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Opinión

Somos familia

Por: Ivonne Coñuecar | Publicado: 17.05.2019
Somos familia Nadia Petrizzo_Buenos Aires | © Nadia Petrizzo
Me parece que ya no estamos para escondernos, aunque nuestra existencia enfrente a un segmento obtuso y prejuicioso, y a grupos peligrosos y violentos. Nuestros cuerpos no pueden trocarse para el acomodo de discursos anacrónicos y rígidos. Son nuestras biografías las que se exponen, las que escribimos, las que (re)construyen la historia de la que nos han borrado sistemáticamente. Nos mueve el orgullo, y si bien la discriminación no ha desaparecido, hemos avanzado.

«Somos familia

Levántense todas y cantemos

Vivir la vida es divertido y recién hemos comenzado

a recibir nuestra parte de los placeres del mundo” 

Sister Sledge

Recordarán aquella última escena de La jaula de las locas (1996), donde Robin Williams y un constreñido Gene Hackman salen épicamente de un club escapando de la prensa al ritmo de la canción de Sister Sledge, aprovechando el show de las transformistas. Con toque de comedia, esta película grafica una familia distinta y disidente, marica y de mucha pluma, donde Williams interpreta a Armand, el dueño del club, emparejado con Albert (Nathan Lane). Esta historia es un remake, y otro y otro, pero no es una nueva versión, porque las familias distintas, disidentes, diversas, hemos estado siempre. Y es que la familia nuclear funcionó muy bien para describir la unidad básica de un sistema microeconómico, para el catálogo de la tienda de ropa, para mostrar la casa piloto, pero lo que hay de cierto es que la familia nuclear explotó mucho antes que la bomba que lanzaron desde el Enola Gay.

Nosotras no somos una bomba ni una tragedia, sépanlo, aunque se nos endose una moral predeterminada y unilateral, y se espere de nuestros cuerpos ciertos valores, acciones y omisiones en función de mantenernos dentro de la heteronorma. Si miran mejor, en lo sustantivo, nada nos distingue de la cotidiana vida en sociedad, somos una población transversal que paga impuestos, si se quiere ver la mínima expresión. Somos personas y cuerpos que nos movemos por el goce reivindicando nuestros derechos ¿Por qué no podríamos aspirar al máximo goce?, ¿tendríamos que vivir bajo códigos secretos y espías? Me parece que ya no estamos para escondernos, aunque nuestra existencia enfrente a un segmento obtuso y prejuicioso, y a grupos peligrosos y violentos. Nuestros cuerpos no pueden trocarse para el acomodo de discursos anacrónicos y rígidos. Son nuestras biografías las que se exponen, las que escribimos, las que (re)construyen la historia de la que nos han borrado sistemáticamente. Nos mueve el orgullo, y si bien la discriminación no ha desaparecido, hemos avanzado.

Las lesbianas aún estamos en un espacio que lentamente se visibiliza más, y aún así estamos expuestas porque el patriarcado se siente con mayor presión al elegir no estar del lado de las expectativas heteronormadas siendo mujeres, tensionando el estereotipo femenino, y aunque en mi caso fue un camino complejo, al paso de las experiencias, ya no me importó que me dijeran marica, lesbiana, fleta, torta, tortillera, camiona, lesbiónica, y todos aquellos apelativos que en otras bocas valen como discriminación, porque encontré más personas, y esas palabras se convierten en resistencia en nuestras bocas, porque también reímos y gozamos, y el lenguaje es político y en comunidad, donde nos encontramos en estas identidades diversas.

Cuando se habla de la adopción homoparental se escuchan algunos ecos de que las lesbianas sí, pero que los hombres homosexuales no. Porque las lesbianas podemos parir (¿tenemos contenedor?), pero los hombres no (¿por prejuicio morboso?). Y argumentan que desean el bien superior de las infancias, pero son incapaces de convertir ese deseo en lo práctico y lo cotidiano, que simplemente, es convivir en sociedad y reconocer la diversidad. ¿Qué no lo merecemos?, ¿según quién?, ¿la Iglesia?, ¿ese gueto machista de personas casadas imaginariamente y con voto de castidad?, ¿son ellos la voz de la autoridad que vela por el bien superior de las infancias?, ¿o los gobiernos?, ¿los mismos en tela de juicio por las muertes, torturas, abusos y maltratos a menores?

Nuestra comunidad es diversa y disidente, pero no estamos fuera del Estado; pertenecemos, y apelamos a los Derechos Humanos como comprensión del bien superior de la sociedad, que es propender al máximo goce de quienes la conformamos, y que hay derechos anteriores y superiores que no se pueden negar. La legislación en Chile ha trabajado en la lógica de la prohibición y ha puesto freno para legislar para la convivencia y la modernización del Estado para un desarrollo humano, no solo económico. En ese sentido, valoraría aún más que la adopción homo y lesboparental avanzara en un correlato con el adeudado matrimonio igualitario, entre otras leyes que la comunidad LGBT requiere.

La gran apuesta es saltar por una educación sexual en todos los niveles educacionales, superar el tabú y el prejuicio. Superar la represión. Porque queremos vida y nos queremos vivas. Porque somos familia, y seguiremos formando familias. Sin adopción homoparental le estamos negando derechos y espacios a las infancias, a las personas. Estamos avalando un sistema educativo que agrede y una sociedad que discrimina. No somos víctimas, no estamos pidiendo limosna. Esto no es un capricho, hablamos en serio. Exigimos dignidad, somos familias que se reconocen en aquellos espacios donde el discurso ¿dominante? no desea reflexionar ni editar sus palabras.

El desafío que se nos presenta es el trabajo por un sistema legislativo que se alimente de experiencias de otros países donde ya se ha vuelto tradición el trabajo consistente, profundo e informado en relación a los derechos de la comunidad LGTB y que reconozca, respete e incluso permita la adopción por una sola persona, sin referencia alguna a su identidad o preferencia sexual. Mientras tanto lo claro es que somos familia, siempre seremos familia en esa resistencia y búsqueda, por los que vienen también, para que canten y bailen y se besen sin que nadie les niegue la posibilidad de expresión ni el goce. Y espero que pronto el matrimonio igualitario acuda a llenar vacíos legales, que la educación desarrolle también la ternura de un Chile que se ha ido perdiendo en los pliegues de la medida de lo posible, como si la ciudadanía requiriera limosnas, como si lo que pidiéramos fuera un capricho. No se pueden abandonar los cuerpos por miedo a la diferencia, no se pueden abandonar las infancias por fobias de quienes nos representan, no se puede transar goce por miedo. Somos una comunidad orgullosa, ponemos el cuerpo para vivir, para bailar, para reír, para amar, para exigir, para resistir.

Ivonne Coñuecar