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Arepas socialistas o el amargo sabor de la revolución bolivariana I: Los ojos de Chávez

Por: Elisa Montesinos | Publicado: 25.01.2019
Arepas socialistas o el amargo sabor de la revolución bolivariana I: Los ojos de Chávez maduroarepa |
El miércoles, que Plaza Italia se llenó de venezolanos protestando pacíficamente y sin el peligro de la represión, “porque hoy todo Venezuela está en la calle”, recordé mi estadía en Caracas hace 5 años, llevada por el canal Telesur; los «compañeros» aún me deben el pasaje de regreso a Chile, además de la indemnización y 9 de los 12 meses que prometía el contrato. Los amigos que dejé están a dieta de sardinas y, cuando tienen suerte, arepas, pues hasta la harina pan es más fácil encontrarla aquí.

De Caracas recuerdo los ojos de Chávez mirándonos desde cualquier parte de la ciudad, los más inesperados: frente a mi ventana, o incluso desde la mesa de la cafetería en el canal donde llegué a trabajar. Ahí estaba, comiéndose una arepa y yo la mía, como diciéndome, viste, sí se podía. Por mi parte siempre creí que él me ayudaba proporcionándome un pasaje para conocer su país, su aventura, su proyecto. Una beca para que pudiera dedicarme unos meses a terminar una novela que aún no termino.

Caracas es para mí como un lugar que vi a través de unos lentes con el vidrio trizado. Una ciudad fragmentada y mi relato hecho de pedazos que apenas logro unir. La historia comienza en Nueva York, adonde vivo hasta antes de recibir un llamado con acento caribeño. Hola, te estoy llamando de TeleSur, hemos recibido tu CV y entre más de 400 postulantes eres la candidata ideal para el cargo de coordinadora de la página web en español, el salario es de $4,000 dólares y se depositaría en la cuenta de tu país, tickets aéreos y alojamiento por tres meses corren por nuestra cuenta, porque para realizar este trabajo debes trasladarte a Caracas. Quedo con el teléfono en la mano a la salida del subway, pensando que alguien me juega una broma.

No tengo ningún plan inmediato de irme de Nueva York. Sin embargo, Caracas comienza a dibujarse en mi cabeza. Consulto con mi almohada, amigos —algunos de ellos caraqueños que se niegan a presentarme a sus amigos en Venezuela y se enojan porque trabajaré en una canal estatal—; intento dilucidar en internet la extraña razón por la cual me pagarán en dólares y depositarán el salario en una cuenta en mi país de origen. Un amigo cercano me alerta: ojo, que no tienes el perfil, son bastante cuadraditos y ortodoxos los compañeros y no creo que des el ancho, no te vayas a meter en problemas. Y ahí me sale mi parte más porfiada, ¿por qué no puedo ser tan chavista como tú o como cualquiera?

Antes de decidir, y considerando que debo dejarlo todo, departamento, muebles, amigos y trabajos, conozco al escritor Enrique Enríquez, poeta visual venezolano radicado en Nueva York. Amablemente accede a leerme el tarot en un café de Chelsea. Las cartas muestran una gran promesa que se ve defraudada, y luego la esclavitud, así sin más; posterior y afortunadamente La Estrella: la libertad. Seguro de que optaría por no ir, Enrique se anima a relatar una visita a la cárcel de Caracas. Los presos estaban mutilados y con agua hasta el cuello, pero lo vivían como si fuera normal. Eso es Venezuela para mí hoy, me dice.

De las negras fauces del mercado a la boca del lobo. Desembarco en el aeropuerto de Maiquetía después de una apacible vuelo en la primera clase de Avianca. Con mis dos maletas gigantes llenas de la ropa apropiada para mi nuevo cargo, consigo abrirme paso a la salida. En medio del caos diviso a un chico que sostiene un cartelito con mi nombre. Antes de viajar me habían hecho cuentos sobre los secuestros en el aeropuerto, y si bien no los creí prefería que hubiera alguien esperándome. Por precaución, he cambiado algo de divisas durante la escala en Colombia. Mis pesquisas en internet me habían revelado que era mejor no utilizar la tarjeta de crédito, pues hay dos tipos de cambio, y el que conviene es el del mercado negro (hay una diferencia abismante entre ambos). Nos llevan en una camioneta a mí y otra chica llegada de Ecuador —al parecer en otra clase porque se queja de lo incómodo del vuelo y no la vi en todo el viaje— hasta nuestro nuevo hogar en Parque Caiza, en la ladera de un cerro, un sitio aislado y escasamente poblado, sin transporte público, y al otro lado de Petare, la favela más grande de Latinoamérica. Para transportarnos dependemos de los conductores del canal, ex policías o militares, uno de ellos un simpático fanatizado que expulsa de la camioneta a un chico que se atreve a hablar de la obra de teatro que estaba de moda sobre un ex psiquiatra de Chávez y que se considera una crítica al socialismo del siglo XXI. “Aquí no queremos a ningún escuálido”, le dijo el conductor conminándolo a salir del vehículo en una noche de barricadas.

Chávez, por qué achicas tanto los ojos para verme. No puedo hablar con libertad en el canal ni el apartamento, tampoco sé en qué consiste mi trabajo, pues desde el primer día aparte de mostrarme mi escritorio sin teléfono y con varias páginas de internet bloqueadas, nadie ha logrado explicarme. A los 15 días recibo las páginas del borrador del proyecto en el que trabajaré: parecen escritas por un estudiante, no se sostienen. Sigo creyendo que este canal es progresista, porque he visto los programas y documentales diversos y que defienden los derechos humanos. Pero claro, ahora me sobran horas para ver la propaganda envasada, oír los gritos y maldiciones de Maduro contra los escuálidos —según voy entendiendo, una buena parte de la población—,  o los documentales que defienden, por ejemplo, los derechos de los elefantes en África.

En la charla de inducción se nos advierte a los recién llegados que el que no esté de acuerdo con la ideología del canal mejor se vaya y que no debemos cambiar dólares en el mercado negro. A los pocos días, la misma mujer que dio la charla pregunta quién le puede cambiar unos cuantos verdes. Los recién llegados no nos sentimos bien de contar a los colegas venezolanos cuánto ganamos, frente a sus salarios equivalantes a unos 100 dólares (al cambio negro), así que debemos callar. Los vemos como rechazan una invitación a un cumpleaños porque ese era el día de Mercal, mercado popular, y andan con un pollo congelado que no quieren se les descomponga. Los oímos cuchichear sobre el cambio, y a veces, se cuela uno que otro reclamo hacia la situación del país. Al ingresar móviles o computadores al canal hay que pasar por el encargado de informática, quien revisa los equipos y los deja con acceso a internet. Por eso algunos colegas prefieren dejar los equipos en casa.

Ricardo Menéndez, ministro de Planificación, es el marido de la rubia platinada presidenta del canal, quien también vino de otro país, en su caso Colombia, cuando debían despachar o grabar desde un cuarto de baño, porque esto no es ni la sombra de lo que hemos construido en nueve años, dice dándonos la bienvenida a la cabecera de una larga mesa de reuniones donde no caben todos los reunidos y por lo mismo, muchos quedamos en segunda fila. Se me va la vista a la perfecta manicure de la presidenta, a su IPhone último modelo, al camarero que le trae un té con edulcorante y a nosotros nada; más tarde sí: un plato de sándwiches para todos y una jarra de agua. Por la televisión veo que las reuniones entre Maduro y sus innumerables ministros se parecen a esta; ellos tampoco caben en la mesa.  Hemos sufrido una gran pérdida, ha sido lo más terrible que nos ha pasado. Se refiere a la “siembra” de Chávez, a un año sin él. No se puede pronunciar la palabra muerte del extinto mandatario en el canal. La periodista ecuatoriana es regañada porque a los reporteros a su cargo la palabra se les cuela en las notas que publican en la página web.

Soy afortunada. La mujer que me llamó a Nueva York con acento caribeño me había ofrecido ese cargo primero, el de coordinadora de la página web en español. Luego sorpresivamente cambió de parecer y me dejó con el mismo cargo, pero en la página en inglés. Mis coordinados no existen, tampoco la página. No tengo superior directo, por ahora. Llegarán en tres meses, me voy enterando en una de las masivas reuniones de dirección. Estarán en Ecuador, me informan en la siguiente reunión. Estamos buscando las instalaciones para la oficina, en la siguiente, y así.

(continuará)

Elisa Montesinos