Avisos Legales
Opinión

Elementos del auge de la ultraderecha en el mundo

Por: Rodrigo Muñoz Baeza | Publicado: 07.11.2018
Elementos del auge de la ultraderecha en el mundo bolsonaro |
Tanto en el debate sobre inmigración como en el feminismo, se ha generado la inquietud y ansiedad por parte de las mayorías culturales dominantes en cada país sobre su capacidad para mantener dicha hegemonía, principalmente por razones demográficas o porque se ha evidenciado como opresiva. Esto ha ido canalizándose en formas de nativismo o en narrativas nacionales, refugios discursivos que van dando cierta protección ante la incertidumbre: Estados fuertes, fronteras, seguridad, patriarcado y cultura tradicional.

Hemos visto durante estos últimos años la aparición de un fenómeno poco posible de pronosticar en la política global. El surgimiento, avance y consolidación de una ola política desde la derecha, populista, y nacionalista, con distintas variantes entre el estilo Trump, Duterte, Salvini, Putin, Erdogan, Netanyahu o Modi, ha costado de ser comprendida y analizada. Ahora Jair Bolsonaro nos trae a nuestra región una experiencia que parecía lejana, pero que ya es realidad en Estados Unidos y buena parte de Europa.

Muchos señalan que es la mirada socialista, socialdemócrata o laborista la que está en decadencia ante el surgimiento de esta nueva derecha. Nada más aparente: aseveraciones como esas ocultan que es el orden liberal, ese que se construyó en el consenso de Washington, el que está en declive, ante un mundo cada vez más angustiosamente tenso e inseguro.

Ante esta aseveración, ¿cuál vendría a ser la perspectiva ideológica que lo reemplazara? Si bien hemos de reconocer que este orden liberal han sido una idea hegemónica antes que una realidad concreta, ellas han sido útiles para dar con algunos horizontes normativos en cuanto a la expansión de los derechos individuales, el multiculturalismo, la disciplina fiscal, la globalización comercial y la protección de las minorías. Sin embargo, los más importantes defensores de ese orden han estado perdiendo credibilidad en todo el mundo, por muchas distintas razones: juicios errados sobre la desigualdad, problemas con la identidad nacional, corrupción estructural, entre otros, hicieron que la política centrista perdiera su encanto.

Junto con ello, se ha desatado un periodo en que una serie de factores no han ido como se esperaba. China busca quebrar la hegemonía de Estados Unidos, la Unión Europea ha ido perdiendo su legitimidad, la globalización ha ido evidenciando sus efectos perniciosos, la migración ha ejercido presiones en las fronteras que el capital no sufre y la crisis climática ha tocado las costas. Ante esto, si bien en cada país, desde Brasil a India, de Estados Unidos a Israel, tienen sus propias especificidades históricas, hay tendencias comunes que podemos ir identificando.

En primer lugar, pareciera haber una mayor polarización desde la derecha –no necesariamente impulsada o querida desde la izquierda– contra el orden imperante. El objeto de esta radicalización son los partidos, los lideres y las políticas centristas que han mantenido cierto status quo, dentro de las cuales pueden caber conservadores, liberales y socialdemócratas. Luego de lo que fue la caída del muro de Berlín, durante más de 25 años, el ancho camino del medio era la corriente dominante en la mayoría de los países de Occidente, ese que hablaba de Estados nacionales condenados a diluirse, de tecnocracia y burocracia por sobre la economía y la política, de una humanidad pacífica y homogénea. Sin embargo, esa vía está siendo cada vez más atacada, ante un fuerte despertar de sociedades pretéritamente adormiladas por estas fuerzas. La búsqueda de un “cambio”, cualquier sea este, es lo que está atrayendo a muchos votantes, antagonizando frente a esto los defensores de los logros del pasado. La elección presidencial brasileña fue la última batalla -tal vez la más expresiva-, Estados Unidos volverá a probar esa agudización en breve y, cuando Merkel jubile en Alemania, AfD ira por esa tajada de electorado descontento y frustrado. Estos conflictos están produciendo una nueva dialéctica, demostrando que la ideología, una vez más, importa y ha vuelto.

En segundo lugar, el auge del mayoritarismo como fundamento de la acción política. Tanto en el debate sobre inmigración como en el feminismo, se ha generado la inquietud y ansiedad por parte de las mayorías culturales dominantes en cada país sobre su capacidad para mantener dicha hegemonía, principalmente por razones demográficas o porque se ha evidenciado como opresiva. Esto ha ido canalizándose en formas de nativismo o en narrativas nacionales, refugios discursivos que van dando cierta protección ante la incertidumbre: Estados fuertes, fronteras, seguridad, patriarcado y cultura tradicional. Todo esto serian reacciones de la “mayoría en peligro” frente a las minorías alzadas (comunidad LGBT, migrantes, afrodescendientes, indígenas, religiones) por medio de la política identitaria.

En tercer lugar, se encuentra el disvalor de la intelectualidad y la ciencia. Los ataques en contra de las universidades han sido marcas de estos movimientos, tachadas como residencia del “comunismo” o del “liberalismo”, según acomode, proveedoras de ideas que desprecian la sensibilidad de la mayoría. Como sedes del multiculturalismo y el cosmopolitismo, son antagónicas al nacionalismo, y junto con la difusión por redes sociales de mentiras sobre partidos o lideres -mejor conocido como posverdades o fake news-, se alzan como el medio favorito para ir socavando la legitimidad democrática. A su vez, se mezcla este desprecio con el integrismo valórico de algunas variantes religiosas que son explotadas por la ultraderecha, como parte de las anteriormente mencionadas “mayorías en peligro”.

En cuarto lugar, hay una reivindicación del militarismo. Esto es algo que vemos claramente con Jair Bolsonaro: la rehabilitación de la idea de que se necesitan una variedad de amenazas internas y externas, reales o imaginarias, para validar y que sean aceptadas ciertas políticas. Por un lado, puede llevar a presiones para aumentar el gasto militar y modernizar armamentos, lo que puede desencadenar una nueva carrera armamentística, en una era que las guerras las darán drones y robots. Por otro, genera liderazgos autoritarios dentro de las mismas democracias, donde las instituciones que contrapesan el poder sufren fuertes presiones, tales como Congresos o Tribunales Constitucionales.

En quinto lugar, se plantea una confusa estrategia económica. Ante la necesidad de mayor seguridad, los Estados quieren ser vistos más a cargo de la economía. Muchos casos en los que la ultraderecha se ha hecho de los gobiernos lo han hecho con la promesa de no permitir que el destino de los países sea decidido por los mercados globales -Trump-. Por ello, han hecho demostraciones en temas como el comercio internacional con subida de aranceles, sin embargo, su receta para el crecimiento económico es una mayor desregulación y concentración de las fuerzas que han producido el estancamiento de las economías y una mayor desigualdad. El capital, naturalmente, se alineará con esa nueva derecha, incluso si ellas ponen en riesgo el orden liberal y la democracia.

Si bien el fascismo ha vuelto a estar de moda como termino político, no necesariamente es correcto para denominar a todo esto que no conocemos muy bien qué es pero que está ocurriendo.  En ese sentido, pareciera que tendremos que lidiar con una ordenación ideológica cada vez más oscura.

Rodrigo Muñoz Baeza