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Jorge Errázuriz, el ex corredor de bolsa que quiso ser senador y ahora propone «disolver el Congreso»

Por: El Desconcierto | Publicado: 15.05.2019
En 2018, el periodista Sergio Jara Román publicó el libro «Piñera y los leones de Sanhattan» (Editorial Planeta), una crónica periodística sin precedentes que devela el lado B del sistema financiero chileno, sus miserias y trampas, el auge y caída de algunos de sus protagonistas y la sorprendente impunidad de otros. En el capítulo dos de ese libro, emerge la figura de Jorge Errázuriz y sus socios, los nuevos ricos de un Sanhattan que comenzaba a dar sus primeros pasos. Errázuriz es el mismo empresario que quiso ser senador por Ciudadanos y que este miércoles estuvo en la polémica tras escribir en Twitter que «debería existir un mecanismo Constitucional que le permita al Presidente disolver el Congreso y llamar a elecciones cuando se produce bloqueo total de iniciativas del Ejecutivo». El Desconcierto publica en exclusiva un extracto del libro para conocer el perfil empresarial de Errázuriz.

Copas rebosantes de vino tinto se alzan en las manos de un ejército de más de quinientos corredores de bolsa y banqueros de inversión. Se han reunido en un amplio y elegante salón del hotel W, en el sector oriente de Santiago, en pleno Sanhattan. Chocan con fuerza los cristales y conversan a gritos, como si estuvieran en el estadio. Destellos de luz electroboscópica y gigantescas lámparas blancas en forma de triángulo reposan sobre sus cabezas, mientras una solitaria DJ pincha discos de música electrónica en el escenario. Es casi la única mujer del lugar. El resto no es más que testosterona vestida en trajes negros y grises que ha cambiado las pantallas de Bloomberg y las mesas de dinero por unos grados de adrenalina en forma de licor.

El ruido es ensordecedor, pero las modelos de los doce viñedos que están en el lugar se las arreglan como pueden para regalar sus mejores cepas a los ejecutivos. Juan Andrés Camus recibe una de esas copas y comienza su despliegue de relaciones públicas por el gran salón. Camus viste elegante. Luce una corbata anaranjada y un pequeño pañuelo blanco se asoma por el bolsillo superior de su chaqueta. Es, probablemente, uno de los ejecutivos más viejos del lugar. Y también el más influyente. En 2014 asumió la presidencia de la Bolsa de Comercio de Santiago y luego vendió Celfin, su corredora de bolsa, a la brasileña BTG Pactual.

La fiesta ha sido convocada y organizada por él. Estamos a mitad del año 2016 y nada en el país llama a celebrar. Todo lo contrario. Casos de corrupción política y empresarial estallan por todos lados. Pero los corredores y banqueros de inversión llevan catorce años realizando este ritual de vino y música electrónica, de modo que Camus, que trata de proyectar un perfil sobrio sobre sus negocios, debe cumplir con esa tradición.

Las horas pasan y los corredores de bolsa, desatados, comienzan a bailar entre ellos. Piernas y brazos se quiebran en ángulos rectos, en medio de un aire denso en el que se dibujan las figuras difuminadas de sus siluetas moviéndose bajo la estridente luz, que se multiplica en miles de flashes. El lugar parece una pista de baile y Camus circula a paso rápido, incómodo, buscando a alguien. Su histórico socio, Jorge Errázuriz, ha tardado más de lo recomendado en aparecer, pese a que vive en un lujoso departamento en el piso 19 de ese mismo hotel. Pero de pronto lo hace. A pasitos cortos, ágiles, llega al lugar y es recibido entre abrazos.

Ambos se conocen desde la universidad. Junto al cubano Mario Lobo crearon en 1988, con unos trescientos mil dólares, CEL Consultores, nombre que más tarde derivaría en Celfin. Lobo se salió del negocio cinco años después y más tarde se haría socio de la revista satírica The Clinic. Pero Camus y Errázuriz se mantuvieron y juntos vendieron la corredora a BTG Pactual, luego de lo cual se quedaron con trescientos millones de dólares en efectivo y un pequeño capital accionario de la matriz brasileña del que, en 2017, terminarían por desprenderse.

Errázuriz intentó varias veces presidir la Bolsa de Comercio. Pero su estilo liberal le jugó en contra, en medio de un ambiente financiero local conservador y poco dado a incluir en su club de amigos a los nuevos ricos. Es un típico corredor de bolsa chileno que se construyó a la semejanza del yuppie ochentero de Wall Street, aunque él es bajito, de cara chata y calvo. Esa tarde, en el hotel W, como en muchas otras ocasiones, no llevaba corbata.

Errázuriz es millonario, igual que Camus, pero excéntrico y desfachatado. Su inmenso departamento en el hotel W tiene piso de mármol y un piano que, si él quiere, se toca solo. Tuitea compulsivamente, quiso ser senador, y fue el creador y anfitrión de la “fiesta blanca”, en el exclusivo balneario de Zapallar, donde muchos corredores de bolsa tienen una segunda casa para veranear y uno que otro empresario caído en desgracia fija ahí su domicilio para cumplir con su arresto domiciliario por fraude o lavado de activos.

La fiesta blanca de Errázuriz fue famosa. Reunía a cientos de personas: millonarios excéntricos, corredores de bolsa, modelos y gente de la televisión para pasar el Año Nuevo. Pero se corrió la voz y en 2012 llegaron más de mil personas. Había de todo y Errázuriz se tuvo que pasar buena parte de la noche controlando en la puerta. Ese mismo año se acabó la fiesta. Pero el evento le ayudó a masificar su estilo en Sanhattan. Todos lo conocían y cada una de sus frases se transformó en una especie de referencia.

Quizás proyectando esa sensación de guía espiritual de Sanhattan que ostenta hoy, un día celebró públicamente la codicia como un motor legítimo de los empresarios y condenó a quienes la estigmatizan.

“Tengo discrepancias con Jorge en esa materia”, me dirá Camus una semana después, sentado en una enorme sala de reuniones de BTG Pactual Chile con vista a todo Sanhattan. “Sin embargo, hay que reconocer la condición de uno. El egoísmo es propio de los seres vivos. Y no solamente de los animales, sino también del reino vegetal. Si miras un bosque, hay competencia entre los árboles por buscar la luz del sol, el agua y los nutrientes. Hay competencia y si alguien puede crecer más que el otro, lo logra. Es una cosa propia de los seres vivos”.

Camus no es bueno para las analogías, ni tampoco para los discursos públicos. En octubre de 2017, poco antes de la elección presidencial, dijo que si Sebastián Piñera no ganaba “la probabilidad de que tengamos un colapso en el precio de las acciones es alto”. Era nada menos que el presidente de la Bolsa de Comercio vaticinando el peor de los infiernos si el país no votaba como los empresarios. Camus, quizás sin pensarlo bien, había iniciado una guerra psicológica que pudo haber afectado al votante. Lo acusaron de realizar una campaña del terror propia de la época de la dictadura. Su cabeza casi rodó, pero logró zafar.

Tres años antes, cuando Michelle Bachelet asumía su segundo mandato presidencial, Jorge Errázuriz, su socio, invitó a Piñera y a otros empresarios a un crucero por el Caribe. La prensa no lo presentó como un viaje cualquiera. No eran vacaciones. Los empresarios tenían una misión: “pensar Chile” en términos programáticos. Ese sería, quizás, el primer esfuerzo intelectual, en medio de tequilas y margaritas, para encaminar a Piñera nuevamente al poder.

La relación entre Camus, Errázuriz y Piñera no es nueva. En cierta medida, Piñera es para ellos, y para la mayor parte de los corredores de bolsa de Sanhattan, lo que fue Manuel Cruzat para él: un profesor. Lo fue en la Universidad Católica, en la carrera de Ingeniería Comercial, pero también fuera de la sala de clases, en la calle y en la bolsa.

—Juan Andrés, ¿crees que Piñera fue el formador de toda una generación en el mercado de capitales?

—Sin duda que es un referente.

—¿Ustedes lo miraban?

—Por supuesto. De hecho, yo estuve en conversaciones con él para irme al Citicorp.

Pero Camus nunca puso un pie en Citicorp. Al menos no como ejecutivo. Cuando negoció con Piñera una posible incorporación, ya estaba tirando líneas para dejar el Grupo Matte junto a Errázuriz y Lobo y crear Celfin, una compañía que cambiaría el rostro de Sanhattan y la forma como se hacían los negocios.

***

Juan Andrés Camus se acomoda las colleras de un extraño color verde fosforescente que luce en las mangas de su camisa, pasa su dedo índice por sobre su labio superior, y dice:

—Nosotros fuimos los primeros.

—¿Los primeros en qué? —le pregunto sin perder de vista sus colleras.

—En 1988, antes del plebiscito, hicimos el road show del The Chile Fund Inc., el primer fondo de inversión extranjero en llegar al país —responde con una mirada llena de orgullo—. Sabíamos que iba a ganar el No y lo hicimos igual no más.

Celfin, las iniciales de Camus, Errázuriz y Lobo, había partido ese mismo año como administradora de fondos, haciendo estudios y análisis de empresas y entrando al negocio de los swaps y la compra de papeles de deuda externa del Banco Central.

El 27 de septiembre de 1989, cuando aún eran unos desconocidos, hicieron su estreno trayendo a Chile el primer fondo de inversión extranjero, tras un largo año de reuniones promoviendo el negocio en el país. En los hechos, era el primer síntoma de una recuperación de la confianza a nivel internacional. Diversos inversionistas de Estados Unidos pusieron 70 millones de dólares en el The Chile Fund Inc., sin tener del todo claro si Pinochet reconocería el triunfo del No.

—Teníamos confianza. Si ganaba el “Sí”, había continuad de las políticas económicas.

—¿Y si ganaba el No, como pasó finalmente?

—También iba a haber continuidad de políticas económicas sensatas. Estábamos seguros —dice Camus.

El trabajo en el norte, eso sí, no lo hicieron ellos. Salomon Brothers, una empresa repleta de traders buenos para la timba que por esos años estaba en el centro de grandes cambios a punto de explotar, los había contactado previamente para levantar el fondo y encargarse de ofrecerlo. Fueron ellos los que convencieron a los inversionistas de Estados Unidos para que invirtieran en un fondo que apostaba por acciones chilenas de toda clase.

La Bolsa de Comercio de Santiago por esos años estaba seca, sin liquidez, apenas movía dos millones de dólares al día. Pero la demanda por el The Chile Fund Inc. fue cuatro veces la esperada. Es decir, Celfin pudo haber levantado un titánico fondo de doscientos ochenta millones de dólares. Parte del éxito de ese negocio tuvo que ver con la baja preparación que existía en el mercado de valores chileno.

“La gente que trabajaba en las corredoras no era profesional, no existían informes sobre empresas”, recuerda Camus. “Se transaba muy poco, por lo que también las comisiones eran muy bajas; entonces no había incentivo ni plata para pagarles”.

Embriagados por el repentino éxito y reconocimiento social, al año siguiente los dueños de Celfin hicieron otra apuesta arriesgada. Nuevamente junto a Salomon Brothers, realizaron la primera colocación de American Depositary Receipts (ADR) de una empresa chilena en Wall Street.

Los ADR no son más que un número determinado de acciones agrupadas en un pequeño paquete. Un ADR, dependiendo de la colocación, puede valer diez o veinte acciones. Celfin inició este negocio, que fue valorado en cien millones de dólares, colocando acciones de la Compañía de Teléfonos de Chile (CTC), una empresa que pasó de manos privadas a estatales, y viceversa, durante todo el siglo xx. Incluso llegó a ser parte de la International Telephone and Telegraph Corporation (ITT), la insidiosa empresa tecnológica estadounidense que en 1972 pagó a detractores de Salvador Allende para derrocarlo.

Pero en 1990 algo había cambiado. Nadie, en el incipiente Sanhattan, hablaba de esas cosas. En ese tiempo, y ahora también, los corredores de bolsa eran puro futuro, nada de pasado. Por eso, en ese pequeño mundo de la bolsa, en vez de hablar de derechos humanos y política, todos hablaban de Celfin, los recién aparecidos, y de las cosas que se podían hacer ahora con la plata que llegaba del extranjero.

En ese contexto, los ADR de la CTC y el Chile Fund Inc, marcaron un hito y Celfin, quizás sin saberlo, inauguraba una nueva época llena de optimismo y grandes negocios que prometían un abundante flujo de billetes verdes.

Portada libro «Piñera y los leones de Sanhattan»

* Este texto forma parte del segundo capítulo del libro Piñera y los leones de Sahattan, del periodista Sergio Jara Román.

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