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Opinión

(Sin)vergüenza

Por: Pablo Aguayo Westwood | Publicado: 02.10.2018
Así como la vergüenza está unida a ciertos límites, todos sabemos que existen personas que no tienen problemas con hacer el ridículo, con sobrepasar ese límite social vinculado a la protección de nuestro yo. En muchos casos ese atrevimiento les permite incluso avanzar socialmente. La confianza que tienen en sí mismos les permite tomar riesgos que, cuando están asentados en condiciones sociales y materiales privilegiadas, repercuten en su propia riqueza y beneficio.

Una de las maneras en como podemos entender la vergüenza es pensarla como una emoción que nos protege frente al entorno. Implica un juicio crítico respecto de nuestras acciones (y omisiones, ya que uno puede sentir vergüenza de no haber hecho algo debido) y una cierta conciencia de nuestro lugar en el entorno en que nos desenvolvemos. Asimismo, uno puedo sentirse avergonzado por lo que uno mismo ha hecho, como también puede avergonzar a otros o que otros nos pongan en vergüenza. Es innegable que cuando sentimos vergüenza experimentamos un daño profundo en nuestra autoestima. Quizás por ello la vergüenza es dolorosa, ya que implica la pérdida de un bien preciado.

En términos sociales, y esto es pura especulación basada en mera intuición y experiencia de infancia, la vergüenza paraliza y nos impide llevar adelante ciertas acciones. En este sentido podemos vincular la vergüenza con la pobreza social y la posibilidad de arriesgarse. Creo que para varios de nosotros es fácil traer a la mente esa idea de una persona tímida cuyo modo de actuar refleja falta de confianza en sí misma. No solo es tímida, sino que “humilde”, “calladita”. No tiene grandes expectativas en parte porque no se cree capaz. Algunos filósofos han pensado en que en casos como estos vale la pena usar la noción de preferencias adaptativas, esto es, la capacidad que tenemos las personas para fijarnos metas que se adaptan a nuestra propia autocomprensión para, de ese modo, no defraudarnos tan a menudo. Así, es probable que una persona cuyas condiciones sociales y económicas sean limitadas no se atreva a mucho, adapte sus preferencias y tenga una imagen empobrecida de sí. Es probable que esta persona que dibujo con trazos gruesos sea una persona vergonzosa e incluso peor, sienta vergüenza de sí dada su propia condición de pobreza.

Pero tenemos el otro extremo. Así como la vergüenza está unida a ciertos límites, todos sabemos que existen personas que no tienen problemas con hacer el ridículo, con sobrepasar ese límite social vinculado a la protección de nuestro yo. En muchos casos ese atrevimiento les permite incluso avanzar socialmente. La confianza que tienen en sí mismos les permite tomar riesgos que, cuando están asentados en condiciones sociales y materiales privilegiadas, repercuten en su propia riqueza y beneficio. Son capaces de usar información privilegiada para comprar acciones, o usar una bandera modificada de EEUU para caerle en gracia al presidente de esa nación. A ese tipo de personas nuestra lengua permite llamarles, sin pelos en la lengua, sin vergüenza(s).

Pablo Aguayo Westwood