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Petit Frère, el boletín móvil

Por: Ivana Peric M. | Publicado: 01.10.2018
Petit Frère, el boletín móvil ivana |
Petit Frère (2018) un filme que explícitamente asume en dos sentidos el asunto del boletín de noticias; su estructura está constituida por varias historias que se suceden como si fueran fragmentos audiovisuales de un semanario, y la línea que une aquellos fragmentos es la voz de Wilner Petit Frère, haitiano, actual presidente de la Organización Sociocultural de Hatianos en Chile (OSCHEC), al que vemos primitivamente dar a luz un boletín llamado “Editorial Haitiana de Chile” publicado en creole y en el que se informan hechos de importancia nacional e internacional que pudieran interesar a la comunidad de inmigrantes.

En 1927, frente a una multitud de trabajadores de la productora soviética Sovkino, un encendido Maiakovski hace un llamado a que el cine deje de ser arcaico y se transforme en una especie de boletín de noticias poniéndose al servicio del presente, por ejemplo, mostrando al propio Lenin en vez de que alguien actúe de él. En 1978, vestido al mismo tiempo de arqueólogo y profeta, un agudo Godard acusa de traición al cine al haberle entregado a los “pobres informativos” la preservación de la virtud salvadora de la imagen, esto es estar presente filmando el sufrimiento y la destrucción implicados en la guerra y el exterminio.

En 2018 Roberto Collío y Rodrigo Robledo, como si fueran los mejores aprendices de los dos gigantes, sorprenden con Petit Frère (2018) un filme que explícitamente asume en dos sentidos el asunto del boletín de noticias; su estructura está constituida por varias historias que se suceden como si fueran fragmentos audiovisuales de un semanario, y la línea que une aquellos fragmentos es la voz de Wilner Petit Frère, haitiano, actual presidente de la Organización Sociocultural de Hatianos en Chile (OSCHEC), al que vemos primitivamente dar a luz un boletín llamado “Editorial Haitiana de Chile” publicado en creole y en el que se informan hechos de importancia nacional e internacional que pudieran interesar a la comunidad de inmigrantes.

La editorial del número que estamos a punto de revisar puede resumirse en la cruda frase “el país está coagulado”. Mientras la cámara recorre una casa deshabitada y anclada, en lo que sabremos luego, es una suerte de paisaje marciano, una voz en off recita lo que parece ser el poema de la desilusión migrante. En lo que sigue, se nos muestra la historia de un perro haitiano llamado Valiente que, con su negro y extranjero pelaje, transita por el interior de la casa del gobierno de Chile asumiendo la importante misión de Estado de protegerla de eventuales explosivos. El entrañable Valiente parece tener la misma actitud entusiasta de quienes se nos muestran en los videos en los que se postulan para participar del próximo viaje a Marte tras el bullado anuncio que puede haber vida allí dado el reciente descubrimiento de la existencia de agua. A la discusión de lo que es o no vida que se abre después del hallazgo planetario le sigue la aproximación de un haitiano al baile nacional chileno o a la historia ambivalente de la inmigración en Chile.

Esos fragmentos informativos se intercalan con episodios de la vida diaria del autor del boletín como si su misma biografía, tan común y silvestre que se asemeja a la de cualquiera, fuera objeto noticioso (para un lector que es el espectador chileno no haitiano): va al centro comercial a decidir cuál de los costosos implementos para bebé comprar para recibir al que está por nacer; se saca con su pareja la clásica fotografía en blanco y negro simulando pertenecer a una aristocracia de otra época que viste pomposos trajes y exagerados sombreros; bautiza en una atiborrada iglesia evangélica a su hijo prometiendo guiarlo por la senda del bien. Todas aquellas noticias son interrumpidas por la grabación de uno de esos robots, que veremos luego, que se han enviado a Marte para investigar si existe agua en el planeta rojo mostrando lugares típicos de Santiago como La Moneda o Lo Valledor. La metáfora no puede fluir con más facilidad.

Cada uno de los fragmentos anteriores está inscrito en un complejo heterogéneo, como si fueran una concatenación de imágenes con un doble anudamiento; por un lado, es la mirada dirigida a sus compatriotas de Wilner Petit Frère en tanto que asume lo que él llama “una preocupación social”, por otro es la mirada dirigida también a sus compatriotas de quienes, con el objetivo declarado de ser desprejuiciados, imaginan cómo es que un inmigrante haitiano comprometido con su comunidad ve al país en el que aterriza. Es así como Collío y Robledo se hacen parte de una escasa constelación en el cine chileno que da un paso decidido hacia considerar lo que el documental es; una modalidad de la ficción en la que la realidad es un dato que debe comprender combinando intencionadamente ciertas imágenes hasta darle un renovado sentido, en vez de pretender ser un registro-denuncia que permite acceder sin mediación a la realidad tal cual es. Con ello, se podría decir que Petit Frère volvió a encender la llama del cine documental que se había extinguido tras La batalla de Chile, haciendo ingresar como protagonistas de la historia a los inmigrantes que han sido constantemente categorizados, superando entonces la distinción binaria entre víctimas y victimarios.

 

Ivana Peric M.