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Daenerys la elegida, o el peligro de velar por el bien de otros

Por: Tamara Vidaurrazaga | Publicado: 19.05.2019
Daenerys la elegida, o el peligro de velar por el bien de otros got 2 |
Para quienes no siguen la saga, este personaje resulta también interesante, en tanto refiere a uno de los nudos de los movimientos sociales que han luchado por la liberación humana desde que el mundo es mundo, especialmente quienes se asumieron vanguardia de estas transformaciones en el pasado reciente: la certeza de saber que se posee la verdad, que la liberación -definida por unos pocos- es lo que las grandes mayorías requieren.

Quienes nos encontramos siguiendo los últimos capítulos de la Saga Game of Thrones, nos encontramos sorprendidos ante el cambio radical de Daenerys, la madre de dragones que, en el penúltimo capítulo de la última temporada, se decidió a quemar una ciudad completa, asumiendo que ese fuego final sería el inicio de los nuevos tiempos, cuya promesa la ha movilizado desde que se sintió elegida para liberar a los 7 reinos de la opresión.

Para quienes no siguen la saga, este personaje resulta también interesante, en tanto refiere a uno de los nudos de los movimientos sociales que han luchado por la liberación humana desde que el mundo es mundo, especialmente quienes se asumieron vanguardia de estas transformaciones en el pasado reciente: la certeza de saber que se posee la verdad, que la liberación -definida por unos pocos- es lo que las grandes mayorías requieren.

Las izquierdas revolucionarias de los largos sesenta fueron el ejemplo perfecto de este nudo. Se asumieron como vanguardias decididas a crear las condiciones para la transformación radical de mundo, no importando si las condiciones eran inapropiadas, si la propuesta de liberación contemplaba las necesidades de quienes pretendían liberar, o si los llamados “daños colaterales” era algo que quisieran sacrificar las grandes mayorías implicadas.

En retrospectiva, y luego del impacto de ver una ciudad completa hecha cenizas, el cambio de Daenerys no fue intempestivo. Cuando asumió que dar vida a huevos de dragones extintos y sobrevivir ante el fuego la convertían en algo distinto a la humanidad que pretendía salvar, se asumió iluminada. Maternalmente decidió por los otros, como si su verdad fuera la única posible, escuchando poco o nada a quienes anduvo liberando capítulo a capítulo.

Saberse parte de un círculo selecto, que puede ver más allá y mejor no solo los malestares propios sino también del resto, es sin duda un peso gigante. Las militancias del pasado reciente se caracterizaron por lo que el argentino Horacio Tarcus llamó “La secta política”, refiriendo a cómo estas orgánicas se constituyeron en espacios cerrados, diferenciados del afuera, en los que ingresaban solo los mejores y se definían los destinos de la humanidad. Sin consulta a esa humanidad.

Definieron que era la clase y no el sexo-género o la raza, aquello que debía priorizarse en esta transformación de mundo, homogeneizando a quienes buscaba liberar y desoyendo los malestares de quienes eran catalogados como oprimidos, y a la vez despojándolos de sus propias facultades para resolver cómo les era más conveniente liberarse.

Así mismo como Daenerys liberó a los esclavos de una ciudad completa y luego fue sorprendida en una audiencia por un ex esclavo que le solicitó volver a su antigua labor, porque no le acomodaba ser liberado en los términos definidos por esta extranjera que poco o nada consultó a quienes quería defender.

Tener la certeza de la luminosidad propia, de la claridad para ver los malestares y cómo estos deben ser priorizados, no es solo asunto de quienes estudiamos el pasado reciente o seguimos esta serie.

Actualmente, las izquierdas e incluso movimientos tan transgresores como el feminismo hacen parte de esta misma práctica, encontrándonos diariamente con quienes sienten el derecho a evaluar qué tan de izquierda o feminista somos, sobre todo si no comulgamos con sus propuestas de liberación para la humanidad.

Si entendemos que las izquierdas y el feminismo no son espacios homogéneos, sino movimientos complejos y en constante desarrollo, quizás sospechar de nuestras propias certezas nos ayude a poner más atención a lo que le sucede con aquellos que pretendemos liberar. No para ajustar nuestras teorías, sino para abrirlas al debate realmente, asumiéndonos como pares y no por encima, que podemos equivocarnos y que -más que dar lecciones- habría que escuchar en qué términos cada quien propone liberarse, como señaló Julieta Kirkwood cuando interpeló a las izquierdas por la ausencia del feminismo.

“Te salvaré cuantas veces sea necesario. Te cuidaré. Y te contaré cómo lo hice. Si sobrevives”, señala lúcidamente José Carlos Agüero, Premio Nacional de Literatura peruano, refiriéndose a la violencia política reciente de este país.

La frase podría servirnos como recordatorio constante del peligro que portan los ideales de liberación, cuando son acompañados de la certeza de estar en lo correcto, sin espacio para la sospecha, sin la escucha que posibilite acuerdos entre pares respecto de cómo conviviremos en comunidad, sin destrozarnos mutuamente.

Tamara Vidaurrazaga