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A 40 años de la ruptura: Un examen de la renovación del socialismo chileno

Por: Francisco Melo Contreras | Publicado: 09.04.2019
A 40 años de la ruptura: Un examen de la renovación del socialismo chileno ps |
Algunas preguntas que surgen a partir de esto: ¿es justo reflexionar en torno a la renovación socialista en el periodo de post-dictadura, o fue un producto propio de la resistencia a un modelo autoritario? Y si es tal, ¿cuánto le debe al proceso de renovación socialista el tipo de transición democrática chileno? ¿es justo achacarle a la transformación teórica más profunda de la izquierda chilena la derivada neoliberal del proyecto concertacionista? Y en el caso particular del PS, ¿Por qué este Partido derivó en lo que es hoy? ¿es posible responsabilizar a una teoría y acción política como ésta de los derroteros de una organización?

Hace ya largas cuatro décadas se reunieron en Ariccia, Italia, distintas fuerzas políticas chilenas en el exilio que, unidos por la identificación común en el “área socialista” que definiera Raúl Ampuero, se aprestó a analizar la vigencia del socialismo chileno en el contexto histórico que se hallaba.

Asimismo, a miles de kilómetros de ahí, el Comité Central del PS clandestino tomaba la decisión de reemplazar a Carlos Altamirano como Secretario General, imponiendo a Clodomiro Almeyda como el nuevo líder del singular y criollo partido.

Resulta curioso que ambos eventos fueron fundamentales para la historia del socialismo chileno, pero también de la dictadura y la transición democrática. Ambos hitos dieron curso, con mayor o menor relevancia, al proceso de renovación socialista. Y de ahí en más, el socialismo, cuya orgánica abusó de una intensa diáspora, se separó con claridad entre fuerzas comprometidas en la renovación teórica e ideológica y otras que apostaban por la profundización del proceso de leninización que el PS hiciera suyo en 1967.

La renovación socialista reorganizó a la izquierda, y a su vez, transformó al Partido de Allende. Primeramente, se planteó como un socialismo que retornaba a su origen no dogmático y humanista; a un PS que entendía la construcción de mayorías como necesaria para cualquier proyecto de transformación y, por ende, asumió que el socialismo debía comprometerse en un proyecto nacional y popular; por ello, comprendiendo los cambios radicales de las contrarreformas neoliberales de la dictadura, se comprometió con un socialismo respetuoso de la autonomía del movimiento social, apelando a que los partidos políticos debían ser vasos canalizantes de las demandas sociales y no sus conductores; asimismo, hizo suya la valoración de los derechos humanos en cualquier contexto y situación, postulando un socialismo humanista, antiautoritario, crítico del marxismo-leninismo y su deriva totalitaria.

Por lo anterior, la renovación socialista respondió a una de las contradicciones más complejas para la izquierda: si era posible o no un socialismo por medios democráticos. Y su respuesta fue un rotundo y necesario sí. Dirán que el socialismo y la democracia son un sólo proyecto imbricado y continuo, inacabado y en permanente perfeccionamiento. Así, sólo por medios democráticos el socialismo puede alcanzar sus fines.

El socialismo de Almeyda fue considerablemente mayor orgánicamente que su par renovado; sin embargo, la renovación socialista fue capaz de disputar sus ideas e instalarlas en el sentido común, postuló que la contradicción principal del periodo era dictadura/democracia, y se constituyó en un movimiento social transpartidario. Se expresó en la cultura y en el movimiento juvenil, en nuevos sujetos sociales que, a la luz de las transformaciones, comenzaron a expresarse nítidamente en el espacio público: el feminismo, las luchas ecológicas, los movimientos por la diversidad sexual, entre otros.

El socialismo ya reunificado al inicio de la transición abrazó su unidad imponiendo los criterios del proceso renovador, y en un nuevo contexto histórico nacional y mundial: hegemonía del neoliberalismo y desplome de los socialismos reales. En tanto, la militancia socialista se reconducía bajo estos nuevos bríos, su cultura política e identidad se transformaba, alejándose en los hechos de la influencia histórica del marxismo.

Dicho esto, se debe hacer un examen general de los derroteros de la renovación socialista y los alcances de este periodo para el socialismo chileno. Sin miramientos, hay que interpelar al PS en su actuar, en sus silencios, entendiendo a éste como un partido creado para cuestionar y “superar” el estado de cosas, añadiendo las temáticas que la renovación socialista sumó a la tradición socialista, como la profundización de la democracia y el rol de los movimientos sociales, y en virtud de ello, dimensionar su verdadero rol en la democracia post-dictatorial.

Algunas preguntas que surgen a partir de esto: ¿es justo reflexionar en torno a la renovación socialista en el periodo de post-dictadura, o fue un producto propio de la resistencia a un modelo autoritario? Y si es tal, ¿cuánto le debe al proceso de renovación socialista el tipo de transición democrática chileno? ¿es justo achacarle a la transformación teórica más profunda de la izquierda chilena la derivada neoliberal del proyecto concertacionista? Y en el caso particular del PS, ¿Por qué este Partido derivó en lo que es hoy? ¿es posible responsabilizar a una teoría y acción política como ésta de los derroteros de una organización?

Para ser certeros, hoy la izquierda está subdividida tal como en la década de los 80, y pareciera que el núcleo teórico e ideológico que logró hegemonizar a una parte más que relevante de ésta, ya no logra su cohesión ¿significará esto que la renovación socialista cumplió un ciclo? ¿fue un proceso que efectivamente logró cuajar? En este sentido, parece evidente que para la reconstrucción de un proyecto socialista para el siglo XXI es necesario un crudo diagnóstico y análisis de la renovación socialista. Sólo con ello será posible repensar el futuro de Chile y el aporte de la izquierda para una sociedad post-neoliberal.

A la luz de las situaciones políticas nacionales e internacionales (emergencia de populismos de derecha como la crisis y desplome del proyecto venezolano), se requiere con urgencia el inicio de encuentros y lecturas acerca del derrotero histórico de la izquierda chilena, particularmente de aquellas que se vinculan históricamente con la tradición libertaria y humanista del socialismo. En ese marco, el horizonte de este proceso de debate y diálogo debe referirse necesariamente a la reconstrucción de un proyecto que reúna, en un nuevo esfuerzo de convergencia, a las fuerzas de transformación que existen tanto en lo que fue la Nueva Mayoría como también en el Frente Amplio. Éste es el desafío: hacerse cargo de lo que se ha hecho como izquierda socialista, de lo que se está realizando hoy, y entregar de ese modo una respuesta global a las urgencias del presente, para retomar así una agenda propositiva para el cambio social.

Francisco Melo Contreras