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Mujeres en la murga: el otro espacio que conquistó el feminismo en Chile

Por: Cristian González Farfán | Publicado: 15.03.2019
Mujeres en la murga: el otro espacio que conquistó el feminismo en Chile FB_IMG_1529805526622 | Foto: Cristian Belano
Se habla de 14 murgas en suelo nacional: una solo de mujeres (Zamba y Canuta), dos de voces femeninas (La Corre y Vuela y Flor de Juanas), una solo de hombres (Nacieron Chicharra) y las restantes 10 son mixtas. De ellas, cuatro son dirigidas por mujeres.

La murga Zamba y Canuta se presenta en el escenario callejero de la Fiesta del Roto Chileno con su montaje Hecho en Chile. Son todas mujeres, tanto en el coro como en la percusión. Maquilladas y vestidas con trajes de múltiples colores, ironizan al ritmo de una polka con la aburrida rutina del chileno promedio, desde que se levanta hasta que se acuesta, sacando risas en el público más próximo al tablado de calle Esperanza. La murga hace un alto musical. Silencio. Salta a escena una integrante del grupo, en su personaje de abuela, y lanza una reflexión:

-Pero hay algo peor que ser chileno…

Ellas ponen cara de pregunta.

-Ser chilena- contesta la anciana.

“Despierta para el trabajo/a todos sirve café/primero deja a los niños/ al colegio otra vez/el Metro es reconfortante/respeto en el viajar/nunca nadie te cuartea/mucho menos a puntear”, canta la Zamba y Canuta en el cuplé, la parte más teatral del espectáculo, y arranca nuevas carcajadas a pesar de los problemas de sonido en la organización del evento.

La única murga chilena conformada solo por mujeres colma de crítica social el escenario del Barrio Yungay en 35 minutos, con letras propias y melodías prestadas, entre otros, del repertorio de Violeta Parra, Los Celestinos y Manuel García. Termina la presentación y todas bajan de la tarima en hilera, bailando, con contagiosa alegría, al estilo de sus mentoras: las murgas uruguayas. El público abre un espacio y las vitorea, mientras ellas hacen la canción de retirada inspirada en un hit de Camilo Sesto:

-No me digas adiós jamás, cuando el destino nos quiera separar.

 

Murga uruguaya, cosa de hombres

La murga tiene más de 100 años de historia en Uruguay. El hito fundacional se remonta a 1906, cuando la zarzuela española La Gaditana, de Cádiz, desembarcó en Montevideo. Varias murgas nacieron al calor de ese estímulo inicial y comenzaron a integrar el programa de los carnavales. En Uruguay, país que la adoptó como parte de su acervo cultural, la murga refiere al género y a los conjuntos que la practican: es una expresión que integra las artes de la música, el teatro y la danza, y que desafía el poder hegemónico a través de una puesta en escena con un discurso crítico, humorístico y mordaz.

El espectáculo, por lo general, tiene una estructura similar: presentación (saludo), salpicón (un compilado de las noticias del minuto), cuplé (la sección más teatral) y retirada (canción de despedida). Tradicionalmente, la murga usó melodías reconocidas del cancionero popular uruguayo para acompañar los textos originales que retrataban la realidad social del país. Los instrumentos de percusión variaron hasta llegar a los actuales bombo, platillo y redoblante. “Es una comedia musical política”, la ha definido Raúl Castro, líder de la Falta y Resto, una de las murgas de mayor renombre en Uruguay.

“En la historia del carnaval de Montevideo las mujeres tenían mayor participación en las murgas, pero de la mano de los impulsos normalizadores de la modernidad, comenzaron a quedar relegadas del escenario. Ahí se construye esa noción tradicional de que la murga es cosa de hombres”, comenta el uruguayo Andrés Alba, coordinador de la Cátedra Unesco de Carnaval y Patrimonio y coautor de Del barrio al mundo, una investigación aún en curso que analiza el fenómeno de las murgas “estilo uruguayo” en Sudamérica fuera de las fronteras de su país.

Alba mapeó 156 murgas en el resto del continente en 2017; 11 de ellas, chilenas. El experto, sin embargo, admite que el número puede haber cambiado: “Las fiestas populares son dinámicas, y en tanto dinámicas, son efímeras. Varias de las murgas que relevamos ya no existen y, a la vez, existen otras nuevas”.

En Chile, como en Colombia y Argentina, los otros países sudamericanos donde hay murgas, “el fenómeno es mixto. En el continente hay apenas cuatro murgas solo de hombres”, agrega Alba.

Efectivamente, el conteo que hoy se hace en Chile es distinto. Se habla de 14 murgas en suelo nacional: una solo de mujeres (la referida Zamba y Canuta), dos de voces femeninas (La Corre y Vuela y Flor de Juanas), una solo de hombres (Nacieron Chicharra) y las restantes 10 son mixtas. De ellas, cuatro son dirigidas por mujeres. Según distribución geográfica, 11 son de Santiago y tres de Valparaíso. Hay otra murga de niños y niñas en formación, llamada La Revuelta de los Picaflores, y es originaria de Arica: también la dirige una mujer.

“Yo creo que en Chile hay más mujeres que hombres haciendo murga”, asegura Francisca Benítez, directora de la Zamba y Canuta.

De la mano del feminismo

Un sonido de platillos y coro polifónico de mujeres reverbera por el balcón de una antigua casona ubicada en Catedral con Maturana. Tras subir una escalera de numerosos peldaños, la Zamba y Canuta prepara su espectáculo en una pieza con piso de madera y techos altos. Ensayan ahí los lunes y los miércoles, en horario nocturno, por las ocupaciones de cada una de ellas. De izquierda a derecha se ordenan por los colores del vestuario: rojo, naranjo, amarillo, verde y azul. “Cada color representa una zona geográfica de Chile de norte a sur”, aclara Francisca Benítez, quien asumió la dirección en 2016.

El origen de la Zamba y Canuta guarda semejanzas con la entrada del género al país. La semilla fue la siguiente: en 2005 el legendario murguista uruguayo Eduardo Pitufo Lombardo brindó unos talleres a estudiantes de la ex Universidad Vicente Pérez Rosales (VIPRO), hoy Inacap Sede Pérez Rosales. De esas jornadas surgió la primera murga chilena propiamente tal: La Urdemales, de composición mixta. “En general los surgimientos de las murgas fuera del Uruguay son bastante parecidos, hay como tres o cuatro causas”, apunta Andrés Alba, de la Cátedra Unesco de Carnaval y Patrimonio.

Victoria Núñez no estuvo en el taller de Pitufo Lombardo en 2005. Se sumó a La Urdemales en 2006, pero una pregunta le martillaba la cabeza: “¿Por qué hay tan pocas mujeres en las murgas?”. Pensó en remediar la situación. En 2011 fundó la Zamba y Canuta, y colaboraron en su creación Vicente Ramírez, Vania González, Felipe Flores y Karina Bravo.

La historia fue así: acompañada por su hijo de tres meses, impartió talleres dirigidos a mujeres en la toma del Liceo 1, durante el histórico movimiento estudiantil de 2011. Fruto de esas clases, Núñez creó la Zamba y Canuta. “Nadie cachaba nada de murga. Para nosotros la murga era como la Bersuit Vergarabat”, cuenta entre risas Carla Villablanca, ex alumna del taller de Victoria Núñez y la única integrante del elenco actual de la Zamba y Canuta que estuvo desde su origen.

La tarea preliminar de Victoria fue encontrar mujeres para el acompañamiento rítmico. “La idea era que en la batería también hubiera mujeres, pero es chico el mundo para la mujer percusionista”, sostiene Núñez, quien le pidió a los bateristas hombres de La Urdemales formar a las bateristas mujeres. “Entre amistades y amistades, logramos juntar la plata y nos compramos un bombo uruguayo que nos costó 100 lucas. Todavía lo usa la Zamba y Canuta”, recuerda Núñez, quien hoy es directora de otra murga creada por ella misma: La Corre y Vuela, nacida en 2015.

Las 12 actuales integrantes de la Zamba en escenario, reunidas en torno a un círculo en su sala de ensayo del Barrio Brasil, coinciden en que costó hallar una sonoridad propia femenina en tanto había escasos ejemplos de murgas de mujeres en Uruguay. “Es distinto para los hombres que tienen un referente claro de cómo suenan las murgas uruguayas. Pero estamos creando una sonoridad local chilena”, opina su directora Francisca Benítez, recientemente titulada de intérprete musical en Projazz.

Benítez y casi todo el elenco tienen formación musical, salvo tres sicólogas clínicas y una artista visual. Como ocurre comúnmente en las murgas de hombres, en el coro de Zamba y Canuta figuran cuerdas de voces que van desde las más graves (llamadas segundas) hasta las más agudas (sobreprimas). Históricamente en Uruguay, la mujer era relegada solo a hacer la sobreprima, ya que los varones no alcanzaban ese registro vocal tan alto, pero “hoy tomamos como decisión política que incluso los roles que no son de escenario lo hagan mujeres”, comenta Carla Villablanca, para quien la coyuntura murguera en Chile “tiene mucho que ver con el movimiento feminista. Es importante hacer de este espacio un lugar donde las mujeres puedan expresarse”.

El proceso colectivo que desembocó en la versión definitiva de Hecho en Chile, presentado en la última Fiesta del Roto y en otros espacios comunitarios, marcó la senda hacia un discurso feminista y apegado a la realidad chilena, dicen ellas. “La idea principal nunca fue feminista; el feminismo lo encontramos en el camino cuando tuvimos un elenco más estable. Llevamos harto rato juntas”, interviene Alejandra Meléndez, una de las voces bajas del grupo. Y enseguida, fundamenta: “En un comienzo Hecho en Chile eran ideas que pretendían hablar sobre el ser chileno, que ser chilena era un poquito peor, pero siempre como talla. El montaje cambió mucho en los tres años, lo limpiamos. Nos costó mucho darnos cuenta de que todas pensábamos lo mismo. El momento en que encontramos ese brillo, para mí, fue en una reunión en que la murga se declaró feminista”.

-¿Es mucho más fácil las relaciones humanas entre mujeres?

Carla Villablanca, quien estuvo un año en La Urdemales, toma la palabra.

“Yo puedo decir que sí, es muy distinta la dinámica”, dice ella y luego hace una pausa de dos segundos. “Lo vamos a dejar hasta ahí nomás”, agrega, lacónicamente, y de pronto estalla un coro de risas al unísono.

Más locuaz al respecto es Camila Martínez, quien hace el personaje de abuela en el cuplé de Hecho en Chile. “Además del crecimiento artístico, instrumental, vocal y teatral, hemos crecido como colectivo de mujeres. Hemos aprendido de respeto, empatía con las compañeras, autogestión, sororidad, empoderarnos. Estar entre puras mujeres ha permitido que se vayan miedos, inseguridades y confianzas”, opina Camila. Las demás asienten.

Fuera de la sala de ensayo de la Zamba y Canuta camina Carolina Martínez. Le dicen la China. Es profesora de música titulada en el ex Pedagógico y dirige una murga en que 15 de los 18 integrantes son varones: la Antiburga. Catalina Herrera y Valentina Campos son las otras dos mujeres sobre el escenario. También hay una coreógrafa y una maquilladora.

“Que seamos menos mujeres que hombres no tiene que ver con el mensaje que transmitimos. Es un discurso contra el patriarcado y el capitalismo. El concepto feminista es más acorde a lo nuestro porque la creación y dirección artística, coreográfica y teatral de la Antiburga siempre ha estado en manos de mujeres. Lo de incluir varones tiene que ver con armonizar voces para una murga mixta”, argumenta Carolina. Al lado suyo, Catalina sostiene que “siempre hemos sido una murga matriarcal”.

La Antiburga, agrega su directora, “persigue como fin estético-musical el rescate de la música tradicional chilena”. Su propuesta abreva del formato de las cantatas populares y hasta introduce el canto a lo poeta. La misma Carolina toca un instrumento único en el mundo, que solo existe en Chile y asociado históricamente a un círculo de hombres: el guitarrón chileno de 25 cuerdas. “Chilenizar la murga es una búsqueda que todas estamos haciendo”, cree su compañera Catalina Herrera.

Esto, según el uruguayo Andrés Alba, de la cátedra Unesco de Carnaval y Patrimonio, sigue la lógica trazada por las murgas sudamericanas fuera de Uruguay: la apropiación de lo local: “Unesco no tiene una definición unívoca de la murga. Es un concepto polisémico per se. Toma elementos de distintas culturas y los incorpora. En el caso de las murgas nacidas fuera de las fronteras uruguayas, en alguna fase se redondea el ciclo de aprehensión y se mezcla con rasgos culturales y artísticos propios de cada localidad. En Chile la murga incorpora ritmos que no incorporan ni las murgas de Argentina ni las de Colombia”.

La corrosiva corre y vuela

Cubierta por un velo celeste, Victoria Núñez, fundadora y directora de La Corre y Vuela, personifica a Sor Rita sobre el escenario de Plaza Ñuñoa. Es el “cuplé de la monja”, incluido en su primer montaje La otra mitad de la historia. Las otras voces femeninas lucen un velo negro en su cabeza. Al ritmo de “Caliente, caliente”, de Raffaella Carrá, Sor Rita canta:

-Hace tiempo que mi voz y mi cuerpo andan locos y no los puedo calmar.

-A-a-a-á, quiere puro gozar- la acompaña el coro femenino. El público es pura risotada.

Al rato, Victoria se pone más seria. “Quiero denunciar las injusticias contra el género en esta sociedad heteropatriarcal. Estoy cansada del abuso y los privilegios que hay en esta institución. ¿Acaso han visto a una monjita haciendo una misa?”, pregunta Sor Rita.

-Nooo- responde el público.

-Los curas se toman el vino, se violan a los niños y se sacan la foto- reclama la monja. Se escuchan pifias aisladas.

“Es una reivindicación de las mujeres en un sistema machista como la Iglesia Católica. Las monjas cuestionan el linaje espiritual, que son puros hombres. Eso hace una idea de lo que pasa con las mujeres en todo los medios de organización social”, dice Victoria Núñez, ahora sin el hábito de monja, sentada en una cafetería de Plaza Brasil.

La Corre y Vuela ensaya los viernes y sábados en la Casona Dubois de Quinta Normal. Como las otras murgas, a menudo hacen audiciones para incorporar nuevas integrantes al elenco. “No tenemos problema en que canten hombres, pero por ahora no hay una necesidad artística”, aclara Victoria, cuya experiencia como espectadora en el carnaval de Montevideo le chocó profundamente. Ella miraba el espectáculo cuando anunciaron una murga de mujeres, pero apenas subieron al escenario, el público se alejó y partió a comprarse un pancho.

“Era como un entretiempo. Eso me molestó mucho. Nosotros no arrastramos esa tradición machista”, recuerda Núñez.

“Lo que pasa es que ese peso de la cultura no existe en Chile”, ratifica la uruguaya Soledad Castro, hija de Raúl Castro, histórico líder de la murga Falta y Resto. Soledad es letrista de la Falta, aunque hoy su participación es marginal, debido a la demanda de tiempo que entraña su militancia feminista y su puesto en el consejo ejecutivo del Sindicato Único de Carnavaleros y Carnavaleras del Uruguay, institución que se plegó a la marcha internacional del 8 de marzo.

“Admiro mucho lo que están haciendo las compañeras de La Corre y Vuela y la Zamba y Canuta. Ellas tomaron lo mejor del género y están fundando una tradición nueva; no están luchando contra una tradición enquistada y que reproduce las lógicas patriarcales como el carnaval uruguayo”, añade Castro, quien entrega un dato revelador: apenas el 5,5% por ciento de los integrantes de las murgas uruguayas que subieron a los escenarios del carnaval oficial de 2018 fueron mujeres.

La gran diferencia, opina Andrés Alba, es que las murgas creadas en Chile, Argentina y Colombia no están sometidas a la presión de un concurso, como sí ocurre en Uruguay, donde son obligadas a renovar anualmente los montajes y operar bajo una lógica mercantil. “El carnaval oficial que sale por la tele no es el único espacio”, puntualiza Alba, “existen otras políticas culturales como el Carnaval de las Promesas, donde la participación de la mujer es mucho mayor. Pero cuando llegan hasta los 18 años existe un corte abrupto: al carnaval mayor llegan los varones, y las mujeres no”.

Precisamente, la exclusión de la mujer en el circuito murguero llevó a las uruguayas a organizar en Montevideo, desde hoy y hasta el domingo, el Primer Encuentro Internacional de Murgas de Mujeres y Mujeres Murguistas, que incluirá conciertos gratuitos, debates y talleres. La Corre y Vuela fue la primera murga nacional que confirmó su presencia gracias a la obtención de un fondo de cultura. Se presentarán este sábado en el Teatro de Verano Ramón Collazo. Recién el pasado lunes 11 de marzo la Flor de Juanas, la primera y única murga cuequera, informó que también representará a Chile en el inédito evento.

Murga cuequera y Vincent Moon

“No hay culpa que justifique lo que le han hecho a Nabila”, canta la Flor de Juanas en un rincón de la Vega Central. Ahí, entre el ardoroso pregón de los comerciantes, la murga cuequera recuerda a Carola Barría y Nabila Rifo, dos mujeres a las que sus parejas hombres les arrancaron los ojos. El homenaje está siendo filmado por el francés Vincent Moon, reconocido director de videos musicales, quien les pide que canten para el público de la Vega, y no para él. “Vamos a improvisar, yo creo en la poesía del movimiento, no estoy aquí para hacer una película perfecta”, las invita.

En plena interpretación de “Veleidoso”, la canción que condena la agresión sufrida por ambas mujeres, María Isabel Pichulmán se separa del grupo y da un paso hacia adelante. Mientras baila una especie de cueca sola, toma su pañuelo rojo y se lo pone a la altura de los ojos. Las otras Juanas replican el gesto. Al mismo tiempo Josi Villanueva, fundadora y directora de la murga, canta, con guiños a “El gavilán” de Violeta Parra:

-Te llevaste la luz clara, tikitikití, tikitikití, veleidoso, que iluminaba mis ojos…

Los clientes de la Vega que están de pie hacen tímidas palmas, como si escucharan el mensaje de fondo. Algunos comerciantes, sentados sobre cajones de tomates, solo se dedican a observar.

Tras una hora de grabación, Vincent Moon agradece a la Flor de Juanas. Mientras visitaba Chile en el verano, le contaron que había un conjunto de mujeres que fusionaba la murga y la cueca, y que además levantaba un discurso feminista. Pensó para sí mismo: esto hay que registrarlo. Entonces citó un lunes a las Juanas y preparó un mini documental, ya disponible en Vimeo.

“Me pareció muy interesante unir dos expresiones tradicionales como la murga y la cueca. Es muy importante lo sagrado femenino en la música, y por eso es bueno que las mujeres exploren estos tipos de espacios dominados por hombres”, explica Moon, quien ha grabado videos para bandas de fama mundial como R.E.M., Arcade Fire, The Kooks y Beirut.

Cuando todo vuelve a su curso normal en la Vega, María Isabel Pichulmán se emociona al recordar cómo entró a la Flor de Juanas. Estuvo en la primera formación de la banda, cuando tomó un taller de canto femenino cuequero impartido por Josi Villanueva. En algún minuto, Josi les planteó su pionera idea de fusionar los dos géneros. María Isabel suma 10 años como monitora de cueca brava, “la cueca del pueblo”, dice, y le pareció oportuno unirla con el género murguero. “De la murga tenemos la pintura y la vestimenta. Nuestros vestidos están pintados con nuestras manos. Yo me dibujé una guitarra porque a los seis años cantaba con mi hermano. También me hice un kultrún porque soy mapuche”, agrega, mientras muestra los diseños de su faldón.

Sobre su danza en “Veleidoso”, Pichulmán dice que “invita a quitarnos la venda de lo que está pasando. Hablamos de Nabila, pero en realidad, ¿cuántas Nabilas hay en Chile? Yo bailo para decir basta: que no nos sigan matando”, cuenta María Isabel, quien cuando no sube a los escenarios trabaja como comerciante en una feria libre de Cerro Navia. Es madre de tres hijos.

Josi Villanueva, en tanto, dice que Aprendiz de bruja, el montaje que regularmente presenta la murga, “es un homenaje a mi abuela Olga y a todas nuestras ancestras, por las desdichas que han tenido que pasar injustamente”. Ensayan en el taller Ojo de Pez, en el Barrio Yungay, y no solo incorporan la cueca en la obra sino “toda la fiesta chilenera: tango, bolero, foxstrot, tonadas”, agrega Villanueva, ex integrante del conjunto cuequero femenino Las Niñas. El único hombre de la Flor de Juanas es Raúl Guerra, director musical.

En 2016 Josi llevaba un tiempo retirada de Las Niñas. Entró en un receso. Entonces empezó a dictar este taller cuequero dirigido a mujeres que no necesariamente tenían formación musical. Un día se paró frente a ellas, muy seria, y les consultó:

-Tengo hace tiempo un proyecto en la cabeza, pero necesito gente que crea en mí, porque les voy a hablar de algo que no existe, que no tiene ni pies ni cabeza y donde vamos a trabajar mucho. Si están dispuestas a seguirme, le damos: quiero hacer una murga cuequera.

Y así llevan casi tres años, ahora llevando su mensaje contra la violencia de género y a favor de la histórica lucha de las mujeres a los escenarios de Uruguay. La murga será feminista o no será, piensan para sí.

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