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Opinión

Marejada feminista en la era digital

Por: Miguel Orellana Benado | Publicado: 08.07.2018
Marejada feminista en la era digital Marcha contra la violencia machista por una educación no sexista | FOTO:CRISTOBAL ESCOBAR/AGENCIAUNO
La marejada feminista en contra del abuso de poder es un espectro que recorre todo occidente. ¿Recuerda las denuncias contra el político francés Dominique Strauss-Kahn, el empresario fílmico estadounidense Harvey Weinstein, su compatriota el actor Kevin Spacey y el fotógrafo peruano Mario Testino? Ninguno de ellos era profesor de la Chile. Es el amanecer de un tiempo histórico nuevo. El entendimiento moderno de nosotros mismos tambalea.

Conozco algunos de los acusados. Son mis colegas en la Universidad de Chile. Uno de ellos ha sido mi amigo por años. Quedé estupefacto con la noticia. ¿Cómo era esto posible? Personas de trato amable, cultas y con destacadas trayectorias, ¡acusadas de abusar de sus alumnas! Más de alguien dirá que es una exageración. Y argumentará que ellas eran adultas. Que no fueron embriagadas, ni drogadas. Que no fueron maltratadas de obra. Ninguna de estas excusas morigera la falta. Fueron actos abusivos y crueles, esto es, repudiable. De ahí la actual exigencia estudiantil: urge tipificar tales conductas, sancionarlas, y educar para que todos reconozcamos su carácter reprobable.

¿Cuál es la causa última de la actual marejada feminista? ¿Será el desmedro jurídico en que viven las mujeres, denunciado ya en 1869 por John Stuart Mill y Harriet Taylor en el ensayo “La esclavitud de las mujeres” y que la sufragista chilena Martina Barros Borgoño tradujo y publicó en Santiago entre 1872 y 1873? ¿O bien el empoderamiento que las mujeres lograron en occidente con su heroica participación en las dos guerras mundiales del siglo 20? ¿O la “liberalización de las costumbres” luego de la píldora anticonceptiva? No lo creo. Sería la roñosa estrategia de culpar a la víctima. Es decir, responsabilizar de un destino infausto justo a quien ha sufrido un mal irrogado por otro.

Comenzando por la familia, en todas las instituciones las mujeres han estado siempre sometidas a los varones. Al menos desde el inicio de la historia, es decir, cuando se inventó la escritura y el “Padre nuestro, que estás en los cielos” desplazó a Pachamama. En occidente, sin embargo, muchas cosas están cambiando. En su niñez las jóvenes universitarias chilenas que hoy protestan vieron a una mujer ejercer la jefatura del Estado. La marejada feminista en contra del abuso de poder es un espectro que recorre todo occidente. ¿Recuerda las denuncias contra el político francés Dominique Strauss-Kahn, el empresario fílmico estadounidense Harvey Weinstein, su compatriota el actor Kevin Spacey y el fotógrafo peruano Mario Testino? Ninguno de ellos era profesor de la Chile. Es el amanecer de un tiempo histórico nuevo. El entendimiento moderno de nosotros mismos tambalea. Hoy percibimos mejor qué es virtuoso (o digno de promoción) y qué es vicioso (o digno de reprobación y sanción). Vivimos un terremoto cultural mayor. Solo es comparable al fin del medioevo y el inicio de la modernidad. Pero ahora es la modernidad la que está muriendo.

Durante el medioevo (mejor dicho, hasta el medioevo), la contemplación ascética del anacoreta que, con ayunos y rezos, alcanza la inspiración divina fue considerada la fuente más excelsa de conocimiento. La realidad se presentaba como empapada de normatividad. Era la obra de un Padre omnipotente, omnisciente, justo, misericordioso, y que tenía un plan. Encontramos rastros de esta concepción en sitios insólitos. Por ejemplo, en el escudo de la Universidad de Chile. Una pirámide con el ojo de Ra en su centro representa en él a su Facultad de Teología (la que, por cierto, graduó bachilleres hasta 1927). ¿Qué relación hay entre el ojo de Ra y la teología? Los seres humanos nos conducimos de unas maneras cuando creemos que alguien nos está mirando. Y de otras cuando creemos que nadie nos está mirando. Así es la normatividad. Por eso su fuente fue asociada por los egipcios, seguidos luego por cristianos y masones, con el ojo de Ra, el Creador del Mundo.

Para los occidentales modernos, en cambio, la mayor parte de la realidad está casi por completo vacía, y en expansión. Su ínfima parte es materia: estrellas, planetas, sistemas solares y galaxias. ¿Cuál es la fuente del conocimiento en la modernidad? El método científico o experimental. A saber, observar, describir y medir los fenómenos naturales; luego, y a partir de esa base, forjar hipótesis, es decir, descripciones del estado futuro del fenómeno; para luego volver a observar y medir; si se corrobora la predicción, mantenemos la hipótesis; de lo contrario, la modificamos o la abandonamos. Esta manera de entender la realidad hizo a occidente riquísimo en términos materiales. Como anunció Francis Bacon en el siglo 16, al inicio de la modernidad, el conocimiento es poder.

Pero la manera moderna de entender y vivir la realidad comenzó a hundirse en 1989. Mencionaré solo la causa principal. Tim Benders-Lee, ahora catedrático en Oxford, comenzó ese año a conectar computadores mediante internet.  Al inventar así la web hizo posible también todo lo que de ella depende, como las redes sociales y los teléfonos inteligentes con sus cámaras. Ahora hay muchos ojos de Ra que nos observan. No tiene sentido pretender esconderse de ellos hoy. Y hay una plétora de voces, miles de millones de voces, que gritan hasta obligarnos a oír. Así murió la modernidad. Esta es la causa última de la marejada de denuncias feministas. Es el retorno de la normatividad, aunque sin ropaje divino.

¿Cuán fuerte habrá sido el impacto de las denuncias en mis colegas que fueron acusados de abusos? ¿En sus familias? ¿Y en sus demás círculos? ¿Estarán tan aturdidos por este golpe que no atinan a reaccionar? ¿Es su silencio señal de que aún no aquilatan la profundidad del cambio histórico-cultural que estamos viviendo? En este contexto lo obrado por las valientes denunciantes adquiere su significado cabal. Como anunció ya en 1967 el conjunto uruguayo Los Iracundos: “El mundo está cambiando y cambiará mucho más”. ¡Y para mejor! Las sociedades occidentales no volverán a ser las mismas. La modernidad murió. ¡Viva la era digital!

Miguel Orellana Benado