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Desaparecidos en democracia: Cuando la violencia se banaliza

Por: core | Publicado: 20.10.2018
Desaparecidos en democracia: Cuando la violencia se banaliza José Vergara | Foto: Agencia Uno
Desde los años sesenta militares y civiles latinoamericanos instauraron en el continente la práctica política de la desaparición de personas como una forma represiva que, a partir de una lógica inhumana, significó la perfección del crimen al borrarse huellas y cuerpo, pruebas y delito, incluso el propio sufrimiento infligido a la persona que desaparece junto al culpable generalmente protegido por los gobiernos, las fuerzas armadas, los civiles implicados.

La fotografía estremece. Un hombre con pala en mano en la inmensidad del desierto buscando a su hijo. Cuesta concebir la desesperación incorporada y asumida como realidad en ese trabajador nortino que junto a un puñado de familiares, amigos y vecinos de Alto Hospicio organiza cuadrillas para ingresar
hasta el corazón del desierto y encontrar un rastro, una huella, un pedazo de vestimenta, algo que lo guíe hacia ese joven que desapareciera –dicen- sin dejar pistas. Pero la inmensidad del desierto abruma: están a pura voluntad buscando literalmente una aguja en un pajar.

El hombre de la pala es el padre del joven José Vergara, de 22 años, habitante de la Población La Tortuga en Alto Hospicio, detenido por carabineros el 13 de septiembre del año 2015. Tal vez se pregunte cómo vivir ahora, cómo concebir la existencia cada día cuando piensa que allí, en alguna parte de esa extensión
interminable puede estar el hijo que fue secuestrado por carabineros y hecho desaparecer. La belleza del paisaje se deshace y cae como una masa pesada y ardiente sobre este hombre y sobre los que se resisten a permanecer en el rincón de la tristeza ahuyentando en el desierto  la pena brutal que les atraviesa, y
agarran las herramientas que cavan en la tierra dura y polvorienta.

A momentos de realizarse una segunda jornada de búsquedas este sábado 20 de octubre –las que continuarán el 3 y el 17 de noviembre-, vale la pena situar la desaparición de José en un contexto nacional y regional.

Desde los años sesenta militares y civiles latinoamericanos instauraron en el continente la práctica política de la desaparición de personas como una forma represiva que, a partir de una lógica inhumana, significó la perfección del crimen al borrarse huellas y cuerpo, pruebas y delito, incluso el propio sufrimiento infligido a la persona que desaparece junto al culpable generalmente protegido por los gobiernos, las fuerzas armadas, los civiles implicados.

Pero las desapariciones forzadas no solamente son prácticas de las dictaduras militares, también suceden en gobiernos democráticos. Como en el Chile de hoy que arrastra miles de desaparecidos en su historia política a los que se van sumando los que se pierden en alguna parte. Como José Vergara, recordando que
a él se suma José Huenante, desaparecido en Puerto Montt el 2005 y Hugo Arispe, desaparecido desde la cárcel de Arica el 2001.

La violencia política se vuelve fascista y pone un velo de terror en la historia. Los métodos dictatoriales son totalitarios y marcan definitivamente la vida cotidiana y los imaginarios de las sociedades. En nombre del orden, de la patria y de las Fuerzas Armadas, se habla de ordenar o de reordenar. La desaparición se instala
como una forma de trabajo político que aprenden las fuerzas del orden, como una tecnología, como un hacer. Pero su violencia se banaliza, como si desaparecer fuese un acto normal, consignado en la forma de vida de una sociedad.

Se naturaliza como realidad posible y con ello, como algo aceptado, que solo sucede, pero que les sucede a algunos, categorizando a quienes son susceptibles de esta práctica: ser pobre en Alto Hospicio es peligroso, ser enfermo mental aún más.

Ser mujer ahí mismo también. Eso ya lo vimos, pero esa es otra historia… José Vergara no ha desaparecido por arte de magia. Porque la gente no puede desaparecer así no más. Lo han capturado, secuestrado y algo han hecho con su cuerpo. Y hay que trabajar para seguir buscándolo. La lógica de la guerra sigue presente en estos hechos terribles que hoy se producen contra un joven que no ha estado en guerra. Su única guerra la daba contra la esquizofrenia que lo dañaba en una sociedad donde no hay tratamiento para los más pobres. Su familia asustada llama a carabineros confiando en ellos para que les ayuden con este hijo
violentado por la enfermedad. Se trata de la autoridad más cercana para buscar solución a un momento de crisis. Pero al igual que la frialdad nazi, su enfermedad lo supone un ser fuera de lo social. Y alguien se ensaña y lo castiga y lo oculta. Y ese o esos «alguien» saben que José Vergara fue objeto de su maldad y de su desprecio.

¿Dónde está José Vergara?

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