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La serpiente populista y la debilidad hermenéutica del progresismo

Por: Adolfo Estrella | Publicado: 24.11.2018
La serpiente populista y la debilidad hermenéutica del progresismo kast – bolsonaro | / Twitter
La práctica política chilena del progresismo es de baja calidad interpretativa: es limitada en intensidad y profundidad (está a acostumbrada a la lectura de señales) y en extensión (su mirada se limita al espacio institucional, en particular al sistema de partidos, sus divisiones y alianzas). Ha sido notoriamente incapaz de dar cuenta de los profundos cambios de la subjetividad, representaciones, actitudes y los valores de los chilenos en todas estas décadas neoliberales.

¿Es necesario insistir que vivimos tiempos de restauración autoritaria y que los peligros de un neoliberalismo combinado con populismo y neofascismo es una posibilidad cuya probabilidad no conocemos pero que intuimos alta y trágica?  ¿Es necesario remarcar que el huevo de la serpiente ya eclosionó?

Decrépito, agotado y fracasado, el comunismo ya no es el fantasma que recorre el mundo. Viaja en su lugar algo que se puede nombrar como populismo o neo-fascismo, dependiendo del marco conceptual del analista, pero que pone a todas las almas políticas en estado de alerta. Bolsonaro es su expresión más elocuente. Como antes lo fue Trump, como lo llevan siendo desde hace algunas décadas los florecimientos autoritarios y xenófobos en diferentes partes del Europa.

En Chile, emerge, potenciado por sus propios enemigos, la figura mediática de Kast consolidándose como el valor más rentable de la imaginería populista nacional. Kast ofrece, siguiendo la estela de todos los populismos, una manera distinta de interpretar y enfrentar los deseos, los miedos, las inseguridades  o las frustraciones de un sector importante de la ciudadanía. Su aparición fulgurante necesariamente mueve las coordenadas del espacio discursivo/político chileno, forzando, como todos los populismos, los límites de la democracia. Los ingredientes del coctel populista están ya presentes, probablemente sólo falta ser batidos por una crisis económica.

Pero lo relevante no son Kast, ni Bolsonaro ni Trump ni cualquier otro caudillo mediático, central o periférico, sino las subjetividades colectivas que, por ahora a través de los votos, posibilitan y legitiman que estos personajes expresen sus tortuosos y miserables pensamientos y los transformen en acciones y ofertas políticas. Lo aterrador es la masa que sostiene al caudillo no el caudillo. El horror está en el alma social. Lo terrorífico está en la servidumbre voluntaria y en el sometimiento al discurso del amo.

En el lenguaje político nacional abunda la expresión “señal”. Todo el mundo da señales de algo: tal candidato dio determinada señal, “la señal de los mercados es…”; “las señales del gobierno son…” etc. Pero, las señales, dentro de los sistemas de signos son los menos complejos, los más fáciles de leer. Apelan directamente a la cosa señalada, transmiten rápidamente información. El humo es señal de incendio; un grito indica dolor. Tienen un carácter más denotativo que connotativo. La lectura de señales es altamente eficaz en espacios muy codificados donde los automatismos abundan, por ejemplo, en el espacio del tránsito urbano. El sistema de semáforos ordena la vida de millones de personas que no tienen nada que interpretar, sólo responder mecánicamente a los estímulos visuales altamente codificados.

Toda codificación reduce socio-diversidad y, por lo tanto, significados posibles. Los sistemas de signos más complejos como son la mayoría de los culturales, entre ellos los sociopolíticos, necesitan de una mirada hermenéutica detenida no de la simple lectura de señales. Lo mismo sucede con los síntomas de las enfermedades y su compleja interacción. La interpretación, la capacidad de encontrar sentidos, diferentes a los evidentes, es una destreza que requiere voluntad, talento y proyecto. Y requiere, sobre todo, mirar en los otros lugares de lo social, no sólo, e incluso no principalmente en los espacios institucionalizados.

La práctica política chilena del progresismo es de baja calidad interpretativa: es limitada en intensidad y profundidad (está a acostumbrada a la lectura de señales) y en extensión (su mirada se limita al espacio institucional, en particular al sistema de partidos, sus divisiones y alianzas).  Ha sido notoriamente incapaz de dar cuenta de los profundos cambios de la subjetividad, representaciones, actitudes y los valores de los chilenos en todas estas décadas neoliberales.

No cabe duda que aquello que llamábamos “política” no es aquello que vemos y vivimos en la actualidad. Y eso los actores políticos tradicionales lo saben, pero tienen dificultades para afrontar y sobrevivir en este territorio desconocido, mezcla de indiferencia ciudadana y banalidad mediática. Se llame crisis de representación, desafección, vacío de sentido etc. lo cierto es que la política-espectáculo y el espectáculo-de-la-política es lo que domina

Y en ese nuevo territorio, lo que queda es un ciudadano-espectador-voyeur, pasivo, veleidoso, poco confiado y poco confiable, pero seducible por propuestas que ofrezcan algo diferente, más intenso, manejando mejor, entre otras cosas, la técnica del tuit dentro de una perversa estrategia de ciber-política. Por eso, en medio de toda esta devastación, el único concepto y, eventual fuerza socio-política, que avanza, reforzado sin duda por el triunfo de Bolsonaro en Brasil, es el expresado por José Antonio Kast. Este populismo neoliberal, en estado de experimentación aún, es el único discurso activo en medio de la inercia política reinante. Kast ofrece una ruptura en el sentido común político. Aunque burdo, es el único discurso político no redundante y no circular.

Tanto Bolsonaro como Kast y otros populismos y neofascismos en Europa y América (Hungría, Polonia, Alemania, EEUU…) han ampliado el campo de lo “decible” y lo realizable. Están continuamente pronunciando frases y realizando acciones que transgreden alguna doxa, moral, cultural o económica o todo a la vez. Eso es lo que hace Trump cuando promete hacer un muro para frenar la inmigración; cuando Bolsonaro dice que «deberían haber sido fusilados unos 30.000 corruptos, empezando por el presidente Fernando Henrique Cardoso«. O, ya en el plano de las acciones concretas, la promulgación de la ley húngara que criminaliza ayudar a inmigrantes irregulares.

Y en esa misma estela es lo que hace Kast, todavía muy moderadamente, cuando propone, por ejemplo, revisar la participación de Chile en las Naciones Unidas. Todas son transgresiones que, cada una en su escala y en su contexto nacional, alteran la continuidad ética, política, económica de las últimas décadas en el mundo.

 Pero para ofrecer esto, a diferencia del resto del espectro político, que trabaja con las señales y demandas explicitas, los populismos trabajan en la parte baja del deseo y de los significados sociales, es decir, en el nivel más bajo de codificación. Los populismos maniobran en los lugares oscuros del espíritu humano, hurgan en los resentimientos, los prejuicios, los egoísmos, las pasiones recónditas y las conectan con doctrinas y dogmas refractarios a cualquier argumentación racional. Por eso han encontrado en las dogmáticas, disciplinadas y poco ilustradas huestes evangélicas la masa de irracionalidad necesaria para su proliferación.

La técnica, argumentativa y persuasiva, de los fascismos y populismos es elemental pero eficiente. Su enunciado psicosocial básico es: “yo expreso públicamente lo que tú piensas y sientes en privado pero que no te atreves a manifestar públicamente”. Es una estrategia de liberación del deseo y de los argumentos, sentimientos y emociones reprimidas por la corrección política.  En Chile, Acción Republicana, embrión del apoyo sociopolítico de Kast, lo expresa como “la voz de la mayoría silenciosa”.

El discurso fascista-populista, a posteriori, los interpreta y los devuelve codificados en requerimientos y demandas, condensándolas, ordenándolas e introduciéndolas en narrativas y argumentaciones más amplias con otros significantes más estabilizados y pronunciables: patria, religión, familia, libertades individuales etc. Lo relevante aquí es que aquello que recogen y/o producen es siempre algún tipo de descontento, frustración o insatisfacción social, dirigida contra desempeño de algún tipo de elite. Sus caudillos buscan parecer como los conductores del enfrentamiento entre un pueblo hastiado y unas elites corruptas.

El de Kast, como el de Bolsonaro, es un discurso, trasgresor y, altamente eficiente, que tensiona las fronteras de la tolerancia democrática. No tiene fisuras porque sólo hay un único enunciador mediático, Kast, pero es respaldado por el deseo colectivo de muchos insatisfechos. En cada enfrentamiento mediático sale fortalecido y sus oponentes debilitados. Debatir con él siempre es fortalecerlo. Crece en el enfrentamiento. No tiene contradictores internos, sólo externos y, por lo tanto, no tiene contradicciones más que consigo mismo. Pero, cuando aparecen sus contradicciones puede desconocerlas, desdecirlas o simplemente integrarlas, como paradojas inocuas. El principio de no contradicción no afecta a los populismos. Tampoco su idea de verdad tiene que ver con la observación empírica de realidad. Los datos, las evidencias, resbalan en su coraza doctrinaria.

En una sociedad que está básicamente desorganizada o desarticulada, que no “ha vuelto”, como han soñado algunos, el progresismo construye y reconstruye proyectos a partir de un inventario de demandas explícitas, de sus actuales o potenciales electores. No dispone de interpretaciones potentes de lo que son las subjetividades colectivas que están en el sustrato de la sociedad chilena actual, profundamente penetrada por la razón neo-liberal individualista y que ha vivido intensos procesos de movilidad social y recambio generacional. Una sociedad, donde, por ejemplo, valores como justicia o igualdad han sido resignificados. Para los nuevos chilenos ya no se trata de valores universales, no se refieren a un universal predicable para todos los casos, sino sólo a aquello que le concierne a cada uno o al nosotros restringido con el cual me identifico. Es injusto que yo gane menos que otros, no que otros ganen menos que yo.

Para muchos la desigualdad percibida y vivida, la “discriminación”, tiene que ver con lo que veo “hacia arriba” (los altos sueldos de algunos) más que con lo que veo hacia abajo (los pobres tienen bajos sueldos, pero tienen políticas de ayuda, subsidios etc.) “Grito contra la desigualdad” porque gano 500.000 pesos, mi jefe cinco millones y los parlamentarios diez, no porque otros ganen doscientos mil o menos. El progresismo, construido sobre la ética de los valores universales queda mudo y perplejo frente a estos cambios

Mientras tanto, los populismos y neo-fascismos, miran directamente a los deseos, implícitos, de los electores.  Y esta es una diferencia crucial: deseos, implícitos, caóticos, contradictorios, frente a demandas, explícitas, ordenadas, lógicas, de los actores políticos.  Mientras tanto, la criatura, sale del huevo y repta por ahí.

Adolfo Estrella