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La historia de Alicia Azócar, la respetable señora que sirvió de fachada para el atentado a Pinochet

Por: Antonia Orellana | Publicado: 07.09.2018
La historia de Alicia Azócar, la respetable señora que sirvió de fachada para el atentado a Pinochet |
Retornada definitivamente a Chile en 2013, Alicia Azócar figura aún como rea rebelde en los registros de la Fiscalía Militar ad-hoc que investigó el fallido atentado contra el dictador Augusto Pinochet del 7 de septiembre de 1986. En conversación con El Desconcierto, Azócar cuenta cómo llegó a la operación.

“Perdone, señora, parece que hay un problema. No la puedo dejar entrar, acompáñeme a la oficina, por favor”, le dijo una funcionaria de la PDI a Alicia Azócar (80) en el aeropuerto Arturo Merino Benítez en noviembre del año 2013. “¿Está segura que estos son sus datos?”, reiteró la funcionaria. La policía no creyó en un principio que la mujer de tercera edad que veía allí podría haber estado implicada de alguna forma en el atentado contra Augusto Pinochet del 7 de septiembre de 1986.

Ya era de madrugada cuando apareció un Subcomisario de Investigaciones, que le informó que tenía una orden de detención pendiente desde 1986. “Yo ya estaba tan cabreada que le dije: si quiere me detiene. Deténgame de una vez”, cuenta Alicia. El subcomisario le informó que estaba detenida, y Alicia terminó su frase: “Pero fíjese en la fecha de mi pasaporte. Lo saqué aquí hace un mes. Para que usted sepa, yo estoy sobreseída desde el 2005”. Una hora después el policía volvió y la acompañó a buscar sus maletas, dejándola con su familia. “Yo era chico en esa época, no sé por qué me hacen hacerle esto”, se disculpó el oficial. “Ninguno de ellos pensaba que una viejecita como yo podía tener una acusación como esa encima”, reflexiona Alicia desde su casa en Santiago.

Las empanadas del Frente Patriótico Manuel Rodríguez

Bibliotecaria de profesión, Alicia Azócar vivió la Unidad Popular en Antofagasta, donde era conocida por ser parte de la Junta de Abastecimientos y precios (JAP) de la ciudad, una de las tareas que asumía como militante comunista. Su esposo, Víctor Otero Lanzarotti, era vicerrector de la Universidad Técnica del Estado (UTE) en la ciudad. Cuando llegó el golpe, Víctor se fue a Santiago, donde se asiló en la embajada peruana. Alicia se quedó con los niños en Antofagasta, donde sufrió dos allanamientos consecutivos y una detención.

¿Cómo viviste el 11 de septiembre del ‘73?

“Mira, el primer allanamiento fue horrible, porque estaba yo sola con mis hijos, que eran muy chicos y los encañonaron con metralletas. Y buscaron tanto que encontraron cosas que yo pensaba perdidas, como una libreta con direcciones. Yo sabía que después del golpe venían allanamientos y la busqué como loca para limpiar mi casa. La encontraron ellos y por suerte no condujo a nada. El segundo allanamiento fue de noche. Venía al frente uno de civil que era de Patria y Libertad, me llevaron en una camioneta que era suya. Tocó el timbre y preguntó por mi marido. ¿Don Víctor Otero?, dijo, y yo le respondí que no, que ya se fue a Santiago. Y como era un tipo joven, con pinta de universitario, le pregunté si venía por eso. ‘No’, me dijo. ‘¿Y de parte de quién lo busca?’ ‘Del SIM’ (N. de la R.: Servicio de Inteligencia Militar). Abro más la puerta y atrás venían unos militares armados hasta los dientes y un tanque en la calle. Le dije que ya había sido allanada, y me dice ‘bueno, vamos a volver’. Efectivamente volvieron y me llevaron al Regimiento Antofagasta, me interrogaron encapuchada y etcétera etcétera toda la noche. También se llevaron a un amigo y vecino desde su casa. Me soltaron. Unas semanas después iba caminando y veo al tipo de civil caminando con una niñita, y lo seguí. El tipo entró a su oficina en una fábrica de persianas de la que era dueño. Y de noche ayudaba a la represión, le gustaban las emociones fuertes. Y así, en 1974, nos fuimos a Cuba, desde donde no volví hasta 1980”.

C.O.

C.O.

En el libro “Operación Siglo XX” de Patricia Verdugo y Carmen Hertz se dice que tú y tu hijo aceptaron participar en las labores de apoyo al atentado a cambio de que los sacaran del país.

“Eso no era una condición, era parte de las medidas de seguridad que se tomaban. Muchos militantes que participaban volvían constantemente al país. Ese año, 1986 fue un año tremendo, coincidió además con un invierno muy violento, con mucha lluvia. Y la gente salía a la calle, hubo muchas protestas porque la gente estaba cabreada de la miseria y la represión. Era muy terrible”.  

Usted es bibliotecaria y a su llegada trabajó de secretaria, no estaba en plan de militancia y menos en un área militar. ¿Cómo llegó a la operación que buscaba matar a Pinochet?

“Vine a Chile en 1980 a ver a mis familiares y me instalé de vuelta en 1984. Uno de mis hijos, Alejandro, y mi sobrino Rodrigo Rodríguez, que era del FPMR, ingresaron al país al tiempo siguiente. Con ellos éramos muy unidos. Cuando llegaron y se instalaron nos veíamos una vez a la semana, con todas las medidas de seguridad. Cuando se decidió esto y se me propuso, acepté. Acepté porque pasaba diciendo: “ay, si este viejo se muriera”, “ay, si pasara algo” y bueno, pensaba eso, tuve que ser consecuente. No lo pensé mucho tiempo y acepté. Al principio había otra posibilidad, pero surgió este anuncio en El Mercurio de la amasandería.  Y yo, con mi fachada de señora respetable, fui a ver el lugar. Se llegó a acuerdo rápido y ahí sucedió una tontera. La señora quería un contacto para comunicarse y yo no quería dar mi teléfono, porque era el de mi trabajo en el Colegio Altamira. Bueno, tonteras que se hacen: se arrendó, se dio el teléfono y se le dio todo el aspecto, porque la fachada era la amasandería así que nos pusimos a hacer empanadas.

¿Y cómo les quedaban las empanadas?

“Reguleques, no más. Algunas salían buenas y otras ni tanto. Era terrible, porque había un horno de barro y yo nunca en mi vida había usado uno de esos, en mi vida los he vuelto a ocupar. Una vez, para sacar unas empanadas, metí la cabeza. ¡Me quemé todos los pelos!”.

¿Cómo convivían con el resto de participantes?

«Estuve al menos dos semanas en el local porque coincidió con mis vacaciones de invierno. Cuando yo iba habían dos personas nada más y, aparte de mi hijo, no nos conocíamos entre nosotros. Yo no sé si cuando yo no estaba irían otras personas a ayudar, probablemente sí, porque había que mantener el negocio. Cuando en el colegio volvieron a clases empecé a ir una sola vez a durante la semana, o el fin de semana, nada más. Me moría de frío. Como te dije, ese invierno fue muy frío».

El fracaso de los planes

La idea original para concretar el tiranicidio era hacer explotar el auto de Pinochet tal como había hecho la ETA con Carrera Blanco en España. Por eso buscaban una fachada para poder cavar un túnel hasta la calzada sur del camino al Cajón del Maipo, lugar por el que el dictador pasaba semanalmente camino a su casa en El Melocotón. El lugar elegido fue una amasandería en venta en la calle Camino El Volcán a la altura del 6000, que Alicia arrendó a su nombre y el de su hijo. Conforme pasó el mes de julio fue evidente que el plan de hacer explotar el auto de Pinochet con una carga subterránea no funcionaría y se pasó a un plan B: la amasandería al paso y su túnel se transformaron en un depósito de las armas que ocuparía el batallón 510 del Frente Patriótico Manuel Rodríguez para una emboscada en una curva del sector La Obra

¿Cómo fue tu salida del país en la previa del atentado?

«En el colegio Altamira no pedí licencia médica ni permiso, dije ‘hasta el lunes’ y me fui a Perú. Incluso dejé un muy buen chaleco donde siempre, en mi asiento, tal cual. En Perú estuve un tiempo sin poder salir hasta que me arreglaron un viaje por bus hacia Ecuador que fue pesadísimo. Allí llegué a Machala, una parte muy bonita, con un paisaje de platanales continuos, donde tomé una avioneta a Guayaquil, luego Europa y finalmente La Habana».

¿Cuándo te enteraste que habían fallado?

«Cuando aún estaba en Perú. No se llevó a cabo el fin de semana programado porque Pinochet cambió de ruta. Varió su rutina y yo estuve esperando en Lima y no pasó nada, así que esperé. Pensé: puede que sea el próximo fin de semana así que me dediqué a esperar. Salía a caminar lejísimos en Lima, tratando de no pensar. Caminaba y caminaba y ninguna noticia. Un día me levanto y miro por la ventana hacia el puesto de periódicos. Sólo alcancé a leer en grande “Libró”. Me vestí, bajé volando y me compré el diario. Así me enteré de que había escapado jabonado el tipo. Estaba sin ninguna comunicación, sólo había hecho los contactos que tenía que hacer al segundo día que llegué, a los que no les dije nada porque nadie sabía cómo iba a salir el asunto. Una vez me enteré, les comuniqué que me había decidido y me dijeron: lo supusimos. Tomaron las medidas de seguridad, no pude salir más a ninguna parte hasta que me fui a Ecuador».

¿Qué sentiste cuando te diste cuenta de que habían fallado?

«Fue terrible, porque en ese momento piensas en todo lo que va a venir después. En los que estuvieron implicados, en la gente con la reacción que tuviera la dictadura. Yo sabía que había medidas tomadas en caso de, pero siempre puede pasar algo inesperado, los organismos pueden reaccionar. Además que tanta planificación para nada. Hubo gente que dejó todo para armar eso. Fue muy injusto, por la flauta».

¿Recibiste alguna notificación de la investigación judicial alguna vez?

«No, nada hasta que vine el 2005. Yo no podía venir y todos me reclamaban, que por qué, que esto y lo otro, que los abogados. Hasta que un abogado fue a La Habana y conversamos, quedó todo listo y llegué el 2005. No tuve problema alguno al entrar e hice el trámite para el sobreseimiento. Aproveché de sacar un pasaporte normal, fui al registro de La Reina. Y, aunque después solucionamos todo con unos papeleos, recuerdo que la funcionaria me dijo ‘señora, lamento decirle que no puedo sacarle el pasaporte porque usted tiene un problema muy distinguido a nivel judicial’. Esas palabras ocupó: un problema muy distinguido a nivel judicial».

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