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Opinión

Un epitafio virtual: El ocaso del pop chileno o lo que se llevó la ola (Parte 1)

Por: Felipe Larrea | Publicado: 16.06.2018
Un epitafio virtual: El ocaso del pop chileno o lo que se llevó la ola (Parte 1) denver | Milton Mahan y Mariana Montenegro de Dënver, dúo que ya anunció su disolución
El problema no es que una banda se separe luego de un período prolífico y con excelente recepción, no sólo en Chile sino que en gran parte del mundo hispanohablante. Es plausible que lo hagan, el punto es que este hecho específico que comentamos, la acusación por violencia psicológica y física de la ex pareja de un colaborador de la banda, sea parte de la decisión.

La declaración de Milton Mahan, integrante de Dënver, confirma un conflicto que viven los músicos por estos días, pero que es extensivo a quienes se dedican a alguna actividad artística y que tienen algún grado de figuración pública.

Una declaración que a primera vista es innecesaria, sin embargo, uno puede entenderla como respuesta a un intento de perjudicar una imagen, o lo que llamamos “un perfil”, en este caso el del dúo Dënver. Se debe considerar que ese “perfil” no es solamente de una marca, o lo que se llama actualmente “una imagen corporativa”, pero no se trata sólo de ese tipo perfil, sino que al parecer todos somos eso, un perfil que se dibuja en el mundo a partir de las redes, de los “contactos”, de los “amigos”, los “seguidores”, y que a partir de cada like, de cada retweet, éste se construye.

Ante eso, ante el daño que se quiere incitar, que es un daño al perfil de la banda pero también al perfil personal de sus integrantes, viene la declaración, el punto de vista, la perspectiva.

El problema transversal que vemos en todo lo que queremos comentar, y que va de la mano de lo anterior, es preguntarse por la necesidad de levantar un posicionamiento crítico luego de la ruptura que ha producido el feminismo en las prácticas patriarcales, indisociables, por cierto, de eso que aún llamamos “cultura occidental”. ¿Es posible la crítica, sobre todo si viene de una escritura “masculina”, aunque claro, una escritura que recibió el golpe, o que al menos le sobrepasó la ola? Creemos que el texto de Mahan tiene algo de eso, un indicio de un posicionamiento crítico, sobre todo por la cercanía con respecto al acontecimiento que lo provoca.

Sin embargo, antes de ir al hecho mismo, podríamos señalar que si bien el feminismo es emancipatorio, cierto borde de él, de su puesta en escena y circulación, lo quiere traer a tierra, codificarlo, o quizás, es un borde que cualquier movimiento emancipatorio adolece, dependiendo de los diversos contextos históricos en los cuales éstos se manifiestan.

Es lo que se desprende de la declaración de Mahan, de que existe una condición que está antes que cierta subjetividad producida por el feminismo, es decir, una subjetividad que está en relación con el Big Data, y que es transversal en cada una de nuestras prácticas y acciones. Como por ejemplo, se encuentra manifiesto en el deseo de publicarlo todo (al mismo tiempo que de registrarlo) en las redes sociales, de un cierto hedonismo y narcicismo: mostrar lo que comes, mostrar a tu pareja, tu viaje, toda tu experiencia, etc. Pero al mismo tiempo, en un reverso de aquello, un deseo por saberlo todo, exigir transparencia no sólo de los personajes públicos elegidos “democráticamente”, sino que a un nivel micro, con las personas de nuestro entorno o que forman parte de nuestro círculo. Dicha cuestión creemos que es indisociable, como condición, de la ola de denuncias por violencia hacia la mujer que han acontecido en los últimos años y en particular en lo que va de este.

Si remitimos al hecho preciso expuesto por Mahan, nos preguntamos junto a él: ¿por qué un músico, un compositor, un artista, debe entregar un comunicado público sobre algo determinado? ¿Por qué esa exigencia?

Me pregunto, independiente de la relación directa o indirecta que tenga con x hecho, ¿por qué su legitimidad artística está condicionada a una opinión, a una declaración, o en definitiva, a la comunicación? Si el artista es justamente aquel que está más allá de la comunicabilidad, un artista podría ser definido como aquel que interrumpe el lenguaje comunicativo y crea otro tipo de lenguaje, que en este caso se expresa en la música y en canciones.

Sin embargo, Milton Mahan debe, se ve obligado (Mariana Montenegro, mientras escribíamos esta columna, se pronunció para confirmar lo mismo), a evidenciar algo que no necesita de una evidencia pública, y remarca que bajo ningún motivo podría defender a Pablo Muñoz, al contrario, cuenta que inmediatamente después de conocerse la acusación de Felicia Morales en febrero recién pasado, rompió la relación de trabajo que tenía con él. El nivel de complicidad que se tendría con un denunciado por violencia no se puede tematizar en un comunicado, en una publicación por red social. Cuestión atingente con todo aquello que se habla hoy de la deconstrucción de la masculinidad, y que no pasa efectivamente a través de esos canales, no es que uno se deconstruya en las redes sociales, a través de comunicados, likes o por compartir información pro feministas. Si existía complicidad de Dënver con Muñoz, de seguro que existía, pero como todos cotidianamente lo hemos sido en las diversas prácticas que reproducimos históricamente: una complicidad estructural, por decirlo de algún modo.

Es en este sentido que es muy insustancial la complicidad que se le habría enrostrado al dúo, y en particular a Mahan, en no haber públicamente manifestado la condena a los hechos que denuncia Felicia Morales: ¿cómo hacerse cargo tan livianamente de una responsabilidad histórica de opresión y violencia hacia la mujer? Aunque, habría que decir, Muñoz no sólo era “socio” de Milton Mahan, sino que productor de la banda, músico visible en la presentación de Sangrecita, último disco que publicó Dënver el 2015, pero también era compañero de él en un proyecto llamado De Janeiros. Aparte Mahan habla que compartían como socios un estudio, aunque habría que confirmar la información de si Muñoz era también parte del sello Unami, que integraba la otra parte de Dënver, Mariana Montenegro.

Al parecer algunos y algunas sabían de esta cercanía, pues es un elemento que se desprende del comunicado, ya que a la banda se le habrían enviado muchos mensajes por las mismas redes sociales, con acusaciones de la misma índole que realiza Morales, luego del anuncio de separación del dúo. Con la publicación que hizo la música en Twitter, Facebook e Instagram, un público que quizás ni siquiera sabía de la relación musical que tenía Dënver con Pablo Muñoz, pero que de seguro ocupó un momento de su día en indignarse y expresarlo a través de un dispositivo móvil.

De esta manera es que insistimos en un punto, y es una cuestión que se ha discutido, es qué es aquello que deberían hacer los hombres, ante toda esta ola, ante toda esta revolución. Una cosa se ha expresado muy claramente, existe un entusiasmo, por cierto masculino, que ha mostrado su cara, su verosímil, su carácter hipócrita. Un gesto, de por sí muy arraigado en los círculos  universitarios, de ir a poner la bandera y hacer un acto de presencia, porque éstos son necesarios: convertirse en súper héroe. Ahora el entusiasmo podría ser llamado “el like” o el “me encanta”, hacia cualquier tipo de acción, de información y movilización que vaya en una dirección de buena conciencia, de buen sentido. Cuestión finalmente que tiene relación con el caris progresista del entusiasmo. Lo que resalta en el texto de Milton Mahan, es que no ve necesario que un artista deba mostrarse como un sujeto conciente, empático, cercano, a lo que cierto sentido común está exigiendo. Evidentemente no creemos que el feminismo sea un nuevo sentido común, porque aún cualquier sentido común ontológicamente es patriarcal, sin embargo, en el tipo de manifestaciones que estamos comentando, en cierto circuito, pareciera que se impone aquello que alguien como Byung-Chul Han ha llamado la dictadura de la transparencia. La exigencia de transparencia comenzó con un buen augurio (en Chile, los casos de corrupción de SQM, son un ejemplo de esa índole), cuando hace unos años los políticos de todo el orbe occidental se comenzaron a preocupar sobre su esfera “íntima” y “personal”, y debieron comenzar a ser mucho más transparentes en todo lo que hacían. Todo este proceso se ha hecho extensivo en el campo social, y funciona micropolíticamente, y ante lo cual creemos que no se ha discutido lo suficiente, ya que tiene una relación transversal y estructural con cierta práctica de la denuncia feminista.

El problema, como para terminar este comentario, no es que una banda se separe luego de un período prolífico y con excelente recepción, no sólo en Chile sino que en gran parte del mundo hispanohablante. Es plausible que lo hagan, el punto es que este hecho específico que comentamos, la acusación por violencia psicológica y física de la ex pareja de un colaborador de la banda, sea parte de la decisión. Estamos, sin duda, en un momento histórico muy distinto, al cómo antes los proyectos de música popular se fracturaban, que en varios casos el motivo era una disputa machista entre los músicos hombres, por una mujer en el mayor de los casos. El caso emblemático es el de Los Prisioneros, que deberíamos dedicarle un apartado por sí solo en una de las siguientes columnas. Decía que no hay duda que es un cambio, y no existe ningún reparo con ello, porque advierte de una modificación de una lógica patriarcal de relacionarnos, tanto afectiva como sensiblemente, y que por cierto, tiene que ver con la esfera creativa o aquello que se les impone a los artistas. Sin embargo, ¿son realmente políticos, como realmente emancipatorios, algunos canales bajo los cuales se está fisurando el patriarcado?

Felipe Larrea