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Lagerfeld: Estética política y culto a la belleza

Por: Giovanna Flores Medina | Publicado: 24.02.2019
Lagerfeld: Estética política y culto a la belleza lagerfeld 2 |
Sus últimas opiniones políticas, unas menos estéticas que otras, no dejaban de despertar polémica bajo ese maniqueo titular de la infamia de Lagerfeld o la misoginia de él y su gordofobia que se ha repetido tras su muerte. Entre ellas, resulta interesante ver, por ejemplo, que se negó a vestir a la actual Primera Dama norteamericana para el cambio de mando de su marido, Mr. Trump; lo mismo que respecto de sus dos hijas. Cuando le preguntaron las razones de su rechazo afirmó, con sutil ironía, que la llamada telefónica se había cortado.

Chanel en Cuba: ¡Viva Coco Libre! Fue el nombre de la mayor ópera de estética política que Karl Lagerfeld pudo imaginar en sus más de treinta años a cargo de la dirección creativa de Chanel. Desde ese atardecer del 3 de mayo del 2016 en la Habana, su nombre quedaría marcado a fuego en la memoria histórica reciente de la izquierda —en su amplitud de formas—  y de las derechas que observaban el espectáculo, incluso más allá de los límites de Cuba. Una verdadera provocación megalómana que le incitaba a la creación, ya solo a partir del anuncio ante el directorio del consorcio que controlaba la firma. Puesta en escena de tres meses que, entre otros, abrió el debate sobre los límites de la moral de las generaciones más jóvenes que, enfrentadas en dicha nación a la apertura comercial orquestada por Obama desde EE.UU y por Xi Jiping en China, ofrecía terminar con los últimos vestigios de aquella belleza patrimonial que perduró encapsulada desde los tiempos de la caída de Batista.

Reacio a la nostalgia, al revisionismo y a cualquier noción política que lo obligara a mirar, por ejemplo, al Holocausto y los arrestos filo nazistas de Gabrielle Coco Chanel, la travesía a Cuba era, por ello, un cambio de rumbo: entrar en la política sin matices y en la herencia de la Guerra Fría. Sería una retrotopía, como la calificaba, —basándose en un neologismo usado por Zygmunt Baumann en una reciente entrevista que funcionó como inspiración.

¿Por qué no ir a la isla eterna de los hermanos Castro a presentar la Colección Crucero 2016-2017?  No solo en el resto del continente habrían clases medias emergentes lo suficientemente ávidas de lujo y snobistas para interesarse en los looks, aparte de los millonarios habitué; sino que nadie lo había hecho. ¿No sería innovador, acaso, recrear las noches de fiesta en el malecón y los paseos peatonales de la época previa al arribo de las milicias de la Sierra Maestra?

La numerosa filmografía de los años 50, las novelas históricas, y los recortes de revistas de República Dominicana, Panamá y El Salvador se transformaron en sus collage de trabajo esa misma mañana. Ahí se convenció de que la Costa Azul sería una aburrida propuesta. Un destino asiático aseguraba copias y mercado negro; no una salida rentable. Un emirato o una ciudadela amenazada por ISIS resultaban excesivos e inmorales. Un paseo por Crimea en el Transcaspio sería una dolorosa remembranza de los horrores que vio el Doctor Zhivago o, peor, ese real duelo que padecían los pueblos por los crímenes del estalinismo. Las calles de la ciudadela feliz ofrecían, entonces, espacios teatrales —que no ruinas—, de un imaginario que se miraba con nostalgia y pesadumbres, pero que él deseaba relevar. Así, antes que cualquier gran megaevento de inversiones en infraestructura o apertura de grandes bancos, la inauguración de la nueva Cuba llevaría su firma y el color de sus figurines.

Al menos, esa era la propuesta del Kaiser: rescatar la memoria de una sociedad donde la belleza de la confección a mano, los talleres y las boutiques de vestuario habían estado en todos los barrios; y la jerarquía social y el respeto por el artesano, el curtidor, el bordador, el bisutero, el modisto y el costurero, habían sido parte de su integridad moral. Encargar la confección y la costura no era una costumbre folclórica. En este caso, no era novedad la magnificencia y nobleza de los productos de la Maison que siempre estuvieron presentes en toda la obra de Lagerfeld, y el reconocimiento permanente a los talleres que le proveían de sus diseños. Mas, eso era objeto de lujo y herramienta de poder de su clientela; no, un atributo de la memoria o de una ética del trabajo que —ante el riesgo de su desaparición por el vendaval de las reformas neoliberales que se acercan—, debe ser protegido. ¿Algo había cambiado en la cabeza de ese irreverente socialité proclive a la derecha liberal? Probablemente, no ―afirmaba él ―quizá, era la edad. El punto de inflexión ahora consistía en remover las conciencias de los espectadores de una nación atada a un régimen de seis décadas, o al menos —con no poco pragmatismo— poner los ladrillos de un futuro gran mercado, como se promueve por el marketing de la economía ‘consciente’. Realpolitik o no, el discurso funcionó.

En veinte minutos de desfile con música del dúo franco-cubano Ibeyi, del pianista Aldo López Gavilán y de la Orquesta de Cámara de La Habana —además de batucadas clásicas— se mostraron prendas y looks de media estación, todos elaborados por los últimos talleres que sobrevivían en las ciudades cercanas o incluso eran traídas las piezas desde otros países caribeños. La herencia estética del vestuario español que se amoldó al Caribe era el concepto. Vestidos vaporosos, trajes compuestos por pantalones de sastre y chaqués de Karl, además de camelias, y todo tipo de chaquetas clásicas de Tweed tejido a mano, y sombreros Habaneros originales. La mitad de las modelos eran de ascendencia afro y tres cubanos; la otra, eran europeos clásicos de sus pasarelas que desearon involucrarse en el proyecto. Contrario a lo que se pensaría, la presentación no contó con nietos o hijos de autoridad alguna de gobierno desfilando, y tampoco con figuras de la oposición. Aunque sí estaban de lo más cómodos sentados en primera fila observando y haciendo gala de sus mejores looks Chanel, mientras los gritos de algunos transeúntes o de pobladores exigían justicia y fin de la comedia del hambre en la que vivían. Nadie reaccionaba. Él dirá después, que se sintió parte de la escenografía de Los Miserables, porque injusto o no, él no era responsable de solucionarlo.

La fiesta interminable de Karl en la capital estuvo marcada por la competencia entre las celebrities e it girls, pero fuera del front row o del photo call. Nadie podía aspirar a interrumpir o querer brillar más que la presentación. Y fue de ese modo los cuatro días que duró la expedición de Lagerfeld en el Caribe. Algunas refinadas ex top models pasaron inadvertidas, en cambio, otras parte de la vulgaridad de la tele-realidad a la norteamericana, como las integrantes del Clan Kardashian-Jenner eran más fotografiadas que el mismo diseñador. Lo más llamativo, fue que las cuatro manzanas alrededor del Paseo Las Palmas que se usó como pasarela fueron remozadas y 25 autos fueron pintados en colores pasteles y complementarios para hacer una caravana Chanel que diera vueltas por la ciudad.

La Habana también se vestía de la belleza más pura de Chanel.

Aquello molestó en las bases del Partido Comunista, pero también de la oposición castrista radicada en Miami: ¿por qué el Kaiser montaba un espectáculo de estas características si el país sufre la miseria? La respuesta ya no era parte de su juego. Cuba era la vanguardia del momento. Cuba sabría qué hacer con la memoria cuyo espejo él les presentó, pero no era el albacea de ese pasado glorioso. Solo era el fundador de la alta moda de la modernidad líquida que, de súbito, se derramaba frente a ellos.

La capital caribeña coronaba una estrategia que ya había comenzado en el 2005, pero siempre a cuentagotas. Ese año en la Semana de la Moda de París la celebración de los 200 años de la batalla de Austerlitz fue el objeto de inspiración creativa. Él optó por la silueta y personalidad de Magdalena, la heroína romántica de la ópera Andrea Chenier: Francia estaba amenazada por la oleada de protestas que Nicolas Sarkozy supo capitalizar para ser electo Presidente. Una evocación a los tiempos de la Revolución Francesa que definía quién era bello y bueno moralmente, y quién era un adefesio y malo según la calidad de los bordados y volantes de la ropa. Le siguieron las colecciones crucero de 2009 centrada en Muerte en Venecia, como una muestra de la espiral invertida en la que caía la política italiana; la colección crucero del 2011 que aludía a la Primavera Árabe y la de Alta Costura que rememoraba la grandeza del imperio de Saladino; la colección ready to wear del 2014 que se desarrollaba dentro de un supermercado que atendía las 24 horas, porque la vida estaba unida a la tecnologías y el fin de los horarios; y, la colección crucero y de alta costura del 2015, de ambas temporadas, inspiradas en las protestas feministas: las modelos portaban pancartas exigiendo derechos y libertades, y vestían como lo haría una ocupada dirigente política. El año 2017, fue el último en usar el estudio número 7 de Cinecittá: él cerraba el mítico centro cinematográfico de Italia con una colección de Chanel, y con otra de Fendi recreaba escenas de La Dolce Vita, su homenaje a Marcello Mastroianni. Se revelaba contra una política de Estado que desmantelaba su pasado y que había dado tanto a la reconstrucción del país.

En paralelo, a partir del año 2014 comenzó su colaboración permanente con el diario ‘Frankfurter Allgemeine’, donde publica sus ilustraciones satíricas de política coyuntural europea. Sarcástica mirada la suya que se plasmaba con genialidad en pocas líneas, las necesarias y precisas de un artista de la figura humana. La Canciller Angela Merkel, que está en el poder desde el 2003, es su favorita; seguida de los primeros ministros ingleses que gozan de bastante rotación y los derechistas franceses.

Sus últimas opiniones políticas, unas menos estéticas que otras, no dejaban de despertar polémica bajo ese maniqueo titular de la infamia de Lagerfeld o la misoginia de él y su gordofobia que se ha repetido tras su muerte. Entre ellas, resulta interesante ver, por ejemplo, que se negó a vestir a la actual Primera Dama norteamericana para el cambio de mando de su marido, Mr. Trump; lo mismo que respecto de sus dos hijas. Cuando le preguntaron las razones de su rechazo afirmó, con sutil ironía, que la llamada telefónica se había cortado. A Marine Le Pen no le interesa diseñarle ni asesorarle aunque se transforme en la Presidenta de Francia; en cambio, Christine Lagarde es su más poderosa embajadora.

Nuevamente, el año 2018 se opuso a diseñar por encargo tanto para Elisa Isoardi, la antigua novia de Matteo Salvini de la Lega del Nord de Italia, hoy el liderazgo más parecido al mandatario norteamericano, como respecto a Ivanka Trump. Y este caso es el más emblemático: la heredera de Washington deseaba lucir lo suficientemente poderosa y magnífica para inaugurar el edificio del Consulado de EE.UU. en Jerusalén, que había sido trasladado desde Tel Aviv provocando un impasse internacional en la misma ONU, y donde la noción del reino sionista de los cuatro mil años, de la derecha israelí superó los estándares de tolerancia moral del costurero.

El pasado 23 de enero se presentó la colección de otoño-invierno de alta costura en París. Él no estuvo. El comunicado de prensa oficial de Chanel se transformó en un rumor: se retiraría y esta sería su última colaboración con la Maison. Su salud era frágil. La noticia me llevó a buscar información sobre los meses precedentes. Y así, mientras intentaba comprender la contingencia de Venezuela, país que ese día convocaba a una marcha mundial y terminaba con la anunciación de Presidente Encargado de Juan Guaidó, encontré una videoentrevista que me conmovió. Lagerfeld, enfundado en su traje, portando sus joyas y abanicándose con cierta antipatía, comentaba cómo no solo asumía su vejez, sino el alejamiento de la belleza que siempre había perseguido en sus diseños y su bisutería: ya no lograba tomar sus lápices pasteles y, si lo hacía, el trazo era débil. Había perdido aquello que más atesoraba, incluso más que el amor, que el dinero, que la compañía de un hombre bello o que los malos recuerdos de su infancia o sus enemistades. Sin dibujar estaba en la deriva y su conservadurismo no ofrecía salida alguna.

Había comenzado esa reflexión tras ver la magnífica actuación de Benjamin Biolay en la película El Dolor (2018, Emmanuel Finkiel) basada en la novela de Marguerite Duras. Relato que aborda la desesperanza y la indefensión, pero también la culpa. No solo una de carácter individual, sino colectiva, en contextos de conflicto político y guerra. Transcurre entre 1944 y 1945, mientras espera que su marido, miembro de la Resistencia sea liberado, y vive el asedio moral del régimen de Vichy, mas ella ama profundamente a otro hombre. Uno que la inspira a escribir, a imaginar, a soñar. Uno que tiene la belleza, la elegancia y la infatuación por ella, que el marido no tiene. En ese dilema moral, Biolay interpreta al amante que aguarda también doliente. Para el modisto era el más bello ejercicio de la memoria que había visto en el cine francés. Y eso era lo más revelador: él que siempre había negado el valor del deber de la memoria, de utilidad de la sanción al negacionismo y del derecho de las víctimas a pedir justicia incluso por crímenes de la II Guerra Mundial, ahora tenía otra opinión.

Por mi parte, dicho filme lo había visto en casa solo unas semanas antes, por lo que no podía sino compartir con él que era un interesante registro del deber de la memoria que no puede ceder ante la doctrina del elogio del olvido. Además de un registro con una estética política que adquiere mayor valor cuando le damos importancia al lenguaje y a la imaginación poética.

Comenta, seguidamente, que la canción que más le gusta escuchar por esos días es Ton Héritage del mismo Biolay, y, entonces, la busco como nueva compañía de mis escrituras al computador.

Fue de ese modo, hasta que la vorágine de la crisis venezolana y mis interminables análisis, fueron interrumpidos por la noticia: Karl ha muerto y el piano de Biolay es lo que se escucha de fondo.

La letra fue escrita a principios de los años 2000 y es el homenaje del compositor a Marcello Mastroianni: una recopilación de algunas de sus más recordadas citas fílmicas, un paseo por Cinecittá y un poema a la belleza del paso a la vejez.

Biolay, la dedica ese día al bisutero Lagerfeld.

Yo, en tanto, escribo esta larga columna, convencida de que en tiempos convulsos, sin la protección de la belleza —la del vestuario, la de la poesía, la de la música, la de la pintura y la del arte — el horror acechante se fortalece. Y vuelvo a estremecerme con la lírica profunda de Biolay y la vívida imagen de Lagerfeld paseando por Roma, su segunda ciudad adoptiva, dibujando sus botones perlados, sus prendedores de libélulas y mariposas, y sus camelias de plumas de ganso.

“¡Viva Lagerfeld!”,
“¡Viva la estética política!”,
“¡Viva el culto a la belleza del vestuario!”

Giovanna Flores Medina