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Albertina Carri, cineasta argentina: «El cine porno no sólo cosifica a las mujeres, sino también a los hombres porque se vuelven solamente un falo»

Por: Nico Romero | Publicado: 27.05.2019
Albertina Carri, cineasta argentina: «El cine porno no sólo cosifica a las mujeres, sino también a los hombres porque se vuelven solamente un falo» Albertina Carri las hijas del fuego |
En conversación exclusiva con El Desconcierto, la realizadora respondió sobre cómo vive el cine, por qué le interesa el porno, los procesos creativos y operativos que le permitieron rodar su última película, el momento social en el que vivimos e incluso, las dictaduras. 

Albertina Carri es una cineasta argentina que fue recientemente premiada en BAFICI 2018 con la polémica e incendiaria cinta, Las Hijas del Fuego, como la mejor película argentina.

La semana pasada, su realizadora estuvo en Chile para compartir su experiencia en una retrospectiva por sus obras que se exhibió en el Centro Arte Alameda.

Las Hijas del Fuego plasma la historia de tres mujeres que se cruzan por azar en el fin del mundo y las transforma hasta devolverlas a su ciudad natal siendo otras, o tal vez aquellas que siempre quisieron ser.

Además, el film relata la utopía de un amor único y la búsqueda de nuevas formas de relacionarse, chicas alejadas de la posesión y del dolor como ineludible final del amor fuera de todos los cánones. Responde a muchas características clásicas del género, instalando la militancia feminista y LGTB mientras las escenas de sexo se van sucediendo.

En conversación exclusiva con El Desconcierto, Carri respondió sobre cómo vive el cine, por qué le interesa el porno, los procesos creativos y operativos que le permitieron rodar su última película, el momento social en el que vivimos e incluso, las dictaduras.

-¿Cómo fue que decidiste contar esta historia que cuenta Las hijas del fuego?

-Son más mujeres finalmente. La verdad es que hace tiempo tenía la fantasía de hacer una película pornográfica con personas. Yo había trabajado el género con material de archivo, de la época prohibida, que no tenían firma, materiales anónimos. Pero lo que tiene, por otro lado, la pornografía, es un trabajo de repetición y que siempre es igual. Pasan las épocas, digamos el cine de los 20′, de los 30′, 40′, 50′, 60′, 70′, 80′, 90′, y es siempre lo mismo. No varía nada en su estructura, que es absolutamente neumático y heteropatriarcal. Lo que tienen esos relatos, además de lo hetero y de la cuestión de la dominación de la mujer y de los cuerpos, también es como una cosa extremadamente genital. Como que no existe ningún otro tipo de erotismo. El cine pornográfico no sólo cosifica a las mujeres, también cosifica a los hombres, porque los hombres se vuelven solamente un falo.

Siempre me interesó trabajar en eso porque también hay algo que me intriga, que es esta búsqueda desde que se comienzan a usar las cámaras, lo primero que se hizo fue ir a buscar ese tipo de material. Para mí está directamente relacionado con lo que significan las imágenes también, porque a través de la imágenes se adoctrina y se organiza un mundo. Cada vez somos más, a esta altura del siglo, la humanidad es cada vez más el opuesto de lo que planteaba Platón. En realidad nos construimos a imagen y semejanza de esa imagen. Es casi al revés. Estamos construyéndonos a imagen y semejanza de esa mass media que nos vienen bajando. Entonces, también tomar conciencia de eso. Me interesaba deconstruir ese género, un género además muy ninguneado por el feminismo, ¿no? Porque está la teoría abolicionista que directamente propone que no hay que hacer porno. Me parecía que era importante deconstruir ese género y también apropiárselo, de algún modo, y hablar del goce femenino desde otro lugar. Además le di una estructura de road movie a la película. Es un viaje que hacen estas chicas, que arrancan en Ushuaia, el fin del mundo, y van subiendo hasta un poco menos fin del mundo, que vendría siendo Buenos Aires. Ese viaje, como un viaje territorial pero también un viaje simbólico. Lo que les va pasando a ellas, a medida que van encontrándose con otras y cómo se van relacionando, es un viaje afectivo también.

-¿Por qué Ushuaia, por qué ése lugar del mundo?

-Me parece una geografía de una belleza despampanante, por un lado. Siempre tuve la fantasía también de filmar en Ushuaia. Tiene una voluptuosidad ese paisaje que tiene como una presencia, tiene un erotismo también y la película trabaja un poco eso con el paisaje a lo largo del viaje. Que lo erótico o lo gozoso no esté directamente y solamente relacionado a la relación sexual, sino también a otro tipo de encuentros, entre ellos visuales, intelectuales, también hay todo un juego con la palabra, la oralidad y con el pensamiento, porque la película también tiene bastante voz en off. Volviendo a Ushuaia, me interesaba partir desde el fin del mundo, que es algo como que nuestro cine, creo que a Chile le pasa lo mismo, nuestra cinematografía se exhiben muchísimo en Europa y me resulta como raro que no tengan conciencia de dónde venimos, de esa australidad de la que venimos. Territorializar esa parte de la Argentina que en general no está territorializada. La Argentina es Buenos Aires. Y Buenos Aires es una ciudad medio europea. Somos un extraño país de Europa. Eso pareciese cuando vez el cine argentino. Los nuevos cines argentinos, desde los 60′ en adelante, siempre tuvieron mucha influencia de esas corrientes de autor europeas. Entonces tomar otro territorio y habitarlo de otro modo, es una de las cosas que también la película plantea. Cómo habitamos nuestros cuerpos, nuestras relaciones y cómo habitamos estos espacios.

-La película viene de ganar BAFICI, ¿cómo ayuda este premio a la película?

-Le da un contexto importante porque es una película muy radical y siempre se cae el riesgo de que quede encasillada en lo gestual. «Es una película escandalosa y nada más», digamos. En realidad es una película súper reflexiva y súper cinematográfica. Es una película también narrativa. De hecho hay gente que dice que no es pornográfica. Yo le pongo el mote de pornográfico porque me interesa conversar con ese género. Entonces, le da un marco cinematográfico que es importante para la película y la hace mucho más visible. Como que asusta menos. Jajaja. Y eso es bueno porque la verdad es que en realidad no debería asustar. Pero habla de cosas, hace visible, presenta imágenes que no estamos acostumbradas a ver. La aparición de esas imágenes siempre inquieta.

-¿Cuáles son esas imágenes que no se ven y por qué no se ven?

-No es conveniente a poderes hegemónicos a cómo está ordenado el mundo. Estas imágenes desordenan, en ese sentido. Es necesario desordenar porque como está ordenado el mundo deja un montón de vulnerables, las mujeres, los migrantes, lesbianas, trans, travestis, transexuales, entonces, es un poco eso lo que también hace visible la película. Eso asusta. Obvio, da miedo. Genera mucha inquietud. Siempre que te plantean un nuevo mundo a todas y todos nos da miedo. Es como cambiarte de casa, empezar a vivir de otra manera.

«La monogamia es una de las grandes mentiras del capitalismo»

-Estos nuevos ordenes, o desordenes, cuál es tu visión sobre el amor único, el amor romántico, que está muy en discusión actualmente.

-Lean literatura, sólo les puedo decir eso. No hay libro que no hable de lo mal que se la pasa. Miren las películas. Toda la literatura del siglo XIX sobre el amor romántico la pasan como el orto. Es un sufrimiento. Por otro lado, digo, vivir es un poco un sufrimiento, nadie está exento, también es un aprendizaje. Sí se puede vivir de un modo menos dramático. También el amor romántico está directamente relacionado a esa forma de drama. Una de las cosas que le han criticado a la película que me parece interesante, que es una película que habla de poliamor pero no plantea los problemas del poliamor. A lo que yo digo, bueno pero que eso lo haga otro. Soy consciente de que el poliamor también trae problemas y conflictos. Creo que no hay nada más peligroso que vincularse con los otros seres humanos. Más peligroso y más hermoso. Entonces bueno, es un trabajo. Cuando hay encuentros afectivos hay que festejarlos de algún modo. Lo importante es conocernos, que cada una y cada uno encuentre también su propia estructura. Hay personas que no podrían vivir en esa estructura poliamorosa, pero hay muchas otras que no han podido vivir en estructuras monogámicas. Que cada una o cada uno encuentre esas maneras.

-Claro, que al menos hayan más opciones. Como que la monogamia era la única opción hasta hace un tiempo.

-Sí, claro. Sí. Que nunca existió, además. La monogamia es una de las grandes mentiras del capitalismo. Jajaja.

-¿Cómo evalúas el feminismo hoy en día, tanto a nivel local -Chile, Argentina- como a nivel global?, considerando además la industria del cine, que fue un espacio donde se logró masificar la discusión.

-Creo que estamos viviendo una revolución. Creo que es eso. Más allá de lo específico de cada región y cada oficio. Creo que es un cambio de paradigma total. Y como en toda revolución siempre después habrá retrocesos y etcéteras, pero hay algo de lo que no se vuelve. Se instaló un tema del que ya no se vuelve. Y sobre todo para las nuevas generaciones, que se están educando con esta apertura de poder reconocer además de las grandes violencias, que son las más fáciles de reconocer, las micro violencias a las que estamos expuestas a diario. Y algunas no tan micro, ¿no? Como el tema del acceso al trabajo, los sueldos, la dependencia que siempre se generó en esta estructura social monogámica. También era la mujer quedando siempre relegada de su autonomía. En ese sentido, no hay vuelta atrás. Ya sucedió. Es muy impresionante verlo. Un chico en Argentina me preguntó si había visto o vivido violencia contra las mujeres en la industria del cine argentino. Le dije «mirá, yo nací en los 70′. ¿Sabés todo lo que ví y todo lo que viví?». Lo que se modificó del mundo desde hace cinco años a acá, es una cosa brutal. No se modificó por nada, no es que bajó un OVNI y nos avisó, es un trabajo que se viene haciendo de largo, es un trabajo que el feminismo viene denunciando, avisando y comunicando, que finalmente se entramó.

-¿Desde dónde trabajas tus películas?

-La pregunta que me hago antes de hacer cada película es para qué la hago. En este momento donde hay una invasión de imágenes, de relatos y de narraciones, que entonces, tengo que sentir que realmente vale la pena. En ese sentido, por ejemplo, La Rabia, que es una ficción que la hice en el año 2008, es una película sobre la naturalización de la violencia. En ese momento cuando yo la estrené y hablaba sobre la naturalización de la violencia todos me decían: «Ah. Qué bien». No entendían absolutamente nada de lo que estaba diciendo. Ahora este tema está totalmente comprendido. Cada una de mis películas parten de necesidades personales pero, sobre todo, tengo que encontrar algo que me interese decir y contar. Sino, prefiero quedarme en mi casa leyendo. No tengo la compulsión de filmar. De hecho no filmé durante diez años, un poco menos. Ocho años.

-Las hijas del fuego fue hecha por un equipo técnico conformado completamente por mujeres, ¿cómo fue esa experiencia y por qué tomaste esa decisión?

-En principio como era una película con mucho sexo explícito entre mujeres. Fue como una cosa que se armó entre todas. Fue un pedido también de las actrices, de cuidados, que se iban a sentir más cómodas teniendo todo un equipo de mujeres. En principio era el equipo de rodaje y después ya se volvió también como una cuestión política. También en algún sentido hasta espiritual. Siempre he creído que hay algo de lo que pasa afuera de la pantalla, cómo se realizan las películas, que se imprime en la pantalla. Está ahí, aunque no se sepa. Cada película tiene necesidades diferentes. A veces necesitas un equipo muy reducido, a veces necesitas un equipo muy grande, a veces necesitas vivir en la locación. En este caso, para contar esta historia de mujeres, era importante poder hacerla con mujeres. Y también se sucedieron cosas interesantes en ese sentido. Porque hay ciertos roles donde no conseguíamos mujeres que los cubran. Nos sentábamos y decíamos: «Sacamos este rol, porque no tenemos una mujer para cubrirlo, o entrenamos mujeres que empiecen a cubrir este rol». Eso era interesante porque era como cambiar completamente el modo de hacer cine. Y también cambiar la cuestión jerárquica. Siempre es colectivo el cine, este fue como más colectivo aún, las decisiones se tomaban bastante en conjunto. Si bien, bueno, la palabra final la tengo yo. Jajaja. No, es un chiste. Jajaja.

-¿Cuáles fueron estos roles?

-Bueno, grip -especialista en armado, manejo y control de todo tipo de grúas, maquinarias y accesorios especiales para montar la cámara-, por ejemplo. Fue difícil también flete, pero conseguimos. Grip, no hay grip mujeres en Argentina, finalmente lo cubrió la eléctrica que teníamos en la película. El tema de chofer también, porque para manejar esas camionetas grandes necesitas una licencia especial. Eso era complejo, porque además tenías que encontrar gente en el sur, lo hacíamos por tramos. Complicaciones de producción. Como no podíamos enviar a nuestra chofer de Buenos Aires en un avión, porque nos salía carísimo para una película que no tenía plata, teníamos que encontrar choferes mujeres en el sur. Tuvimos ese tipo de complicaciones. De todas formas, en la post producción de la película trabajaron dos chicos, dos varones, que son los socios de la directora de sonido y que ellos plantearon que querían ser parte de la película. A mí me pareció que estaba bien también. Que era como un gesto lindo. Querer ser parte de ese maremagnum de mujeres. Hay que animarse. Jajaja.

-Albertina, tú naciste en el año 1973, mismo año en que se produce la dictadura militar de Pinochet en Chile. ¿Qué acercamiento tienes con esta dictadura?

-Nací en el 73′ que fue como un momento de primavera. Y parte de esa primavera era Allende acá en Chile. Y luego mis padres son desaparecidos además. Fueron secuestrados en el 77′, cuando yo tenía cuatro años. La Argentina es un país muy curioso, el proceso que hizo, es único en Latinoamérica. Me incomoda hablar de la dictadura chilena porque es como muy diferente el camino que han hecho. La primera vez que vine a Santiago de Chile creo que fue el 1999. Fue justo cuando lo estaban juzgando a Videla por la apropiación de niños durante la dictadura. Lo estaban metiendo preso de nuevo post indulto. En ese momento, lo liberan a Pinochet en Londres y llega acá. Yo estaba presente. Ví cómo el pueblo chileno salió a recibirlo. Para mí fue absolutamente shockeante. Fue como ver algo que no lo podía entender. Luego entendí que es un proceso completamente diferente al argentino. Lo que significó. No sé mucho que decir. Me duele y me angustia. Fueron 17 años de dictadura. 17 años es una cosa brutal. Recuperarse de ese paso de tiempo, son muchas generaciones involucradas.

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