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Opinión

El momento político de la Convergencia

Por: Rodrigo Ruiz | Publicado: 10.05.2019
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La modificación del mapa de los actores y sus pesos específicos, con la estrepitosa caída de la centroizquierda y la emergencia del Frente Amplio, abren un momento digestivo, lleno de mezclas, desgajamientos y nuevas convergencias, que bien aprovechado puede abrir condiciones para una transformación más profunda de lo político, esto es, alterar las formas de exclusión y permitir la aparición de nuevos sujetos sociales.

El proceso de construcción de la nueva fuerza política, que hemos llamado Convergencia Social, tiene lugar en condiciones específicas, que marcan en medida importante la emergencia del referente mismo. No podía ser de otro modo, en la medida en que se trata de un instrumento para la acción. Presento aquí entonces, de forma sucinta, algunas ideas sobre ese contexto y su envergadura.

Las viejas formas de la política han venido cayendo primero de forma tímida y luego en un curso acelerado desde el quiebre político-social de 2011-2012. Continúa la debilidad de la participación electoral, y las fuerzas políticas que sostuvieron una capacidad de conducción social relevante en la posdictadura ven debilitada su capacidad de movilización en las bases. Las grandes instituciones de la sociedad, por otro lado, ven severamente mermada la confianza que les dispensaba la ciudadanía, mientras la economía, esa “brujería superior” que resguarda la promesa de la época, se revela incapaz de proveer estabilidad y bienestar. De esa suerte. Estamos ante un proceso vertiginoso y móvil, que abre la posibilidad de un cambio en las bases fundantes del régimen establecido desde el fin de la dictadura. Desarrollemos un poco más estas ideas:

La modificación del mapa de los actores y sus pesos específicos, con la estrepitosa caída de la centroizquierda y la emergencia del Frente Amplio, abren un momento digestivo, lleno de mezclas, desgajamientos y nuevas convergencias, que bien aprovechado puede abrir condiciones para una transformación más profunda de lo político, esto es, alterar las formas de exclusión y permitir la aparición de nuevos sujetos sociales.

Para ello es fundamental comprender los cambios en el sentido común, donde se expresa un malestar poco definido ideológicamente, que no se explica en el eje izquierda-derecha sino en la frustración por las expectativas incumplidas y la incomodidad con las múltiples formas de pauperización que significa el modelo para la mayoría de la población, y que, pese a sus déficits de politización, redefine los márgenes hegemónicos en la política (lo que explica en buena medida tanto el triunfo de Piñera como el ascenso del Frente Amplio). Junto a ello, la emergencia de la demanda feminista en los últimos meses, termina por consagrar un escenario donde las referencias socioculturales que estuvieron vigentes durante toda la posdictadura comienzan a derrumbarse aceleradamente.

Por otro lado, muy en línea con ese pensamiento neoliberal que el entorno de Piñera vino a actualizar en su práctica de gobierno, un eje fundamental de sus primeros intentos de legitimación estuvo dado por la promesa de una casi milagrosa reactivación de la economía. Después de varios años de un estancamiento en torno al 2% aparecía en el horizonte un auspicioso 4%.

El asunto se reveló, sin embargo, efímero. La inversión registró, es cierto, un primer repunte, pero solo para caer prontamente, al punto que hace unos pocos días el cuerpo B de El Mercurio debía anunciar que mientras las exportaciones caían en más de un 5%, la inversión extranjera marcaba una baja de más del 50% en el primer trimestre respecto a igual período del año anterior. La respuesta del gobierno sería la misma que en todo otro orden de cosas. El ministro Larraín sostenía que “se requieren aprobar reformas sustanciales”.

Los economistas del pensamiento dominante ponen sus expectativas en las “señales políticas pro crecimiento”, que generarían un “ciclo virtuoso” de estímulo a la inversión, creando más empleo y un aumento de la demanda. No se trata de simples declaraciones, sino del sentido práctico de una clase que reclama un rápido movimiento en la conducción del Estado. La evidente crisis del neoliberalismo, –que no es otra cosa que su modo de vida y por tanto, no constituye en sí misma un anuncio de su derrumbe–, intenta ser resuelta con más neoliberalismo.

En ese sentido, la porfiada apuesta de la política económica por un aumento de la inversión encuentra su explicación más allá de lo puramente económico. Efectivamente se relaciona con el interés de grandes grupos empresariales por alcanzar nuevos umbrales de rentabilidad, pero sobre todo, se trata de un nuevo empuje de las clases dominantes, que buscan reordenar el mapa del poder y las relaciones sociales, como base de un nuevo momento de desarrollo de su poder económico y político. El conjunto de reformas que ha intentado instalar el gobierno va en esa dirección, desde el Aula segura hasta la reforma del sistema de pensiones, pasando por la remodelación de la pobreza y las políticas para los pueblos originarios tempranamente anunciada por un ministro Moreno a cargo de un ministerio ahora llamado de Desarrollo Social y Familia.

Todo lo anterior descarga preguntas relevantes sobre el Frente Amplio, que durante el pasado año fue tironeado por un sector que parecía más preocupado por aprender a desenvolverse bien en los vericuetos del sistema político que por transformarlo. Dicha propensión ha mostrado la orientación política e ideológica que, en ausencia de un debate más claro, fue haciéndose hegemónica durante 2017 y 2018, y que se relaciona con una vocación institucional que no logra, y en casos no intenta, vincularse de modo orgánico, directo, participativo y por tanto sustancialmente representativo, con segmentos sociales de mayor amplitud. Como resultado, buena parte de los liderazgos y los segmentos más activos del Frente Amplio permanecen aún arrellanados en los marcos de sus identidades sociales originales.

Como sea, desde finales del 2017 el Frente Amplio adquiere una posición decisiva, que lo pone ante la posibilidad de disputar el poder político en las elecciones de 2021, y lo ubica como la única fuerza que puede proponerse enfrentar institucionalmente a la derecha y su agenda de profundización neoliberal. Queda ubicado, así, ante un desafío estratégico, que no se explica tan solo por el desafío que se le abre en la política electoral, sino por el modo en que resolverá la maduración de una orientación auténticamente transformadora. De esa suerte, la emergencia de una izquierda democrática del siglo XXI, actualizada y propositiva, capaz de construir una alternativa efectiva a las múltiples formas de sometimiento del orden actual, constituye para nosotros el desafío principal.

Rodrigo Ruiz