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En la cresta de la ola: Los obstáculos íntimos de la marea feminista en Chile

Por: Belén Roca Urrutia | Publicado: 21.05.2018
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A poco más de un mes de la primera toma en la Universidad Austral, la atención de todo el país está sobre el movimiento de mujeres en pos de frenar los abusos de poder, principalmente, en las instituciones de educación secundaria y superior. El Desconcierto siguió, durante cinco días, el proceso de movilización en la U. Alberto Hurtado, donde los debates en torno a las formas de relacionarse en condiciones de desigualdad jerárquica aún no llegan a puerto.

Protocolos, instrucción, heteronorma. Estas son algunas de las palabras claves con las que se ha intentado definir, desde los grande medios de comunicación, el momento actual del movimiento feminista en el país. El remezón causado por las acciones de mujeres organizadas en distintos frentes —liceos, universidades y la calle misma— instaló a la fuerza las discusiones sobre violencia y poder, desde los hombres hacia las mujeres, en la agenda pública. Autoridades políticas y académicas de distintos sectores se han pronunciado a favor del diálogo y manifestado la voluntad de resolver este problema histórico. Las voces desde las bases, en cambio, expresan rabia, confusión y desconfianza ante estos “gestos”. Para la mayoría, no hay palabras suficientes para describir las profundas consecuencias —cimentadas por años— del machismo en sus vidas.

En la Universidad Alberto Hurtado (UAH), dirigida por la orden religiosa de la Compañía de Jesús, la lucha por una normativa que proteja a sus estudiantes de abusos cometidos en contextos académicos y de esparcimiento no es nueva. Frente a la acumulación de las denuncias contra integrantes de la comunidad universitaria, la respuesta de la institución fue la firma de un compromiso contra la violencia sexual y de género, el pasado 27 de marzo, que contempla los siguientes principios: reparación a las víctimas, derecho al debido proceso, confidencialidad de quienes denuncian, sanciones a los agresores de acuerdo al reglamento de la UAH —proporcionales a la gravedad de la falta—, y el objetivo de tomar medidas preventivas y educativas contra la violencia de género. No obstante, desde la Secretaría de Género y Disidencia Sexual afirman que las denunciantes, a la fecha, no han tenido el acompañamiento psicológico y académico prometido por las autoridades: “Hoy deben convivir con sus abusadores y han tenido dificultades para que se reconozcan las agresiones en los distintos espacios de convivencia entre estudiantes”.

Con estos antecedentes, y luego de varios días de la suspensión de actividades regulares para reflexionar sobre estos temas, el miércoles 16 de mayo las alumnas, autoconvocadas más allá de las decisiones de la federación y la orgánica “de los hombres”, se toman la universidad para sumarse al resto de las movilizaciones en Chile y discutir las falencias de las medidas propuestas por la UAH para asegurar la integridad de sus estudiantes. El paso de los días ha sacado a la superficie, también, cuestionamientos íntimos, en cada una de las participantes en la movilización, sobre qué significa ser mujer en un mundo cuyas reglas no funcionan para ellas.

Separatismo

Valerie Solanas, escritora estadounidense que frecuentaba la escena artística de Nueva York en la década del ’60, intentó asesinar a Andy Warhol con tres disparos el 3 de junio de 1968. El homicidio frustrado, motivado por una disputa entre ambos sobre el borrador de un guión cinematográfico, provocó que el Manifiesto SCUM, texto escrito por la autora en 1967, alcanzara notoriedad entre los círculos de la segunda ola del feminismo. En él, Solanas apunta que “ninguna revolución social genuina puede ser lograda por los machos, ya que los hombres de arriba quieren el statu quo y los de abajo quieren ser los hombres de arriba. (…) El macho sólo cambia cuando la tecnología lo fuerza, cuando no tiene opción, cuando la ‘sociedad’ alcanza el estado donde él tiene que morir o cambiar. Nosotros estamos en ese estado ahora; si las mujeres no ponen sus traseros en marcha rápido, todas nosotras también podemos morir”, sentando las bases de la corriente separatista que, hasta el día de hoy, genera divisiones entre las feministas en todo el planeta: ¿Qué hacer con los hombres? ¿Tienen derecho a voz en este escenario?

El día de la toma de la UAH, la activista travesti Claudia Rodríguez (50) fue invitada a un conversatorio en el marco de un ramo optativo ofrecido por la universidad. Llegó a la sala de clases justo en el instante en que se realizaba la asamblea previa a la toma en un auditorio del mismo edificio. Durante su exposición, Rodríguez fue tajante: “Es pertinente explicitar nuestras biografías para hablar de haber ejercido la violencia. Cuando las feministas radicales nos dicen a las travestis: ”¡Ustedes no son mujeres!”, recojo el guante y sí. La experiencia de auto-defensa no la han tenido ni la tendrán las mujeres de mi familia. Mi hermana y mi mamá. En este momento es crucial establecer que la violencia que sufren las mujeres es algo que una travesti y ningún otro sujeto puede significar. Es una relación diferente con(tra) la masculinidad”.

Sin embargo, esta conciencia sobre el protagonismo de las mujeres en las movilizaciones no está extendida por igual entre las y los estudiantes de esta comunidad universitaria. Las asambleas por carrera reflejan el desorden sobre las perspectivas y horizontes políticos de esta “nueva ola” feminista. En la mañana, se llegó a un acuerdo entre las carreras que la toma sería levantada y sostenida sólo por mujeres, a partir del argumento sobre el cuidado de las instalaciones de la universidad y la desconfianza hacia los hombres en este asunto práctico. Las sospechas fueron confirmadas cuando a las 18:00, hora en que las primeras sillas se asomaban por la salida de la calle Erasmo Escala, se vio desde la vereda cómo un encapuchado aparece en el balcón de una de las salas del segundo piso, rompiendo una cámara de vigilancia y levantando los brazos con el objeto roto entre ellos. Al ser increpado por las estudiantes debido a sus acciones, él de inmediato alzó la voz: “¡Yo quiero que todo esto arda! ¡Esta hueá se les va a derrumbar igual sin los hombres! ¡Vengan a echarme!”.

Minutos después, fue expulsado de la toma. “¡Estos hueones, siempre picaos a choros!”, reclamó una encapuchada desde la puerta. Él, por su parte, se metió entre quienes miraban lo que ocurría y desapareció por Almirante Barroso hacia el norte.

En las asambleas posteriores a la ocupación de la UAH, la pregunta sobre el problema de los hombres, como algunas han decidido nombrar estas situaciones, no tiene respuestas. La forma en la que pueden participar en la movilización no es compartida entre todas. Algunas pretenden fijar horas y espacios restringidos para actividades que nutran el debate. Otras se declaran desprotegidas sin su presencia frente a amenazas de desalojo y otras agresiones externas. «Necesitamos a los hombres», «Los queremos aquí dentro» versus «Podemos protegernos entre nosotras», «La deconstrucción del otro lado no es algo que debemos seguir resolviendo por ellos».

Sororidad y educación afectiva

Mauricio Díaz (28) es profesor de lenguaje y comunicación, homosexual y activista en varios espacios feministas desde el año 2011, participó en el levantamiento de la primera secretaría de género estudiantil en la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad de Chile. Actualmente, coordina un ciclo de talleres de autoformación para profesores LGBTIQ+ cuyo fin es responder, de manera colectiva, a cuestiones sobre las implicancias de ser docente no-heterosexual en este país, las herramientas que deben manejar para resguardarse y proteger a los estudiantes de la violencia patriarcal y las discusiones que se están dando en el continente sobre diversidad y género en la escuela.

“Los contenidos curriculares y la administración de la disciplina en la escuela reproducen los roles de género que relegan a las mujeres al espacio privado, mientras que posicionan a los hombres en el espacio público”, señala Díaz. “Son los propios profesores los que reafirman ideas añejas sobre las competencias diferenciadas entre géneros en determinadas materias: los hombres son mejores en matemática, las mujeres son más capaces con lenguaje”. Además, como ex alumno del Instituto Nacional, que en estas semanas ha hecho noticia por el caso de una agresión sexual contra una funcionaria migrante por parte de un estudiante, cuenta que “en ese liceo, los profesores fomentan la violencia contra las mujeres, sean alumnas de otros emblemáticos, o colegas dentro del mismo espacio, con formas muy enrevesadas. Por el contrario, los malos tratos hacia los estudiantes no-heterosexuales del Nacional, como ocurrió en mi caso, eran mucho más explícitos. Así, el gesto de las estudiantes del Liceo 1 y del Carmela Carvajal de irrumpir en ese espacio para visibilizar tales violencias es muy positivo para obligarnos a todos a conversar estos problemas. El movimiento feminista nos está dando una lección en tanto se conciben, las mujeres, como una colectividad. El concepto de sororidad invita a otros grupos oprimidos a imitar este apañe y articularse desde todos los frentes contra el patriarcado”.

La sororidad es definida por la antropóloga mexicana Marcela Lagarde como “una dimensión ética, política y práctica del feminismo contemporáneo. Es una experiencia de las mujeres que conduce a la búsqueda de relaciones positivas y a la alianza existencial y política, cuerpo a cuerpo, subjetividad a subjetividad con otras mujeres, para contribuir con acciones específicas a la eliminación social de todas las formas de opresión y al apoyo mutuo para lograr el poderío genérico de todas y al empoderamiento vital de cada mujer”.

En la toma de la UAH, pese a las diferencias de opinión sobre el problema de los hombres, existe este cuidado de la una a la otra. El espacio, a diferencia de otras tomas, no se ha establecido como una utopía feminista donde todas se sientan a estudiar textos sobre teoría de género. Las conversaciones de estas movilizadas son viscerales. Los testimonios sobre episodios de violencia se mezclan entre las discusiones del petitorio. Mientras se contrastan los múltiples formatos de las agresiones de género, van rotando chocolates, snacks y latas de bebida. “Es inevitable que esto pase así”, dice una estudiante de sociología en la asamblea del cuarto día, “porque son años de aguantar el silencio que protege a estos hueones”.

«El Estado se tiene que hacer cargo de la incorporación de la educación no sexista tanto en las instituciones públicas como en las privadas; primarias, secundarias y universitarias», dice Díaz. «Los profesores también compartimos esta responsabilidad política. No es posible que Gabriel Salazar, un docente que encubrió al agresor Leonardo León, sea invitado a un foro sobre educación y género por otros colegas». Claudia Rodríguez, en su Facebook, escribe después del conversatorio: «La brutal pregunta del feminismo: ¿Quién quiere renunciar a sus privilegios?».

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