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El Conformista, la ceguera del fascista

Por: Nicolás Ried | Publicado: 23.07.2018
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Mientras Bertolucci estrenaba un filme fascista, sus colegas de izquierda radical construían lo que hoy llamamos el cine militante, que tiene como campeón precisamente al maestro Godard, el cual pocos años antes había estrenado La chinoise (1967), un filme que contenía una dura crítica a la izquierda por ser más una pose que un proyecto revolucionario comprometido con el pueblo en armas. Bertolucci, como también hizo Borges o Bolaño, le dedicaba sus fotogramas a la historia de un fascista, lo que provocó la irritación del militante Godard.

Cuenta Bernardo Bertolucci que al estrenar una de sus primeras películas, su maestro Jean-Luc Godard lo citó en un café de París para darle sus impresiones. Bertolucci esperaba mientras veía pasar la tarde por detrás de la Torre de Eiffel y la ansiedad de conversar con su gurú le impedía tocar su café. Entre eso aparece el cineasta francés, quien usaba sus famosas gafas de sol en un día inconfundiblemente nublado: Godard se acerca a Bertolucci rápidamente esquivando las otras mesas, para finalmente pararse a su lado y gritarle un par de improperios. Sin mirarlo ni sacarse las gafas le deja una nota, una foto de Mao, que atrás tenía escrito a mano “¡Combate el individualismo y el capitalismo!”.

La película era la recientemente restaurada y reestrenada El conformista (1970), uno de los filmes clave en la filmografía de Bertolucci y del cual su propio autor ha sostenido que es un filme sobre el fascismo, no sobre el comunismo. El conformista, basado en el libro homónimo de Alberto Moravia, cuenta la historia de Marcello Clerici, un italiano promedio que anhela cumplir el sueño de llevar una vida normal: una mujer con la cual casarse, un trabajo donde no destaque, una rutina sin asuntos mayores y un líder al cual seguir. El contexto de Clerici es la Italia fascista de Mussolini, por lo que decide hacerse miembro del partido oficialista y ofrecer sus servicios para asesinar a un antiguo profesor de filosofía suyo refugiado en Francia. El profesor, marxista activista, duda de su ex pupilo, pero termina entablando con él una suerte de amistad que le permite a Clerici darse cuenta de los contrastes entre la vida democrática y la vida fascista, de la mano de Anna, la cónyuge del profesor.

Bertolucci ha sostenido que El conformista es un filme sobre el fascismo, lo que se expresa estéticamente en la manera en que sitúa a su protagonista entre los altos pilares y los anchos pasillos de los edificios de corte neofascista, que producen el efecto de minimizar al individuo. Pero es también un filme fascista en la medida en que cuenta la historia de un fascista de escaso compromiso político y con anhelos profundamente individualistas que no le permiten ver a los demás sino como obstáculos. Mientras Bertolucci estrenaba un filme fascista, sus colegas de izquierda radical construían lo que hoy llamamos el cine militante, que tiene como campeón precisamente al maestro Godard, el cual pocos años antes había estrenado La chinoise (1967), un filme que contenía una dura una crítica a la izquierda por ser más una pose que un proyecto revolucionario comprometido con el pueblo en armas. Bertolucci, como también hizo Borges o Bolaño, le dedicaba sus fotogramas a la historia de un fascista, lo que provocó la irritación del militante Godard.

Pero, ¿qué es lo que Godard, en el fondo, le reprocha a Bertolucci? El de Godard es el reproche de ese profesor marxista, comprometido con la revolución de manera poco flexible y furibundo con todo aquello que no siga la senda ya delineada: Godard le reprocha a Bertolucci no sólo usar el lenguaje del enemigo, sino confundirse con él. La confusión de las alianzas es algo que la izquierda históricamente ha castigado, ya sea con picahielos en la nuca, con guillotinas, o simplemente con una fotografía de Mao.

En este sentido, el debate entre Bertolucci y Godard puede ser situado como una batalla entre quienes creen que el cine sirve para mostrarle a las espectadoras las condiciones de opresión que viven y quienes usan el cine para mostrarle a esas mismas espectadoras cómo librarse de la opresión. Ambos, sin embargo, someten la mirada a un tipo de aprendizaje que no conoce de ambigüedades: combatir al fascista que todas llevamos dentro es un proyecto, finalmente, individualista. Por eso es interesante que la obra de otro francés, Robert Bresson, se enfocara en contar la historia de un burro llamado Baltazar, sin hacer un llamado explícito contra el fascismo o en favor del comunismo: Bresson, a diferencia de Bertolucci y Godard, no hace un llamado a la acción, pues al contrario libera la acción de todo tipo de mandato.

Bertolucci en su película retrata a los fascistas como ciegos, ya sea porque perdieron la vista o porque se encuentran atrapados en la oscura caverna de Platón, lo cual es interesante por dos razones: una es que los ciegos son quienes no logran ver la realidad tal y como es, conformándose con cómo esa realidad les es entregada. Son ciegos los que no pueden ver el fascismo como un error histórico, como tampoco pueden ver el fascismo en su vida cotidiana. La otra razón es que los ciegos no pueden ver cine, el arte de la libertad.

El cineasta italiano, sin embargo, también fue ciego al promover y justificar hasta el día de hoy la violación que Marlon Brando llevó a cabo sobre una joven Maria Schneider en la filmación de su aclamada El último tango en París (1972). Fue ciego y hoy es juzgado retrospectivamente como a si de un fascista se tratara. Más interesante aún es cómo terminan esos fascistas en su filme: siendo delatados, sin que puedan llevar una vida normal, hasta que son linchados y posteriormente absorbidos por el pueblo en armas que viene de colgar a Mussolini de los pies en la plaza pública.

Nicolás Ried