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La huelga poética de Carmen Berenguer

Por: José Salomón Gebhard | Publicado: 19.01.2019
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La representación de la huelga de hambre permanece en el umbral de la escritura, tanto la deniega como código simbólico hegemónico, como a la vez también la asume como posibilidad de visibilizar una resistencia política. El cuerpo se transforma en un trazo escritural que necesita lectores que descifren las marcas que va dejando la temporalidad del hambre.

El jueves 20 de diciembre recién pasado Carmen Berenguer lanzó una nueva edición de su primer libro, Bobby Sands desfallece en el muro, publicado en 1983, año que marcó la emergencia organizada de movimientos contestatarios a la dictadura de Pinochet y de voces disidentes en la literatura de la época. Bobby Sands se adelantó varios años al debate que en la década de los noventa se impuso en la literatura y academia latinoamericanas, estableciendo una distancia respecto de la función política de la literatura de denuncia. El libro de Berenguer ejecuta una evidente ruptura frente a los códigos literales del testimonio, para dar paso y voz a una disidencia que postula su propio lenguaje, sus propios susurros y desfallecimientos, su propia y retorcida sintaxis, como lo demuestra la autora pocos años después con Huellas de siglo (1986). Esta misma poética disidente encontrará su continuidad en el período de postdictadura, especialmente en Naciste pintada (1999) y mama Marx (2006), textos que recogen las voces de sujetos delincuenciales y vagabundos. Uno de sus últimos libros, Mi Lai (2015), refuerza esta trayectoria al instalar en el recuerdo, en la marginalidad del pasado, el relato poético de un viaje que, junto con ser autobiográfico, describe críticamente elementos propios de la cultura de masas de la década de los sesenta.

Bobby Sands desfallece en el muro asume la voz del huelguista de hambre irlandés Bobby Sands, muerto por inanición voluntaria en 1981 en la cárcel de Maze, en Irlanda. ¿Cómo referirse a la situación chilena a partir del contexto irlandés? Este giro implica un ejercicio de ficción que pluraliza las lecturas del texto de Berenguer, traspasando los límites de lo meramente testimonial, pues la incorporación de un referente político a gran distancia –geográfica y cultural–, reitera el alejamiento del criterio de “lo visto y vivido” y del carácter “verídico” de este formato discursivo. Por ello el libro de Berenguer es, por una parte, un libro testimonial pero en un nivel de lectura donde lo testimonial no funciona: en la alusión indirecta, en la pluralidad interpretativa y en la oblicuidad del sentido. Por otra parte, trasciende el testimonio al romper la condición primordial de este género: la presencia de un referente extratextual históricamente discernible, imponiendo, en cambio, las pautas de la ficción sobre un nombre, un cuerpo y una escritura, para fabular en conjunto la representación de la huelga de hambre.

Los poemas recrean formas verticales e inclinadas, como si estuvieran escritos en las paredes de la celda, haciendo de ella el soporte de la escritura; incluso, el acto de desfallecer en el muro, como lo indica el título, suscita la emergencia de un habla alternativa, incoherente y subalterna respecto de cualquier código representacional hegemónico. Asimismo, la escritura en las paredes de la celda atrae la presencia de su contraparte, la oralidad, en tanto el muro permite una instantánea visual que rompe la lógica de la lectura sucesiva y literal, produciendo un efecto de repetición como característica central en la representación de la oralidad como habla subalterna; así se evidencia en la mayoría de los poemas que dibujan la página como si fueran las paredes de la celda.

La repetición es una constante en la oralidad, una ruptura de la jerarquía semiótica, es la elección por una libertad creativa. Además, en la representación de esta oralidad se asumen formas corporales de expresión más allá de todo sistema lingüístico: el balbuceo, el susurro, el quejido, la náusea y el vómito son signos que implican la evidencia del cuerpo que origina el habla: “Náuseas la náusea / con los labios pintados / vomita la muerte”.

El texto de Berenguer es un libro que camina en dirección al silencio, como el cuerpo en huelga avanza adelgazándose hacia su desaparición definitiva. El silencio y el anuncio de la muerte se vuelven recursos discursivos para expresar el rechazo a los códigos dominantes de representación lingüística: “Me entrego a una agonía lenta / como único modo de cambiar / la pólvora por jardines de paz” (29). No obstante, el mayor gesto de silencio es aquel que realizó Berenguer al ocultar su propia voz de sujeto femenino, pues se alejó de sí misma para recrearse en la voz y el cuerpo de Bobby Sands. Esta distancia buscó, por una parte, solidarizar con el cuerpo del preso político, sea en Chile o en Irlanda, una suerte de cuerpo subalterno cosmopolita y, por otra parte, buscó eludir aquello que más condicionó la contingencia corporal en la dictadura chilena: la tortura como mecanismo de patentización del cuerpo.

La representación de la huelga de hambre permanece en el umbral de la escritura, tanto la deniega como código simbólico hegemónico, como a la vez también la asume como posibilidad de visibilizar una resistencia política. El cuerpo se transforma en un trazo escritural que necesita lectores que descifren las marcas que va dejando la temporalidad del hambre. El huelguista hace de su cuerpo un objeto sobre el escenario de la cárcel y de la letra. En la teatralidad de la huelga de hambre el cuerpo se anuncia como espectáculo. El cuento El artista del hambre de Kafka recoge este motivo, el ayuno como arte; en esta narración, el ayunador dentro de su jaula de circo se transforma en la exhibición de sí mismo, recrea al hambre como espectáculo. Incluso, se podría afirmar que el circo en la narración de Kafka y la cárcel en el poemario de Berenguer son escenarios análogos sobre cuyo tablado se dramatizan corporalidades que fundan un ejercicio corporal ajeno a todo proceso de conceptualización. Por eso, el cuerpo es siempre un subalterno irrepresentable, deportado de toda posibilidad simbólica: es espectáculo puro, irrefutable pero a la vez inasible.

La huelga de hambre instala la representación del cuerpo como un signo ajeno al código dominante de la letra: en definitiva, la escritura de la huelga es también la huelga de la escritura. Se recurre a la huelga cuando ya otras formas no han dado resultados dentro del acuerdo social vigente. La huelga de hambre es un quiebre y suspensión de otras huelgas, en ella predomina el sentido absoluto de interrupción del pacto social, pues se rompe el ejercicio básico de socialización que supone el acto de comer, para reinstalar un cuerpo en ayuno permanente, despojado de toda posibilidad de ser socializado e interpretado. Cuerpo y sujeto en los umbrales de lo irrepresentable. Por eso, la representación de la huelga es, asimismo, la huelga de la representación.

Bobby Sands desfallece en el muro

Carmen Berenguer

Editorial Quimantú

74 páginas

Precio de referencia: $5.000

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