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Opinión

Mayo feminista: Algunos apuntes

Por: Matías Marambio De la Fuente | Publicado: 25.05.2018
Acontecimientos inesperados, causas conocidas. La eclosión que estamos presenciando ha tomado una forma –y una visibilidad– que no era posible anticipar hace unos meses. Sin embargo, los motivos que animan la rebeldía de las mujeres en las calles no son para nada un misterio. La violencia patriarcal existió antes, existe hoy y, seguramente, seguirá existiendo en el tiempo inmediato, aunque modificada de alguna forma. ¿Qué ha cambiado para que hoy las calles se llenen en un grado que no parece similar al de coyunturas anteriores?

Quien siembra vientos cosecha tempestades

El escenario actual parece expresar la acumulación de una rabia largamente depositada sobre los cuerpos de las mujeres. Eso lo han señalado con claridad varias compañeras. La traducción de esa rabia en conciencia política es lo que se despliega frente a todes hoy: la posibilidad de nombrar la violencia, identificar sus causas, vincularla a un sistema y demandar (¿construir?) el cambio social para que ella termine. Para ello han sido claves las organizaciones feministas que han aparecido en la estela del movimiento estudiantil o, las que no siendo estudiantiles, se han fortalecido tras la apertura del terreno político que las estudiantes produjeron; también, a causa de una cultura pop no sólo receptiva de las demandas de género, sino promotora de una versión propia del feminismo.

Violencia opresora, violencia emancipadora

A diferencia de momentos anteriores, como la campaña “Ni una menos”, y de forma similar a uno de los hitos del movimiento por el aborto (la toma de la Catedral de Santiago el 25 de julio de 2013), las medidas de fuerza han estado en la primera línea de la movilización. Han sido uno de los motivos –cómo no esperarlo– que han suscitado mayor distancia de parte de las autoridades y, por cierto, de los sectores de hombres más directamente interpelados. Una vez más, el sector estudiantil ha demostrado el mayor dinamismo, pues es donde resulta más factible ocupar espacios como táctica relámpago. En algunos casos, la falta de una agenda de demandas directamente vinculada a las instituciones ha provocado confusión o rechazo, y es claro que las tomas no responden siempre, de forma directa, a conflictos acotados sólo a lo local.

Pasión para la estrategia

Los lineamientos del “qué hacer” no han sido una prioridad hasta ahora. Hay rabia, entonces hay que sacarla, con la mayor fuerza posible, dejar que fluya. La reacción ramplona de ciertos sectores (el enojo de Tomás Jocelyn-Holt por unas tetas al aire; los análisis burdos de Rafael Gumucio) ha contribuido a que prime ese clima de contragolpes. Una tarea pendiente –y que no vislumbro cómo podría resolverse– es articular horizontes de cambio que se sostengan en el tiempo. Eso, necesariamente, implica hablar de cosas menos convocantes: formas de organización, métodos de lucha, demandas, alianzas, recursos (materiales y espirituales). ¿Quiénes son aquí amigues y en quiénes no se podrá confiar “ni tantico así”? ¿Cuáles serán interlocutores válidos para decidir los caminos a tomar? ¿Qué rol jugarán otros actores políticos y sociales (sindicatos, federaciones universitarias, pueblos indígenas, partidos)? ¿Cuánto tiempo puede mantenerse el nivel actual de movilizaciones y cómo aseguramos que ellas no agoten nuestras fuerzas para luchas venideras? ¿De qué manera pensaremos y registraremos nuestra experiencia para que en el futuro no partamos desde cero? ¿Qué temas serán los priorizados y cómo hacer para que esa prioridad responda a una voluntad política y no a intereses solapados?

Ausencias y no-protagonistas

Reconozco que, como varón y disidente sexual, mi lugar en todo esto resulta ambiguo, por decir lo menos. Las estructuras patriarcales crean a todes quienes participamos de la opresión, en su gran variedad de posiciones e intersecciones. Partiendo de la base de que en la disputa política nadie tiene su entrada garantizada, es necesario pensar en los lugares que ocupará cada cual en la lucha y en la construcción de una sociedad feminista. La centralidad de las oprimidas, como en cualquier proceso de liberación, puede pensarse sobre todo como la centralidad de sus intereses. Ahí donde exista la disposición subjetiva de sectores de varones a sumarse a la transformación colectiva de estructuras objetivas, debe haber una reflexión sobre el tipo de aportes que podamos y debamos realizar. Para ello es necesaria una discusión política que supere las ambigüedades de hoy, que oscilan entre una interpelación al trabajo separatista, el llamado a tomar un lugar secundario para no usurpar la voz política de las mujeres (y, entonces, guardar silencio) y, también, la indignación por el no-reconocimiento de privilegios y acciones violentas.

Desgranar el choclo

La euforia no dura para siempre. “Llueve mucho tiempo, pero sólo graniza un rato”, o algo así dice un proverbio chino que apócrifamente debo haber escuchado en un taller de literatura. La consecuencia más clara de la pregunta por la estrategia es que no será posible mantener la unidad de las mujeres movilizadas para siempre. Y, en cierta forma, es bueno que ello ocurra. Una unidad política consistente debe enfrentar diferencias de poder. Ahí las primeras víctimas deberán ser, necesariamente, los simpatizantes patriarcales del gobierno y los sectores de la clase dirigente que busquen renovar su imagen política con el maquillaje del igualitarismo y el respeto a las mujeres (léase, la agenda presentada por el gobierno). Un feminismo de derecha –oxímoron mediante– no será capaz de producir las transformaciones que se necesitan para que la violencia patriarcal desaparezca; por el contrario, sólo la perpetuará bajo el maquillaje de la atenuación o la creación de contradicciones nuevas, algo así como un Crédito con Aval del Estado del acoso sexual. Los cambios estructurales tienen que ver con el poder político y económico, con el carácter monocultural y etnocida del Estado chileno y su dependencia de las metrópolis en el mercado mundial, además de sus manifestaciones directamente vinculadas al género, la sexualidad y el cuerpo. Una vez que el aborto libre se ponga sobre la mesa aparecerán los ceños fruncidos y las caras de sospecha frente a la radicalización.

Olas y resacas

Hasta el momento los efectos que la movilización ha tenido sobre la opinión pública han sido mayoritariamente positivos, con la adhesión de figuras mediáticas e, incluso, una respuesta del gobierno que apunta a aprovechar la coyuntura para impulsar una agenda de empoderamiento femenino (una buena forma de hacer como que las cosas cambian sin ceder un ápice del poder concreto). Los reclamos e incomodidades de intelectuales varones –guardianes de la razón o provocadores que disfrutan de “ir contra las opiniones mayoritarias”– no han tenido mayor eco y, en algunos casos, han debido recular. Me pregunto si esta receptividad durará mucho más. Sabemos que en otras latitudes la restauración reaccionaria ha desatado fuerzas no previstas, desde tiroteos en Estados Unidos hasta el asesinato de líderes sociales como Marielle Franco (que se suma a la ola de violencia transfóbica que vive el Brasil). ¿Qué ocurrirá con las iglesias evangélicas más conservadoras una vez que se planteen exigencias más radicales? ¿Y con la extrema derecha política de Kast y sus adherentes juveniles? ¿Cómo nos prepararemos frente a los brotes de neofascismo que cada tanto nos toman por sorpresa? ¿Qué pasará con las expresiones “privadas” de la violencia por parte de machos que se ven castrados y que actuarán sin miramientos por los nuevos límites de lo moral y socialmente aceptable? Una retaguardia bien fortificada es la única salvaguarda contra la dispersión usual de la baja en la marea política, en especial los espacios orgánicos conocidos.

Al pop lo que es del pop

El feminismo mediático tiene sus limitaciones. Ha ampliado un espectro de temas y ha posicionado discusiones, pero no olvidemos que hace poco se revelaban por televisión los resultados del peritaje a Nabila Riffo en un matinal y que la industria capitalista no le hace asco a nada que pueda dejar utilidades. La autonomía y el control de medios de comunicación propios y la creación de una contracultura que sea capaz de funcionar alternativamente y desafiar a los medios hegemónicos –además de infiltrarlos y sabotearlos– son tareas irrenunciables. Y, para lograrlas, será necesario canibalizar y reinventar formas del pop en alianza con otros grupos que también pelean contra la desinformación y la instrumentalización.

Matías Marambio De la Fuente