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Opinión

La música no tiene moral: Digresión sobre el no al reggaetón en Recoleta

Por: Felipe Larrea | Publicado: 16.05.2019
La música no tiene moral: Digresión sobre el no al reggaetón en Recoleta D5Atz4pXoAArIU4 |
La importancia del reggaetón es indudable en la actualidad, no sólo por motivos extra musicales, sino porque sobrepasó su reducto de música estrictamente de baile o para las clases populares, como lo era en la década pasada.

La decisión tomada por el encargado de RecoMúsica (la disquería popular de Recoleta), José Sabat, de excluir al reggaetón como género por su contenido machista y misógino, constituye una toma de posición que busca empatizar con cierta sensibilidad de estos tiempos, pues existe una discusión que ha puesto el ojo en el contenido de ciertas obras (sobre todo musicales, ya que son un tipo de obra al alcance popular). Esa discusión, precisamente, ve una relación entre lo que dice una canción y lo que genera en la sociedad.

Curiosamente, en la música popular se está utilizando este criterio, impulsado por varios medios de la escena musical, pese a que ya en las artes en general, desde hace al menos dos siglos, se disoció la forma del contenido de una obra. ¿Por qué a la canción se le analiza con categorías anacrónicas? En otros términos, es como si pensáramos que alguien como Alfred Hitchcock realmente tuvo como intención primaria en su arte la de dignificar los rasgos psicopáticos (pienso en Psicosis); o en general, todo el cine llamado de “horror” o “terror”, sus directores, guionistas, incluso actores, sean acusados de hacer apología de la sangre, los descuartizamientos o las figuras satánicas. Recordemos que por razones similares a Iron Maiden, en 1992, se le prohibió tocar en Chile porque tenía una canción que aludía al número de la bestia (666).

No necesariamente aquello que expresa la canción en términos líricos es aquello que su autor, sus intérpretes, piensan o creen. Incluso, podríamos señalar que cuando un artista o compositor habla mucho de lo que piensa o lo que cree, estamos en presencia de una obra débil. Existe un nivel de representación, de teatralidad en la canción que es importante de recordar y esto ha sido desde siempre la base de lo que es una canción popular, es decir, la transmisión de una herencia sin dueño, sin autor, por decirlo de algún modo, y el cantor sólo es un vehículo de esa transmisión: lo que se expresa en la canción es más bien la cultura (reduciendo por ahora el significado que implica ésta). Sin embargo, volviendo a la discusión puntual, esto, obviamente, no niega que exista un determinado cancionero machista o misógino, pero creemos que la manera en cómo resistirlo o discutirlo, no puede ser a partir de la censura ni del tan en boga “cancelled”, que incluso medios periodísticos promueven.

No se trata tampoco de que la exclusión del reggaetón o de la música urbana constituya un atentado a la libertad; sería un argumento liberal, de derecha digamos, para criticar el proyecto popular de Jadue al acusarlo de “totalitarismo”. La crítica va en otra dirección, ya que hay un desprecio a priori al reggaetón, no sólo en cierta tradición de izquierda (el régimen cubano lo prohibió por decreto), sino que en aparatos críticos e intelectuales de larga data, los cuales también criticaban en su momento al jazz o al rock & roll, pero que no se debía, en ese momento, a su cariz misógino (que, como ya estamos advertidos, lo tiene), sino por ser un invento del imperialismo y que sólo busca adormecer políticamente a las masas.

Alguien como Andrea Ocampo ha tematizado, política y teóricamente, al reggaetón. Lo ha hecho yendo más allá de las letras para centrarse en los procesos de subjetivación que ha producido: el reggaetón no constituye el origen de la violencia hacia la mujer en la música ni tampoco su perpetuación, se puede, incluso aducir totalmente lo contrario. Es que la canción, o la música popular en general, no puede pensarse a un nivel estrictamente lírico, como si fuera su “contenido”; la música popular es un gran bastión de subjetivación, que ha implicado siempre una multiplicidad de devenires que no se pueden ignorar. Y creo que eso va más allá del “contenido” e incluso sobrepasa la vida personal del que interpreta o crea esas canciones.

Ahora bien, existen disquerías o tiendas dedicadas a la venta de música que formulan su propia línea editorial o su propia curatoría, eso es totalmente válido. Sobre todo en este caso en que el proyecto de la disquería es popular, es decir, poner al alcance del bolsillo la música que en otros lugares no se puede acceder; pero también, de que se intuye que la música que se distribuirá ahí será de alcance popular. Sin embargo, creemos que este propósito se contradice con la prohibición del reggaetón en su oferta y la razón es sumamente débil. Una razón de peso podría ser que el reggaetón esté excluido porque no necesita estar más al alcance de lo que ya está, porque lo que hoy se llama “música urbana” es hegemónica en casi toda Hispanoamérica (y en el mundo quizás).

Ante la pregunta de que por qué el reggaetón debiera estar en una disquería, la respuesta es obvia: por qué no debería estarlo. La importancia del reggaetón es indudable en la actualidad, no sólo por motivos extra musicales, sino porque sobrepasó su reducto de música estrictamente de baile o para las clases populares, como lo era en la década pasada. Hay que pensar que el reggaetón en Chile sufrió una estigmatización cultural y social porque precisamente se le adjudica una estancia en las clases populares que “no saben” de música, que “no saben” de cultura.

En la música chilena que está irrumpiendo hoy, y pienso en proyectos del llamado trap que encabeza gente como Gianluca, Pablo Chill-e, Princesa Alba, Ceaese o Lizz, el reggaetón es una influencia clave, elevándola a un género con cierta dignidad. Ahora, si bien se entiende que es el género más comercial de los últimos diez años, y que la disquería no seguiría profundizando su hegemonía, sigue siendo un argumento débil para deslegitimarlo. Sobre todo porque las relaciones entre música popular y mercado son de largo aliento, incluso está en su misma constitución: la música popular es serial, es altamente industrial. Pongamos el ejemplo de The Beatles, que hoy en día son considerados de culto y que tienen un consenso legítimo, considerándose “alta cultura” (de seguro hay mucho de sus discos en la disquería), pero en los años sesenta del siglo pasado los puristas los criticaban. Además, estaba el hecho de que The Beatles constituía el mayor ingreso económico de Gran Bretaña en la época.

El argumento que se da ahora es otro y va de la mano con la estigmatización al reggaetón, porque habría varios catálogos musicales que sacar, incluyendo varios singles y canciones de The Beatles. Aparte, la pregunta es, ¿qué es realmente el reggaetón? No es tan fácil discernir, salvo que exista una suerte de curador musical que dirá: “esto es reggaetón, no va”. Sobre todo considerando que el mainstream actualmente es algo así como 100% reggaetón. Urge, en definitiva, pensar qué significa lo popular y, por sobre todo, pensar el suelo moral que se está sedimentando como directriz en las políticas culturales.

Felipe Larrea