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Asamblea de Mujeres: La rebelión de las estudiantes feministas de la UTEM Macul

Por: Vanessa Vargas Rojas | Publicado: 20.06.2018
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Separatismo, organización y reflexión feminista son los ingredientes que han marcado la toma iniciada por las estudiantes de la UTEM en Ñuñoa. Tras un mes y medio de movilización, las mujeres dan cuenta de sus exigencias al plantel y de las dificultades de tomarse un campus hegemonizado por los hombres. «Yo prefiero perder el año que seguir perdiendo a las chiquillas una por una», dice una de sus protagonistas.

La inquietud estaba en el aire, pero el primer empujón vino desde el sur. Las movilizaciones iniciadas en la Universidad Austral de Chile, como resultado del desdén de las autoridades respecto a las denuncias de abuso sexual, fueron un aliciente inesperado. El escenario se repitió en diversos planteles a lo largo del país. La misma acumulación de rabia y silencio terminó por provocar una respuesta feminista de efecto dominó, que hoy mantiene a una veintena de universidades en toma.

En el denominado cordón Macul de Ñuñoa, zona emblemática de la protesta universitaria, las estudiantes de la Universidad Tecnológica Metropolitana (UTEM) tenían motivos de sobras para iniciar la movilización. Así lo descubrieron el pasado 4 de mayo, cuando citaron a la primera asamblea de mujeres y un centenar de alumnas y funcionarias llegó para verse las caras. Muchas no se conocían, pero no importaba: compartiendo sus testimonios, ese día entendieron que tenían mucho en común.

—En la asamblea se quería discutir qué tan real es que acá en la UTEM las mujeres vivíamos situaciones de acoso, violación y violencia. Resultó que éramos varias. En ese momento hicimos votación y decidimos tomarnos la universidad.

Al igual que sus compañeras, Nicole, estudiante de ingeniería en industria alimentaria, prefiere no identificarse. En movilizaciones anteriores, explican, voceros y participantes han resultado perjudicados: las sanciones se toman con el tiempo, cuando deben enfrentar procesos académicos y solicitudes al plantel. Del mismo modo, evitando intereses políticos, decidieron no elegir voceras.

El primer día de la toma decidieron desalojar a todos los hombres de la universidad. Los consideraban, a gran parte de ellos, responsables de la violencia vivida. Lo mismo ocurría con los profesores. Por eso comenzaron a trabajar con una comisión de catrastro, a cargo de recibir las denuncias contra alumnos y académicos: sus integrantes son anónimos —por seguridad— y también las denunciantes. Así lo explica Nicole:

—Tú les envías un correo, ellos te mandan una ficha. Una la completa, da su testimonio y después toda esta información se va a ir al Departamento de Género, que se quiere conformar, y ahí se van a ir tomando las medidas que sean necesarias.

La toma se definió desde un comienzo como separatista, buscando garantizar un espacio seguro y confiable para todas las mujeres de la comunidad, en un ambiente donde muchas de las denuncias realizadas no se han resuelto. Macarena, quien se excusa del sueño porque pasó la noche entera haciendo guardia en la puerta, explica que no podría entregar su testimonio delante de algún compañero:

—Tal vez por sus costumbres o cultura para ellos estas denuncias son algo normal. Y no.

La movilización, dicen, partió de la necesidad de todas: «Era lo que teníamos guardado adentro», especifica Paula, otra de las estudiantes fijas de la toma, mientras se acomoda una bufanda. Al interior de la facultad, el frío de junio se hace sentir: «Sabíamos lo que teníamos que hacer pero no estábamos seguras de cómo hacerlo», añade.

Una a una, fueron sumando sus testimonios y desahogándose como en una catarsis: primero vino la sorpresa, la rabia, después el llanto y los abrazos. Las experiencias estaban cruzadas por el secreto, luego de años de no hablar por miedo a que no les creyeran.

El atentado

El lunes 7 de mayo, las universitarias de la UTEM oficializaron la toma y empezaron a formar las comisiones. Entre ellas, la de catrasto, dedicada a recibir los testimonios; la de petitorio y protocolo de abuso; y la coordinación de actividades y alimentación diaria.

Las mujeres empezaron a convivir dentro de la universidad: «Empezamos a vivir acá. Hasta ahí íbamos súper bien hasta que ocurre el atentado de la quema de autos acá afuera», recuerda Nicole.

El ataque incendiario ocurrió el 17 de mayo. Frente al campus ubicado en Ñuñoa, que alberga a las facultades de Ciencias Naturales, Matemáticas y Medio Ambiente, además de Ingeniería, encapuchados encendieron barricadas y quemaron tres vehículos. Carabineros las culpó de inmediato y entregó dicha versión a la prensa: la noticia fue ampliamente difundida por los medios.

«Fue horrible», comentan las estudiantes al unísono. Solas, enfrentaron a un contingente de Fuerzas Especiales que las amenazaba a gritos desde la puerta del plantel tomado. Aunque sacaron una declaración pública de inmediato, recalcando que no tenían nada que ver con el hecho, ningún medio la publicó. Desde entonces, la participación en la movilización bajó considerablemente.

—Tuvimos que entregar la universidad porque se dio una orden de allanamiento y había una petición de desalojo de parte de la Intendencia. Por la seguridad de nosotras mismas lo decidimos.

Sin embargo, la retoma se concretó el domingo 20 en la noche, explica Nicole: «Desde entonces ya no éramos tantas. Desde ese día hemos tenido una baja y tuvimos que reorganizar todo. Fue súper terrible que se quemen tres autos afuera y que nosotras seamos las responsables, cuando en mi caso, yo no quemo ni una mosca».

Mientras una estudiante interrumpe la conversación para pedir una toalla higiénica —y le indican que hay disponibles en el baño—, Paula agrega que «nosotras éramos dos aquí en frente gritándoles a Fuerzas Especiales… pucha, no te voy a explicar qué es lo que les estábamos gritando en ese momento», se ríe, «pero les decíamos ‘váyanse, no tienen nada que hacer acá’. Fue complicado. Aquí los autos explotaban y esto se movía».

Pese al hecho, las negociaciones con las autoridades de la UTEM no se intensificaron. De hecho, las estudiantes acusan que han intentado lavarse las manos lanzando comunicados en donde se apuntan como un plantel pionero en temas de género. «Pero no tendrían cinco facultades movilizadas si así fuera», recuerda Paula, reclamando que no existe reflexión por parte de ellos, aunque funcionarios y académicos se han acercado a manifestarles su apoyo, dándoles consejos y llevándoles comida.

La invitación de rectoría para conversar llegó de un día para otro y no la aceptaron: acordaron que necesitaban tiempo para prepararla. Luego ellas ofrecieron una nueva reunión que no se concretó, porque el rector Luis Pinto se encontraba fuera de Chile: «Es bastante ilógica y poco seria la urgencia que le dan a esto. No se trata de una toma cualquiera, esta es una toma por derechos humanos básicos«, añade la estudiante.

Finalmente, el pasado lunes se iniciaron las conversaciones con el rector Luis Pinto y se mantendrán durante los próximos días. El petitorio de las feministas exige cinco puntos fundamentales: entre ellos, la creación de un Departamento de Género, que tenga varios ejes de ocupación y una representación triestamental, además de la formación de una Secretaría de Género que reemplace a la actual Segegen, desde donde piensan seguir trabajando una vez terminadas las movilizaciones.

Otro de los puntos exigidos es la creación de un protocolo de abuso, ya que hoy la institución cuenta solo con un instructivo desplegado en una plana de la agenda estudiantil 2018, que la universidad se encargó de difundir una vez iniciadas las movilizaciones. Pero advierten que no van a elaborarlo ellas:

—Porque al final esa es una pega de la universidad. Sí hay exigencias mínimas, como que la elaboración va a ser con la asamblea, con las trabajadoras y funcionarias.

«Todos te subestiman»

Mientras detalla el petitorio de la toma, Nicole es interrumpida por estudiantes que preguntan dónde será la próxima reunión. «Hay que pasarles una sala», acuerdan entre ellas y Macarena se levanta a coordinar.

Luego continúa: «Nos queda una demanda histórica acá en la UTEM. Nosotras no contamos con sala cunas, las funcionarias de acá tienen un convenio con sala cuna y las estudiantes que tienen hijos usan el Peda, que cuenta con una sala cuna. Pero es un tema porque allá no hay cupos,  son escasos. Se está pidiendo desde hace varias movilizaciones y ahora es el momento».

Las feministas también abogan porque el servicio de salud cuente con un sistema de anticoncepción disponible para todos y todas las estudiantes. Por último, piden que se esclarezcan las denuncias actuales: al igual que en otras instituciones, saben que hay cientos de casos acallados por la burocracia.

En 2010, Alejandro Velásquez, actual decano de la Facultad de Ingeniería, fue denunciado por acoso sexual por una funcionaria del plantel. Se le acusó de masturbarse en su oficina viendo pornografía con la puerta abierta, pero el sumario administrativo desestimó todo. Para las alumnas, el caso no fue resuelto de forma adecuada. También está Roberto Fantuzzi, consejero superior UTEM, el mismo que en 2016 regaló una muñeca inflable al ministro de Economía Luis Felipe Céspedes, con el objetivo de «estimular la economía».

«Tenemos a Fantuzzi y a (Óscar) Rodríguez, que está en el consejo superior y también es un acosador. Estamos igual que en la Chile pero no somos tan conocidas», añaden las estudiantes, en alusión a los casos que movilizan a sus pares en otros planteles.

Paula recuerda que hay muchas investigaciones estancadas, con casos que no se resuelven a pesar del paso del tiempo: «Muchas compañeras que siguen viendo a las personas que las acosan en clases. Te ofrecen el cambio de cátedra y no siempre está disponible, entonces es complejo».

Por ahora, están decididas a no funar a nadie hasta que se terminen las investigaciones en curso. Es una estrategia que adoptaron para protegerse: «Puede significar para nosotras un retroceso, una contrademanda que ya hemos visto en otras parte y no queremos eso. ¿Cómo puedes tener el descaro de ser acosador o abusador y aparte de eso querellarte contra este movimiento? Queremos seguridad para todas», explican.

Mientras escucha atenta, Macarena recuerda que «también hay que denunciar a los profesores que en clases tiran comentarios sexistas». Paula asiente y complementa:

—Esa es la mayoría de los profesores, la verdad.

Inmersas en una facultad dedicada a las ciencias, las matemáticas y la ingeniería, la presencia masculina es predominante en alumnos y académicos. En este escenario, las estudiantes conviven a diario con comentarios y prejuicios que ponen en duda sus capacidades.

«Todos te subestiman, siempre. Si un ramo te costó un poco más es porque eres mujer o porque eres una disidencia sexual», recuerda Paula, mientras Nicole añade que «tenemos profesores que lo dicen abiertamente, está súper normalizado, sacan hasta risas, que es lo peor. Y es súper complicado porque si una dice algo mientras se están riendo…»

«Eres la loca, la histérica o te reprueban», cierra su compañera. Por lo mismo, argumentan que la movilización es histórica, ya que en carreras de Mecánica o Electrónica a veces hay una sola estudiante por generación. Por ello, otra de sus peticiones apunta a exigir ramos de formación general en género para alumnos y académicos.

Por ahora, el quehacer diario en la toma se alimenta de una agenda variada: desde talleres para mover el cuerpo -como funk carioca y dance hall-hasta conversatorios teóricos sobre feminismo, biopolítica, veganismo y otros temas de interés, en los que incluso participan profesoras del plantel. Habitando el espacio entre mujeres, las estudiantes han vivido una experiencia radicalmente distinta de la universidad. De hecho, Nicole confiesa que se considera tímida, pero que en la movilización ha aprendido a desarrollar sus habilidades.

—Hace dos meses no podría haber estado conversando de esto contigo. Ahora lo puedo hacer y creo que varias de las que hemos estado acá hemos notado esos cambios, nos ha servido caleta para darnos cuenta de lo que nos pasa y que a todas nos pasan las mismas cosas.

La estudiante también vivió una situación de acoso en la institución durante el año pasado y su denuncia no cambió nada, lo que motiva su participación: «Mi acosador sigue yendo a clases. Tengo un resentimiento contra las autoridades».

La decisión de no asumir liderazgos dentro de la toma también ha causado dificultades: cuesta más controlar la agenda de actividades y organizarse, evitar que ingresen personas vetadas. Pero también hay estímulos, asegura Paula:

—El escenario nacional te ayuda a ver que, al final, no estamos tan locas, no somos tan histéricas, te validas en tus compañeras. Es saber que estuviste alegando y palabreando todo este rato sobre feminismo, violencia, pero no eras la única.

El veto y la reflexión feminista

Son las 13 horas en el campus Macul de la Universidad Tecnológica Metropolitana y se han acercado varios hombres a la puerta. En ocasiones son estudiantes que buscan ingresar a la toma para participar de alguna actividad. Varios están vetados: si una alumna ha advertido que no le acomoda su presencia es razón suficiente para que su ingreso no se permita. El filtro lo lleva la comisión catastro. Otras veces llegan a solo hacer preguntas: desde conocer detalles del petitorio hasta exigir explicaciones sobre la toma feminista.

Así ocurre mientras Paula explica las condiciones mínimas para bajar la movilización, como haber conformado una mesa de trabajo para el protocolo, contar con espacio físico para la Segegen, asegurar protección a participantes de la toma y recalendarización de las actividades académicas. Mientras, en la puerta, un estudiante insiste en ingresar. Ella suspira y deja ver una mueca de cansancio:

—Eso es así todos los días. Este gallo estuvo todos los días buscándome para que yo le respondiera preguntas sobre el petitorio. Dice que «tenemos que explicarles», que es nuestra obligación. Y una puede tener toda la disposición a responder, pero después de un rato también espera la autoreflexión, la autoeducación, la autocrítica.

Nicole añade que hay formas de dialogar con ellos: «Al final, nosotras tenemos esta U tomada y tienen que respetar. No llegar con prepotencia como la de ahora, con eso de ‘exijo entrar’ po, cachai».

También las interrumpe un grupo de funcionarios que llega a saludarlas y a dejarles una bolsa con alimentos. La lista de personas vetadas se construyó en base a la información reunida por el comité de catrastro. Por ahora, han decidido no funar a nadie hasta que las investigaciones arrojen sus resultados.

Durante las primeras semanas de movilización, el carácter separatista de la toma fue objeto de diversos comentarios en redes sociales: «Lo que pasaba es que había muchos casos, muchas personas vetadas y no podíamos controlar cómo hacer ese filtro. No podíamos permitir que cualquiera pasara, pero muchos insistieron y cuando se les abrió el paso no vino nadie», explica la estudiante.

También hay hombres que apoyan las actividades, «que sí han dado mucha cara, que nos han apañado», reconocen las chicas. La ayuda es bien recibida cuando el sueño, el cansancio y el frío agobian. A la vez hay estudiantes que han organizado su propia asamblea, donde desarrollan charlas sobre masculinidad y hasta talleres de reconstrucción del lenguaje.

A juicio de las feministas, aún queda mucho por hacer, pero este comienzo es señal de algo histórico. Sin acusar el desgaste de más de un mes de toma, aseguran que nadie esperaba que este movimiento les explotara en la cara, con sus propias señales en universidades privadas y colegios. Hoy luchan por espacios educativos seguros, aunque creen que nada cambiará si no son protegidas también fuera de las aulas.

Si la ley y el Estado no te protege como mujer y las disidencias sexuales, yo creo que podemos estar aquí por siempre. Yo prefiero perder el año que seguir perdiendo a las chiquillas una por una, fueron 5 mujeres en 36 horas. Personalmente prefiero quedarme aquí viviendo por siempre antes de permitir que sigan matando mujeres.

Nicole coincide: «En las universidades estamos peleando por ambientes seguros, pero afuera tu sales de aquí a las 6 ó 7 de la tarde cuando está oscuro y te vas rapidito, con miedo».

Hoy, pese a que aún no ven concretado los cambios por los que pelean, creen que la UTEM ya es distinta.

—No vamos a conseguir que todo estén deconstruidos, pero yo estoy en la pará en que si alguien me incomoda se lo digo y chao. Llevo tres años acá y me he sentido siempre incómoda, ahora que los hueones se sientan incómodos conmigo. Yo creo que todas estamos en esa pará, tal vez no veamos grandes cambios, pero sí los empezamos por nosotras. Ya todas tenemos la choreza de parar a un hueón si es necesario.

Nicole habló sobre la toma con su mamá y recibió su total apoyo, algo que la emociona al hablar: «Ella sabe lo que viví el año pasado y esto me ha ayudado caleta. Ella me apoya, por la misma razón aproveché y me vine a vivir. Voy cuando se me acaba la ropa, pero estoy comprometida. Ya estoy en esta».

Un grupo de estudiantes ingresa a la toma y pregunta dónde será la próxima reunión. Nicole retoma su rol:

—En la sala 205. Se anotan, carnet y vamos para allá.

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