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La cuestión de las humanidades Parte II: Para una democratización de la Investigación en Chile

Por: Alejandra Bottinelli y Rodrigo Karmy | Publicado: 09.05.2019
La cuestión de las humanidades Parte II: Para una democratización de la Investigación en Chile filosofía y humanidades – paro – uchile |
El exilio de las humanidades en Chile se expresa de una forma groseramente material: la reducción de sus fondos. Cada año los fondos para la investigación en artes, ciencias sociales y humanidades –pero sobre todo en humanidades- se ven ostensiblemente reducidos en comparación con las ingenierías y el conjunto de saberes técnico-científicos “aplicados”. Y, como si no bastase con echar a las humanidades a la intemperie del autofinanciamiento y a “competir en el mercado”, se las castiga doblemente, muchas veces también en los presupuestos internos de las instituciones.

  II.- El exilio de las humanidades y su impacto en la democracia

En una decisiva problematización de la gobernanza neoliberal, la filósofa Wendy Brown ha mostrado cómo esta sustituye al otrora homo politicus por el homo economicus, poniendo en crisis al discurso de la democracia liberal sostenido por la soberanía popular que deliberaba, en favor de un nuevo régimen en la que toda deliberación popular resulta ser sustituida por la decisión managerial (Brown, 2016).

La tesis de Brown coincide aquí con la de la filósofa Marta Nussbaum: la implosión de la democracia se expresa en una crisis radical del “hombre” sobre el cual se erigieron las humanidades (Nussbaum, 2014). Es tal crisis la que parece clausurar al horizonte moderno, en la que la Universidad experimenta una profunda y radical “crisis no moderna” (Thayer, 2009)  y el otrora “hombre” al que Foucault dio fecha de vencimiento, parece experimentar una resurrección en la forma del “capital humano” (Foucault, 1996).

Humanidades, democracia liberal y Universidad estatal-nacional (República) eran tres términos anudados en una antropología: “el hombre”. Como muestran las reflexiones de Kant, en él pervivía una convergencia entre academia, república y opinión pública sobre la cual, como ha visto el filósofo chileno Andrés Claro, se articulaba una esfera que se dio en llamar “cultura” y que hoy parece atenazada entre la farándula y la tecnocracia (Claro, 2018). Pero una vez que el “hombre” es desplazado por el “capital humano”, las humanidades pierden su cometido, y se transforman en “servicios” prestados a clientes exigentes, que poco y nada se ocupan de la democracia y mucho menos de la llamada “opinión pública” –cuya diversificación era tanto el horizonte como la condición de existencia de aquélla-, a no ser bajo la tenaza de la farándula y la tecnocracia, dos formas del capitalismo semiótico o corporativo-financiero característicos de la escena neoliberal (Lazzarato, 2017).

Como ha visto el chileno raúl rodríguez freire, la “condición intelectual” parece asumir hoy cada vez más la forma del espectáculo, en un clima anti-intelectual y anti-teórico (rodríguez, 2018: 41): ya en la modalidad de la gestión de “celebridades” -la convocatoria, al Sur, de estrellas intelectuales del Norte-, ya en la de la obsesión por el “automarketing académico” basado en la metrología del paper (rodríguez, 2018) y su “impacto”. Un “impacto” éste, que en su dimensión intelectual, como han mostrado varios estudios, llega a ser relativo o nulo[1], produciendo, así, una “ilusión de la excelencia tácticamente bien pensada e inteligentemente ostentada” (Halffman y Radder), que asienta, sin embargo, al mismo tiempo, la creciente desconexión de docentes más preocupados de los rankings y de dicha “representación” de excelencia, que de la formación de sus estudiantes o de la reflexión de profundidad que exige a veces largos períodos de anonimato y de trabajo colectivo e individual “en la sombra” antes de dar a la luz apresuradamente conocimientos hoy, muchas veces, débilmente fundados. Ello ocurre, mientras las Universidades concretas, sus aulas, sus facultades, experimentan una implosión que se reproduce en formas de agobio laboral y estudiantil y la sensación de fragmentación de las comunidades, en unas dinámicas donde campea el individualismo o el “sálvese quién pueda”. Y todo ello, al tiempo que las políticas y las instituciones, en vez de poner el foco en fortalecer sus disciplinas principales ocupadas de la “cuestión humana”, reproducen su exilio, desincentivando el cultivo dedicado de sus disciplinas.

A esta luz, resulta clave entender que el proyecto general de la “lógica tecnocrática” consiste en sustituir a las Universidades –aquellas instituciones medievales y republicanas a la vez- por diversas agencias diseminadas globalmente que no sólo producen un conocimiento desechable expresado hegemónicamente en los papers (equivalente al dinero –crédito- en la actual sociedad capitalista), sino que se basan en un modo de producción cuyo horizonte consiste en la generación de conocimiento rentable para la financiarización provista por el Banco Mundial.

El problema de las humanidades no es sólo un asunto de naturaleza política porque implique  una forma de deliberación pública que compromete al Estado, sino porque también entiende que las humanidades no constituyen una simple disciplina dentro de otras, sino un modo de habitar el mundo: es por ello que la educación siempre ha sido parte de las humanidades y las humanidades han encontrado en la educación una de sus principales formas de realización. Las humanidades habitan el mundo desde el compromiso con el saber sobre y con ese mundo, y la multiplicación de dicho saber. He allí su sentido. Por esta razón, la crisis de las humanidades no es más que el síntoma de una crisis del pensamiento en general, que compromete a diferentes saberes (desde las ciencias llamadas “puras” hasta las ciencias sociales y las artes). En cuanto “trabajo vivo”, la infinita potencia de las humanidades reside nada más y nada menos que en su capacidad para impugnar el presente y constituir una apuesta intempestiva que incomode, difiere y asume el riesgo de vivir con otros.

El exilio de las humanidades en Chile se expresa de una forma groseramente material: la reducción de sus fondos. Cada año los fondos para la investigación en artes, ciencias sociales y humanidades –pero sobre todo en humanidades- se ven ostensiblemente reducidos en comparación con las ingenierías y el conjunto de saberes técnico-científicos “aplicados”. Y, como si no bastase con echar a las humanidades a la intemperie del autofinanciamiento y a “competir en el mercado”, se las castiga doblemente, muchas veces también en los presupuestos internos de las instituciones.

Porque, ¿consideraríamos sensato promover el autofinanciamiento y a la vez garantizar una investigación independiente, autónoma en Química y Farmacia, con la industria farmacéutica, tal como esta funciona, presionando desde atrás? ¿Nos parece viable que la Medicina pública se autofinancie y se eche, sin más, a competir por el “mercado de los pacientes”? Si ello suena ridículo o cínico, ¿lo es menos, acaso, el imponer que la reflexión sobre las Artes, la Literatura y los rumbos societales en la Filosofía deban sacrificarse en pro de buscar estrategias para “atraer” al esquivo mercado, y todo ello al precio de su desaparición en la denegación de sus sentidos? La desigualdad inmanente al modo de producción neoliberal del conocimiento se expresa de manera radical en las humanidades y ha aplicado sobre ellas una violencia del todo singular.

Más todavía cuando las humanidades carecen de una institucionalidad pública que ofrezca fondos basales para el cultivo y desarrollo de su trabajo reflexivo e investigativo basado en sus propios criterios de evaluación. Y peor aún cuando tal entidad, FONDECYT (“Fondo de Ciencia y Tecnología”), porta en su propia sigla la omisión de su nombre. Como si la “h” de las humanidades brillara por su mutismo, la sigla FONDECYT no ofrece un lugar a las humanidades que no sea el de su clandestinidad o del  sometimiento a su lógica estandarizante e individualista que, si no logra destruirlas, las reducirá estratégicamente por la vía de su irrelevancia cultural y política.

Por ello hablamos de exilio de las humanidades. Pero el exilio del que estamos hablando no es la expulsión de las humanidades hacia un país extranjero sino, más precisamente, su desplazamiento hacia el abismo del olvido. No se trata, en rigor, de su exilio, sino más crudamente de su desaparición en la irrelevancia de la investigación tautológica de la relación “calidad” y “agencia acreditadora” que tiene, además, como leit motiv la estandarización de las -antes- diversas formas de escritura de la reflexión –en disciplinas donde, para mayor escarnio, la escritura misma es no solo la vía para (dar a) conocer, sino la propia forma del conocimiento- proscribiendo, así, la “teoría”, el  “ensayo”, la “traducción”, que se despliegan –y se han desarrollado históricamente- como diversas formas de indagación reflexiva en y por la escritura. No se trata, entonces, simplemente de la expulsión de un lugar, como del borramiento de cualquier lugar posible.

Que en la actualidad no haya consenso –y muy poco debate, si se nos permite- entre las y los académicos acerca de los modos de producción del conocimiento en Chile, muestra la dimensión política del asunto al que nos enfrentamos, y que exige de las comunidades universitarias no sólo una discusión de fondo acerca de los modos de producción de conocimiento vigentes sino, sobre todo, una incidencia política que visibilice el problema a nivel nacional.

No se trata simplemente de exponer la desigualdad a la que han sido sometidas las humanidades ya por más de 40 años –si contamos desde aquel desastre que implicó el Golpe para nuestros estudios-, sino de mostrar que la repartición de fondos es el síntoma de una racionalidad muy precisa (un modo de producción neoliberal del conocimiento) que será necesario transformar si lo que se pretende es la puesta en juego de la democracia como el verdadero ethos sobre el cual puedan inventarse nuevos modos de producción y creación de conocimiento que sitúen su horizonte en lo común.

Bibliografía

Andrés Claro. Lenguaje, mundo, traducción. Una entrevista a Andrés Claro. Ed. Overol, Santiago de Chile, 2018.

Carlos Ruiz Schneider. Intervención sobre la nueva Ley de Universidades. Santiago de Chile, 2018

Marta Nussbaum. Sin fines de lucro. Por qué la democracia necesita de las humanidades. Ed. Katz, 2014.

Maurizio Lazzarato. El gobierno de la deuda. Ed. Amorrortu, Buenos Aires, 2017.

Michel Foucault. Las palabras y las cosas. Ed. Siglo XXI México, 1996.

raúl rodríguez freire. La condición intelectual. Informe para una academia. Ed. Mímesis, Valparaíso, 2018.

Valentina Letelier. El sistema de aseguramiento de la calidad de la educación superior chilena: reflexiones a diez años de su implementación. (Inédito).

Wendy Brown. El pueblo sin atributos. Ed. Malpaso, México, 2016.

Willem Halffman y Hans Radder. Manifiesto: De la Universidad ocupada a la Universidad pública. CIC. Cuadernos de información y comunicación, Ed. Complutense. 2017. Número 22, pp. 259-281.

Willy Thayer. La crisis no moderna de la Universidad moderna. En: Willy Thayer El fragmento repetido. Escritos en Estado de Excepción. Ed. Palinodia, Santiago de Chile, 2009.  

[1] “El sistema de las publicaciones científicas está completamente destruido: ahora es un inmenso río de publicaciones sin valor ninguno, de artículos publicados y republicados “para diferentes lectores”, de citas por estrategia, de revistas oportunistas con fines comerciales: una masa exponencialmente creciente de productos que jamás serán leídos. En esta factoría de publicaciones jamás promoverás tu carrera leyendo esos artículos, sino escribiendo la mayor cantidad de ellos, o poniendo tu nombre en los que se escriban, y encontrando esto absolutamente normal”. Halffman y Radder, 262.

Alejandra Bottinelli y Rodrigo Karmy