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Opinión

De Rusia con amor: Fútbol después de Da Vinci

Por: Daniel Noemi | Publicado: 17.06.2018
De Rusia con amor: Fútbol después de Da Vinci DSCN1845 (1) |
Salgo del estadio, apretujado, con las cervezas sumadas en el cuerpo. Camino hacia la estación de metro entre el bullicio y la alegría (entre el ruido y la tristeza), y entonces veo el lienzo totalmente ilegal—pues nada ‘político’ puede enturbiar la paz futbolística– que pide que las mujeres en Irán puedan decidir ir o no al estadio a ver fútbol.

Ir al Hermitage, según casi todas las guías, no es como ir al estadio. Ver los Da Vinci (2) y los Rembrandt (no sé cuántos) es una experiencia única en un lugar más único. Quien haya visto El arca rusa, recordará los tesoros del lugar, y quien no, puede imaginarlos. Con todo, la multitud que abarrota los espacios, el paso y el paseo lento y breve que no da respiro, no se diferencia para nada de la que canta en las gradas, más honesta y más soñadora –quizá–. A Da Vinci, entre la muchedumbre, apenas lo pude ver y poco me importó. En cambio, en el minuto 95, cuando todo lo que esperamos ya no existe, cuando estamos listos para irnos a dormir, cuando el partido ha sido más o menos nomás y si no fuera por las risas de marroquíes e iraníes ya nos hubiésemos ido, sino, en fin, tantas cosas, en ese minuto 95 viene el drama, la tragedia cabal: la cabeza perfecta que acaricia el balón y lo lleva al fondo de las redes (¿allá donde no hay teléfono? ¿dónde las arañas tejen su nido?), entonces, ¿qué?

No fue un gran partido, sin duda. La música electrónica resuena, la gente se enloquece, y nadie bebe, los pasillos sin botellas, una fiesta extraña me dice una amiga, como si todos estuviesen borrachos pero sin alcohol. Un mexicano, que ha estado en los últimos 8 mundiales, vino a ver el partido porque su esposa lo dejó y quería hablar de fútbol y del medio del mexicano ante el penal alemán. Y en la cancha, El Kaabi se cansó de correr al vacío y rogar que una pelota le llegase justo para poder convencer a su enamorada que todo es posible; Aziz todavía no lo puede creer, ¿qué le dirá a sus amigos?, ¿podrá acaso olvidar el dolor? (pero el futuro es siempre incierto); Ansarifard sonríe, los caminos son misteriosos recita y vuelve a sonreír. Dormirá tranquilo. Un chico iraní canta feliz con su gorra de los New York Yankees moviéndose al vaivén de la brisa. Son las cosas del fútbol o las cosas de la vida, como decía un amigo mío antes de ponerse a leer Pavese y recordarnos que la muerte vendrá de noche.

(Un amigo iraní me escribe un mensaje: “a los persas nos encanta celebrar. Somos los campeones. O casi. Todo está escrito, todo está por escribir. No sé. Pero hay que celebrar de todos modos. Hermano, celebra”. Le escribo de vuelta: “me tomaré un vodka por ti”. De verdad, no tengo idea. Pero puedo elegir el vodka).

(Más tarde veré en un bar en Nevsky Prospect el hat trick de CR7 y discutiré con una bella pareja irlandesa los bienes y los pormenores de la fama. Son pocos, pero son: uno de ellos es recordar el comienzo de La guerra y la paz. Otro, menos esperado, es poder escribir estas crónicas).

 

Salgo del estadio, apretujado, con las cervezas sumadas en el cuerpo. Camino hacia la estación de metro entre el bullicio y la alegría (entre el ruido y la tristeza), y entonces veo el lienzo totalmente ilegal—pues nada ‘político’ puede enturbiar la paz futbolística– que pide que las mujeres en Irán puedan decidir ir o no al estadio a ver fútbol. Aquí hay muchas mujeres iraníes viendo fútbol. No había pensado en eso. De pronto un velo se desvela: saco un par de fotos, levanto mi pulgar como si eso importase, los hombres y mujeres que sostienen el lienzo cantan algo que no puedo descifrar pero que imagino bien. Las luchas continúan en todas las canchas. La lucha continúa.

La estación de Nevsky Prospect me recuerda los cuentos de Sub Terra: enterrada la estación en el fondo de la tierra, una escala mecánica que jamás verá la luz del sol. Salgo al aire y pienso en los estadios iraníes, un partido donde no hay ninguna mujer. En todas las cosas que pueden y que tienen que cambiar. Pienso, inevitable, en los partidos de mañana. La calle está que arde. Iraníes y marroquíes bailan abrazados. A estas alturas será imposible encontrar un bar piola. Debo sumarme a la algazara o esperar que amanezca. Tambores. Bocinas. Un cuadro de Leonardo que pinta su sueño en una cancha de fútbol. Cómo decirte que te quiero. Imagino un diálogo mientras la noche no termina de caer (porque la noche nunca es noche en las blancas noches de esta ciudad; porque alguien lo dijo antes mucho mejor; porque el amor es una excusa para hablar de fútbol y viceversa).

Daniel Noemi