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Para un comunismo sin resentimientos: ¿Qué es un compañerx?

Por: Rodrigo Karmy Bolton | Publicado: 29.04.2019
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No será éste el lugar para pensar todas las aristas posibles que se abren en la diferencia entre el “amigo” y el “compañero”. Pero sí el texto en el que podemos interpelar directamente a lo que se ha llamado comunismo desde la filosofía de Platón. En este último, la cuestión del comunismo fue planteada desde la rúbrica del “amigo” (y no desde la del “compañero”) constituyendo así una matriz amistocrática que determinó a la filosofía y que alcanza hasta el jurista Carl Schmitt y su conocida definición de lo político (“lo propiamente político es la relación de amigo-enemigo”). De esta forma, el problema del “amigo” –y no el del “compañero”- condicionó a gran parte de la tradición de la filosofía en la que la violencia sacrificial y su constitutivo impulso a la realización de una obra, terminaron siendo absolutamente fundamentales.

1.- “Sobrevivientes de la derrota de la única gran experiencia ético-política de la historia nacional –aquella que se condensa, se revela y se oculta en el misterio de la palabra “compañero” –contemplamos, lejanos, una historia, la de ahora, que, si bien continuamos a soportar, no nos pertenece, pertenece, ella, a los vencedores del 73 y del 89: los mismos y otros (ingenuos, demasiado realistas o cínicos), apoyados, es cierto, por un pueblo, ante todo, agotado.[1] No deja de ser fundamental que el filósofo Patricio Marchant preste oídos a la resonancia ético-política de la palabra “compañero”.

A la luz de la experiencia de la Unidad Popular, consigna que no se trata del amigo, ni del camarada, sino del “compañero”. En él algo se revela y se oculta, se acerca y se aleja, a la vez. La imposibilidad de pensar en el “compañero” pasa porque, quizás, sea una experiencia que excede a la del “amigo”.

No será éste el lugar para pensar todas las aristas posibles que se abren en la  diferencia entre el “amigo” y el “compañero”. Pero sí el texto en el que podemos interpelar directamente a lo que se ha llamado comunismo desde la filosofía de Platón. En este último, la cuestión del comunismo fue planteada desde la rúbrica del “amigo” (y no desde la del “compañero”) constituyendo así una matriz amistocrática que determinó a la filosofía y que alcanza hasta el jurista Carl Schmitt y su conocida definición de lo político (“lo propiamente político es la relación de amigo-enemigo”). De esta forma, el problema del “amigo” –y no el del “compañero”- condicionó a gran parte de la tradición de la filosofía en la que la violencia sacrificial y su constitutivo impulso a la realización de una obra, terminaron siendo absolutamente fundamentales.

El “amigo” da lugar a una política de la presencia en la que el sacrificio y, por tanto, el anudamiento identitario respectivo le eran constitutivos; el “compañero” –tal como lo esboza Marchant- quizás, pueda ser pensado más allá del “amigo”, no en la escena de la presencia sino en la de su interrupción; habrá compañero cuando logramos habitar un mismo lugar sin necesidad de “conocernos”, sin poner en juego la voluntad de saber acerca del otro. Se trata de saber “quien” es el otro, voluntad de saber-poder que, quizás,  muestre el grado en que una política de la amistad porta el signo de la policía y su terror.

Una política de la “amistad” traza los contornos de cierta configuración de la política donde lo común será confiscado por una sustancia en particular, el “compañerismo” quizás pueda abrir un campo en el que lo común pueda experimentarse como una potencia impersonal de la que los hombres hacen uso. El “amigo” remite a una relación de apropiación (nosotros-ellos; amigos-enemigos), el “compañero” se torna irreductible frente a toda relación de apropiación. Se desata como un inapropiable del cual, sin embargo, podemos hacer un uso libre y común.

No significa esto que “amigo” y “compañero” constituyan dos términos dicotómicos, separados entre sí, sino mas bien, que habría que pensarles en una relación de disyunción, donde el uno siempre habita en el otro, mezclándose entre sí al modo de una intersección que los vuelve indistinguibles, pues jamás experimentamos al “amigo” o al “compañero” en sus formas puras.

El “compañero” no está nunca separado simplemente del “amigo”. Deviene su esquirla, su resto irreductible en el que un no-lugar asoma el riesgo del otro que, como tal, jamás podemos conocer a “ciencia cierta”: el “amigo” puede tranquilamente responder ¿quién es?

El “compañero” no es un “quien” sino una singularidad epifánica: en cada “compañero” se juega la cristalización de un universal, de la eternidad de una Idea; en cada “amigo” sólo una forma particular que aspira a universal sin serlo y que redunda en la conformación de una amistocracia que, en términos generales, puede denominarse oligarquía.

En virtud del riesgo que comporta el “compañero” puede haber traición, precisamente porque en él vibra el campo de la historicidad, lugar sin lugar en el que se asume la posibilidad de la pérdida, de la fractura, de la stasis –si se quiere- porque él abre un no-lugar que expone el que no existe garantía alguna para la acción, en el que no perviven los fundamentos o el consuelo de una “filosofía de la historia” que asegure el cumplimiento de la obra.

El “compañero” es des-obrado, pues en él se exhibe el que no hay nada ni nadie dispuesto a salvarle: que no haya salvación ni condena significa que el “compañero” es un no-lugar que impide la existencia del juicio como tal. Los famosos “juicios” a “compañeros”, en los que miles perdieron la vida fusilados, seguramente no tienen tanto que ver con una simple política orientada a la aniquilación de la disidencia, como a una política que, para triunfar, necesita restituir la ominosa maquinaria del derecho. Justamente, el “compañero” designa un cuerpo irreductible al juicio ejercido por el derecho.

No hay juicio que contenga al “compañero”, él es el campo de una historicidad que no se acomoda a la amistocracia del historicismo y su estructura tribunalicia. Del “amigo” sabemos quien es, de donde viene, dónde vive. Del “compañero” quien es un perfecto desconocido, sólo sabemos que no tiene patria.

Su carácter epifánico en el que se juega, singularmente, la eternidad de una Idea, de un Universal, hace que él asuma un carácter inmediatamente común que no calza con ningún territorio, frontera o patria en particular.

El “compañero” –justamente a propósito del cum latino en el que juega el ser-con- actualiza una fuerza cosmopolita que, sin embargo, abre un lugar exento de representación. Deviene utópos que experimenta un lugar sin territorio y una época que no le pertenece. “Compañero” signa una potencia intempestiva, que está fuera de lugar y que, sin embargo, no deja de impregnarnos decisivamente. Visible e invisible a la vez, es el temblor por el que atraviesan luchas. En él se condensa la singularidad de una experiencia ético-política, la “única”, decía Marchant, como lo fue la Unidad Popular.

[1] Patricio Marchant Desolación. Cuestión del nombre de Salvador Allende En: Pablo Oyarzún, Willy Thayer (eds) Patricio Marchant Escritura y Temblor Ed. Cuarto Propio, Santiago de Chile, 2000, p. 213.  

Rodrigo Karmy Bolton