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La lucha de Maha Mamo por existir: «La apatridia acaba con tu vida, te quita todo»

Por: Meritxell Freixas @MeritxellFr | Publicado: 15.06.2018
La lucha de Maha Mamo por existir: «La apatridia acaba con tu vida, te quita todo» maha mamo | / M. F.
Nació en Líbano, tiene padres sirios y nunca antes había estado en Brasil, pero dentro de poco tiempo será brasileña. Hoy todavía es apatrida pero su búsqueda incansable para ser ciudadana de algún país y ser legalmente reconocida está a punto de dar frutos. Dedicada por completo a difundir su causa, ha pasado por Chile para contar su historia.

Maha Mamo tenía siete años cuando se empezó a dar cuenta que no era una niña como todas las demás. No entendía porque era la única de sus compañeras que no podía participar en las competencias deportivas de la liga escolar del barrio. Era buena estudiante y le iba bien en atletismo. ¿Qué le impedía correr como todas las demás?

Los padres de Maha son sirios. Él es cristiano y ella musulmana, una diferencia que ha marcado para siempre sus vidas y las de sus tres hijos. Se enamoraron y decidieron abandonar Siria, donde los matrimonios interreligiosos son ilegales y no reconocidos. Llegaron en 1985 a Líbano y tuvieron tres hijos: Souad, Maha y Eddie. Tres criaturas que nunca fueron ni sirias ni libanesas. En el país de los cedros la ley sólo permite entregar la nacionalidad por la vía paterna. Una condición que no se cumplía en el caso de la familia Mamo-Kifah y que dejó a los tres hermanos en una especie de limbo legal, como si no existieran. Son apátridas: ningún país los reconoce como ciudadanos y sus derechos fundamentales son constantemente vulnerados.

Ir a la escuela, atenderse al hospital, abrir una cuenta bancaria o casarse son sólo algunos ejemplos de todo lo que no pueden hacer las personas apátridas por no tener papeles que acrediten su identidad. Maha, sin embargo, consiguió entrar en un colegio, luego de varios intentos frustrados y tras suplicarle al director. “En aquel momento había una guerra civil en Líbano (1975-1990) y eso hizo que no pusieran muchas restricciones y nos dejaron registrar”, explica la joven de 30 años a El Desconcierto en una extensa conversación en el hotel donde se aloja en Chile.

Como ella, 10 millones de personas en el mundo son apátridas. Su situación no está tan visibilizada como la de los refugiados porque al no estar registrados en ninguna parte, ni siquiera pueden llegar a contabilizarse con exactitud.

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Un tema tabú

Existe una manera para resolver la apatridia de los hermanos Mamo-Kifah: la conversión de su padre al islam, lo que permitiría reconocer un matrimonio entre dos personas sirias y musulmanas. Sin embargo, el papá siempre rechazó esa opción. El problema se convirtió en un tema tabú dentro del hogar y complicó que los hijos entendieran por qué eran tratados de forma distinta que sus compañeros. “Hoy puedo entender porque mi padre no quiso cambiar su religión: convertirse significaba cambiar su vida, su mirada de las cosas, su nombre, su trabajo, todo”, reconoce Maha. “Hasta hoy, él se mantiene en la misma posición”, añade.

Con la llegada de la adolescencia, las preguntas sobre sus orígenes empezaron a hervir en la cabeza de Maha, que cada vez tenía más necesidad de saber sobre su identidad. Nicole, su mejor amiga de los boy-scouts, fue la primera en escuchar a Maha hablar de su tema y con el tiempo se convirtió en la muleta que le permitía resolver cualquier cosa: “Todo lo que necesitaba lo hacía bajos su nombre: ir al hospital, entrar a un pub, o incluso llegué a tener una cuenta de banco a su nombre”, cuenta Maha.

Nicole estuvo ahí para acompañarla en los momentos más importantes de la historia de Maha: cuando escribió al presidente libanés de entonces Michael Suleiman, cuando quiso visitar al ministro de Exteriores o cuando se acercó a la embajada siria en Líbano. Allí le contaron que la única opción era que su padre fuese musulmán. De regreso a casa, Maha habló por primera vez con su familia sobre todo lo que había investigado, con toda la documentación. La conversación desató una fuerte discusión con su padre que enterró el tema bajo la alfombra por mucho tiempo.

Pero no hablar de ello no significaba dejar de buscar una salida. Al contrario: a medida que pasaban los años Maha se daba cuenta de cuánto llegaba a condicionar su vida esa situación. “Quería estudiar Medicina pero no puede aunque tenía las calificaciones que me exigía la Universidad de Líbano, la única pública”. Finalmente consiguió entrar a un establecimiento privado donde estudió Ingeniería en Computación y Telecomunicaciones. “Tenía que encontrar un trabajo pero sin documentos era imposible. Entonces empecé a trabajar como asistenta dentro de la misma universidad y con mi desempeño pagaba la cuota”, señala.

El trabajo, los estudios y la búsqueda constante de soluciones para convertirse en una ciudadana común marcaron la juventud de Maha. Perdió empleos, tenía que esconderse ante las inspecciones y controles y siempre le pagaban menos que a sus compañeros por hacer el mismo trabajo. Abusos laborales y discriminaciones que se instalaron en el día a día de la joven, pero que a la vez la empujaron a perseverar en encontrar una salida a su situación.

“Abrí Google y escribí en el buscador ‘embajadas en Líbano’. Saqué la lista y empecé a mandar a todos los correos un correo. Contacté a todas las que había en el país”, indica Maha. Las respuestas llegaron. “Los países europeos me dijeron que podían ayudarme si estaba dentro del país, pero eso significaba que tenía que llegar de forma ilegal y luego ver. No me daban nada concreto. Desde Estados Unidos me dijeron que me contactara con Acnur, la agencia de refugiados de Naciones Unidas. Yo no era refugiada, pero igual llamé para pedir cita”, cuenta. Fue precisamente dentro de aquella oficina que por primera vez Maha escuchó la palabra: “Eres apátrida”, le dijo la mujer que la atendió. Por fin sabía cuál era su problema.

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Familia de Maha Mamo en Líbano / Facebook

América Latina responde

El interés por el caso de Maha llegó de América Latina. El primero en responder positivamente fue México, que incluso llegó a hacerle una propuesta concreta. La fórmula había funcionado y Maha recomendó a su hermana Souad seguir su camino. A ella le fue mejor y al poco tiempo la embajada de Brasil le ofreció un un pasaporte especial, que entregan a los brasileños que pierden su documentación. Por primera vez en su vida tenían los medios legales para salir del Líbano.

En México las cosas iban más lentas de lo previsto, por lo tanto optaron por irse a Brasil. Primero viajaría Souad y luego llegarían Maha y Eddie, el tercer de los hermanos. Pero no resultó tan fácil. “Cuando mi hermana fue al aeropuerto la policía la retuvo. La pararon porque si eres brasileño y sales con ese “Laissez passer” [permiso para pasar], ¿cómo has entrado a Líbano? Perdió el vuelo y nos exigían pagar una sanción de 5.000 dólares por cada año que mi hermana había vivido allí sin identificación porque nos consideraron brasileños”, rememora Maha. Era la mayor paradoja: 27 años viviendo en el mismo país, sin haber salido nunca, pero ser considerada extranjera. Lo explicaron en una carta y, finalmente, tuvieron que pagar menos. “Le dieron 48 horas exactas para irse del país”, añade.

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Los hermanos Mamo-Kifah en Brasil / Facebook

Cambiar la ley

Maha y Eddie aterrizaron a Brasil el 19 de septiembre de 2014. Llegaron a Belo Horizonte, a la casa de la familia de Emilinha, quien había acogido también a Souad gracias al vínculo de una amiga en común.

Maha empezó a trabajar repartiendo periódicos mientras trataba de obtener la nacionalidad acudiendo de una institución a otra. “Empecé a estudiar la ley brasileña y me di cuenta que había un vacío legal respecto a los apátridas. Ni siquiera se mencionaban”, dice. Fue entonces que se decidió a participar de la campaña “I Belong” [Yo pertenezco] de ACNUR, en la que ha terminado ejerciendo de “embajadora informal” de la apatridia.

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/ Facebook

Turquía, Ecuador, Panamá, Argentina, Trinidad y Tobago o Chile, son algunos de los países a los que la joven ha viajado desde entonces. “Me dieron un pasaporte brasileño para extranjeros que me sirve para viajar con motivo de estos eventos específicos, y con la visa sólo para los días que dura la actividad”, precisa. Y añade: “Cada vez que llego a una frontera me paran, tengo que explicar mi caso y me investigan”.

El caso de Maha ha empezado a conocerse en Brasil y en todo el mundo. Su historia ha aparecido en televisión, medios digitales y sobre todo a través de las redes, donde ella lleva a cabo una incansable campaña de sensibilización.

En 2016 Brasil reconoció la condición de refugiada a Maha y sus dos hermanos, pero sin otorgarles aún una nacionalidad. “¡No podía creerlo!”, exclama la joven. Fue la primera vez en la vida que obtenía una tarjeta de identificación que le entregaba ciertos derechos. Pero la euforia duró muy poco. Sólo un mes después su hermano Eddie murió asesinado en un intento de asalto: “Le pidieron el reloj y la cartera, pero él no se comunicaba bien en portugués y no entendió. Tres adolescentes le dispararon”, cuenta conmovida.

La muerte de Eddie sacudió profundamente la vida de Maha. Primero por la dolorosa lucha que tuvo que dar para conseguir llevárselo a Líbano: «Su sueño era regresar, pero tuve muchas dificultades. Hubo un gran trabajo de Acnur y de las autoridades brasileñas para poder entrar”, indica sin querer dar mayores detalles. Pero además, significó un punto de inflexión porque el dramático acontecimiento la llevó a invertir toda su energía en cambiar la ley de migración brasileña: “Me di cuenta de que no tenía tiempo para perder. Quiero ser una ciudadana, de donde sea, pero ciudadana”, enfatiza la chica.

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Eddie Mamo, hermano de Maha / Facebook

Brasil, pionero

Maha destila optimismo, energía y vitalidad. Con una bandera de Brasil colocada como una bufanda, sobre el cuello y los hombros, y una polera que ella misma diseñó y que reivindica el “derecho a pertenecer”, atiende las preguntas de El Desconcierto. Relata su historia de memoria -¿quién sabe cuántas veces la habrá contado entre prensa, policías, autoridades, embajadores, etc?-, enfatizando los puntos que quiere destacar.

Ha llegado a Chile para participar en el encuentro preparatorio de la Reunión de Alto Nivel sobre Apatridia que se realizará en Ginebra en octubre de 2019. También ha sido invitada por la Comisión de Gobierno Interior de la Cámara de Diputados para exponer la situación de apatridia le ha tocado vivir. Según dice, más de uno de los parlamentarios se emocionó con su historia.

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Comisión de Interior de la Cámara de Diputados / Facebook

América Latina quiere ser la primera región en acabar con la apatridia antes del 2024. De hecho, fue pionera en sumarse a la campaña #IBelong, que prevé un capítulo específico para prevenir la apatridia y proteger a las personas apátridas. Brasil, Ecuador y Costa Rica, ya han dado pasos en esta dirección, y podrían imitarlos otros como Argentina, Panamá y Uruguay. A comienzos de 2018, Chile adhirió a la Convención sobre el Estatuto de los Apátridas (1954) y a la Convención para Reducir los Casos de Apatridia (1961).

El testimonio de Maha en estos avances ha sido clave para dar a conocer al mundo la vulneración de derechos de las personas apátridas, muy a menudo señaladas como «ilegales», ignoradas o invisibilizadas.

¿Cómo fue tu llegada a Chile?

– La mujer que me atendió en Migraciones miró mi nacionalidad y lo primero que me preguntó fue si era apátrida de verdad. La miré y le dije que sí. Le preguntó a su compañero si se había encontrado antes con un caso así y él le respondió que no. Me preguntaron dónde nací, dije en Líbano y me pidieron el pasaporte libanés. Le dije que no lo tenía, entró a la cabina, tomó la pistola, se la guardó y salió de nuevo. Otro policía me pidió que me sentara, que sería largo, porque había que hablar con la embajada y verificar todo. Llamaron, comprobaron y al cabo de unos 40 minutos, entré. (…) Hay momentos que te hacen sentir como una criminal.

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/ M.F.

¿Cómo ha avanzado Brasil al respecto?

– En mayo de 2017 aprobó una ley de migraciones que incluye un capítulo específico para los apátridas. Es el primer país del mundo que tiene una ley sobre eso. La normativa entró en vigor en noviembre y el reglamento se publicó el día de mi cumpleaños [29 febrero]. Además de reconocer la apatridia, la ley detalla los pasos para normalizar la situación de estas personas.

¿Es muy complicado?

– Los requisitos son vivir en Brasil durante dos años, tener un título oficial de portugués y no tener antecedentes penales. En mi caso, llevo más de tres años, no tengo antecedentes, pero estoy pendiente de hacer el examen de lengua. Yo estoy en la fase de reconocimiento de la apatridia, la primera. Luego viene la presentación de documentos, pero como soy el primer caso, será todo más lento.

¿Qué respondes ahora cuando te preguntan de dónde eres?

– Siempre pregunto ¿quieres saber dónde nací o mi nacionalidad? Porque en la mente de la gente, si has nacido en Líbano es que eres libanés.

¿Crees en dios?

– Creo en Dios, pero la religión ha sido simplemente un enorme problema en mi vida.

Maha insiste en que ella no es refugiada, es apátrida, y que con su historia no busca provocar pena ni compasión. Tiene claro que su causa no va de política, ni de religión, “va de derechos humanos”. Su objetivo ahora es replicar el ejemplo brasileño -primero a toda América Latina y luego al mundo- y ser el altavoz de los 10 millones de personas que les tocó vivir lo mismo que a ella. “La apatridia acaba con tu vida, te quita todo: no tienes esperanzas, ni sueños, no puedes tener nada porque no existes”, dice. Su discurso apunta siempre hacia la esperanza: “Hay muchos vacíos en este tema que estoy tratando de llenar concientizando a las personas. ¿Cómo la gente nos puede ayudar? Contando la historia”, concluye.

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