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Opinión

El apartheid de la Admisión Justa es el baile de los que sobran de esta nueva generación

Por: Richard Sandoval | Publicado: 15.01.2019
El apartheid de la Admisión Justa es el baile de los que sobran de esta nueva generación | / Agencia Uno
Pasarán los años, y en el colegio del frente, a los que les enseñen secretos que a ti no, a los que den de verdad esa cosa llamada educación, los estarán preparando para dar una PSU que les abra las puertas del futuro; les harán ensayos todos los meses, los prepararán para la prueba con una instrucción militar, y tú, el que era tan inteligente pero no pudo entrar al momento en que había que entrar a la cápsula de la buena proyección, pasarás a ser parte de los porcentajes del baile de los que sobran de esta nueva generación.

No nos confundamos: La admisión justa del gobierno busca echarnos a pelear como perros detrás de un pedazo de carne, busca decirle a un niño pobre de San Joaquín, de Temuco, usted, mi niño, si quiere tener asegurada la vida va a tener que ganarle a su compañerito que se sienta al lado, va a tener que ser mejor que sus amigos para que sea usted, y no ellos, el que quede seleccionado en el Liceo de Excelencia de su comuna. El gobierno lo que busca es que su hijo, vecina de Cerro Navia, de Conchalí, se alegre por el feo 4,2 que se saca su colega del barrio, porque el fracaso de su amigo será su éxito propio. En esta nación estamos todos enfermos de exitismo, de pisotear al que se ha quedado abajo en la escalera frenética del arribismo, y lo que está haciendo el gobierno con esta ridiculez es echar afrecho a esa enfermedad, es buscar que crezcan los codazos, es convertirnos a todos en perros de caza que muerden a su entorno para salir victoriosos y ensangrentados de ahí, para obtener el premio, el pedazo de carne de la buena educación; mientras los que nacieron en cuna de oro ya se están comiendo el plato completo de lomo liso, esforzados o no, porque sus papás son los dueños de la carnicería.

Los que no entraron en la excelencia, los que se quedaron en el apartheid de la segregación escolar junto a los cabros con más problemas en sus casas, los que eran tan inteligentes como los que les ganaron por una décima en el promedio, quedarán condenados a comer carne molida por los próximos seis años, dejando de compartir con los “mejores alumnos” que a la escuela con número le han extirpado, bajando su rendimiento alentado por un entorno donde todo va a la baja, mientras los muros de la escuela se siguen descascarando, ahogados en la pobreza. Y en siete años, quizás ni tengan para comprar carne.

Pasarán los años, y en el colegio del frente, a los que les enseñen secretos que a ti no, a los que den de verdad esa cosa llamada educación, los estarán preparando para dar una PSU que les abra las puertas del futuro; les harán ensayos todos los meses, los prepararán para la prueba con una instrucción militar, y tú, el que era tan inteligente pero no pudo entrar al momento en que había que entrar a la cápsula de la buena proyección, pasarás a ser parte de los porcentajes del baile de los que sobran de esta nueva generación: serás uno de los rostros de ese 64% de estudiantes municipales que no alcanza los 500 puntos; serás uno de los adolescentes del 70% público que no quedó en ninguna universidad. Pero los del frente, en cambio, estarán celebrando junto a sus compañeros que sí quedaron, desayunarán con el Presidente junto a los ricos de colegios privados que luego serán sus compañeros en la universidad y después sus colegas en la empresa; esos niños ricos que en un 86% supera los 500 puntos y en un 79% queda seleccionado en una universidad a la que postuló. Ahí está la cuna, esa que según la ministra Cubillos no determina nada.

Porque miles de esos niños ricos que en diez años ganarán diez veces más que tú, que quizás andarás pateando piedras de regreso a casa alguna madrugada posterior al trabajo de cansadoras horas extras, también quedaron debajo de los mejores alumnos de sus cursos por una décima; pero ellos no terminaron condenados al gueto de los que no pudieron, a los muros donde se encierra a los niños con más problemas en la casa y en el aula; ellos igual fueron a un colegio bueno, uno donde sus papás, como los papás de la ministra Cubillos, pagaron 400 lucas para que de todas formas les enseñaran los secretos que a ti no. Y esa plata la traían desde la cuna, la cuna que en tu casa no está bañada en plata ni en oro.

Eso es lo que quiere el gobierno, joven esforzado y meritorio de la población: convertirte en la foto moderna de Pedro Machuca junto al Care Frutilla recibiendo el sermón de su padre, excluido una generación antes. Pero ahora no será sólo el hijo de millonario el que “en 10 años más va a estar trabajando en la empresa del papito ¿y tú? Vas a seguir limpiando baños”. Ahora serán tus propios vecinos del barrio los que darán el salto gracias a tu exclusión, los que gozarán del privilegio de la buena educación impartida sólo a los que circunstancialmente fueron “los mejores”, sólo a los sanos que llegaron a atenderse al mejor hospital, al con los mejores profesores, los baños más bonitos y el dinero más abultado. Ahora será hasta en tu propia familia donde se generarán las diferencias abismales de buena y mala calidad de vida. El gobierno está echando a pelear a los pobres entre sí en un circo romano, amparados en el manoseado concepto del mérito, como si los alumnos que parten el año con un cinco y terminan con un seis no se esforzaran, como si la inteligencia y las capacidades se midieran sólo con las notas, como si el rendimiento de una persona y su disposición al estudio no pudiera cambiar en un par de años.

Son crueles en el gobierno, el mismo gobierno que dice que pone a los niños primeros en la fila, porque al momento de estar premiando a los pobres que pasan una barrera, está también condenando a los que no la pasaron; porque al momento de reponer las entrevistas con la familia que eliminó la Ley de Inclusión, está reproduciendo, con tirria, todos los prejuicios y temores que perjudican a las familias más pobres, a las más vulnerables, a las que más desconfianza causan en las decisiones arbitrarias que buscan asegurar el quedarse a los niños con mejor entorno para así obtener los mejores puntajes en el Simce y la PSU. Son crueles en el gobierno, y también burlescos, porque saben lo que están haciendo: están poniendo a sólo unos niños primeros en la fila, a los que ya estaban primeros, mientras los que se esfuerzan en silencio para superarse y no lleguen a la meta que les piden, seguirán al fondo del salón, motivados a no salir de ahí con la fuerza con que lo hacían antes de la admisión injusta que los coartó.

Richard Sandoval