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¿Soberanismo geopolítico o patriotismo transversal?

Por: Gerardo Muñoz | Publicado: 20.09.2018
¿Soberanismo geopolítico o patriotismo transversal? podemos |
El proyecto de un soberanismo de izquierdas ha emergido en un momento de estrecha colaboración entre Pablo Iglesias y Pedro Sánchez. No es un dato menor. El momento demanda madurez, prudencia, y sobre todo, sortear gestos bruscos. Pero ahora se han dado las condiciones para afirmar un patriotismo post-hegemónico que impulse un contrato social capaz de unificar las mayorías populares y las clases medias en un proyecto con garantías vinculantes.

Se ha repetido con frecuencia que España ha sido el único país europeo que resistió la seducción trumpista contra el orden liberal. En efecto, durante el ciclo electoral de 2016 no hubo un solo político en el establishment español que alzara la bandera anti-globalista. Sólo el independentismo catalán durante los días del referéndum del pasado octubre echó mano a alguna que otra cobertura mediática del eje Moscú. En estos días, una intervención del ala ortodoxa de Podemos ha movido fichas en el tablero. Esto sucede al mismo tiempo que la derecha española releva su liderazgo y tantea con la inmigración desde la frontera de Ceuta. Como era de esperar tarde o temprano, el eje soberanista-globalista comienza a dibujarse en el mapa político.

El artículo publicado en Cuarto Poder, firmado por Manolo Monereo, Julio Anguita, y Héctor Illueca, polémicamente pone el dedo sobre el «Decreto Dignidad» aprobado hace unas semanas en el parlamento italiano. Dicho Decreto avanza una serie de medidas proteccionistas contra la precarización laboral y la fuga de las industrias. Para los autores, el gobierno italiano bajo el mando fuerte de Mateo Salvini, estaría liderando una defensa exitosa de las clases populares contra grupos de presión muy poderosos, como los monopolios de la publicidad, las corporaciones multinacionales y el yugo administrativo de Bruselas.

La traducción al contexto español es muy clara: es la hora que una fuerza política pase a liderar un programa soberanista de izquierdas. Aquella vieja izquierda internacionalista ahora sale en búsqueda de un repliegue en el soberanismo antieuropeo. No queda claro si Podemos sería la fuerza que debe asumir esa posición, o si, por el contrario, estaríamos a la espera de un nuevo frente popular. En cualquier caso, la propuesta toca un nervio sensible por dos razones. Primero, porque da a entender que Podemos se encuentra en un atolladero, y que para avanzar necesita dinamizar sus principios. Y segundo, por un corolario implícito en el caso italiano: ¿no quedarían excluidos los inmigrantes de este reajuste inmunitario?

La pregunta es si el Decreto Dignidad en realidad es una legislación compensatoria ante una nueva organización del trabajo migrante que contribuiría, desde las sombras, a la activación de políticas subsidiarias y privilegios de la ciudadanía. Es cierto que buena parte del liberalismo se identifica moralmente con los migrantes, aunque ha sido incapaz en estos años de promover condiciones materiales de asistencia igualitaria, derechos laborales, o integración ciudadana. En realidad, ambas posturas parecieran subscribir un sujeto cuya defensa remite a la exclusión de otro. Sin embargo, sabemos que el ejercicio democrático debe aspirar a la transformación de los límites normativos de la ciudadanía, y no al malabarismo subjetivo.

En cualquier caso, ¿puede el soberanismo garantizar una gobernabilidad democrática sin que responda al reordenamiento geopolítico? Esta es la pregunta fundamental que se desprende del programa de Monereo-Anguita-Illueca. El propio Monereo define el soberanismo no solo como una posibilidad de gestión interna, sino como una reorganización del espacio europeo que él considera dominado por el hegemon alemán. El soberanismo es, por lo tanto, primero que todo una contrahegemonía ante la Unión Europea.

El caso italiano adelanta una respuesta, pues su antagonismo de corte amigo-enemigo ya ha generado un recrudecimiento geopolítico que, en última instancia, favorece las pretensiones imperiales de Moscú. Por esta razón, el soberanismo, en la medida en que se define contra Bruselas, es primeramente geopolítico y solo después democrático. No hay que olvidar que la facticidad de la globalización no es una empresa ideológicamente ordenada; es la liquidación de la soberanía inter-estatal a través de la movilización efectiva de regímenes técnicos geo-económicos.

¿A qué apunta este giro soberanista de un sector de Podemos? El soberanismo de Monereo-Anguita-Illueca es síntoma de una división interna del partido entre obreristas y culturalistas, como ha señalado muy perspicazmente el periodista Esteban Hernández. Los obreristas, provenientes del antiguo Partido Comunista y de Izquierda Unida, colocan al trabajador en el epicentro de la lucha social contra el régimen del capital. Los culturalistas, más sensibles a la gramática gramsciana, estiman que una transformación a largo plazo solo es posible de manera integral, esto es, ocupando la centralidad del tablero desde lenguajes, afectos, y valores de las mayorías sociales.

Esta bifurcación partió internamente a Podemos desde el congreso del partido en Vista Alegre en el 2017. El programa soberanista de Monereo-Anguita-Illueca debe ser leído dentro de esta mutación interna. Pero la astucia de Monereo radica en traducir el patriotismo democrático errejonista y orientarlo hacia una geopolítica europea. El tacticismo de los viejos comunistas se nutre de una doble mimesis: por un lado, calca el deseo real de patriotismo interno, y por otro, mimetiza el soberanismo antieuropeo para la izquierda.

Pero es justo en este punto donde encontramos un contraste importante con el proyecto de Iñigo Errejón. Mientras que para Errejón el patriotismo supone una alianza entre las clases populares y las capas medias en línea con una constitucionalización del We The People; la vía soberana se organiza a partir de una intensificación geopolítica aglutinada entre amigo-enemigo. El patriotismo transversal insiste en la necesidad de articular un destino común, como ha argumentado Clara Ramas. Además, la transversalidad patriótica apuesta por la expansión del orden de los cuidados sociales como núcleo central del gobierno, y por esta razón se distancia del pro patria mori de una soberanía entendida como comunidad identitaria y sacrificial. Más importante aún, el patriotismo democrático defiende una reinvención del contrato social como momento instituyente e irreversible. El soberanismo, en cambio, se abastece de la confrontación geopolítica que a su vez carece de una proyección de destino propio.

Este nuevo giro soberanista en Podemos reintroduce la posibilidad de un patriotismo transversal. Se trata de una agenda populista madura que había sido neutralizada por el verticalismo de Iglesias. Sin embargo, en la fórmula de Monereo-Anguita-Illueca, el proyecto patriótico aparece distorsionado, puesto que subordina la invención democrática a la fantasía geopolítica. Una fantasía que, en su quejosa enemistad contra Alemania, recuerda a ese imaginario reactivo de una Europa latina, tan bien estudiado por Wolf Lepenies en El poder del Mediterráneo: fantasías francesas por otra Europa (2016). No es una mera coincidencia que Monereo haya escrito el epílogo a El arenque de Bismarck (2013) de Jean Luc Mélenchon. El viejo latinismo maurrasiano reaparece en una izquierda deseosa de una transformación sin mediaciones.

El proyecto de un soberanismo de izquierdas ha emergido en un momento de estrecha colaboración entre Pablo Iglesias y Pedro Sánchez. No es un dato menor. El momento demanda madurez, prudencia, y sobre todo, sortear gestos bruscos. Pero ahora se han dado las condiciones para afirmar un patriotismo post-hegemónico que impulse un contrato social capaz de unificar las mayorías populares y las clases medias en un proyecto con garantías vinculantes.

El patriotismo democrático implica, en última instancia, que la política democrática hoy no puede hacerse desde la exclusividad de un sujeto político. Por lo que el patriotismo democrático podría aparecer como una tercera vía ante el comunitarismo soberano y la maquinación neoliberal. Si Podemos se muestra incapaz de consolidar este giro, veremos una lenta estabilización de la inestable legitimidad de los consensos del régimen del 78.

Gerardo Muñoz