Avisos Legales
Opinión

Para salir a tomar las calles por asalto

Por: Fanny Campos | Publicado: 25.07.2018
Para salir a tomar las calles por asalto agencia uno | / Agencia Uno
Al menos, recientemente con la ley de las tres causales hemos retrocedido a los años treinta, época en las que nuestras primeras feministas habían conseguido el aborto terapéutico en Chile. Pero eso no basta. Queremos aborto libre, gratuito y seguro. La sanción al aborto libre parece lesionar más que a una persona aún no nacida, fundamentalmente a la moral religiosa, representada por las iglesias y la supuesta voluntad divina.

Mucho se ha dicho de la desdicha que le causó a Gabriela Mistral no haber sido madre biológica. Ella renunció a una maternidad tradicional, conformó un hogar con un hijo adoptado y al cuidado de su pareja mujer… y permítanme preguntarme, con el debido respeto, si tanto de no haber sido lesbiana como de no haber ocultado este hecho, hubiera podido llegar a desarrollar su vocación literaria con el mismo vuelo que lo logró.

La protección de la maternidad ha sido y sigue siendo insuficiente, y además, al no contemplar el ordenamiento jurídico derechos irrenunciables para los padres varones -padres que muchas veces simplemente no existen más que como meros progenitores irresponsables-, genera un efecto colateral de discriminación laboral nada despreciable hacia las mujeres. Una madre que está al cuidado de los y las hijas, se encuentre o no trabajando remuneradamente (es decir, tenga o no una doble jornada de trabajo), dispone de escaso tiempo para cultivarse y desarrollarse artística e intelectualmente.

A esta discriminación sufrida por la mujer es a lo que la poeta argentina Alfonsina Storni en una carta, justamente a Mistral, se refería: “Dime Gabriela, dime si no es para salir a tomar las calles por asalto (…), y pedir a gritos que esos torvos patrones de estancia dejen sus bancas y se dediquen, como seguramente Dios quiso, a engordar vacas (…) Piensan en nuestros ovarios como en establos de cría. En nuestros ovarios, Gabriela, como criaderos de buenos criollos. (…) Dicen que nosotras, las mujeres, Gabriela, sólo podemos dedicarnos al trabajo rentado cuando demostremos que no podemos tener hijos. Escuchaste bien, Gabriela. Nos separan en grupos como a vacas. Las fértiles por un lado, las yermas por otro. Somos vacas, Gabriela, pero vacas que ni siquiera podemos disfrutar del apareamiento con quien nos plazca. Somos vacas con vientres reservados”.

Con vientres “reservados” Storni alude a las normas sociales que, a diferencia de lo que ocurre con los varones, todavía tienden a reprimir el libre ejercicio y exploración de la sexualidad femenina, relegando su “corrección” a la monogamia heterosexual, cuyo corolario institucional es el matrimonio (más las recientes uniones civiles, especie de “matrimonio de segunda clase”, con las que la ley comienza a abrirse tímidamente hacia el reconocimiento imperfecto y secundario de la homosexualidad). Mandatos que lo que pretenden es regular las relaciones sexuales y familiares, basadas únicamente en la monogamia, por fines netamente económicos. Al restringir la sexualidad a un solo compañero sexual válido, legítimo, lo que se protege es la herencia de cada clan familiar, puesto que disminuyen las probabilidades de tener que repartir la sucesión con hijos nacidos fuera del matrimonio (en Chile hasta el año 1998 eran denominados “ilegítimos”). Como los hijos ilegítimos no tenían derechos sucesorios, las infidelidades de los maridos no afectaban la herencia familiar, como sí podían hacerlo las muy temidas infidelidades femeninas.

La mujer tiene el inmenso poder de parir vida humana (desde el punto de vista social: mano de obra, carne de cañón, por el lado mayoritario; o herederos del poder, por el otro). Si las mujeres hiciéramos efectivamente una huelga de úteros, esta sociedad simplemente se acaba. Es por ello que desde la quema de “brujas” (parteras y aborteras), han pretendido negarnos ese poder de decisión sobre parir o no parir, y sobre el parto mismo, relegándolo a la figura androcéntrica del médico. “Me llamó asesina. Encerrado en su bata blanca, ya no médico sino juez, tronó que yo faltaba a mis deberes más fundamentales de madre, de mujer y de ciudadana” escribe Oriana Fallaci en Carta a un niño que nunca nació (1975, traducción del italiano al español de Atilio Peutimalli).

Pese a la resistencia, el tema de la autonomía sexual y reproductiva es un tema jurídico muy relevante que engarza con los Derechos Humanos, y que es clave para las mujeres, para quienes el embarazo y la maternidad son hechos que afectan profundamente sus vidas en todos los sentidos, físico, económico, social, etc. Así se reconoce en diversas convenciones internacionales, y en legislaciones más acordes a los tiempos que estamos viviendo, en las que se hacen cargo no sólo del problema social que representan los abortos clandestinos o los embarazos e hijos no deseados ni queridos, la feminización de la pobreza de las madres sin apoyo, sino también del respeto a la libertad y autonomía básica de cada persona, para que esta decida y planifique libremente cómo desarrollar su vida.

Al menos, recientemente con la ley de las tres causales hemos retrocedido a los años treinta, época en las que nuestras primeras feministas habían conseguido el aborto terapéutico en Chile. Pero eso no basta. Queremos aborto libre, gratuito y seguro. La sanción al aborto libre parece lesionar más que a una persona aún no nacida, fundamentalmente a la moral religiosa, representada por las iglesias y la supuesta voluntad divina, que tras década de dictadura y de “concerta”, se hubieron apiadado, nuevamente, de las niñas y mujeres víctimas de violación o en peligro de muerte por el embarazo. Pero aún no reconocen la autonomía sexual y reproductiva de las mujeres, a quienes nos siguen mirando como vacas de úteros reservados y obligados a la maternidad, vacas sagradas de la Virgen María, a quienes celebrar su abnegado sacrificio el día de las madres.

“Acaso no te gustó abrir las piernas”, dicen algunas matronas a las adolescentes parturientas que no se atreven a arriesgar presidio al cometer el “abominable crimen de matar a un inocente”. “Quedó embarazada” murmuran las compañeritas en jumper, como si los espermios pulularan por los aires sin otro responsable. “Qué culpa tiene la adorable criatura. Cagaste por el resto de la vida. Culpable por caliente” piensan las madres beatas. “Asesina, rezaremos por tu horrible alma cuando estés en el infierno” sentencian sacerdotes a la muerta en un aborto. A la Iglesia Católica ya no le debiera quedar cara para este tipo de reproche moral, pues parece proteger con igual ahínco y terquedad tanto a los fetos como a los pedófilos, pero no a los infantes abusados por algunos de sus múltiples sacerdotes.

Por todo lo anterior, nadie logrará parar nuestras letras, marchas y abortos, porque sí, Alfonsina, esto sí es para salir a tomar las calles por asalto.

Fanny Campos