elaborando, en la base de sus vivencias, su propuesta política anticapitalista.

No renunciar a la clase para actuar de manera feminista no quiere decir que este feminismo se construya como un trasvasije de ideas masculinas, como observan algunas historiadoras y observadoras feministas para interpretar la memoria.

Tener conciencia de clase no solo no niega la conciencia política de género, sino que es parte de una integralidad que profundiza la destrucción del patriarcado. Y sí puede pasar (y pasa) al revés: ser feminista sin conciencia de clase (o raza y territorio) puede reforzar, apuntalar y lavarle la cara al capital dándole la oportunidad de posar “renovado” (como sucede actualmente).

Clase, género y territorio no es un juego de palabras, es vivencias, memoria y elección de estrategias que marcan actuaciones políticas.

Ni retaguardias

Flora Sanhueza fue una de las primeras activistas que trabajó en propuestas de educación libertaria en este territorio: anarquista, guerrillera contra el franquismo, sobreviviente de la Guerra Civil Española, presa de los campos de concentración nazi en Francia y partidaria de la acción directa y “expropiadora”, según relata su hijo Héctor Pavelic Sanhueza. Asumía la lucha armada como la asumen tantas que no eligen ser pacifistas en medio de la violencia de clase, raza y género, pero así mismo desarrollaba educación libertaria y aunque no es denominada –ni autodenominada- feminista, fundó el Ateneo y Escuela Libertaria “Louise Michel”, con mujeres tejedoras de redes en Iquique, en 1947. Lo hizo exponiéndose ella y sus compañeras a la persecución de Gabriel González Videla y luego de Ibañez del Campo, y desarrollando su actuación política en clandestinidad.

Nació en 1911 y llegó a los 7 años desde España a Iquique con su madre y padre (libertarios y exiliados). A los 23 años (en 1935) volvió a España para unirse a la guerrilla republicana y contra Francisco Franco. Fue parte de la columna de Durruti donde al parecer estuvo con las mujeres que se resistieron a la retaguardia, a pesar de un anarquismo republicano macho, cuya consigna era: “Los hombres al frente, las mujeres a la retaguardia”.

Ni feminidad

Cuando volvió a Chile en el año ’48, puede que la rabia y la tristeza de la derrota y la prisión política la movilizaran a organizar comités solidarios con las y los perseguidos por el franquismo, y también a forjar un ateneo libertario en tiempos difíciles para las luchas revolucionarias.

En 1946 había ganado el gobierno de Gabriel González Videla apoyado por los liberales y el Partido  Comunista, sin embargo este presidente se torna en dictador, traiciona a la militancia de izquierda colocando al PC fuera de la ley, y envía a militantes comunistas y socialistas a campos de concentración donde son sometidos a torturas. También limita el actuar de los sindicatos y persigue a sus líderes.

No obstante todo esto, el ateneo libertario se desarrolla y dura unos diez años, hasta 1957, el año en que comienza el fin de otro gobierno de la misma calaña, el segundo gobierno del ex dictador Carlos Ibañez del Campo, un militar ex juntista, elegido en gran medida por el voto liberal del “Partido Femenino”, cuya presidenta María de la Cruz había sido su generalísima de campaña. Porque partido no es revolución, ni femenino significa feminista.

Ni partidos

1957, el último año del ateneo en Iquique se libraba también en la capital la Batalla de Santiago. Sindicatos, estudiantes, partidos (el Frente de Acción Popular) se movilizaron en la ciudad por aumentos de salarios y otras demandas. Hubo miles de manifestantes en las calles, gente herida y personas muertas.

Relatan historiadores e historiadoras chilenas que a partir de este hito, los partidos de izquierda habrían iniciado una política más bien confrontacional, luego de haber tenido una acción “conciliadora”. Muy conciliadora: en las décadas anteriores, los años ’30 y ’40, estos mismos partidos y movimientos parecieron institucionalizar el movimiento obrero, aplacando su anarquismo de fines del siglo XIX y de los primeros 20 años del siglo XX. De hecho, el Partido Obrero Socialista (POS), de inspiración anarco-comunista en sus inicios, fundado por Recabarren y Teresa Flores -entre otros y otras-, pasa a ser en 1922 el Partido Comunista (PC).

Las Sociedades de Socorros Mutuos les van ganando terreno a las Sociedades de Resistencia, a las mancomunales, a las federaciones proletarias, a las asociaciones de obreras, a sus sociedades de librepensadoras, y van naciendo los sindicatos.

El Estado construido por una clase criolla al servicio de los intereses ingleses del salitre y más tarde al servicio de los intereses norteamericanos del cobre, hace lo suyo de la mano del dictador Ibañez del Campo (cuya campaña años más tarde es hecha por el Partido Femenino). En 1927, el decreto Nº 7912 aprueba la burocracia que segrega lo social en ministerios: del Interior, de Relaciones Exteriores, de Educación Pública, de Justicia, de Guerra, de Marina, de Fomento, de Bienestar Social… Carlos Ibáñez pasa de ministro de Guerra (1925) a ministro del Interior (1927) y finalmente se proclama “único” candidato presidencial: obviamente gana.

En su segundo mandato, a fines de los años ’50, los partidos y movimientos izquierdistas parecen radicalizarse –otra vez-, se afianza el Frente Popular y comienza a fraguarse la Unidad Popular que gobierna más adelante (1970), pero finalmente es derrotada por una dictadura auspiciada por imperialismo norteamericano. En dictadura, Flora Sanhueza Rebolledo que no había cesado nunca en su lucha, es arrestada a sus más de 60 años junto con su hijo, torturados ambos. Ella muere por efectos de la torturas el 18 de Septiembre de 1974.

Ni guerra ni División Sexual del Trabajo

En el ateneo libertado las mujeres “podían desarrollarse en lo cultural” y cuando toma el rumbo de Escuela Libertaria, también acoge a niñas y niños de las tejedoras: fue el lugar “donde los hijos de estas mujeres aprendimos las primeras letras y esto fue la experiencia más hermosa que se haya gestado en este puerto histórico”, relata su hijo Héctor Pavelic Sanhueza.

El nombre del ateneo: “Louise Michel”, no fue elegido al azar. Se trata de una revolucionaria de la comuna de París (1871) que no proponía las ideas modernas y liberales de la Revolución Francesa, sobre “derecho y ciudadanía”. Sino ideas proletarias e insurreccionales. No era la supuestamente neutral consigna (sin clase, raza ni género) de “¡Libertad, Igualdad, Fraternidad!”, sino –entre otras- la consigna comunaria: “¡Ni un chico más para la guerra, ni una chica más para la prostitución!”.

Louise Michel fue parte de un movimiento que dijo No al estado y Sí a la comuna.

Son luchadoras que proponen la redistribución del trabajo entre mujeres y hombres sin división sexual, que confrontan los prejuicios masculinos contra las prostitutas. Las comuneras resisten junto con las prostitutas de París en el batallón de mujeres, el último batallón que resiste la matanza del ejército de Versalles. Cuando Louise Michel es apresada, es juzgada y exiliada a la isla Nueva Caledonia y allá se une a la resistencia canaca contra el estado colonial francés.

Esa es la memoria elegida por Flora Sanhueza Rebolledo para el ateneo libertario entre 1947 y 1957.

Ni leyes ni Estado que anestesian

El movimiento obrero feminista en Chile, sus centros de librepensadoras, habían decaído cerca de 1918 (por eso la creación del ateneo Louise Michel y su sostenimiento a fines de los años ’40, fue una hazaña de mujeres). Desde los años ’20 se había fortalecido la burguesía criolla liberal y moderna en base a la apropiación del cobre, luego de la gran crisis del salitre. La aristocracia se termina comiendo su plata porque no produce como los nuevos industriales al servicio del imperialismo. Intelectuales, hijos rebeldes de la aristocracia y de la burguesía naciente, prescriben a los miserables un Estado que les defienda de la ambición de los ricos. Desde occidente se impone la idea de un estado interventor, especialmente por la necesidad europea de la reconstrucción luego de la Primera Guerra Mundial y la devastación fascista. En esta vorágine social criolla surge entre otras mujeres destacadas, la intelectual feminista Martina Barros Borgoño que ya en 1872 había traducido el libro de John Stuart Mill (1869), “The Subjection of women” (“La esclavitud de la mujer”), causando revuelo en Santiago, entre quienes sabían leer y escribir en español. Pero tal vez su propuesta política feminista más importante vendría después, en el siglo 20, cuando da conferencias sobre el voto femenino. Desde 1917 -justo el año de la revolución proletaria rusa y de la marcha del pan desatada por las obreras rusas- ella comienza en Chile con sus conferencias sobre el voto femenino y plantea: “se ha dicho, y se repite mucho, que no estamos preparadas para esto… Sin preparación alguna se nos entrega al matrimonio para ser madres, que es el más grande de nuestros deberes, y para eso ni la iglesia, ni la ley, ni los padres, ni el marido, nos exigen otra cosa que la voluntad de aceptarlo…”. Martina expresa una realidad de mujeres con maridos, padres e Iglesia, muy distinta a la realidad de las obreras anarquistas que rechazaban la idea de Dios, el matrimonio y solían -por pobreza, cultura u opción- vivir en concubinato. Sobre todo, Martina Barros habla de un “voto femenino” que –claro está- es para las que accedieron a leer y escribir en español. Dicho y hecho, en 1931, el dictador Ibañez del Campo concede el voto municipal a las mujeres mayores de 25 años que sepan leer y escribir. Y en 1934, el derechista liberal Alessandri, en su segundo gobierno, reforma la Constitución Política de 1925, y en su artículo 19 entrega el “voto” a: hombres extranjeros, mujeres chilenas mayores de 21, que sepan leer y escribir, y que residan más de cinco años en su comuna.

En mayo de 1935 se funda el MEMCH, Movimiento Pro Emancipación de la Mujer Chilena, una de cuyas importantes líderes fue Elena Caffarena, la misma que en 1941 junto a Flor Heredia, ambas abogadas, presenta un Proyecto de Derechos de las mujeres al gobierno del Frente Popular de Pedro Aguirre Cerda (1938). Pero este gobierno, uno que por primera vez había derrotado a la oligarquía, no acogió el proyecto. En 1944, se organizó un congreso amplio de 200 organizaciones de mujeres y se creó la Federación Chilena de Instituciones Femeninas, cuya presidenta fue  Amanda Labarca. Esa organización exige cambios civiles y políticos: que se coloque a la mujer en la agenda pública del Estado.

Se construye un nuevo feminismo que –silencioso- disuelve el  anarquismo proletario feminista, ese de las librepensadoras de Belén de Sárraga, acérrima anticlerical y anarquista que vino a chile en 1913 por primera vez, a sumarle elementos a un feminismo obrero crítico y confrontacional que en este territorio había arrancado unos 15 años antes (a fines del siglo XIX). Pero ahora el enfoque de agendas, derechos y ciudadanía, se arraigaba en este movimiento dejando atrás la propuesta libertaria, y comienza a parecer que el feminismo acá, es sólo aquel nacido desde la Revolución Francesa y no el propio, el parido por las obreras organizadas en todo el territorio en sociedades de resistencia de sólo mujeres, clubes anarquistas, grupos musicales, grupos de teatro obrero y periódicos feministas.

Y es que, como escribe en 1922, Aura en su columna “Liberación Femenina”: “En este movimiento, como ocurre en todas las cuestiones ideolójicas, hay diversas tendencias. Algunas mujeres, jeneralmente las burguesas y «aburguesadas», pretenden obtener derecho a voz y a voto… desean que la mujer intervenga en lo que llaman «política» y junto con ello obtener un mejoramiento económico, que les daría derechos a administrar libremente sus bienes. Por otro lado, el resto de las mujeres, deseamos también mejoras políticas, en el sentido a exijir se nos considere, como entidad integrante de un todo… deseamos mejoramiento económico; pero no pretendemos que ese mejoramiento quede encerrado dentro de una clase, ni dentro de las fronteras, sino que él se haga extensivo a todos los seres humanos que pueblan este planeta.”… “el problema de una clase, no puede ser solucionado satisfactoriamente, sino por la acción directa…; somos enemigas del parlamentarismo y de las leyes que de él resultan, pues ellas son únicamente, el anestésico que adormece…” (periódico “Verba Roja”, Valparaíso-Santiago, Primera Quincena de octubre 1922, N° 43, pag 2).

No era derechos ni ciudadanía los que proponen, es revolución social que no necesita de paradigmas liberales y capitalistas, y exige una redistribución del trabajo y el poder para destruir toda dominación: “Ni dios, ni patrón, ni marido”.

El feminismo libertario en el territorio se parió desde una memoria inevitable que opera con discursos o sin ellos, desde vivencias de clase y territoriales, con sentido políticos colectivos de autoliberación, autonomía y búsqueda de la felicidad humana. Es lo que forjó Flora Sanhueza Rebolledo en memoria de Louise Michel, una insurrecta sin patria.

Victoria Aldunate Morales