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Recoletras: Una solución a la discriminación de clase en el mundo del libro

Por: Eduardo Farías | Publicado: 06.02.2019
Recoletras: Una solución a la discriminación de clase en el mundo del libro recoletras |
Las librerías no están amenazadas por la presencia de una librería que se administre desde otra lógica y que se encuentre en una comuna periférica al consumo habitual de libros. Las amenazas de una librería son, por una parte, la precarización económica de la población, lo que dificulta el consumo de libros; por otra parte, la cultura de la sociedad del espectáculo y la ignorancia voluntaria que posicionan al libro en un lugar secundario en la construcción cultural de un sujeto; y muchas otras amenazas más, por supuesto. La principal es que el desierto de lectores avanza.

El mundo del libro en los últimos días ha estado marcado por la inauguración exitosa de Recoletras. La idea, ya una realidad, implica hacerse cargo de una realidad nacional: el acceso al libro está determinado por barreras económicas, de clases, las que determinan la existencia o no de una librería en el territorio local. Un estudio de investigación realizado el 2017 por Editores de Chile sobre la situación actual de las librerías y las bibliotecas en Chile demostró que el primer espacio de distribución estaba situado en contextos socioeconómicos donde sus habitantes podían costear el valor económico de un libro. Así, si en el 2017 Quilicura poseía una biblioteca, carecía de una librería; mientras que Las Condes contaba con cerca de 10 librerías y dos bibliotecas. El ejemplo de Santiago es solo una muestra que se refleja a nivel nacional: la Región Metropolitana albergaba cerca de 110 librerías independientes; mientras que la Región de Ñuble, solo una.

Debido a la particularidad del libro como negocio y de las características estructurales de este país, la librería como negocio privado no es atractiva para cualquier humano económicamente sensato, de ahí que muchos territorios carezcan históricamente de una librería, por tanto el mercado capitalista no puede solucionar un tema que desde ese lugar se ha creado. La solución propuesta por la Corporación Cultural de Recoleta y por Daniel Jadue es que la municipalidad es un agente de cambio del desierto actual en pos de un acceso económicamente justo al precio de venta de un libro y, para ello, el municipio absorbe los costos de operación de la librería para mantener los precios al menos un 40% más bajos que el mercado formal, es lo que ha tensado el ambiente, al menos las críticas opositoras de Paula Barría, Francisco Mouat y Cecilia Bettoni así lo demuestran. Sin embargo, la discusión no solo es cómo se administra una librería bajo el capitalismo y pretender que lo sea es ignorar realidades mucho más profundas y que van más allá de los intereses comerciales de un gremio sobre su negocio, sino que también es ideológica, ética.

Recoletras no solo se hace cargo de una situación histórica de discriminación de clase en el acceso al libro como bien de consumo, sino que también muestra otra manera de construir económicamente una librería dentro del capitalismo. El funcionamiento de una librería, sea una gran cadena nacional como Antártica, sea una franquicia como Qué Leo, sea una independiente como Librería Proyección, está marcada por costos fijos de operación, los que se sustraen desde el precio de venta al público. No hay otro modo en el neoliberalismo chileno que le permita a una librería funcionar desde los recursos económicos privados; por ello, es entendible que el gremio librero se sienta amenazado; sin embargo, las críticas vertidas en contra del proyecto al responder a intereses particulares, poseen un tono reaccionario.  

Primero, las librerías no están amenazadas por la presencia de una librería que se administre desde otra lógica y que se encuentre en una comuna periférica al consumo habitual de libros. Las amenazas de una librería son, por una parte, la precarización económica de la población, lo que dificulta el consumo de libros; por otra parte, la cultura de la sociedad del espectáculo y la ignorancia voluntaria que posicionan al libro en un lugar secundario en la construcción cultural de un sujeto; y muchas otras amenazas más, por supuesto. La principal es que el desierto de lectores avanza.

Segundo, es reaccionario criticar una medida que busca un bien social por su lógica de funcionamiento económica, mucho más cuando se aleja de principios capitalistas. Apelar a que Recoletras fractura el ecosistema del libro implica, justamente, reconocer que el capitalismo en el mundo del libro no puede ser tocado, es decir, que las acciones contra toda discriminación estructural deben estar enmarcadas en la lógica neoliberal, y lo que sabemos es que al mercado le interesa solo solucionar problemas cuando hay una posibilidad económica de rentabilidad.

Lo que preocupa en la discusión es la curatoría del catálogo de la librería (y de todas, en realidad), de la bibliodiversidad abarcada, si será la que permite el capital o si estará abierta a escenas alternativas que trabajan fuera del sistema legal del negocio del libro. Lamentablemente, la bibliodiversidad que entregan las librerías está marcado por aquella que se enmarca legalmente en el negocio del libro; por tanto, todos los proyectos editoriales que trabajan desde prácticas editoriales alternativas al Estado y al Capital, lo que incluye a las escenas de la edición anarquista, la edición cartonera, el libro objeto y experimental, permanezcan marginados de muchos de estos puntos de distribución; otras librerías deciden, como Librería Proyección, albergar una bibliodiversidad que no reconoce regulación estatal y que, por ello, se vuelven puntos imprescindibles. Si Recoletras solo reconoce una relación legalizada con las editoriales, entonces la bibliodiversidad será netamente para el desarrollo del capital y será limitada política, literaria y editorialmente. Si Recoletras reconoce que la edición no solo sucede dentro del negocio legal del libro e integra a proyectos editoriales valiosos, entonces su pequeña revuelta del gallinero será más profunda, más coherente. Y me parece que sobre edición, bibliodiversidad y capitalismo quizá Daniel Jadue no esté tan bien informado.

Recoletras, querámoslo o no, es un avance en la lucha contra la nula posibilidad de un habitante de comprar un libro en su comuna y cuyo valor sea acorde a la realidad económica de su territorio y la suya. Recoletras no deja de crear capitalismo para una industria cultural específica; sin embargo, su modelo de gestión económica es otro avance para entender que es posible atacar una falla estructural desde una lógica no capitalista. Esperemos que este modelo se refleje en la bibliodiversidad, ojalá una que contenga una diversidad mayor a la que ofrece el capital y el mercado formal, como la que se encuentra en el salón Elvira Hernández de la biblioteca Pablo Neruda de Recoleta.

Eduardo Farías