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Novela aborda relación entre una joven y su padre torturador

Por: Elisa Montesinos | Publicado: 22.08.2018
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La segunda novela de la escritora y periodista Montserrat Martorell, Antes del después (Lom Ediciones), aborda la compleja relación entre una joven y su padre ausente en el mundo del Alzheimer. Ya no podrá dar explicaciones por su pasado como torturador o por haber mantenido relaciones con la asesora del hogar. Aquí un adelanto:

Me detengo. Lo miro. Esos ojos azules (que son también los míos) y que conozco de memoria, se ven tan chicos y al mismo tiempo con tan poca luz. No sé si me escucha. Me da un poco de miedo. Esa sensación de vértigo que nos asalta cuando nos damos cuenta que nos estamos equivocando. ¿Y si le estoy haciendo daño? ¿Y si realmente está aquí? ¿Y si todo esto es una mentira que se inventó? ¿Y si esta es la vida que nos toca vivir por culpa de esa miserable Ley del Karma? Cada día soy menos espiritual (o nunca lo fui), y he conocido tanto chanta que dice que ve cosas en mí, que dice qué cosas me van a pasar, que dice y que dice y que dice, y nadie puede establecer el futuro, nadie sabe qué pasará más adelante, porque la vida nos la hacemos aquí, abajo, cada día, muy solos.

Sigo leyendo la carta. Quiero hablar de Tomás. Hace un ruido raro cuando pronuncio su nombre. Tomás, papá, Tomás.

Siento que gime un poco, muy despacito. ¿Qué quiere decir ese gemido? Cállate, Olimpia, déjame en paz, deja de revolver en la mierda.

Tocan la puerta. Es la enfermera. Tiene una visita. ¿Quién puede venir a verlo? Es la Rosa. Rosa, ¿qué hace acá? Lo vengo a ver todas las semanas, Olimpita. Y se sienta con nosotros. Doblo la carta, sigilosamente. Me levanto. Los miro desde lejos. Veo como ella lo abraza, le da un beso cariñoso, como si lo quisiera.

¿Habrá estado enamorada de mi papá?

Percibo que él sonríe cuando la ve. Claramente él no estaba enamorado de ella.

¿Por qué ese afán de mezclar las cosas? ¿Habrá sido sólo un tiempo? Era una época bizarra y machista donde los hombres se daban el lujo de acostarse con putas, con mujeres de menor escala social, con sus empleadas. ¿Será dominación? ¿Será el placer de sentirse importantes, necesarios? Decido preguntarle a la nana Rosa por su vida, por su familia, por sus hijas. ¿Cómo están? Me cuenta con orgullo que las tres son profesionales. Que Blanca, la mayor, es profesora. Que la segunda geógrafa. Que la tercera es abogada. Que sus nietos son muy lindos. Que le salieron rubios, rubios, como usted, Olimpita, como ustedes. Y me muestra las fotos y le digo que sí, que a veces veo su Facebook, que supe que había enviudado hace poco y que lo siento mucho, y ella se pone las manos en la cara y me contesta: ha sido un periodo muy duro. No sabe cómo lo extraño.

Han pasado diez años de la última vez. Diez años, le repito. ¿Y a mis papás? ¿Hace cuánto que no los veía? Porque se fue de la casa el dos mil ocho… y ella se queda callada y baja la cabeza y le tiemblan las manos, y quiero escribir, pero no puedo, que le tiembla también la memoria. ¿Tú tuviste algo con mi papá? Pero, Olimpia, no me pregunte eso. ¿Eran amantes? Y mira a mi papá como buscando respuestas, buscando un escudo, que sabe no le va a proporcionar, porque para suerte de él, para suerte nuestra, se fue hace mucho tiempo de esta habitación. Insisto. Quiero saber todo. Ella se angustia. Se aprieta fuerte los dedos. No te hagas daño, no es necesario. Dime la verdad. Y me dice que sí, y yo quiero saber los qué, los cómo, los cuándo, aunque eso signifique tener a mi nana, ahora convertida en mi cabeza en sucesivas imágenes extrañas, como la amante de mi padre, aunque ella se resbale con las palabras y exclame, en silencio y en gritos que son una pausa, que fue hace muchos años. Yo le digo que ya no me importa, que ya fue, y si es que mi vieja supo algo de esto. Ella responde que no sabe, que nunca lo hablaron, que ella cree que sí. ¿Él la violó? No, no, no, y es enfática en decir que no. Yo quería estar con él. Fue natural.

¿Usted sabía de las torturas? A veces. Él llegaba cansado a la casa y me contaba de las órdenes y de que había gente que había que aplastar, pero yo no le preguntaba detalles. Si usted sabe que yo tenía simpatía por el gobierno de Allende, por el gobierno de la Unidad Popular. Tú eras comunista, le digo yo, y siento que a pesar de haberme salido de ese círculo y de esa gente, al final tengo trancas con la palabra y me da un poco de nervio y un poco de rechazo ser de izquierda. No me catalogaría de izquierda-izquierda. Sería de esa izquierda culta, de viajes a Europa, de vacaciones en París, en Londres, de colegio francés, liberal, a veces creyente en Dios, a veces no, con sensibilidad, con fines de semana de teatro, de museos, de casas enormes en Peñalolén o La Reina, de buenos apellidos, con esa capacidad de estar, de estar bien, de ser siempre de aquí o allá y caerles bien a los de derecha y a los de izquierda porque podría ser de cualquier parte. Y pienso en la familia de la Amaranta y de la Paloma y de la Ana y de la Luisa y de la Amanda que son así, que salen del colegio y estudian en la Portales o en la Chile o en la Alberto Hurtado carreras artísticas donde le dan como caja a la literatura y al teatro y a las artes y a la sociología, y siempre hay abogados y arquitectos y filósofos que toman vino y vino caro, que escuchan música en inglés, que han ido a París más veces que yo, que son tan cuicos como cualquier otra vieja cuica, pero que tienen ciertas banderas que defienden a ultranza, como el aborto, como la libertad, como los derechos de las mujeres. Porque si algo me da rabia en la derecha chilena es que el cuiquerío conservador se apropia de causas como la familia, pero trabajan todo el día. Los hombres. Siempre son los hombres. A veces desde las siete de la mañana hasta las diez de la noche, y no ven a los hijos y no escuchan a sus mujeres. Dicen que son pro familia, pero lo que menos hacen es estar, precisamente, con sus familias.

 

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