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Opinión

La lucha de clases del senador Moreira

Por: Roberto Pizarro H | Publicado: 23.02.2019
La lucha de clases del senador Moreira moreira | Foto: Agencia Uno
Es sorprendente que el senador Moreira se ponga del lado de la teoría de la lucha de clases, apartándose de su tradición ideológica y política. Porque para el pensamiento conservador las clases no existen. Margaret Thatcher, referente ineludible del pensamiento de derecha, inspirada en los economistas Hayek y Friedman, lo ha dicho con claridad: “Hay hombres y mujeres individuales, y también hay familias; pero, la sociedad no existe”.

El senador Moreira, animando su vocería de verano, ha llamado vigorosamente la atención a la subsecretaria de Bienes Nacionales, Alejandra Bravo. Le parecen inconvenientes las fiscalizaciones que realiza a propietarios privados que restringen la utilización de las playas, que son de uso público. Estima que ese accionar pone en peligro la propiedad privada y “fomenta la lucha de clases”.

Sin embargo, conviene recordar que la ley garantiza a todos los habitantes de nuestro país el derecho a acceder libremente a las playas en mares, lagos y ríos, En consecuencia, ningún propietario privado puede cerrar el tránsito a esos lugares.  El “sagrado derecho de la propiedad privada” no debe estar sobre el derecho a los bienes públicos.

Como el poderío económico, comunicacional y político de los dueños de Chile es tan abrumador, los poderosos reaccionan con sorpresa y agresividad frente a la fiscalización. Hace pocos días atrás el abogado Matías Pérez, dueño de Gasco, expulsó a tres señoras vacacionistas de una playa en el lago Caburga, con el argumento que era parte de su propiedad privada. No pasó mucho tiempo cuando la familia Jaramillo, dueña del fundo Mónaco en Pichilemu, reaccionó con indignación porque la subsecretaria, junto a Carabineros, rompió los candados y abrió los portones que cerraban el paso a veraneantes y pescadores hacia la playa de Pichilemu.

Es que el poder del dinero y sus vasos comunicantes con la clase política generalmente acumulan soberbia y discriminación contra los más débiles. Ello es prueba manifiesta que la democratización de nuestra sociedad es asunto pendiente.

Lamentablemente la fiscalización es frágil en nuestro país, sobre todo cuando se trata de los poderosos. Son miles las playas apropiadas ilegalmente y sólo frente a casos muy puntales y escandalosos, especialmente en verano, es que el Ejecutivo tiene un comportamiento consecuente.

En todo caso, la aplicación de la ley por la autoridad o la protesta de los discriminados no pueden calificarse como acciones de “promoción de la lucha de clases”. Por el contrario, los instigadores del supuesto enfrentamiento de clases serían los dueños de las propiedades privadas que, al arrebatar bienes públicos desafían la legalidad y agreden a toda la sociedad. Warren Buffett, uno de los hombres más ricos del mundo, defiende esta tesis: “Por supuesto existe la lucha de clases y los ricos la estamos ganando”.

Sin embargo, es sorprendente que el senador Moreira se ponga del lado de la teoría de la lucha de clases, apartándose de su tradición ideológica y política. Porque para el pensamiento conservador las clases no existen. Margaret Thatcher, referente ineludible del pensamiento de derecha, inspirada en los economistas Hayek y Friedman, lo ha dicho con claridad: “Hay hombres y mujeres individuales, y también hay familias; pero, la sociedad no existe”.

Desde antes de Marx se ha reconocido la presencia y protagonismo de las clases sociales en las sociedades. Marx entrega mayor precisión conceptual a esa realidad y agrega que la historia de la humanidad es la historia de la lucha de clases. Ello es de suyo evidente en 1789 cuando la burguesía arrebata el poder a la aristocracia monárquica. Y lo es también en 1917 cuando una alianza obrera-campesina hace la revolución bolchevique contra Kerensky en Rusia.

El mundo ha cambiado y nuestro país también. Hoy nos encontramos con una clase obrera reducida en número y organización, con una burguesía, escasamente industrial y fundamentalmente rentista, ligada al sector financiero, el comercio y la explotación de recursos naturales. Por tanto, tenemos menos obreros y más proletarios en el sector de servicios, se generaliza la externalización del trabajo, y se amplían las capas medias. En estas condiciones los sectores subordinados al capital se encuentran dispersos y con fuerza limitada para reivindicar sus derechos y/o alcanzar el poder.

El debilitamiento de la clase obrera y la dispersión de las capas subordinadas ha facilitado la acumulación de la riqueza en unos pocos, ampliando las desigualdades, facilitando el robo de propiedad pública y la cooptación de la clase política por el mundo empresarial.  Sin embargo, eso no alcanza para que la lucha de clases se convierta en una realidad que ponga en jaque a los poderosos.

En Chile, como en otros lugares del mundo, se han producido momentos álgidos de indignación y protesta. El de los estudiantes, el rechazo a las AFP, las demandas por el agua, la lucha contra la contaminación medioambiental y algunas rebeldías regionales en el sur y el norte. Pero no ha sido la clase obrera, sino una espontánea mayoría ciudadana, que trasciende una condición de clase.

Al final de cuentas, las desigualdades, injusticias y discriminación de la sociedad chilena son el resultado del poderío de una oligarquía totalitaria que se ha quedado con la mayor parte del país. Las élites económicas ya no se conforman con el poder económico y con el control de los medios de comunicación, también han tendido su dominio hacia el poder político. Esto les facilita actuar más allá de la ley.

La indignación también crece en los sectores subordinados cuando las altas autoridades militares y de carabineros malversan los fondos públicos para su beneficio y el de sus familias. Es lo mismo. Una apropiación de lo público, de nuestros impuestos, de nuestro dinero en beneficio de personas que se creen por sobre el bien y el mal. Se desprecia la ley y se destruyen las instituciones

La protesta inorgánica y puntual que se ha dado en los últimos años no es, como en el pasado, el enfrentamiento entre la burguesía y el proletariado. Es la emergencia de gente indignada, discriminada por el sistema económico, que cuestiona el enriquecimiento de una minoría a costa de los bajos salarios de la mayoría, con pensiones miserables y una educación y salud que separa a ricos y pobres. La protesta expresa el enojo ciudadano que se rebela, de tanto en tanto, ante la lejanía de una clase política que no responde a sus demandas.  Pero eso no es lucha de clases.

Roberto Pizarro H