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Los emocionarios

Por: Francisco Poblete Banderas | Publicado: 05.02.2019
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Con más velocidad de lo que se cree, el periodismo televisivo nacional está encarnando en cuerpo y alma, en eso que Aguilar Camín define como “el escaparate nervioso de la nada”. De hecho, la especialización sectorial de los periodistas de TV va en franca retirada. Hoy a los profesionales de TV se les pide historias más que noticias. Los reporteros “volantes” (especialistas en todo) son hoy contadores de historias, que por lo general son anécdotas o denuncias asociadas a algún video que circula acreditado por los likes y retuits de las redes sociales. De esa agenda se nutre el 80% de los chilenos que reconoce informarse a través de los informativos de la TV abierta de las 21 horas.

Noticiarios que cuentan historias, más que noticias. Esa parece ser la fórmula que en la práctica los canales de señal abierta están usando y estrujando para mejorar su sintonía y conectarse con las emociones de sus audiencias.

Con alguna excepción, hace rato que los departamentos de prensa están privilegiando la línea de contenidos del storytelling (el arte de contar historias) en vez de pirquinear en búsqueda de información periodísticamente relevante, esa que llena portadas de la amenazada prensa escrita, que alimenta el debate radial de nicho y que tarde o temprano repercutirá en la vida del ciudadano común o en nuestra propia democracia.

¿Por qué es tan débil la cobertura de las llamadas “noticias duras”? ¿Por qué una nota sobre la reforma tributaria dura un minuto y medio, y el rescate de un puma, cinco o diez? Sencillamente, porque el rating manda. Los televidentes suelen huir de esa agenda hegemonizada por la clase dirigente del país, por la política y sus intrigas, por los negocios y sus escándalos, y también del formato plano, efímero y poco atractivo de las llamadas “noticias duras”. Lo concreto es que así se está sedimentando día a día esa práctica de poder popular llamada “zaping”, la llave mágica del consumo nómade de TV y que desafía a diario la fidelidad de las audiencias.

La coyuntura clásica, esa que suele ser diseñada estratégicamente y que es pauta común de todos los medios, parece no rentar a los canales, salvo cuando surge lo impredecible (catástrofes naturales o tragedias humanas) y emerge en todo su potencial el valor de servicio de la TV abierta. Mientras, en la rutina diaria, hay que emocionar, siguiendo los pasos y códigos de las redes sociales, y enarbolando a los cuatro vientos el rendidor “periodismo ciudadano”, en un repertorio donde la anécdota, el goce del consumo, el escandalillo, la denuncia ciudadana impactante o el “video loco”, se mezclan de igual a igual con la cobertura de la agenda informativa troncal o clásica. Una fórmula que adolece de jerarquización y es huérfana de relevancia.

Con más velocidad de lo que se cree, el periodismo televisivo nacional está encarnando en cuerpo y alma, en eso que Aguilar Camín define como “el escaparate nervioso de la nada”. De hecho, la especialización sectorial de los periodistas de TV va en franca retirada. Hoy a los profesionales de TV se les pide historias más que noticias. Los reporteros “volantes” (especialistas en todo) son hoy contadores de historias, que por lo general son anécdotas o denuncias asociadas a algún video que circula acreditado por los likes y retuits de las redes sociales. De esa agenda se nutre el 80% de los chilenos que reconoce informarse a través de los informativos de la TV abierta de las 21 horas.

En esta búsqueda de la emoción, la TV abierta también ha descubierto nuevas vetas, por ejemplo, el “periodismo de almanaque”. Siguiendo otra línea de contenidos derivada y apertrechada de un añoso archivo audiovisual, la TV revive hechos noticiosos (y no tanto) o recuerda personajes ausentes. No importa si ha pasado un año, dos o tres; una década, un cuarto o medio siglo. No importa si el contexto lo da sólo un entrevistado, generalmente un sociólogo especialista en todo. Lo relevante es que hay contenido emotivo, archivo a mano y alturado, que está en la memoria y le hace sentido a su público.

Esta línea de contenidos puede llegar a ser virtuosa si su aporte es hacer memoria, develando nuevos antecedentes de la historia original, pero por la factura de lo visto últimamente, huele más a oportunismo y necesidad. Al final así se llenan minutos de noticiarios con material reciclado a bajo costo. De esa manera, la TV abierta sigue tratando de amalgamar sintonía, en una ansiosa búsqueda de lo emocional que plantea varios riesgos.

El historiador Yuval Noah Harari acaba de hacer una advertencia a propósito de cómo “piratear” el cerebro humano para influir en el consumo. Dice que el mejor método para captar la atención “es pulsar los botones del miedo, el odio o la codicia que llevamos dentro”. La abundante cobertura policial, repotenciada hoy con los videos de las cámaras de vigilancia, por ejemplo, parecieran darle la razón a este influyente historiador israelí.

Francisco Poblete Banderas