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Opinión

¿Por qué abortan las mujeres? La verdad de los embarazos no deseados y la maternidad forzada

Por: Macarena Castañeda | Publicado: 11.07.2018
¿Por qué abortan las mujeres? La verdad de los embarazos no deseados y la maternidad forzada aborto_ww-1200×800 | Imagen referencial / Agencia Uno
«El embarazo no es deseado porque la mujer no decidió embarazarse, y abortar se vuelve opción frente a la alternativa que significa una alta precarización de la vida, con las correspondientes consecuencias económicas, sociales, psicológicas y físicas».

El movimiento feminista ha integrado en sus demandas la legalización del aborto desde sus inicios, ya que ha observado cómo la penalización del aborto ha contribuido a la realización de estos mismos en la total inseguridad, elevando la tasa de mortalidad de mujeres a raíz de la clandestinidad y los riesgos que esta conlleva. Con o sin ley, el aborto ha sido siempre una realidad y, por tanto, la pregunta es ¿por qué abortan las mujeres, al punto incluso de poner en riesgo sus propias vidas?

Tanto los estudios sobre salud como las investigaciones en ciencias sociales han encontrado respuesta en un hecho que poco se discute: las mujeres abortan por embarazos no deseados. No desear un embarazo pareciera ser un tema tabú, que atenta con un norma que dice que toda mujer quiere (y debe) ser madre. Incluso, cuando se estudia en salud pública el embarazo no deseado, se asocia automáticamente al embarazo adolescente, como si sólo las niñas y adolescentes pudieran no haber querido embarazarse, sin embargo, la realidad nos enfrenta a algo completamente distinto.

El embarazo no deseado puede ocurrir en cualquier edad y estrato social, pudiendo ser por el desconocimiento sobre la sexualidad y la reproducción al inicio de la vida sexual, por la falla de los métodos de anticoncepción que se utilizan o por violencia sexual. Y llevarlo a término, puede significar el vínculo irrefutable con el agresor (que implica mantenerse en un círculo de violencia en las relaciones más cercanas), la penalización social (que significa agresiones del entorno, expulsión de la familia u otros), que se obstruya el desarrollo personal y el proyecto de vida (como no poder continuar los estudios o el trabajo, o tener que hacerlos en contextos muy precarios para compatibilizar la maternidad) y/o la crisis psicológica de no querer ser madre y ser forzada a ello.

En otras palabras, el embarazo no es deseado porque la mujer no decidió embarazarse, y abortar se vuelve opción frente a la alternativa que significa una alta precarización de la vida, con las correspondientes consecuencias económicas, sociales, psicológicas y físicas. La prevalencia de uno u otro factor, tiene un fuerte carácter de clase. A menor acceso a información, educación sexual, métodos anticonceptivos y/o redes de apoyo, mayor es la posibilidad de que dicha niña, joven y mujer se embarace contra sus voluntad. No es azaroso pensar entonces, que la tasa de embarazo adolescente (lo único que se estudia en materia de embarazo no deseado), sea mayor en menores de edad y niveles socioeconómicos más bajos.

No debemos subestimar el factor de la alta precarización de la vida como factor relevante a la hora de hablar de maternidades no deseadas, pues significa que la perspectiva de ser madre implica algo tan negativo, que las mujeres están dispuestas a poner en riesgo sus vidas con tal de evitarlo. Sin embargo, la sociedad y sobre todo aquellos sectores religiosos y conservadores, optan por culpabilizar y criminalizar a las mujeres que no desean ser madres. Se nos culpa por embarazarnos, abortar, no desear ser madres, por no querer cargar toda la vida con un trabajo que no decidimos y muchas veces forzado. ¿Por qué la sociedad cree que es peor una mujer que no desea ser madre, en un contexto en que para ella lo peor es serlo?

Responder esta pregunta requiere analizar el valor de la maternidad en la sociedad. Efectivamente, se nos ha convencido que lo mejor que nos puede pasar en la vida es ser madre. Y seguramente para muchas ha sido un alivio que ese camino tortuoso y culposo que fue ese embarazo no deseado haya culminado con un rol que terminó por gustarles. Sin embargo, ello no responde la pregunta ¿Por qué es tan importante? ¿Por qué se insiste tanto en que seamos madres, ante cualquier contexto y adversidad?

Se nos insiste en ser madres para hacernos creer que el rol del cuidado, la crianza, o en definitiva, la reproducción social es responsabilidad única y exclusivamente nuestra, y que la sociedad necesita que lo realicemos. No discuto que cuidar y criar son necesarios, sin embargo ¿por qué solo nosotras? Nuestro único factor determinante es que, lo queramos o no, sólo las mujeres tenemos útero. Pero todo lo demás no tiene por qué ser sólo nuestro, y es más, no lo ha sido siempre en la historia humana. Pero nuestra sociedad, o más precisamente, el modelo de orden social actual y hegemónico, quiere que la reproducción sea sólo en la familia – núcleo privado y reducido – y de responsabilidad exclusiva de las mujeres.

Esto no es al azaroso. Resolver la reproducción de una sociedad es un problema de orden económico y político. El sistema necesita que la sociedad se reproduzca para seguir generando sujetos aptos para producir, y qué más conveniente que este trabajo sea realizado por en un lugar determinado con dedicación exclusiva, sin necesitar formar para este trabajo ni menos pagar para que se haga. Y lo reafirma instalando que la reproducción es un acto de amor y no necesita mayor retribución que esa.

Por tanto, el orden social, capitalista y patriarcal, quiere que las mujeres seamos madres para que cumplamos el rol reproductivo en las condiciones de explotación que ha establecido y de la cual el sistema depende para mantenerse, pues asegura que un importante aspecto de la reproducción social sea gratuito. El sistema lo necesita para que haya otro sujeto que pueda dedicarse a trabajar sin más preocupaciones, así como un capital que no deba costear su reproducción, sin importar que signifique una vida azarosa y precarizada.

En este escenario, el aborto, la anticoncepción y la educación sexual atentan con este orden, porque permiten que las mujeres (y la sociedad en general) tomemos control de nuestra reproducción y podamos verdaderamente decidir sobre nuestras vidas y roles. Y a sabiendas de eso es que ha habido una resistencia muy dura en distintos momentos de la historia por parte de las fuerzas conservadoras, para que no hubiesen iniciativas de Estado en estos ámbitos. Recordemos, por ejemplo, la resistencia a la distribución pública de la píldora del día después o la negligencia de presentar planes de educación sexual y prevención de VIH desde el primer gobierno de Sebastián Piñera. Por esto una buena educación sexual, plan de planificación familiar mediante métodos anticonceptivos y legalización del aborto es lo que el feminismo siempre ha demandado. Estar en contra de ello, es estar en contra de la libertad y a favor de nuestra explotación como trabajadoras reproductivas.

Macarena Castañeda