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Adelanto de libro: «Pobres diablos» de Cristian Geisse

Por: Elisa Montesinos | Publicado: 21.07.2018
Adelanto de libro: «Pobres diablos» de Cristian Geisse En la casa del Tito |
«Hazte otras, bien gruesas esta vez. Están bacanes: yo creo que deben ser esos granos rojos que se le ven. Primera vez que veo algo así, pero primera vez en mucho tiempo también que no probaba nada tan bueno. Enrolla el billete, viejo; más ancho, para comernos bien las líneas. Hazlas largas, bien largas. Qué lindo, compañero. Ahora date un trago para pasar el amargo. Y pásate un pucho».

«¡Qué barato, y qué largo, y preciso el vino de los pobres diablos!», el epígrafe de Gabriela Mistral con que se inicia el libro parece dar cuenta del ambiente que el lector encontrará en sus páginas. Historias de diablos y excesos. Coterráneo de Mistral, el escritor Cristian Geisse (Vicuña, 1977) tiene buen oído para la cháchara del pueblo, sus historias y el modo de narrarlas. Una cosa lo llevó a la otra y quizás fue en una fogata en algún descampado del valle del Elqui, oyendo una vez más algún cuento del diablo, que los relatos oídos comenzaron a cobrar vida propia.  Primero vino En el regazo del Belcebú (Ediciones Perro de Puerto, 2011), luego El infierno de los payasos (Ediciones Altazor, 2013). Entremedio otro libro, Ricardo Nixon School –la historia de un profesor semi alcohólico, asqueado de la educación subvencionada– lo llevó a la editorial Emecé, que ahora publica Pobres Diablos, un compilado de sus libros anteriores sobre Belcebú al que se suma Fue como un padre para mí, Premio Mejores Obras Literarias 2017 en categoría cuento inédito y del que presentamos un adelanto en Pretextos:

Hazte otras, bien gruesas esta vez. Están bacanes: yo creo que deben ser esos granos rojos que se le ven. Primera vez que veo algo así, pero primera vez en mucho tiempo también que no probaba nada tan bueno. Enrolla el billete, viejo; más ancho, para comernos bien las líneas. Hazlas largas, bien largas. Qué lindo, compañero. Ahora date un trago para pasar el amargo. Y pásate un pucho.

Así tenemos que hacerlo: lo vamos a cagar en su ley no más. Ya está viejo, pero él sabe que las cosas son así. Yo me voy a ir por el lado de la ternura, de los recuerdos, le vamos a inventar una buena chiva y lo vamos a cagar con todo. Primero lo vamos a dejar pelado en las cuentas y después vamos a ir hasta su casa y le vamos a robar los billetes que tiene metidos bajo el colchón. En serio los tiene ahí, no sé muy bien por qué; como te digo, ya está viejo. Algún día fue cosa seria, tenía cuernos fieros y duros, y no como ahora, que se le quebraron, se les ablandaron, se les ven las grietas y las manchas.

Debiera sentirse orgulloso de la que le vamos a hacer. Él las hacía todas. Si yo soy el que soy ahora, si tengo esta cornamenta tan dura y gruesa –porque no siempre la tuve-, es por él, créeme. Le estoy agradecido al conchadesumadre, porque yo iba para mal. Yo era un santurrón, típico niñito bien intencionado. De esos a los que siempre alguien, en algún momento, se termina cagando. Pero aquí me ves: con esta mansa nariz, con este pelo duro y grueso en el pecho, manejando plata, comiéndome a varias maracas, sacándoles plata incluso.

No, si fue como un padre para mí.

Un día me dice: ya compadre, alista tus huevás que nos vamos a Guañuy, que era el pueblo donde él había nacido. Yo dije al toque que sí. Quería puro ir; estaba muy apegado a él, sobre todo por lo rajado que era conmigo. En ese tiempo ya se le había ido toda la plata que había traído de Europa, pero no sé a quién se había cagado y llevaba para allá más de un millón de pesos. La excusa era que quería ir a arreglar la casa donde había nacido, pero la verdad es que quería ir a tomar y a jalar afuera de la ciudad porque se había mandado no sé qué cagazo.

No había estado en su pueblo por más de veinte años. Llegamos primero a la hostería de Guañuy. Algunas personas lo reconocieron y le daban la mano y lo abrazaban. Almorzamos ahí, y después nos fuimos a tomar unas cervezas cerca de la caleta. El dueño también reconoció a mi tío, le dijo Pedrín, chuata que se parece tu hijo a tu padre. Si no es mi hijo, es mi sobrino, el hijo de la Silvia. Oye, pero si es la viva imagen de tu padre. Y así seguimos conversando con este viejo al que le decían El Calila, que también tenía unos cuernos largos que le daban vueltas hasta casi tocar el techo. Entonces mi tío le dijo que le pagaba para que le hiciera un chupín de congrio. El viejo se rió de lado, y le dijo ¿y tenís por lo menos donde botar el jarabe? Todavía no, pero no importa: desde que estaba en Europa que quiero probar un chupín de congrio como los hacís tú. Yo no entendía muy bien lo que querían decir con eso del jarabe –como te digo, todavía era un inocente. Les pregunté, y ellos se cagaron de la risa. Me decían, después de que lo probís vai a ver. Mientras tomábamos cervezas y escuchábamos el chisporrotear de las pailas en la cocina, mi tío me decía: tenís que tener cuidado con este plato que te vai a comer, tenís que tener cuidado porque es muy jodido. Y resultó ser cierto: estaba terminando el plato y cabeceaba del sueño. El plato de verdad es peligroso, parece que es por los congrios que se dan en ese lado. Son como serpientes calientes y chúcaras. No sé muy bien qué le echan, pero los medallones llegan a relumbrar, algo sueltan cuando los cocinan con vino blanco. Nos tuvimos que ir para la casa a dormir la siesta, porque el plato nos tumbó y yo no me desperté hasta el otro día. Viejo, pero eso no es nada. Tuve unos sueños donde me garchaba como a veinte minas. Lo peor es que una de ellas era mi madre.

(Fragmento del cuento Fue como un padre para mí )

 

El lanzamiento de Pobres Diablos (Emecé, Cruz del Sur) se realizará el viernes 27 de julio a las 19.00 horas en el Drugstore. Presenta el académico de la Universidad de Chile Ignacio Álvarez.

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