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Opinión

Novela gráfica y memoria: “Fuentealba ‘73”

Por: Jorge Montealegre | Publicado: 29.12.2018
Novela gráfica y memoria: “Fuentealba ‘73” Testimonio – 2018 – dic – Fuentealba 73 – 396 | ©Ricardo Fuentealba
Publicado en la posdictadura, firmados los originales el año 2012, a casi cuarenta años del golpe de Estado, en diferido se transmite el espanto que vuelve a la mirada del autor y lo expulsa –lo devuelve- en Fuentealba ‘73, el libro, como una expresión desgarrada, rayada, del trauma; del engrama que recuerda el terror y el dolor buscando su registro. Resulta una historia manchada, borroneada como el destino trunco de las víctimas.

En los años ochenta del siglo pasado, en días y noches de dictadura, se abre el apolillado ataúd del conde de Matucana, “de profesión: vampiro”; underground, sin orejas, “pobre, pero muy apasionado”, busca “un culito solitario o una tibia garganta rebosante de espumante R-H Negativo”. Acosador picaresco, de humor negro con tinta china, toques de aguada y letra set, el conde evidencia su pertenencia al mundo de la historieta (se conquista nada menos que a Luisa Lane, de Superman) y al barrio Matucana (con referencias a la Quinta Normal y a la Farmacia Andrade); pero muy significativamente es parte de la atmósfera contracultural del Garage Matucana (iniciativa de Jordi Lloret y Alfonso Godoy con otros rockeros) y Matucana, la revista, una de las publicaciones marginales que –junto a La Castaña, Beso Negro, Tiro y Retiro, Gnomon, Saga y otras- desafió la censura y la pacatería de la dictadura con atrevidos textos y dibujos que contribuyeron a mantener el fuego de nuestro cómic y estimuló la aparición de nuevas firmas. A pesar de todo.

El autor del Conde Matucana colabora entonces no solo en Matucana. También lo hace en Ariete, Ácido y Trauko. Se trata de Ricardo Fuentealba Rivera (Melipilla, 1936), quien merecidamente recibió el Premio Amster/Coré -del año 2018-, que distingue el diseño y la ilustración, otorgado por el Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio a través del Consejo Nacional del Libro y la Lectura. Con su libro Fuentealba 1973, recibió la mención “Coré”; es decir, el premio a la ilustración instaurado en homenaje al recordado dibujante de la revista El Peneca.

Fuentealba, el autor, es testigo de su época y testimonia desde esa perspectiva; sin victimizarse él mismo, se conduele por lo visto y sabido. La historia lo hiere. Sale de la mudez marcándose con su autorretrato y una reflexión lúcida que sintetiza poéticamente en tres viñetas que se pueden leer como versos de un buen poema:Hay un tajo en mis dedos cuando dibujo, ¿quién te hizo aquello Víctor Jara? / Siento aún sobre mí aquellas miradas inquisidoras de antaño / Los que no fuimos encarcelados, ni recibimos tortura, también sufrimos esa larga noche”. Como el Neruda de “Explico algunas cosas” se pregunta por sus amigos y colegas –entre ellos Máximo Carvajal– también náufragos del hundimiento de la utopía compartida durante “la tormenta”, como el autor titula la historieta central de la trilogía con que compone su libro. También está “El yanacona”, donde vemos al dibujante-testigo deseando poder borrar la imagen de la pesadilla que pisotea la dignidad humana; y “El muchacho héroe del puente Pío Nono”. No puedo, respecto del trabajo que cierra la obra, dejar de relacionar la historieta del joven asesinado en el puente Pío Nono con el destino de Luis Jiménez, el único dibujante en la nómina de personas desaparecidas en septiembre de 1973. Jiménez trabajaba en Quimantú y vivía en ese mismo barrio Bellavista.

Publicado en la posdictadura, firmados los originales el año 2012, a casi cuarenta años del golpe de Estado, en diferido se transmite el espanto que vuelve a la mirada del autor y lo expulsa –lo devuelve- en Fuentealba ‘73, el libro, como una expresión desgarrada, rayada, del trauma; del engrama que recuerda el terror y el dolor buscando su registro. Resulta una historia manchada, borroneada como el destino trunco de las víctimas. Un libro donde literatura y dibujo forman una sola obra, narrativa visual y poética que demuestra –una vez más- que el arte contribuye a la construcción de la memoria.

Jorge Montealegre