Avisos Legales
Opinión

Punk: En el baño del fascismo

Por: César Tudela | Publicado: 08.04.2019
Punk: En el baño del fascismo Fiskales_ad_hok |
Hasta antes del pasado domingo, se podía fechar el –tardío– arribo de la contracultura del punk al país. Fue a mediados de los 80, aún en dictadura, donde una nueva generación de jóvenes comenzó a descubrir nuevas músicas que habían cambiado algunos paradigmas en el primer mundo desde finales de los 70, a su vez que perdían el miedo a manifestarse (tanto en el plano socio-político como en el cotidiano). A través de programas de radios, pasquines y exiliados que retornaban al país con discos en la maleta, grupos como The Clash, Sex Pistols y los Ramones llegaron a los adolescentes oídos de una generación inquieta y disconforme con el status quo. Así fue como se comenzó a escribir la marginal historia del punk chileno. Sin embargo, y tras el comentado show de los históricos Fiskales Ad-Hok en Lollapalooza (mejor dicho, tras las visuales que usaron), parece que el país recién en 2019 está descubriendo de qué va el punk.

Hay cierta claridad con determinar que, musicalmente, el punk nace en la segunda mitad de los 70. Hay quienes dicen que fueron los Ramones sus pioneros, irrumpiendo en la escena neoyorquina con su sonido directo desde el mítico CBGB en 1974. Otros, aseguran que fueron los Sex Pistols, un año más tarde pero propulsando todo un movimiento conceptual tras ellos. Antes que ellos, se pueden rastrear los primeros ecos de su sonido en canciones maravillosas y muy famosas como ‘Communication breakdown’ de Led Zeppelin, ‘Paranoid’ de Black Sabbath, ‘You really got me’ de The Kinks y ‘My generation’ de The Who, que entre otras, sentaron las bases del ruido subterráneo en el que se convertiría la estética sonora del punk. Ahora, también al otro lado del Atlántico hay orígenes importantes y especiales: desde California, el surf rock de Dick Dale, The Trashmen y The Beach Boys; Detroit se anota con grupos rutilantes y ruidosos, como los MC5, Death y The Stooges. En esta lista, no hay que olvidar a The Runaways ni a la considerada “madrina del punk”, Patti Smith, quienes contribuyeron a su vez en la construcción ideológica del estilo. Todo, sin dejar por fuera el impacto e influjo conceptual dado por The Velvet Undergound y New York Dolls a la estética definitiva del punk de los 70.

Pero sobre el origen del punk, hay una interesante nueva teoría que apareció hace algún tiempo, cuando los expertos anglo en música pop descubrieron a Los Saicos, una banda peruana que en 1965 –una década antes que los estadounidenses y los británicos– lanzaron el single ‘Demolición’, una canción catártica, de ritmo frenético y una letra subversiva. Más allá del debate inerte sobre cuál sería el primer grupo punk, hay un punto en común peculiar interesante entre Los Saicos y Sex Pistols: aparte que ninguno de sus integrantes sabía tocar algún instrumento, ambas bandas, luego de su aparición, se convirtieron en moda. En una imagen a seguir e imitar.

Sí, el punk surge desde la moda. Pero una perturbadora. Han sido pocos los estilos musicales nacidos de la mano de un movimiento estético definido. Y con el punk, se pactó por primera vez una relación muy íntima entre música y moda, y se generó un vínculo estrecho entre el ídolo y sus fans a través del look. Desde los años 60, cuando se dio todo el movimiento hippie, no se había vuelto a ver una moda que impactara tanto a la cultura popular occidental. El punk fue un estado mental que se gestó en 1975, en una pequeña boutique en Londres llamada Sex. La diseñadora Vivienne Westwood y su pareja Malcolm McLaren –futuro mánager y productor de los Sex Pistols– crearon un movimiento que hablaba de música pero también de moda. Su máxima era “hazlo tú mismo”, y fue una de las jóvenes dependientes de la diseñadora inglesa, quien junto a Johnny Rotten y Syd Vicious, fundaron la banda que con su estética contestataria se convirtieron en los primeros iconos del punk a nivel masivo.

A través de su look, lograron comunicar toda la angustia y el dolor de una juventud posguerra que se sentía muy perdida en ese momento (el sueño del “verano del amor” de fines de los 60 ya había terminado). La tienda ubicada en King’s Road, Chelsea, pronto fue punto obligado de todos los que buscaban pertenecer a este nuevo movimiento cuya imagen se centraba en la automutilación, en ropas estropeadas y asexuales que representaban un rechazo violento a la belleza y a la naturalidad, y una mezcla sinsentido de referencias visuales desgarradoras. Una de las prendas más icónicas del punk se llamó ‘Anarchy’ –diseñada por Westwood–, y consistía en una camisa de algodón de corte masculino que llevaba un dibujo cocido de Karl Marx, y otro dibujo impreso con unas manos negras y el eslogan del antifacismo italiano: “no nos dan miedo las ruinas”, famosa frase del revolucionario anarquista español Buenaventura Durruti.

La política fue clave en los símbolos que usaron los seguidores del movimiento punk como motivos decorativos de sus atuendos que simbolizaban el mal gusto y la repulsión a ese tipo de corrientes. La esvástica, por ejemplo, apareció en sus looks como una manera de protestar contra el nazismo, pero también, como una forma de rebeldía contra la ética prohibitiva de los mayores. El tema político y militar no fue lo único que marcó la estética punk. El sexo (tampones y condones), la basura (bolsas negras), lo macabro (cuchillas de afeitar), y lo morboso (una corbata negra anudada al cuello como si fuera una soga suicida), fueron algunas de las referencias prosaicas, sadomasoquistas y repulsivas usadas por los punkys para enaltecer los ánimos y enervar a los adultos conservadores. Al mismo tiempo, exageraban sus peinados, y a través de ellos, expresaron buena parte de su filosofía. Sus seguidores llevaban mohicanos teñidos por inversión, en lo que se convirtió en el símbolo por antonomasia del movimiento. Cada look gritaba mensajes inquietantes con los que querían encarnar que en ellos no existía nada de glamour. Toda la iconografía punk era mucho más subversiva que la de las décadas anteriores, con mensajes irónicos y cargados de irreverencia frente a toda la hipocresía que existía en los valores establecidos. Fue una lucha constante contra el status quo. La consigna era escandalizar.

Las mujeres jugaron un papel predominante, convirtiéndose en quienes mejor lucían las innovaciones en sus atuendos y maquillajes. Los pantalones pitillo y las minifaldas surgidas en la década de los 60 entraron a jugar un papel muy importante, pero bajo un predicamento muy distinto: no se trataba de verse sensual, sino de verse muy sexual, lejos de parecer bien arregladas como lo imponían las buenas costumbres. Lo estéticamente aceptable y preestablecido no era lo suyo. El cuero fue el material por excelencia, con toda la connotación fetichista que esa textura tiene. Por supuesto, Westwood tomó las riendas de toda la creatividad desbocada de la adolescencia mezclándola con todas las posibilidades que le dio el arte surrealista a principios del siglo XX, como el movimiento ready-weird de Marcel Duchamp, quien tomaba elementos masivos muy cotidianos y los elevaba a la categoría de arte cuando los sacaba de su propio contexto. Esto fue la inspiración máxima de la creadora inglesa, quien logró convertir este tipo de expresiones como parte fundamental del uniforme punk. McLaren, por su parte, aprovechando su cercanía con el movimiento situacionista francés, creó una manifestación móvil, cuando a la típica camiseta blanca lisa de algodón le escribió consignas que arremetían contra la sociedad.

El punk fue el primer movimiento que buscó abiertamente satisfacer el ansia de la juventud fanática de los músicos: tenían que parecerse a ellos e imitar sus looks. Su estética nació y maduró al tiempo del estilo, y gracias a que una diseñadora fue una de sus creadoras, siempre ha estado ligado a la moda –nos guste o no–, y tal vez por eso, el punk sigue siendo una constante referencia para diseñadores y subculturas juveniles contemporáneas que lo sacan a relucir cada cierto tiempo.

Tal vez por eso, y a pesar que los Fiskales Ad-Hok tienen más de tres décadas en la escena del rock chileno, con siete discos editados y centenas de tocatas en el cuerpo, hayan sido sus visuales –y no sus aún más incendiarias letras– las que provocaron la ira y espanto de sus adversarios políticos. Su acto de rebeldía y provocación convulsiva fue mostrar algunos retratos de los representantes e ideólogos de la derecha chilena (incluido el Presidente Piñera y la viuda del dictador Pinochet) atravesados por una lanza, haciendo alusión a la clásica portada de su primer disco. Y, a su vez, recordó otra clásica visual del punk: la iconografía que acompañó al single ‘God save the Queen’ (1977) de Sex Pistols, diseñada por el artista anarquista inglés Jamie Reid, en donde aparecía un retrato de la Reina Isabel II cubierto con letras recortadas –con el título–, muy similar a las cartas anónimas de amenaza, en pleno preparativo del jubileo. Ambos actos trajeron consigo la persecución política y discursos estultos, sin entender nada aún de qué se trata ser punk, obviando el origen histórico, o tratándolo como una anécdota curiosa y de letra pequeña en el mundo de la música pop. Al final, como canta el mismo Álvaro España en una canción de su primer disco (y con la que cerraron su show en Lollapalooza): “Esta no es una canción, es un insulto radical”. Más punk, imposible

César Tudela