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El café con Soledad Bianchi: Lemebel, el Mapocho y los cronistas de Indias

Por: Elisa Montesinos | Publicado: 06.01.2019
El café con Soledad Bianchi: Lemebel, el Mapocho y los cronistas de Indias Soledad Bianchi, Hom. a Millán. oct. 2012 | © Carlos Decap
De joven se carteaba con un desconocido Bolaño. Fue una de las primeras en poner el ojo en Mauricio Redolés y su particular manera de hacer poesía. Enseñó al poeta José Ángel Cuevas en la universidad cuando pocos lo conocían en esos ámbitos. Y le presentó varios libros a Lemebel, algunos antes que fuera famoso y cuando pocos apostaban por él. Su libro «Lemebel» (Editorial Montacerdos), recoge sus textos críticos sobre el autor de «La esquina es mi corazón, crónica urbana» invitando a leerlo y releerlo.

Pide una vitamina naranja plátano en un café cercano a los barrios que recorrió del brazo con Pedro Lemebel y donde presenció su última acción, un amanecer de febrero del 2014, casi un año antes de su muerte. Como en varias de sus performances, jugó literalmente con fuego, rodando por la escalinata en llamas del frontis del Museo de Arte Contemporáneo envuelto en un saco. Soledad lo había visto por primera vez en los 80 antes de volver definitivamente de su exilio en Francia, en casa de los escritores Pía Barrios y Jorge Montealegre. Se conocieron realmente e hicieron amistad años después. Presentó tres de sus libros, y escribió algunos textos más sobre su obra, pero no se le había ocurrido juntarlos, hasta que el editor de Montacerdos se lo propuso. Le pareció una buena idea, revisó los textos, los limpió y así nació el libro Lemebel compuesto de textos de crítica amenos y cercanos al lector.

 

 

Cartas con Bolaño

En París Soledad fue parte del consejo de redacción de la revista Araucaria -publicación cultural de creación y debate que se publicó en el exilio entre 1978 y 1989 y se distribuía en 37 países-, y publicó la antología Entre la lluvia y el arcoiris (1983), que buscó dar cuenta “del disgregado quehacer literario” de jóvenes poetas chilenos repartidos por el mundo. Puso el ojo y el oído en autores hasta ese momento más o menos desconocidos como los infrarrealistas Bruno Montané y Roberto Bolaño que vivían en Barcelona, y los publicó junto a Zurita y a Gonzalo Millán, entre otros. Así comenzó su amistad con varios de los antologados, entre ellos un joven y entonces desconocido Bolaño, que sorteaba el frío y la precariedad económica para convertirse en escritor, como se aprecia en sus cartas. Se escribieron por años y recién ella vino a conocerlo en persona muchos años después en Chile:

«Tenía como 50 cartas de él, se las vendí a la UDP. Hablan mucho de un escritor que se está formando. Empezamos el 76, tenía como 23, 24 años él, me mandaba cuentos y yo se los devolvía corregidos. Siempre me ha interesado el proceso de una persona que quiere ser escritor, que es lo que planteaba Bolaño: él quería ser escritor y sabía que iba a serlo. No lo conocí casi nada personalmente, pero tengo la hipótesis que murió joven porque había comido poco, pasó frío, era duro».

Carta de Bolaño

Escrituras riesgosas

Desde el comienzo de su carrera como crítica le han interesado las escrituras fuera del canon o más bien periféricas. De regreso en Chile hizo clases en el Arcis y posteriormente se reincorporó a la Universidad de Chile, donde enseñó por varios años. “Tenía un curso que era Redolés, Lemebel, Cuevas. Desde el exilio tuve acceso a mucho material, sentía como un deber, aunque suene un poco religioso, el darlo a conocer. Eran escrituras, obras, que no se conocían”, relata.

Como militante comunista, a su llegada a París se le ofreció ser parte de la revista Araucaria, que dirigía desde Moscú Volodia Teitelboim. Comenzaron a trabajar antes de que la revista trimestral saliera a circulación y Soledad se mantuvo hasta el año 81, cuando se retira por razones políticas. “A la revista llegaba una gran cantidad de material. No había capacidad para publicarlo todo. Pero cuando me interesaban yo iba haciendo más diálogo con esa gente”, relata. Así llegó a establecer correspondencia con jóvenes autores que vivían dispersos por el mundo o en Chile.

La alta cultura y la oralidad

A mí Pedro Lemebel me mandó el manuscrito de La Esquina es mi corazón, y se llamaba Ciudad gótica, después él lo cambió. Yo cuento eso en el libro. Yo había conocido a Pedro antes, pero no éramos amigos. Y como Pancho Casas me había pedido que le hiciera el prólogo a este libro, Sodoma mía, yo le pedí que nos juntáramos y nos reunimos varias veces, él llegaba siempre con Pedro y ahí nos fuimos haciendo amigos y conversando. Me mandó sus crónicas, discutíamos. Entonces me pidió tres veces que le presentara libros.

Primer libro de Lemebel que luego se llamaría «La esquina es mi corazón, crónica urbana».

Lemebel cronista de Indias

La crónica es un género como cajón de sastre un poco, que permite todo, en ese sentido creo que mi crítica es un poco cronística en el modo de abordar las cosas y de escribir. La crónica permite la ficción y Pedro Lemebel, en ese sentido, se puede saltar de un hecho súper puntual a una cuestión imaginada por él. A veces tú no sabes si el punto de partida fue verdad o no. Por decirte, ahora me acuerdo cuando escribe de la venida de la Thatcher. Cuando vino a Chile, efectivamente le dio una fatiga en el Club de la Unión, y se desmayó. Y Pedro se imagina todo, no estaba, por supuesto (risas), no lo hubieran convidado. Entonces dice que paró las patas, que se le vieron los calzones, y al final llega a la conclusión que a lo mejor estaba embarazada por el neoliberalismo (risas). Entonces te fijas como va mezclando, ahí es tan exagerado porque él trabaja mucho con la exageración y la caricatura. Los cronistas de Indias, por un lado, veían una realidad, pero ellos venían con otra imagen formada por las novelas de caballería, y en el ojo con la naturaleza de allá, en el oído con los sonidos de allá. Una mezcla de lo que se ve con imágenes que ya tenían en la cabeza o que iban inventando, en ese sentido yo lo comparo con un cronista de Indias, y porque él va describiendo cosas. Los cronistas siempre estaban enfrentándose con cosas nuevas y trataban de transmitirlas a Europa, era muy difícil porque tenían que usar el lenguaje que allá usaran. En los recorridos urbanos, las caminatas, Lemebel da a conocer realidades que si uno las había visto, a lo mejor no las había mirado o las mira de otra manera desde que lo lee.

Tenía muy buen oído, le encantaba la música popular. En su programa en la radio Tierra buscaba música ad hoc para la crónica que leía ese día. No hay que olvidar que Pedro era profesional también, era profesor de artes plásticas. Para mí, de la gente de esa época, los dos escritores más inteligentes y que tenían un proyecto más interesante eran la Diamela y él. Para hacer un trabajo que llegara a toda la gente era muy importante incorporar la oralidad desde un punto de vista lingüístico y también de las canciones. Él leía mucho, leía Deleuze y Guattari, lo que pasa es que no andaba pregonándolo. Leía teoría también, así que no es raro que detrás de esa crónica que puede estar expresada en un lenguaje que no es erudito, haya un gran conocimiento detrás sobre las teorías de género, las teorías queer, qué sé yo. Él no tenía miedo en romper el lenguaje, en romper todo, todas las barreras, abrirlas, y mostrar otros mundos. Si quería hacer un adjetivo de un adverbio, lo hacía, ¿me entiendes? No se preocupaba tanto de la Real Academia

El barroco del Mapocho

Hay otros artistas, que no tienen por qué ser literatos que son barrocos, con todas las comillas del caso, y barrocos chilensis, yo digo barrocho. Por ejemplo, Guillermo Lorca, el pintor. De Donoso, diría más bien El obsceno pájaro. Ahí nombro algunos. No sé si decir si son barrocos, no me atrevería. Pero parte de su obra puede ser barroca o pueden haber perspectivas que son barrocas. Porque el barroco es muy complejo, si uno lo usa acotadamente sería solo lo del siglo XVI, XVII. Pero el neobarroco ya se empieza a ampliar más. Y yo seguí un poco esto de (Néstor) Perlongher que dice neobarroso; pensé en el Mapocho y dije neobarrocho.

Yo creo que a Pedro el humor le sirve para dar a conocer situaciones muy difíciles, complejas, duras, dolorosas. Se refirió a todos los temas o las situaciones reprimidas o perseguidas: habló del pueblo mapuche, de la homosexualidad, de la pobreza, de todas las injusticias sociales, en el fondo. Cuando mataron a Catrillanca, por ejemplo, yo decía: qué crónica hubiera hecho Pedro. Porque él estaba en el ojo del huracán. Su escritura en ese sentido está muy al día. Es verdad que hoy tenemos otra mirada respecto a la homosexualidad o al género. No ha sido el único, pero su obra ayudó mucho a ampliar esa perspectiva, a romper con las miradas más sectarias o despectivas. Hay una serie de colectivos que se llaman Pedro Lemebel, de muchachos homosexuales. Él habló de las barras de fútbol, del servicio militar, del Censo, miraba a todos lados. Por eso en una parte digo que es como los ojos de las mariposas, que tienen una visión de muchos ángulos, como de caleidoscopio. En ese sentido está totalmente vigente. Además que como este país se muerde la cola, muchas de las personas o personajes de sus crónicas , siguen en primer plano.

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