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Natalia Castillo, diputada: «Mi propia historia me volvió una activista feminista»

Por: Sebastián Flores | Publicado: 23.05.2018
Natalia Castillo, diputada: «Mi propia historia me volvió una activista feminista» |
Oriunda de La Granja y dueña de un pasado lleno de esfuerzo, lucha y sacrificio, la militante de Revolución Democrática conversó con El Desconcierto sobre su labor legislativa enfocada en derechos de infancia y de familia. Además, analizó el actual momento político, se refirió a la lucha feminista y repasó crudos episodios de su vida. «Muchos de mis amigos de niña ni siquiera lograron terminar la enseñanza básica», revela.

Camina como si estuviera en su casa, probablemente porque también la siente como suya. Al mostrar el patio, amplio y baldío, explica que habían dos árboles, pero que el jardinero los cortó porque, según él, daban mala suerte.

—Era supersticioso. Llegó y se tomó atribuciones —dice entre risas.

El sol de otoño pega fuerte sobre Ñuñoa, pero no se siente al interior de la helada casona de Avenida Grecia 1185, la sede distrital ubicada justo en la frontera norte de la Villa Olímpica. Ya van dos meses desde que se instaló acá, un poco menos del tiempo que lleva siendo diputada de la República por el distrito 10 (La Granja, Macul, Ñuñoa, Providencia, San Joaquín y Santiago).

—Es un trabajo bien intenso, con altos costos personales como lo es estar tres días a la semana fuera de tu casa. Yo tengo dos hijos a los que estoy viendo menos, pero eso también me permite poner en práctica la corresponsabilidad con mi pareja —cuenta mientras termina de mostrar el espacio de la sede que pronto servirá para hacer actividades abiertas a la comunidad.

—¿Y les funciona?
—Estamos haciendo un trabajo bien interesante al interior de nuestra familia, reconfigurando los roles y una división más igualitaria de lo que significa la crianza. Tenemos un tiempo compartido y un tiempo en que cada uno se hace cargo de la crianza de los niños. Tenemos un acuerdo marco común en cuáles son los principios que vamos a promover en la crianza de nuestros hijos, cómo queremos que nos vean y cómo predicamos con el ejemplo.

La corresponsabilidad -es decir, el equitativo reparto de las tareas domésticas y de crianza entre hombres y mujeres- no es sólo una bandera de lucha en su vida cotidiana, sino también en sus labores como legisladora en el Congreso, como militante de Revolución Democrática (RD) y como activista por la causa feminista.

Es más, este concepto engloba tres de los principales intereses en el trabajo legislativo que Natalia Valentina Castillo Muñoz (35) tiene desde que asumió su cargo parlamentario, donde forma parte de las comisiones de Familia y de Vivienda, además de integrar la Comisión por la Infancia creada por el gobierno de Sebastián Piñera para intentar dar solución a la crisis del Sename.

—Yo he dedicado los últimos años de mi vida principalmente a temas ligados al derecho de familia y al derecho de infancia, en particular al ámbito de los delitos sexuales y las vulneraciones de derecho. Dentro del esquema de diversificar los liderazgos que cumplimos los parlamentarios del Frente Amplio, el valor que puedo dar a mi trabajo es justamente en esa área. Por eso quise ser parte de la Comisión de Familia —explica mientras se sienta a la sombra, al lado de la entrada trasera de la casona de tres pisos.

—El tema que ha estado en agenda y que se ha debatido en la comisión es la Ley de Adopciones, discusión que el gobierno ha dilatado en las últimas semanas.
—El gran desafío de la comisión es la Ley de Adopciones, ligado a la idea de que se incorporen derechamente las parejas homosexuales, que se termine con las ordenes de prelación y que se le otorguen derechos filiativos también a los hijos de las parejas homoparentales. Así podremos terminar con los hijos ilegitimos del siglo XXI que son los hijos de parejas homosexuales, quienes no tienen derecho a pedir alimento o visitar al padre o madre que los cría como en un momento no lo tuvieron los hijos de madres solteras.

—En el interés por los niños y niñas, tú te sumaste al llamado que hizo Sebastián Piñera a parlamentarios de todo el espectro político para la Comisión por la Infancia, lo cual despertó críticas incluso desde el Frente Amplio. ¿Por qué tomaste esa decisión?
—Fue una decisión políticamente compleja porque no todos estaban de acuerdo en participar de instancias citadas por el Ejecutivo fuera del espacio del Congreso. Sin embargo, nosotros hicimos un proceso de reflexión interna en nuestra orgánica y finalmente el partido, mediante su consejo político, decide que es pertinente que yo asista a esa mesa. Para nosotros es muy importante cambiar el paradigma en cuanto al financiamiento del Sename. Creemos que el sistema de subvenciones colapsó, que pone los incentivos de manera perversa y que no se preocupa de la real reparación de los niños para que dejen de seguir siendo maltratados.

—¿Ves posibilidad de que aquello ocurra en este gobierno?
—La política de infancia en Chile tiene que exceder al gobierno de turno. Firmamos la Convención Internacional sobre los Derechos del Niño hace casi 30 años y no hemos sido capaces como sociedad de ponernos de acuerdo en cuál es la política de infancia que queremos para nuestro país. Si es en este gobierno, será en este gobierno, pero es un tema tan urgente que no hay espacio para la mezquindad de no querer que este poroto se lo anote Piñera. La urgencia es mucho más importante que quién lidere ese proceso.

Natalia Castillo junto al resto de la bancada de Revolución Democrática

Natalia de La Granja / La abogada Castillo

En la oficina que comparte junto al resto del equipo de la diputación, emplazada en el segundo piso de la casona, hay un mapa en la pared que marca los límites del distrito 10, el cual abarca 6 de las principales comunas del Gran Santiago.

«El distrito tiene forma de Sudámerica», consigna mientras busca con su dedo por la zona que sería el equivalente a la Patagonia argentina. En ese lugar, en el límite sur de La Granja casi colindando con La Pintana, se encontraba una de las casas de su infancia, en el efímero callejón Lo Ovalle.

Natalia nació en 1982, en el Hospital Sótero del Río, como la segunda hija del matrimonio entre Rosa Muñoz y José Castillo. Vivió de allegada en una precaria construcción con piezas de madera junto a sus abuelos paternos, primos y tíos que, sin embargo, eran muy unidos y contendores. Luego de que su padre, militante comunista, se titulara de la PUCV y su madre finalizara la enseñanza media que había abandonado cuando nació su primer hijo, la familia pudo comprar una casa en la Villa Los Pensamientos. Siempre en la comuna de La Granja.

—¿Cómo recuerdas tu infancia?
—Yo viví una infancia en una población de La Granja alejada completamente del centro de la ciudad, y la vida en esos sectores empobrecidos es distinta. De partida no hay posibilidad de acceder a educación de calidad que está fuera del cordón céntrico. Yo en la media estudié en el Carmela Carvajal, en Providencia, y todos los días me demoraba dos horas en micro. Antes estudié en liceos de la comuna y ahí ves la falta de redes de protección y cómo el narcotráfico se ha ido tomando las poblaciones. Muchos de mis amigos de niña ni siquiera lograron terminar la enseñanza básica.

—¿Qué sensación te produce eso?
—Es bien duro sentirse un error del sistema y ver que una logra estudiar una carrera y tener un trabajo, lo cual fue gracias a que tuve una familia que me mantuvo en un espacio de protección y me dio herramientas. Pero no todos las tienen, y en el camino se van quedando muchos atrás porque el Estado no te ofrece las condiciones mínimas para, dentro de tus propios méritos, acceder a una mejor calidad de vida. El merito vale, pero cuando hay condiciones de desigualdad tan brutales, pasa a ser algo excepcional y los que lo logran solo en base al mérito son muy pocos.

Sin embargo, ella lo logró. En 2001 ingresó a estudiar Derecho en la U. de Chile, carrera de la cual egresó el mismo año que quedó embarazada de Julián, su primer hijo. En 2007 se va a vivir por primera vez fuera de su comuna natal y arrienda un departamento en Santiago Centro junto a su actual marido, el padre de Julián y de Elisa, su segunda hija que nació en 2015.

Su carrera como abogada comienza en 2008, cuando entra a trabajar al Consejo de Defensa del Estado (CDE), siendo parte de la Procuraduría Criminal. En 2012 ingresa al estudio de abogados Rivadeneira, Colombara y Zegers como abogada penal, especializándose en delitos sexuales y formando parte del equipo de abogados querellantes de las víctimas de abusos en el bullado caso del Colegio Apoquindo.

—Tras ese caso empecé a dedicarme especialmente a ese tipo de delitos, además de los asociados al maltrato de género. Yo me involucré en estas temáticas a propósito de historias personales que yo había vivido —revela.

—¿Cuáles son esas historias?
—Mi mamá creció en un hogar de menores, mis tíos crecieron en un hogar de menores y dentro de mi familia han habido casos de vulneración de derechos en la esfera de la sexualidad. Contemporáneo a querer trabajar en este tipo de casos, se produjo un abuso sexual en el pre-kinder paralelo al de mi hijo, lo que obligó a que todos los niños fueran sometidos a exámenes y pericias para ver si habían sido vulnerados en sus derechos. Eso me motivó a ingresar a estudiar un diplomado en esta materia donde conocí a diversos abogados que trabajaban en esto y me invitaron a ser parte del colegio de abogados querellantes del caso del Colegio Apoquindo. De ahí en adelante fue un camino sin retorno para mí.

—¿En qué sentido?
—Descubrí la real utilidad que tenía ser abogada y decidí que eso iba a ser para mí una bandera de lucha permanente en todos los espacios que estuviera. Fue un periodo muy enriquecedor, pero también muy duro, de ver lo terrible que podía ser la infancia vulnerada. Ahí lo asumí como una lucha, como un activismo personal, y acá en el Congreso es donde más espacio tengo para incidir, para hacer leyes que efectivamente protejan a los niños y niñas. Eso justifica también mi asistencia a la mesa de Infancia del gobierno, que no es mi gobierno, pero yo no me puedo restar de la posibilidad de conversar con el Ejecutivo lo que yo misma he visto y he vivido.

Natalia Castillo marchando junto al Frente de Género de Revolución Democrática

Mujeres y poder

La impresionante cantidad de votos que obtuvo Giorgio Jackson (23,7%) en las elecciones parlamentarias 2017, donde obtuvo la primera mayoría nacional, permitió que gracias al sistema d’Hondt fueran arrastrados los otros miembros del subpacto electoral: Gonzalo Winter (1,2%) y Natalia Castillo (1%).

La clasificación de Castillo fue celebrada en las huestes de RD, pero trajo a colación nuevamente el episodio del audio de WhatsApp que Alberto Mayol le envió pidiendo cederle el cupo en el subpacto de Jackson.

—Ese es un tema completamente cerrado. No te voy a negar que fue un momento muy complejo para mí en lo personal y lo político. Yo ya di vuelta la página y hoy estoy concentrada 100% en mi trabajo —responde escuetamente Natalia al respecto.

Militante de Revolución Democrática desde 2014, la diputada se define como una persona de izquierda («recogiendo lo mejor del marxismo, pero también apuntando hacia el mundo liberal»). En ese sinceramiento ideológico, asegura no pertenecer a ninguno de los lotes o tendencias que existen dentro del partido.

—Pero habrá más cercanía con unos que otros, ¿o no?
—No, yo no estoy loteada. Yo tengo un origen distinto, yo llegué a RD por una vía diferente a la que llegó la mayoría, que venía de la política universitaria. Yo fui parte de las Juventudes Comunistas en los ’90, entré a la universidad y dejé en stand-by mi participación política. Para una mujer de La Granja como yo, donde había tremendos tiempos de desplazamiento desde mi casa a la universidad y un esfuerzo grande de mi familia para que yo estudiara, no era fácil hacer una vida política.

—¿Cuándo volviste a la política más dura?
—Volví a la política una vez que ya tenía mi vida un poco más resuelta. Ya estaba titulada, trabajando en el CDE y con la explosión del movimiento estudiantil de 2011 me sentí convocada a participar nuevamente en distintas asambleas, a buscar mi espacio en la política activa y en 2014 llegué a RD. Y ahí me quedé.

En el patio de la sede, refugiándose del calor otoñal bajo la sombra y junto a un vaso con agua, Natalia vuelve a reflexionar sobre su familia nuclear, la cual hoy vive en Ñuñoa y está conformada por el Julián, la Elisa y su marido. Cuenta, a propósito de la ola feminista que se ha tomado el mes de mayo, lo mucho que le costó a su pareja, pese a la voluntad en hacerlo, asimilar las labores domésticas.

—Nacemos en un mundo dominado por el patriarcado que afecta a las mujeres, pero a los hombres también. Es difícil ser feminista desde el origen, es una construcción que se va haciendo a lo largo del tiempo —teoriza desde su propia experiencia.

—¿En qué momento te diste cuenta que eras feminista?
—Mi propia historia me volvió una activista. Yo desde niña tuve plena conciencia de que el mundo no estaba hecho para las mujeres y mucho menos para las mujeres pobres. Ya el que existieran colegios de mujeres y de hombres, o los roles que se imponían desde la educación sexista, era un tema que a mí me hacía ruido desde muy chica. En el Carmela Carvajal nosotras teníamos talleres de tejido y repostería, mientras mis amigos del Instituto Nacional tenían talleres de robótica o electricidad. Después, más grande, estudié en la Escuela de Derecho de la Chile -la misma que está tomada por un caso de abuso de un docente- donde el machismo se hacía carne día a día y donde eran muy pocas las mujeres en espacio de decisión. Yo siempre he intentando disputar esos espacios, por eso me metí en política y decidí pasar a la primera línea.

—¿Cómo ves la relación entre feminismo y partidos políticos? ¿Cuál es la postura de RD ante el movimiento feminista movilizado?
—Se está trabajando en coordinaciones. Nosotros adentro de las universidades tenemos base política, pero algunas compañeras han decidido voluntariamente congelar sus militancias para dedicarse 100% a la ola feminista del movimiento estudiantil. Hay otras que no y que optaron por tratar de coordinar esto, de buscar apoyos y puntos comunes para avanzar juntas en una misma dirección. El feminismo es también la relación de las mujeres con el poder, y en esa relación entra la política. Pero entendemos también que los movimientos sociales tienen una independencia y no queremos suplantar ni cooptar una lucha que es mucho más grande que nuestro partido.

—¿Cómo proyectas tu trabajo parlamentario de acá en adelante?
—Lo más importante para mí es la infancia, la igualdad de género, que también se traduce también en brecha salarial. Por eso en el futuro quiero integrar la Comisión de Trabajo, por todo el tema de las pensiones donde a las mujeres les toca la peor parte en términos de igualdad. También soy parte de la Comisión de Vivienda, donde se puede hacer una lucha importante en el cambio de enfoque hacia el derecho a la ciudad. Una ciudad amigable construida en función de las personas y no de los intereses económicos o inmobiliarios.

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