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Opinión

Ser profesor y profesora en un país como Chile

Por: Romina Cerda Allende | Publicado: 17.10.2018
Ser profesor y profesora en un país como Chile profe | Foto: Agencia Uno
Ser profe en un país como Chile no es lo que muchos piensan. En un lugar donde la educación se sigue viendo como un bien de consumo y quienes ejercemos este trabajo somos constantemente cuestionados sin conocimiento de causa la mayoría de las veces, esto es un verdadero acto de amor y valentía. Porque mientras muchos critican y se quedan mirando, seguimos adelante. Y sí, es verdad. Somos un peligro para el poder, porque así de importante es la educación.

Érase un país situado en un rincón del mundo y que al lado de los demás, hasta hoy luce pequeñito y ensimismado en el mapa. Un país que entre su longitud y angostura guarda historias infinitas y que muchas veces permanecen invisibles y en silencio. Luego de algunos años, me declaro como una narradora que ha vivido más de alguna de esas historias desde un rol valiente, pero ingrato: el de profesora.

¿Cómo es realmente ser profesor y profesora en Chile? Voy a contar mi experiencia y la de quienes comparten conmigo esta profesión. Es cierto que si hablamos de las vivencias de quienes somos docentes, el abanico es amplio y está colmado de matices. Por mi parte, esto es lo que quisiera contar.

De partida, ocurre algo insólito, vergonzoso y repudiable: esta es la labor en la que se reciben un sinfín de comentarios vacíos, cargados de juicios erróneos y desinformados de parte de un montón de gente que, digámoslo, NO TIENEN IDEA de cómo es realmente esto de ser docente en Chile. Es sumamente cómodo y simplista empezar a cacarear desde el rol de espectador y decir: “es que la educación está así de mal por los(as) profes”, “es que los(as) profes tienen la culpa”, solo por mencionar algunos ejemplos.  Me pregunto si esas personas se habrán puesto a pensar alguna vez en lo penosas que se ven y se oyen haciendo esos comentarios. Pareciera que no. (Ahora, que los aludidos vengan de a uno a cuestionarme y a salir con la soberana pavada de que “soy una profesora que no tiene vocación”)

Hasta hoy es mucha la gente de esta singular sociedad chilena que piensa que los buenos profesores y profesoras son quienes se desviven por su trabajo, tomando un rol de mártires, apóstoles, superhéroes e incluso niñeros(as) Sin embargo, estoy segura de que aquellas personas no serían capaces de sobrellevar ni siquiera un par de horas pedagógicas diarias en aula.

Durante mi camino como profe ya he visto, he oído y he vivido bastante, aunque no lo crean. Me he encontrado con esos hijos de nadie por los que precisamente nadie de su entorno apuesta, he conocido el abuso de poder y he escuchado a muchos personajes de áreas ajenas que juran que conocen lo que es ser docente y tienen el descaro de decir cómo debemos hacer nuestra labor. ¿Acaso saben lo que es trabajar durante horas con cursos muy diferentes entre sí y que en cada uno existen muchos(as) estudiantes y que, además, en cada uno de ellos(as) hay un universo lleno de sueños, temores, dolores, historias, ausencias y más?

Si tengo que situarme en mi presente como profesional, puedo decir que este año ha resultado ser una vorágine que no voy a olvidar. Comencé a trabajar en un colegio de adultos en el que costó adaptarme, al ser nueva en un equipo desconocido. Sin embargo, siempre quise ejercer en esta modalidad. Lo que mi ingenuidad no sabía es que el desafío es más complejo de lo que se cree. Tengo estudiantes que reafirman mi amor por esto y que le dan el sentido y la fuerza que, a veces, creo perder. Tras la otra cara de la moneda, están quienes no hacen más que daño a sus compañeros y a quienes trabajamos en la aventura de educar. Quizás, otra vez surgirán los ilusos que digan “¿y dónde está tu vocación para rescatar a esos pobres estudiantes, víctimas de un sistema y una vida cruel y que necesitan amor, contención y ser escuchados?” No crean que no lo he hecho, que no lo intentado, pero no siempre resulta y no es justo que seamos los profesores(as) quienes tengamos que asumir roles que no nos corresponden ni tapar agujeros que no tendríamos por qué. Eso no quiere decir que los y las estudiantes nos sean indiferentes, pero esto también desgasta. Por favor, no le llamen “vocación” a aquello que, en realidad, pasa a ser abuso. Lo expreso, sobre todo, al recordar que  una amiga y colega hace unos meses fue amenazada de muerte por un alumno. Pese a que el joven en cuestión ya no está en el establecimiento, la sensación de vulnerabilidad y violencia ejercida hacia mi amiga no se ha borrado y resulta peor al escuchar que quienes tienen cargos superiores a nosotras hasta hoy le bajan el perfil al asunto porque “hay que retener a los chiquillos, que no se desmotiven porque está el tema de la subvención”. ¿Y quién se preocupa de nuestra desmotivación e integridad? ¿Acaso no les importa?

Por otro lado, hasta inicios de este año yo era docente de uno de los preuniversitarios más reconocidos y con más sedes a nivel nacional. A pesar de lo cruel e injusta que considero la tan temida PSU, mi convicción a la hora de trabajar ahí siempre fue impulsar a los y las estudiantes a cumplir sus sueños. Sin embargo, todo se desmoronaba al momento de ver mi trabajo expresado en gráficos y números. Parte del juego, lo sé. Lo que no esperaba era que a través de un correo me dijeran que yo no seguiría trabajando como se había acordado, ya que “no hubo demasiadas ventas para abrir más cursos”. Sí, ventas. Los y las estudiantes se reducen a números, sus matrículas son ventas y así se da. Fueron más de dos años que concluyeron en un despido frío, que ni siquiera dio para eso, escrito con cobardía y menoscabo, porque en este juego los profesores(as) somos desechables, a pesar de los reconocimientos que llegué a obtener. Y aunque guardé mi experiencia y mi decepción en el color verde del cuello y los puños del que fue mi delantal blanco, si pudiera volver a ser parte del sueño de más estudiantes para alcanzar lo que buscan, lo haría, pero siempre manteniendo el corazón antes que los numeritos y puntajes. Por experiencia propia, supe que es posible que así sea.

Así es, mi gente lectora. Ser profe en un país como Chile no es lo que muchos piensan. En un lugar donde la educación se sigue viendo como un bien de consumo y quienes ejercemos este trabajo somos constantemente cuestionados sin conocimiento de causa la mayoría de las veces, esto es un verdadero acto de amor y valentía. Porque mientras muchos critican y se quedan mirando, seguimos adelante. Y sí, es verdad. Somos un peligro para el poder, porque así de importante es la educación. Tener el espacio y la posibilidad de transmitir y recibir educación nunca será algo menor. Feliz Día a todas y todos los colegas, a quienes me inspiraron a elegir este camino (especialmente a mis padres), a los(as) que no han recibido el reconocimiento que merecen y a quienes, pese a todo, luchan día a día. Gracias por tanto.

Romina Cerda Allende