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Aguinaldo navideño

Por: Elisa Montesinos | Publicado: 23.12.2018
Oh, qué mes de mierda este. Ni siquiera es necesario apuntar a la patética imagen del marxista que denuncia el consumismo, gente con harta plata que no se hace regalos en esta fecha mira tú, porque eso es ser consumista. Poseros, falsarios, y además mezquinos, tacaños, como si no fuésemos todos todo el tiempo unos enfermos consumistas dependientes del mercado. Como si no lo adorásemos, como si no estuviésemos perdidamente enamorados del dinero.

Me acaban de depositar un aguinaldo y estoy eufórico. No porque sea un aguinaldo abultado, jaja, no, qué esperanza. Igual son 10 luquitas pa hacerlas cagar. Pido perdón por mi vocabulario, señora, niños. Es que estas fechas me ponen así, un poco irascible, me vuelvo un Grinch, un mister Scroodge, un Pitufo Gruñón. Pero mire, no soy un ogro, creo que hay comprensibles y razonables causas para pasarlo pésimo en navidad, cuando se supone que debiésemos pasarlo regio. Para que entienda desde dónde le hablo y vea que no estamos tan lejos tampoco el uno del otro, le voy a contar un par de cosas.

Mi primer recuerdo de infancia respecto de la navidad es al mismo tiempo la celebración íntima y personal de mi propia temprana inteligencia, de mi sagacidad. Jamás les compré el viejo pascuero, cuentos a mí, ja. Hay fotos que lo testimonian. A mis 3 y a mis 4 y a mis 5 años, identifiqué siempre y en ese orden a quienes se disfrazaron ridículamente de Papá Noel trayendo los regalos. Mi tío Franco, mi tío Alex y finalmente mi propio padre. Este ya fue el colmo, lo miré con evidente sarcasmo, aunque es probable que él –todo un adulto cumpliendo chocho su labor de padre chocho- estuviese demasiado convencido como para entender mi gesto adusto. Fui un niño despierto como lo siguen siendo muchos. No los engañamos. Se hacen.

Porque cuando se es niño, la navidad son los regalos. Toda la monserga religiosa alrededor, es vano tedio. Cuando los adultos le explican el sentido de la navidad a los niños, los niños oyen como se oyen los adultos en Charlie Brown. Blablabla. Es el obstáculo a superar, el precio a pagar, el costo. Hay una perversa enseñanza ahí, mucho más honda que el “si te portas bien, te traerán tu regalo”. El mercado envuelto en la fe. El niño despierto cacha al tiro. Pero no se vaya a quedar con una mala impresión, no tuve una infancia desdichada, o sin amor, no, para nada. Saber que no había un viejo pascuero no me traumó ni me hizo un emo depresivo.

Yo vengo de una familia bien constituida, cristiana. En las navidades en mi casa mamá aún arma un pesebre, todas mis tías y primos compartimos una ceremonia que incluye hasta villancicos y antes o después de los regalos, un momento de “palabras”. Y mi padre se manda un sermón. Uno de los últimos recordados por mis primos chicos, que tienen ya 14 años, comenzó preguntándoles justamente a ellos, si cachaban dónde es que había nacido Jesús. Más o menos, respondió atolondrado el Nacho. En Palestina, aclaró papá. En medio de ese territorio disputado con Israel y al lado de Irán e Irak, Siria ¿se ubican? Ahí donde ahora mismo mueren niños a causa de los bombardeos ¿se ubican?

Como puede ver, no soy alguien que viva lejos de la realidad. Aunque concedo que mi padre es un poco radical o quizás exagera tratando de sensibilizar cristianamente a la infancia con la situación de los desposeídos en el planeta, me considero una persona medianamente informada. Mi padre estudió, yo estudié, mis abuelos no. Fui criado en la compasión y el amor al prójimo. Navidad es el nacimiento del niño Jesús, la imagen del pesebre evoca a una familia con el recién nacido, tíos, vecinos y hasta animales. Una cena familiar, una instancia para compartir y celebrar el amor con los seres queridos. Eso es la navidad. Y creo que mi experiencia es la de muchos.

Como puede ver, soy uno más de los que andamos por ahí, un peatón C3, un transeúnte de estación de metro. No odio la navidad, no soy tan ridículo como para odiar una efeméride. Simplemente soy ateo. Y respeto todos los credos aunque en mi juicio interior a muchos los compadezco. Porque para mí, la navidad es también, y acaso antes que una fiesta religiosa o una cena familiar, un evento, un fecha de mercado, un feriado administrativo, legal, tributario, un día del calendario que no puedes ignorar, no se puede evadir. No me hago el leso. Lo que pasa es que habida cuenta de tanto asesino y ladrón gobernando impunemente, y haciéndolo más encima en nombre del Señor, bueno, para mí es claro que Jesús aró en el mar. Más que celebrar la llegada de Cristo, deberíamos salir a protestar: ¡compañero Jesús de Nazaret, presente!

Dicho lo cual, me declaro en total sintonía y empático con todos los que rabian y maldicen en estas fechas. Porque comprendo muy bien de dónde viene su rabia. Viene de la pobreza. Yo soy pobre, lo vengo siendo hace un rato ya, y eso, en estas fechas, cada vez me pone más de mal genio. Creo que a muchos les puede resultar comprensible. La gente anda estresada y anda a los codazos porque con poca plata es difícil pasar la navidad. Y se supone que es una fecha de amor. Es así de simple.

Puestos los pies en la tierra entonces, observémoslo fríamente. Oh, qué mes de mierda este. Ni siquiera es necesario apuntar a la patética imagen del marxista que denuncia el consumismo, gente con harta plata que no se hace regalos en esta fecha mira tú, porque eso es ser consumista. Poseros, falsarios, y además mezquinos, tacaños, como si no fuésemos todos todo el tiempo unos enfermos consumistas dependientes del mercado. Como si no lo adorásemos, como si no estuviésemos perdidamente enamorados del dinero. Estamos atrapados, asúmanlo. El consumo me consume, dijo Tomás Moulián. Pero ni siquiera me refiero a eso, insisto. Porque siempre ha sido así, no sé de qué estamos hablando, para la navidad y para los cumpleaños, en esta latitud cristiana tercermundista, se hacen regalos, y punto, hace mucho tiempo. Salvo que seai judío. Costumbre, tradición, llámelo como quiera. No es en sí el consumismo lo que molesta. Como tampoco lo es ese otro lugar común: el ajetreo. El ir y venir como de hormiguero. Como si el resto del año el metro, la ciudad no fuera eso mismo. Las horas punta y la euforia navideña: todo lo mismo. Es el paquete completo, que nos vendieron y que compramos y que amamos y que necesitamos, inoculado en esa sangre virtual que corre por nuestras venas y que llamamos cultura. Reemplazamos las plazas por malls. Quien denosta estas fechas desde esa óptica engañosa de los izquierdistas de antaño, es un ingenuo o un hipócrita. Regalar es sinónimo de querer, de dar amor. Proveer. Fácil. Y como yo soy un miserable asumido en el doble sentido de la palabra, es decir en tanto pobre y en cuanto ruin, y siempre lo he pasado pésimo en estas amorosas fechas; le puedo decir algunas ideas que tengo para sobrevivir a esta época fatal año que siempre es tan como las reverendas.

Por ejemplo, para comenzar, como ya dije, la primera recomendación sería que si tiene un aguinaldo miserable, hágalo cagar. Si tiene uno abultado mi recomendación ni le interesa. Pero si es pobre como yo, hágalo cagar. Chúpeselo, jáleselo, fúmeselo. Es como un desquite. Le aseguro una incomparable experiencia, hasta curativa.

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