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Niños que escaparon del Sename: La historia detrás del incendio en la casona de Ejército

Por: Carolina Rojas @carolarojasn | Publicado: 15.04.2019
Niños que escaparon del Sename: La historia detrás del incendio en la casona de Ejército sename | Foto: Felipe Báez Benítez
La noche del jueves, tras viralizarse las imágenes de las llamas consumiendo un antiguo edificio en el corazón del barrio universitario, se dijo que allí vivían ‘okupas’ e incluso se habló de una ‘banda’ de 30 personas. Muy pocos sabían que este lugar, abandonado hace diez años, era un refugio para distintos grupos de niños de las caletas de Santiago y que estaba habitado por 13 jóvenes, en su mayoría fugados del Cread Pudahuel. Después del incendio, donde perdieron todas sus pertenencias, deambulan por la ciudad cansados del abandono y la violencia policial.

Es viernes 12 de abril en la tarde. Matías (23) espera afuera de la estación de un metro en el centro de Santiago y agrupa en bolsas plásticas la poca ropa logró rescatar del incendio. Lo acompaña un grupo de adolescentes en el que los más pequeños tienen 13 y 15 años. Todos habitaban la casona de Ejército con Gorbea que se quemó el jueves pasado en medio del barrio universitario y todos tienen en común haber pasado por algún centro del Servicio Nacional de Menores (Sename). La mayoría escapó del Cread Pudahuel; los más chicos lo hicieron hace más de un año.

Matías, moreno, cejas y look cuidados, mira de cerca a su polola Franchesca; una joven amable, de pelo crespo. Ambos eran como los dueños de casa de ese lugar extinto, donde ahora solo quedan recuerdos. Dice que tratarán de organizarse y pensar dónde van a vivir. Han recolectado tres carpas, con la ayuda de algunas personas que conocen su historia. Lo que más les preocupa, es la situación legal en la que pueden quedar los mayores de edad. Fue un accidente, pero saben que los van a buscar.

-Usted viera cómo nos tratan los pacos, llegaban con la prepotencia “¡Ya chinches, carné, carné, carné!”, así nos decían y pa’ adentro, a los carros, nos tienen mala, nos viven persiguiendo-, dice ofuscado.

Según el relato de todos los jóvenes, el 6 de febrero, carabineros de la Segunda Comisaría de Santiago llegaron a la casona y se llevaron detenidos a todos, incluido los menores de edad que salieron a medio vestir.

Pasado las siete de tarde las llamas devoraron el edificio, justo frente a la biblioteca central de la Universidad Diego Portales, mientras once carros policiales intentaban apagar el fuego. Las imágenes incluso aparecieron en televisión. La Municipalidad de Santiago informó en su cuenta de Twitter que esta era una casona “okupa” sin personas en su interior al momento del incendio. La mayoría de los comentarios en la red social se quejaba de los desórdenes, de las botellas que tiraban desde el segundo piso, especulaban sobre “una banda” de 30 personas, y solo un par de tuits explicaban que se trataba de jóvenes que no tenían dónde vivir y que algunos vecinos conocía su situación precaria.

La poca información que hay sobre esta propiedad, dice que pertenece a Gendarmería. Fue abandonada hace una década y ya se había incendiado en dos ocasiones. Por ese lugar pasaron un montón de jóvenes que venían de otras caletas, como la del Rio Mapocho, la Pasarela de Huérfanos o de los rucos de Providencia. El grupo se fue agrandando y reduciendo. Hasta antes del incendio vivían 13 jóvenes.

Así fue el incendio

Bryan (13), Kevin (15) y “Capullo” (20) están nerviosos. Saben que se salvaron por muy poco. Los jóvenes se atropellan para hablar y entre todos completan la historia. Dicen que la tarde del jueves “Rocky”, uno de los dos quiltros que tienen, cayó al primer piso de la casona y que Bryan alumbró en la oscuridad con un papel prendido que no se apagó del todo. Kevin deambulaba por la casa y “Capullo” estaba durmiendo una siesta. Minutos más tarde a todos lo golpeó el olor a humo. Sin encontrarse, huyeron por separado.

-Nosotros vivíamos en la tercera planta. Bajé corriendo por el borde de la pandereta y de ahí salté por la escalera de madera y bajé rápido, no encontraba a los chiquillos, en un momento pensé en devolverme a sacar mis cosas, pero el humo me empezó a asfixiar, ya no veía nada- interrumpe “Capullo”.

Bryan se empuja con Kevin, se pasan la mayoría del día jugando a las peleas. Piden algunas monedas para gastar en los carros a la salida de la estación, tienen dos mil pesos, así que van a comprarse una sopaipilla y un completo para saciar un día sin comer. Bryan, un niño de dientes grandes y piernas largas, se prueba una camiseta de la selección chilena con el número 7, le queda gigante. También está asustado por lo que le pueda pasar a sus amigos, las únicas personas que lo han cuidado, de alguna manera son lo más cercano que ha tenido a una familia. En el antebrazo derecho tiene más de veinte marcas de cortes y el olor a tolueno explica su languidez. Dobla una sopaipilla embetunada de kétchup y se la traga de un bocado para poder hablar.

-Yo primero estuve en el Cread de Playa Ancha, pero mi mamá vive en Cartagena. Por eso también estuve en el Hogar “Aldea Mis amigos”. Después pasé al Cread Pudahuel, pero me arranqué, vivía en el tribunal al lado del Cread y al final en la Casona. Ahora no sé dónde vamos a vivir después de lo que pasó-, aclara, antes de tomar un sorbo de Coca Cola.

Las demás historias se repiten, son biografías calcadas. Matías, el mayor del grupo, confiesa que pasó por más de siete residencias y centros cerrados hasta que terminó en el Cread Pudahuel. Trabajó de maestro de cocina, pero su abuela lo echó de la casa en la comuna de Melipilla, desde entonces fue líder en la casona, el encargado de cocinar en la parrilla, barrer, limpiar y defender a los combos a los más chicos si es necesario. Allí la lealtad es ley.

Hace más de dos meses se llevaron preso a otro de los mayores, tras una pelea en la calle. Hoy está en Santiago Uno. Él era una especie de padre para esta ‘familia’. También pasó por residencias de Sename, y cumplió la mayoría de edad viviendo en caletas.

-Los más chicos estaban macheteando plata en la vereda y una mina le dijo a uno de los chiquillos ‘anda a trabajar’. Los cabros les contestaron y el pololo cacheteó a nuestro amigo y ahí salimos todos a defenderlo, llegaron los pacos y un rato después metieron preso a mi amigo- , recuerda Matías.

Felipe Allendes es coordinador social en Fundación Abrazarte, institución que trabaja con niños en situación de calle, conoce bien historia de los jóvenes que vivían en la casona. Confirma que la mayoría llegó desde el Centro de Reparación Especializada de Administración Directa (Cread) Pudahuel y otros desde Playa Ancha, porque se sienten más seguros fuera del centro. Él es una de las pocas personas que ha escuchado sus historias.

Comenta que hay dos problemas que los aquejan: uno es el uso excesivo de fuerza policial; dos, una historia conocida, que Sename ha perdido eficacia estos últimos años.

-Los chicos tienen un odio hacia toda la institución policial, por lo agresivo que han sido al momento de seguir el conducto regular para institucionarlos, no hay empatía y seguridad hacia ellos con el historial de vida que tienen. El servicio que (Sename) debe prestar, con seguridad y ayuda, en la mayoría de los casos eso no existió-, comenta.

Allendes explica que uno de los problemas más grave es que hoy no existen albergues nocturnos para estos adolescentes, solo hay uno (en la comuna de La Reina), pero no tiene suficiente cupos. Por falta de recursos y políticas públicas, en su opinión están quedando completamente invisibilizados.

-Una de las cosas que hacen que estos chicos no tengan oportunidad, es el prejuicio que como personas y sociedad tenemos hacia ellos. He podido ver la dura realidad en la que viven, escucharlos y entender lo que pasaron en Sename, la persecución de la gente que piensa que por ser de la calle son delincuentes, cuando en realidad son personas como nosotros, que necesitan amistad, apoyo y oportunidades-, concluye.

Sename actualmente tiene Programas Especializados con Niños, Niñas y/o Adolescentes en Situación de Calle (PEC), pero solo funcionan de día y están centrados en la reparación psicosocial, pero de noche la mayoría de estos adolescentes quedan abandonados a su suerte.

Fundación para la Confianza tiene dentro de sus líneas de trabajo la defensa de los derechos de los niños y niñas bajo la protección del Sename. En septiembre del año pasado presentaron una denuncia en el Ministerio Público por los presuntos delitos de abuso sexual y torturas que sufrieron cuatro adolescentes en manos de sus cuidadores en el Cread Pudahuel, caso que fue denunciado en este medio.

José Andrés Murillo, como director ejecutivo de la fundación, aclara que se espera que pronto salgan las cifras de cuántos niños están en esta situación y dónde se ubican, para de inmediato, tal y como promete el acuerdo nacional por la infancia, se pueda implementar una política nacional, en línea con las observaciones del comité de derechos del niño, que tenga como uno de sus objetivos no tener ningún niño, niña o joven más en calle.

-Estamos frente a una situación grave, con niños expuestos a la explotación y a diversos riesgos. Requerimos urgentemente una política de estado bien coordinada, acompañada con albergues y casas compartidas de la máxima calidad, priorización de la oferta y planes de preparación a la vida independiente, y, por su puesto, acceso a salud y nivelación de estudios-, explicó.

/ Felipe Báez Benítez

Empezar de cero

Ya han pasado dos días del incendio, es sábado en la noche y el frío entumece las manos. Matías junto su novia y otros adolescentes apuran un cigarro en el Paseo Ahumada.

Se organizan para celebrar el cumpleaños de Kevin, “El guatón” como le dicen sus amigos, un niño risueño que usa el jockey hacia atrás. Reclama que por lo menos le compren un “Manqueque” para cantarle el “Cumpleaños feliz”. Sacan cuentas, con suerte podrán comprar dos pizzas para celebrar el cumpleaños. Ahora en el grupo son 11.

Felipe (19), se sube el gorro del capuchón burdeos para abrigarse, cuenta que la mayoría de las noches pasan a comer al Hospital San Juan de Dios, donde un grupo de voluntarios reparte consomé, leche y té. Los panes con queso siempre los guardan, porque sirven para desayunar al día siguiente. Dice que lo más importante es saber organizarse en esa rutina, porque cada vez llegan nuevos integrantes que escapan del Cread; ellos nunca les cierran las puertas. Felipe sabe lo que es vivir esa angustia, estuvo en hogares desde los dos a los quince años, cuando también decidió escapar del Cread Pudahuel. Desde entonces vive en la calle. Hoy está nivelando sus estudios, solo llegó hasta séptimo básico, y de su familia tiene muy pocos recuerdos.

-Hace tres años conocí a mi mamá, ella es guardia en un hospital y cuando nos vemos ninguno de los dos nos saludamos, mi familia es ésta-, dice antes de entrar a un local de pizza.

Felipe tejió una férrea amistad con todo el grupo, incluso con los más chicos que conoció antes en el hogar “Aldea mis amigos”. Explica que cuando uno se escapa de una residencia de Sename, se comunica por Facebook y sabe que al menos tiene un lugar donde llegar. De forma provisoria unos guardias los autorizaron para alojar en un edificio antiguo en el centro de Santiago, pero tendrán que salir de ahí en dos días.

También aclara que en el futuro harán un “filtro”, porque siempre hay un integrante más “jugoso” que otro y que los vecinos de la calle Ejército se enojaban por los ruidos, pero que desde hace un tiempo, las cosas estaban más tranquilas.

Matías interrumpe la conversación, reconoce que de encontrar otra casa, tendrán que partir de cero, dice que más que mal no es la primera vez que enfrentan una desgracia. En el edifico abandonado de Ejército ya habían logrado instalar luz en cada una de las piezas y televisores, acomodar sillones, construir una mesa de comedor, para él, ese espacio,  era lo más parecido un hogar.

-Ayer fui a mirar la casa, estaba todo quemado, nuestras mascotas ya no estaban, me acordé de todos los momentos bonitos que vivimos allí, de los cumpleaños que celebramos y me puse a llorar- , dice con el cigarro ya consumido entre los dedos.

Todos lo escuchan atentos.

Felipe vuelve al día del incendio y recuerda que le avisaron por teléfono, la mayoría del grupo estaba en el parque de Quinta Normal, pensaron en sus cosas, en la plata  que habían escondido en un colchón, pero sobre todo en que faltaban tres de sus amigos y no sabían si habían alcanzado a arrancar. Se pasearon de un lado a otros, haciendo llamadas, pensando lo peor.

-Primero llegó Bryan, pálido y llorando, no podía hablar, repetía que todo era su culpa, después llegó el guatón Kevin, pero faltaba el “Capullo” no llegaba, no llegaba, nos empezamos a preocupar, porque había hecho el aseo ese día, estaba cansado, hasta que de pronto lo vimos bajar de la micro tosiendo, ahí pensé, ‘se perdieron todas nuestras cosas, pero están los amigos, se salvaron’-, repite aliviado.

Ahí, todos juntos en el grupo, está todo lo que importa.

En medio de la conversación, comentan que la plata si les alcanzó para comprar las pizzas. Se quedan pegados mirando por la ventana de la cocina, los veinte minutos de espera se les hacen una eternidad. Reciben las cajas, se despiden. Dicen que al menos sí habrá cumpleaños para Kevin. Se pierden riendo por el paseo Ahumada.

*Los nombres de los menores de edad fueron cambiados para proteger su identidad.

/ Felipe Báez Benítez

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