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Almorzando con la bestia: La pesadilla Bolsonaro y los porqués de su visita a Chile

Por: Frederico Füllgraf | Publicado: 23.03.2019
Si bien es cierto que Piñera y Bolsonaro buscan el protagonismo internacional para compensar su incompetencia en pautas domésticas, más cierto aún es que por detrás de la cortina de humo quien dirige la escenificación son Donald Trump y el deep state estadounidense; esta cofradía de los monopolios petroleros, servicios de inteligencia y del furioso fundamentalismo neopentecostal. Ambos compartieron la mesa con elogios recíprocos y brindis, dos caras de la misma derecha ideológica en ámbito globalizado: el billonario chileno – derechista y machista «soft» -, y un exTeniente brasileño de origen humilde, misógino, potencialmente violador y representante de la barbarie.

Es muy probable que durante el almuerzo ofrecido el sábado 22 de marzo en La Moneda al presidente brasileño Jair Bolsonaro, en las mesas con caballeros de terno y corbata y damas «de vestido corto», los comensales se miren constreñidos con el menú sonoro que no estaba previsto en el protocolo y que los alcanza desde afuera, cuando escuchen altoparlantes y bombos con consignas indigestas; por lo menos para el invitado de honor del banquete.

Allí, en Plaza Constitución, la reserva moral del Chile democrático – familiares de víctimas de la dictadura Pinochet, liberales, progresistas, parlamentarios de la oposición, artistas, feministas y comunidad LGBT – aliviará su hígado, vociferando «¡Fuera Bolsonaro!».

¿Y por qué lo declaran «persona non grata en Chile»?

Porque el exTeniente paracaidista, promovido a capitán cuando fue expulsado del ejército brasileño, es un enemigo abierto de la Democracia Chilena – esa de las marchas y de mujeres altivas – a la que en reiteradas ocasiones tuvo la audacia de ofender con frases como «Pinochet hizo lo que tenía que hacer», o «el gran error de la dictadura fue haber torturado y no matado…» .

Algunas mujeres chilenas se acordarán de la repugnante humillación sufrida en 2003 por la diputada del Partido de los Trabajadores, Maria do Rosário, mientras en Brasilia se debatía una ley sobre la violación, cuando el entonces parlamentario Jair Bolsonaro la agredió con la frase «yo no soy violador, pero si lo fuera, no la iba a violar porque usted no se lo merece» – ofensa que Bolsonaro repitió en diciembre de 2014 a la entonces Ministra de Derechos Humanos del Gobierno de Dilma Rousseff.

En vez de quitarle el mandato por quiebre del decoro y violenta agresión a la dignidad humana y femenina, la Cámara de Diputados se limitó a imponerle una sanción disciplinaria y la Justicia indolente lo condenó tres veces al pago de una ridícula indemnización por daños morales a la parlamentaria.

Sin sombra de dudas, en la humillación sufrida por Maria do Rosário resonó una simbología muy grave, de carácter universal: la deshonra de todas las mujeres.

Y allí estuvieron sentados, lado a lado, el invitado de honor y su anfitrión, que también hizo fama con frases como aquella perla machista, pronunciada en el recóndito sur chileno: «Bueno muchachos, me acaban de sugerir un juego muy entretenido. Todas las mujeres se tiran al suelo y se hacen las muertas y todos nosotros nos tiramos encima y nos hacemos los vivos».

Sí, allí compartieron la mesa con elogios recíprocos y brindis, dos caras de la misma derecha ideológica en ámbito globalizado: el billonario chileno – derechista y machista «soft» -, y un exTeniente brasileño de origen humilde, misógino, potencialmente violador y representante de la barbarie.

Dos clowns en el patio trasero: ¿Quién necesita de quien y quien gana más en el encuentro Piñera-Bolsonaro?

Ambos presidentes tienen en común un grave problema: después de su primer año de gobierno errático, la popularidad del presidente chileno se desplomó a los 39 por ciento, mientras que la de su homólogo brasileño con solo tres meses en gobierno se derrumbó a 34 por ciento.

Como recomienda la astucia, pero de película antigua, nada más indicado que desviar el foco del ámbito doméstico en crisis para el «frente externo».

Así lo hace Piñera con su controvertido plan de fundación de una asociación conservadora de países de América del Sur (ProSur), y lo hizo Bolsonaro con su visita a Donald Trump, de quien recibió sus bendiciones y acto seguido se embarcó rumbo a Chile.

Piñera tiene fama de bromista mal sucedido, pero se repite. Dijo que ProSur viene para corregir «la ideologización» de la UnaSur, fundada en 2008 por iniciativa de los presidentes Luis Inácio Lula da Silva y Néstor Kirchner, y no por Hugo Chávez, como insiste erróneamente el presidente chileno. ¿Y acaso ProSur no es «ideologizada»?

Si bien es cierto que Piñera y Bolsonaro buscan el protagonismo internacional para compensar su incompetencia en pautas domésticas, más cierto aún es que por detrás de la cortina de humo quien dirige la escenificación son Donald Trump y el deep state estadounidense; esta cofradía de los monopolios petroleros, servicios de inteligencia y del furioso fundamentalismo neopentecostal.

Esta cofradía lo tiene claro y no juega en servicio. Ayudó a derrumbar  a la presidenta de Dilma Rousseff y a elegir a Mauricio Macri con sus ONGs neoliberales y «libertarias», reconquistó a Ecuador con limosnas para Lenin Moreno, garantizó la elección de Iván Duque en Colombia, y no vacila en derrumbar al errático Nicolás Maduro con una intervención militar; porque «todas las opciones están sobre la mesa», como viene diciendo Trump desde el 2017.

Yendo al grano: en paralelo a su retirada selectiva de Irak y Siria, la cofradía yanqui diseña una «geopolítica compensatoria», con la retomada del control sobre el viejo patio trasero que se había extraviado con gobiernos de la distribución social, y declarar el Mar del Caribe, Venezuela incluida, como su «zona de seguridad nacional». Y no hay que confundirse, porque eso ya lo había declarado Barack Obama, al referirse al bolivarismo venezolano como «amenaza».

Finalmente, mientras los dos presidentes se ven acosados por su popularidad en caída libre, también comparten la misma obsesión enfermiza del franco vasallaje frente a EEUU; Bolsonaro en 2017, saludando con actitud marcial la bandera norte-americana, y Piñera en 2018, ostentándole a Trump la misma Stars & Stripes con la bandera chilena insertada, y diciéndole, sumiso, “Chile está en el corazón de Estados Unidos».

Obviamente y para decirlo de modo elegante, este punto de inflexión no hubiera sido posible sin la actuación subversiva de dos actores-clave: el ex juez y actual ministro de Justicia, Sergio Moro – como notorio agente desestabilizador del Departamento de Justicia y del Departamento de Estado norteamericano, que apresó a Lula y lo sacó de la campaña presidencial que el ex presidente lideraba – y Steve Bannon, ex estratega de Donald Trump, que en su cruzada enfermiza contra el Estado de Derecho en escala global, del otro lado actuó como «asesor para temas estratégicos» en la campaña electoral de Jair Bolsonaro.

Espejismos: la obsesión pinochetista y los predadores famélicos

¿Y desde que perspectiva se miran Bolsonaro y Piñera uno al otro?

Allí se cruzan la mirada del predador con la del bárbaro.

La delegación del capitán jubilado brasileño, la que integra el economista y banquero Paulo Guedes, alimenta una perversa nostalgia hacia el Chile de Pinochet. Bolsonaro por el Terrorismo de Estado de la DINA, y Guedes por el Estado Mínimo de los Chicago Boys.

Incompetente por hándicap cognitivo, antes mismo de su elección, Bolsonaro nombró a su hijo mayor Eduardo y lo envió a Chile para una concertación con los pinochetistas, cuyos representantes más destacados, Jacqueline van Rysselberghe Herrera y José Antonio Kast, lo recibieron como un héroe espartano frente a las murallas de Troya; que es como la reagrupación neofascista en ámbito global se define en su ridícula cruzada «contra el comunismo».

Acto seguido, la chilena y su par del clan Kast de Paine retribuyeron la visita, con un tête-à-tête con Jair, el candidato presidencial, importándose un comino con su flagrante y desvergonzada interferencia en los comicios brasileños; injerencia endosada por el propio Sebastián Piñera, quien el 9 de octubre de 2018 decía, «En lo económico, Bolsonaro apunta en la buena dirección».

Más discreto, Paulo Guedes es un personaje desconocido para los lectores chilenos, pero no menos siniestro.

En el reportaje Paulo Guedes, o “Chicago Boy” de Bolsonaro e seus vínculos com a ditadura Pinochet, que investigué por encargo de Jornal do Brasil, que luego lo censuró debido a temores infundados – motivo por el cual entregué el texto a la Revista Forum, de São Paulo – recordé que durante algunos meses en los años 1980, el economista dio clases en la Facultad de Ciencias Económicas y Administrativas de la Universidad de Chile, por invitación del inversionista y pinochetista Jorge Selume Zaror. Impartió clases mientras la U de Chile estaba intervenida por militares y habían sido perseguidos, presos y muertos más de una centenar de académicos y estudiantes.

En ese artículo – luego descaradamente plagiado, hasta con titulares, por la Tercera (Paulo Guedes: La conexión del Chicago boy de Bolsonaro con Chile) y El País (O laço de Paulo Guedes com os ‘Chicago boys’ do Chile de Pinochet), detallé lo que la mayoría de las chilenas y de los chilenos no se imaginan. Y es que, gracias a los antiguos y buenos contactos de Paulo Guedes en Chile, el banco inversionista brasileño BTG-Pactual – del que Guedes fue uno de sus cuatro fundadores – es uno de los grandes «administradores» del sistema AFP – el mismo sistema de «capitalización» que Guedes quiere meter garganta abajo de los brasileños, con la destrucción del sistema estatal de reparto.

Por motivos similares la mirada de Sebastián Piñera en su encuentro con Jair Bolsonaro estuvo guiada por los intereses de los predadores, esto es, los grandes grupos económicos chilenos que suman US$ 31 mil millones de inversiones en Brasil; entre ellos el Grupo Matte y su papelera CMPC, involucrada con la Masacre de Laja, del 18 de septiembre de 1973.

Como laboratorio de la doctrina neoliberal dura, Chile nunca – ni siquiera la administración de la presidenta Michelle Bachelet – se interesó sinceramente por la verdadera integración latinoamericana, motivo por el cual Piñera insistirá en profundizar el acuerdo del llamado libre comercio que firmó con el mandatario golpista Michel Temer, apresado por la Justicia hace algunos días, y cuya ofensiva desreguladora con la privatización del sector estatal y de los derechos laborales y sociales, provocó el desempleo en masa de 14 millones de brasileños.

Las trastiendas demenciales del bolsonarismo y su distopía fascista

La mayoría de las chilenas y de los chilenos tienen una idea apenas fragmentaria de lo que verdaderamente ocurre en el Brasil gobernado por Bolsonaro.

El exTeniente es una creación de un sótano de conspiraciones, comandado por el jefe del ejército, General Eduardo Villas Bôas, y una veintena de generales de la activa y «de pijama», sobrenombre de militares retirados en la jerga popular.

Durante más de un año este búnker fraguó y modeló la candidatura Bolsonaro como lo filtró un «oficial graduado» anónimo (posiblemente el mismo Villas Bôas) en el reportaje Bolsonaro, un líder construido en pos de un nuevo proyecto, curiosamente no publicado en Brasil, pero sí por Ámbito Financiero, de Buenos Aires.

Los militares lo hicieron en articulaciones a la vez discretas, o directas con una figura siniestra, de inspiración esotérica.

Aunque algo banalizada, no esta demás citar la frase perspicaz de Karl Marx, cuando refiriéndose al golpismo de la familia Bonaparte, apuntó que «La historia ocurre dos veces: la primera vez como una gran tragedia y la segunda como una miserable farsa».

Pues el bolsonarismo usa una miserable farsa que en Alemania terminó como tragedia.

En los años 1920, mientras nacía el partido nacional-socialista (NSDAP) alemán, Adolf Hitler tenía en el «ariósofo» Guido von List uno de sus principales mentores espirituales e ideológicos.

Junto con “Madame” Helena Blavatsky, el también austriaco Guido von List compartía doctrinas extravagantes sobre la «Ariosofía», una construcción de ideas delirantes sobre la supuesta superioridad natural de los arios germánicos sobre todas las demás «razas». Fue tan influyente en el partido nazi, que el jefe de las famigeradas SS, Heinrich Himmler, envió una misión al Tíbet, donde el entonces Lama la inició en la simbología de la suástica de origen indo-tibetana.

El “ariósofo», más bien supremacista blanco, es el ex astrólogo y auto-intitulado «filósofo» Olavo de Carvalho, auto-exiliado en Richmond, EEUU, donde se fugó debido a pendencias familiares e involucramiento en fraudes.

Sujeto que no completó siquiera la escuela primaria, pero se destacó como autor de algunos libros esotéricos y filosóficos – que se puede leer en la Biblioteca del Ejército Brasileño -, hace unos diez años actúa como youtuber de la «guerra cultural».

Desde su trinchera cibernética denuncia que en las universidades manda «una dictadura de la izquierda», que Antonio Gramsci es ideólogo de la «desagregación familiar», que la Teoría de la Relatividad de Albert Einstein es «una idiotez» y que «posiblemente la Tierra sea plana».

Sin embargo, el anti-comunismo primario e histérico de Carvalho venía en buena hora durante las marchas de la derecha contra el Gobierno de Dilma Rouseff; marchas en las que grupos incitados por Carvalho cobraban «¡intervención militar ya!».

Durante la campaña presidencial del 2018, Carvalho – que no ahorra palabras de baja calaña, sobre todo de asociación genital y anal – disparó docenas de fake news, falsamente atribuyendo al candidato Fernando Haddad, del PT, que en su gestión como ministro de educación de Lula, distribuyó libros de «incitación a la homosexualidad», o que «a las guaguas les daban mamaderas con boquilla en formato de pene».

Pues Carvalho fue adoptado por el clan Bolsonaro – el padre presidente y sus tres hijos, que son concejal, diputado y senador – como su más íntimo «consejero» ideológico, logrando indicar dos ministros para el gobierno: el canciller Ernesto Araújo, y el Ministro de Educación, Ricaro Vélez; ambos ilustres desconocidos, pero notoriamente muy preparados para sus cargos. Araújo, porque hasta pocos meses ejercía de burócrata sin luces en el Itamaraty – el Ministerio de Relaciones Exteriores de Brasil – y el colombiano, amigo de Álvaro Uribe, naturalizado brasileño, porque era profesor en casernas.

«Anti-izquierdistas» enfermos, Vélez y Araújo han protagonizado verdaderos desastres, desencadenado una oleada de persecución a funcionarios no-bolsonaristas e implementado el Estado de Excepción. Vélez ha incitado alumnos para que espíen y filmen a sus «profesores izquierdistas», y Araújo estremeció la buena tradición independiente de la política externa de Brasil, atacando a China – justo el más grande inversionista en Brasil – y amenazando expulsar la embajada de Palestina en Brasil y mudar la embajada brasileña en Israel, de Tel Aviv para Jerusalén, como lo exige el lobby pro-Israel, comandado por los presidentes Netanyahu y Trump.

Aunque algunos jueces bromistas de la Corte Suprema (STF) y políticos celebrados de la ultra-derecha hayan insistido que «las instituciones siguen funcionando», la verdad es que la extrema-derecha ha empujado el país al precipicio del más cavernario obscurantismo y de la imbecilización colectiva.

Frederico Füllgraf