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Insólito: Le preguntan a víctima de abusos de sacerdote Laplagne «si sintió placer» durante los hechos

Por: Oscar Huenchunao | Publicado: 15.08.2018
Insólito: Le preguntan a víctima de abusos de sacerdote Laplagne «si sintió placer» durante los hechos iglesia | / agenciaUno.
Así se desprende del relato del afectado, recogido en una querella presentada ante el Juzgado de Garantía de Rancagua en contra del religioso diocesano.

Apoyado por la Fundación para la Confianza, este martes el ex acólito Javier Molina Huerta presentó una querella ante el Juzgado de Garantía de Rancagua, por los abusos sexuales y de conciencia sufridos a manos del sacerdote diocesano Jorge Laplagne Aguirre, a quien conoció cuando tenía menos de 13 años.

Molina, junto con referirse a los abusos, describe actitudes que se pueden considerar como encubrimiento por parte de los máximos líderes de la Iglesia Católica chilena. Dado que los actos de encubrimiento ocurrieron con posterioridad a 2010, el abogado patrocinante Juan Pablo Hermosilla considera que el caso podría «sobrepasar la prescipción».

The Clinic publica algunos extractos del relato del ex acólito, donde señala que lo conoció en enero de 2002, tras asistir «a la Escuela de la Fe que se realiza todos los veranos en el colegio Carolina Llona, ubicado en Maipú». Allí, el sacerdote Jorge Laplagne se mostró «muy amable y cercano» y le pidió que fuera acólito en su parroquia Santa María de la Esperanza, en Maipú.

La cercanía se volvió preocupante cuando el religioso «llegó a mi casa para pedirme que lo ayudara a ordenar el departamento de sus padres en lo comuna de San Bernardo. El sacerdote conversó con mi mamá, y le manifestó que tal vez yo podría quedarme o dormir. (…) Fue en ese lugar donde comenzaron a ocurrir situaciones extrañas. Él tenía más de 45 años y yo sólo tenía 13 años».

Los acercamientos de Laplagne escalaron. El año 2004 le pidió a la madre de la víctima que lo autorizara a viajar a Isla Negra con él. Al llegar «me propuso que me duchara. Al salir de la ducha, el sacerdote Jorge Laplagne había abierto la puerta del baño y se preparaba para ingresar, lo que me descolocó. Se encontraba desnudo, cubierto solo por la toalla, por lo que me apresuré a salir. Fue en ese momento en que me abrazó fuertemente y sentí su erección».

«Me paralicé. Salí del baño cerrando la puerta tras de mí, caminando apresuradamente hacia la habitación donde se supone que yo dormiría. Comencé a tiritar por los nervios que la situación me produjo».

«Desperté con él abrazándome fuertemente. Intenté moverme, pero en ese momento se subió arriba mío, con sus brazos sujetó fuertemente los míos, y comenzó o refregarse, sobre mí, yo sentía su erección. Por lo fuerza que ejerció sobre mí, me costó sacármelo de encima, pero logré girarme para salirme, sin embargo, al soltarme me abrazó de tal forma que me introdujo su mano por debajo del pantalón de mi pijama, me abrió las nalgas e intentó introducir uno de sus dedos en mi ano. Ya absolutamente paralizado y tiritando, me giré nuevamente para que, con mi peso, estuviere obligado a sacar su mano de mi ano. Al girarme, Laplagne comenzó a darme besos en mis labios a la fuerza, mientras se seguía refregando sobre mí, recuerdo que su respiración se volvió entrecortada. Luego de eso, sin medir palabra, se corrió hacia una esquina de la cama, y esperé que se durmiera».

Al volver a Santiago, señala Molina en su relato, el padre Laplagne le dijo: «si dices algo, tu mamá arriesga el trabajo en la parroquia, y ella podría enterarse de tu homosexualidad».

El joven no denunció los hechos sino hasta 2010, cuando ya había asumido su homosexualidad y su pareja de la época lo animó a hacer la denuncia.  «Llamé por teléfono al Arzobispado de Santiago, y pedí una audiencia con el cardenal Francisco Javier Errázuriz Ossa, quien me indicó vía telefónica que dada la naturaleza de mi relato, debía dirigirme físicamente o la cancillería del arzobispado para hacer la denuncia. Al llegar, me recibió el entonces canciller, presbítero Hans Kast Rist, quien tomó mi declaración, y me pidió disculpas a nombre de la iglesia. Él me informó que se haría una investigación con la declaración que yo había prestado.»

Más tarde, el ex vicecanciller del arzobispado, Oscar Muñoz Toledo, lo invitó a iniciar el proceso, el que estaría a cargo del padre Raúl Hasbún Zaror, en su rol de promotor de justicia.

Durante la declaración, relata Molina, «me llamó la atención algunas de las preguntas del padre Hasbún: si buscaba compensación económica y si sentí placer cuando (Jorge Laplagne) me metió el dedo en el ano. Al finalizar la declaración, me hicieron firmar un documento en el que renunciaba a hacer cualquier presentación ante tribunales».

«Dada la poca acogida, preferí alejarme, pues yo había cumplido con mi responsabilidad: denunciar al agresor y confiar en la justicia. Hoy, no me cabe duda que esa pasividad pudo corresponder a un proceder que no buscaba saber la verdad, sino librar al sacerdote de culpa», manifiesta el ex acólito.

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