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La democracia del Trap

Por: Richard Sandoval | Publicado: 01.06.2019
La democracia del Trap gian-32 | Foto: Valentina Palavecino.
El trap chileno es revolución. Desde Gianluca a Pablo Chill-e, Princesa Alba a Paloma Mami. Liberación, horizontalidad, subversión, diversidad, apertura, un afán frenético por expresar, por romper las cadenas de los prejuicios, los roles y el deber ser. El trap que reconstruye tejido social, el trap que se apropia del lenguaje, el trap que hace viva la idea más noble de cultura. Lo explican Marisol García, Ricardo Martínez, Andrés Landón, Val Palavecino y la Coordinadora Social Shishigang. Un viaje a las raíces de la chilenidad, con nostalgia y furia, con arte y discurso, expandiéndose por los rincones más olvidados de un país que encuentra democracia en el género más insospechado. ¿El nuevo punk? ¿El nuevo rock? Eso y, quizás, mucho más.

“Ahora sí, se viene el gran final. Señoras y señores: Pablo Chill-e. ¿Dónde están los shishigang? los quiero a todos saltando. El trap chileno va a ser cultura, estamos aquí en Lollapalooza, nosotros estábamos en el underground ayer, hoy estamos en el Lollapalooza, el trap es cultura lo quieran o no, van a tener que escucharnos, la prensa, todos, van a tener que escucharnos”. La voz de Polimá Westcoast está excitada, se desborda desde un escenario que contempla una avalancha de gente con las manos alzadas, jóvenes sin polera y celulares grabando. Hay un deseo por gritar un sentimiento, una pertenencia.

“Pediré por to’ mis negros en to’a mis oracione’. Y pa’l que no creía que hoy escucha mis canciones”, trata de cantar, en el éxtasis, Polimá, crecido en Independencia, hijo de una chilena y un angolés que llegó a Chile como refugiado de guerra. La galería del recinto se viene abajo. Algarabía, ganas de salirse de sí mismo, de sentirse parte de algo que es propio. Y es el turno de Pablito, puentealtino con origen en Pedro Aguirre Cerda: “Y si es por bienestar a mi no me importa gastar, Dejen déjenme pegar nadie va a tener que robar, Voy a poner a to’ los niños de la pobla a cantar”.

Pablito baja del escenario y se pasea como uno más de su lote. Mira hacia las pantallas gigantes que proyectan su rostro afirmado por los brazos de sus seguidores y muestra una sonrisa infantil, auténtica, ingenua, de no poder creer hasta dónde han llegado sus letras, que no son más que su realidad. Es domingo 31 de marzo. Se acaba el festival más connotado del país. Un día antes, Paloma Mami desbordó su escenario con miles que llegaron a escuchar cuatro canciones. Un día antes, Gianluca y Princesa Alba, en el mismo Lolla, interpretaron frente a otros miles “Summer Love”, la canción más escuchada del trap nacional en el verano en extinción.

“Sé que voy a causar controversia con lo que voy a decir, porque yo no tengo ni la mitad del talento que él tenía, pero me siento como Víctor Jara cuando voy a las poblaciones. ¿Has visto los videos de él, las fotos cuando iba a las poblaciones y le cantaba a la gente y ellos lo amaban? Así me siento”, dijo Pablito, el principal referente del trap chileno, hace unas semanas en La Cuarta.

Pero, ¿qué lleva a un fenómeno musical como el trap, a generar este impacto en Chile; millones y millones de reproducciones, jóvenes extasiados en el canto de letras que sienten cercanas y artistas que se sienten como Víctor Jara cuando van a las poblaciones? La respuesta parece hallarse en la cultura, en el más amplio sentido de la palabra.

Ricardo Martínez, autor de Tercera Cultura y doctor en lingüística, lo ve así: “Me interesa mucho el fenómeno, y me gustaría centrarme en un aspecto en particular, y es que hoy día la posibilidad de hacer música, la posibilidad de producir, es mucho más cercana a la gente que lo que era antes. Esta generación que viene en este siglo, y que comienza prácticamente en los 2000, con Napster, con Myspace, con los programas computacionales, puede tener un computador con programas buenos para hacer grabaciones, para poner bases, ritmos, y eso se vuelve muy importante; por lo tanto, a diferencia de antes, cuando tenías que ser producido por las grandes productoras y no había ninguna forma de que tu música pudiera tener algún sonido que pudiera parecer más profesional si no metías mucho dinero, hoy día esta cuestión se ha diluido bastante».

Martínez también dice que «las grandes productoras tienen equipos mucho mejores que los otros, sin embargo, la diferencia para un auditor natural, una persona que no es experta, son prácticamente impensables. Las personas no alcanzan a distinguir. Y eso ha provocado que aparezcan muchos movimientos que comienzan a generar la música desde abajo. Y ahí conecta con la idea de por qué esta música es tan importante en términos sociales: la forma de producción -vale decir, los computadores, los sistemas para grabar la música- se ha abaratado, y está al alcance de muchas manos, incluso de personas que tienen muy pocos recursos».

Pero lo anterior no es lo único, pues también se ha hecho más fácil la difusión, particularmente por el envío de materiales a sistemas de streaming, o a otro sistema de reproducción como los videos de Youtube. «Por lo tanto -agrega Martínez- hoy no solamente podemos crear muchas cosas; también tenemos una gran capacidad de difusión. Si esas dos cosas se suman, se produce una mezcla explosiva que genera todos los grandes estilos que están saliendo”.

En el trap, el otro factor que influye es el aumento de la conciencia que tienen las personas de pertenecer a colectivos y a una sociedad; de luchar por ciertos valores que tienen que ver con su identidad. Analistas coinciden en que no se le puede quitar el componente identitario al trap, pues hoy cumple un papel similar al del punk en el pasado. Es, probablemente, de todos los géneros, el más puro en ese sentido,

Martínez, quien como lingüista analiza con atención los nombres que usan los traperos en Chile, como el grupo de los Shishigang, el sello y toda la tribu en torno a Pablito, dice que le interesa estudiar las formas de apropiarse del lenguaje de este estilo y sus cultores. «Los lingüistas -plantea Martínez- hemos estudiado durante mucho tiempo que el lenguaje es una de las formas más naturales de construir identidad, y si yo puedo tener una ortografía que sea propia; el uso de los guiones, el uso de las comillas, el uso de las eses con las haches, evidentemente estoy haciendo algo que me diferencia, que se parece un poco a lo que está influenciado por el uso de las redes sociales, por los chats”.

Foto: Valentina Palavecino.

Los lugares donde hoy se escucha esta música, es la clave de la expansión del movimiento. “Yo escucho el trap cuando entro a la sala de clases y mis alumnos están viendo videos de Youtube. Suena en la sala de clases, suena en el patio, porque muchos alumnos llevan parlantes y escuchan en la micro, en la calle, en el celular, en el auto, en la cocina, en todos lados. Por lo tanto, es una música mucho más omnipresente. La música de nuestra infancia, de la balada romántica, está asociada a un espacio doméstico mucho más específico y esta es una música urbana en el más amplio sentido geográfico de la palabra”, explica el lingüista.

Pero hay otro aspecto que marca la diferencia al momento de abordar a una estrellla del trap: su forma de enfrentar la idolatría. ¿En qué se diferencia con la del Pollo Fuentes o Myriam Hernández? “La principal diferencia -explica Martínez- es que los ídolos antiguamente estaban muy motivados por los medios de comunicación. Llegar a ser ídolo era una cuestión muy difícil. Hoy no pasa así, y son personas mucho más cercanas en experiencias vitales; se parecen más a uno, o la gente se puede sentir más identificada porque son como ellos. Eso hace que las personas sientan que tienen un vínculo especial con estas figuras, que es un vínculo distinto al del glamour, lo fashion, lo enriquecido que era un ídolo del pasado”.

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Marisol García es una persona clave para entender la evolución de la música chilena desde una óptica popular. Autora de los libros “Canción Valiente”, “Violeta Parra en sus palabras” y “Llora, corazón. El latido de la canción cebolla”, entiende el significado de la palabra cultura como pocos. Y sobre el trap, sobre figuras como Pablo Chill-e, Gianluca, Princesa Alba, Paloma Mami, Ceaese, Drefquila, tiene una impresión.

“Es innegable que el trap ha enganchado particularmente bien en Chile desde hace un poquito más de un año, que gusta en un segmento sorprendentemente joven, porque finalmente detrás del trap hay auditores aún más jóvenes que los que hace poco seguían propuestas de nueva cumbia o de pop más de cantautor, que había estado llamando la atención hasta ahora. Acá hay una cosa más fuerte, más joven, y llegar a dudar que eso sea cultura es no entender nada de cómo funciona la cultura popular», dice García. «Acá hay una expresión con códigos particulares, que nos obligan a meternos en mundos y prácticas sociales, colectivas, de intercambio de intereses que es la definición misma de cultura popular; por lo tanto, yo miro con bastante interés lo que está pasando con el trap en Chile».

García agrega que «como periodista de música, hasta cierto punto formada por códigos del siglo veinte, creo que aquí hay una subversión bien profunda a la que todos los comunicadores deberemos estar atentos, porque si bien no creo que el trap pase a ser un género hegemónico en la música popular ni mucho menos, sí está instalando códigos que creo que no van a cambiar; está instalando maneras de relacionarse entre los jóvenes y la música que ya quedaron”.

Y aquí Marisol coincide con Ricardo Martínez: esas maneras de relacionarse tienen que ver con “la horizontalidad en el trato -ya sin ídolos endiosados sobre el escenario e inaccesibles para preguntas, contactos, saludos o comentarios-, pero también en lo que parecen ser inquietudes y estilos de vida. Los jóvenes traperos no parecen tener vidas demasiados diferentes a las de sus fans: viven en comunas de clase media en Santiago, conocen bien las mismas referencias de ocio, no riman en ningún momento sobre vidas ‘aspiracionales’, sino tan cotidianas como las de sus vecinos -filtradas, claro, por su intención creativa-. Si lo piensas, tiene algo parecido al carisma que proyectaban Los Prisioneros desde sus zapatillas North Star y sus fotos en San Miguel, La Vega y la Estación Central: reconocibles para todos”.

Foto: Valentina Palavecino.

Desde lo social, Marisol García apunta que “lo que me parece también muy interesante es por qué algunos países enganchan particularmente mejor. En España y Chile hay fenómenos comparables de desigualdad social, de descuido por determinados derechos básicos y de lógicas clasistas en la relación social y, por lo tanto, no es casual que para mí el trap español y chileno esté particularmente vivo. Ahí hay dos fuerzas vivas dignas de atenderse”.

“Creo que la música pop en Chile estaba viviendo en los últimos diez años desde un cierto engaño o una cierta distorsión en torno a que la cantautoría que se estaba haciendo acá era masiva, transversal, arraigada en los sentimientos populares, cuando como periodista de música pienso más bien que era lo que había. Qué quiero decir: que había manifestaciones interesantes en lo que podemos llamar el pop indie o pop de cantautor, pero no eran expresiones de cruce social, de transversalidad en el interés y, por lo tanto, subsistía en determinados círculos. Con esto no lo critico, creo que son expresiones valiosas con nombres de mucho talento, pero donde era muy lógico tomar cierta distancia; decir vale, pero esto no es completamente representativo del Chile de códigos sociales masivos, de precariedad económica, erotización, uso intenso de internet y de pantallas en general; nuevos códigos de exhibición personal. Eso no lo estaba viendo en el pop indie, que supuestamente la estaba llevando en Chile hasta hace unos tres años. Eso sí lo veo en el trap y, por lo tanto, me parece completamente lógico que esté arrasando”.

El virtuosismo o no que tienen los intérpretes del trap desde lo vocal, instrumental, es un elemento clave del que se toman quienes defenestran al género. García piensa que “al ver la audiencia de trap, la cara que ponen, cómo corean las rimas que tiran sobre el escenario, sugiere el total desdén en torno a que si lo que a ellos los hace vibrar cumple o no cumple con códigos musicales y técnicos estrictos; yo acá no estoy evaluando virtuosismo en la interpretación de instrumentos, gran rango vocal; el trap no se trata de eso. Hay una apelación que yo creo que es muy horizontal, interesantemente horizontal entre estrellas y audiencias, sin grandes jerarquías, sin grandes distancias, que hace que la audiencia se vea en estos chicos como Pablo Chill-e, que la está llevando, y en otros que están en torno a él haciendo cosas parecidas”.

Foto: Valentina Palavecino.

Pero, musicalmente, cómo es el trap que se hace en Chile. “Acá los chilenos hacemos propio el bolero, el rock, la cumbia, pero siempre con algún tipo de añadido”, ha estudiado Marisol, y ahora cree que “el añadido que le están dando los chicos chilenos al trap, que es un género que ya tiene sus normas, es una cierta melancolía, es muy evidente en las letras, en la manera de cantar, y creo que si bien el trap chileno no lo definiría como un género triste, intimista, sí es un género con una cierta grisura y una cierta melancolía mayor a la del trap puertorriqueño y español. Acá no hay chicos ganadores que entran a comerse el escenario y a hablarnos desde su posición de machos alfas. Acá hay chicos y chicas un poco más frágiles que nos están compartiendo dudas, una cierta búsqueda identitaria. Hay códigos que son chilenos y si se refuerzan podrían instalar una identidad nueva en la música chilena”.

Es la melancolía de Gianluca en “siempre tropical, siempre triste; yo no soy pobre, yo soy triste”. Es el camino de “los chicos que tenemos el corazón roto”, como describe su ruta Polimá Westcoast. Es Pablito cantando sobre la tarea de a su “hermanita comprar las colaciones”. La grisura de Princesa Alba “rodeá de concreto” en su verano que está muerto. Es Drefquila invitando a olvidar el miedo, a no gastar dinero en una blusa Dior.

Andrés Landon, músico y productor chileno ganador de un Grammy Latino, cree que la clave para entender el boom del trap chileno es la honestidad de los personajes, por más tristes o felices que se vean: “creo que independiente de la subjetividad sobre si es bueno o es malo, es real, tú lo ves e independiente de que sea un personaje o no, uno le compra. Uno lo ve hablando, moviéndose y dices, esta persona está siendo real y coherente con su discurso y su manera de ver el mundo y de contarnos cómo lo ve”.

Diego González, reportero que los ha entrevistado a casi todos en su canal de Youtube, incluso mucho antes de su explosión de fama, dice que «Chile es un país muy importante en la música urbana. De hecho, si uno habla con artistas de afuera, de Puerto Rico, de Latinoamérica, siempre van a decir que para ellos es muy importante hacerse conocidos en Chile para después saltar a la fama en el mundo. El mismo caso de Daddy Yankee en Viña del Mar, desde ahí repuntó. Entonces, Chile al ser tan importante en el género urbano, tenía que tener sus exponentes, pero no era el momento todavía. Y con el trap creo que se logra ese impulso, que no se logró con el reggaeton».

«Yo creo que Chile no es un país que tenga tantos exponentes de trap; lo que pasa es que han salido exponentes como Pablo Chill-e, que es un trap más explícito, más de calle, más real, que cuenta las vivencias de lo que es la calle -como también lo hace el rap-, que tiene mucha fanaticada en España, y allá él va a shows y es el artista estelar; está grabando con artistas de Puerto Rico también. Pablo es ese trap; pero también está Drefquila, que sale de las batallas de gallo, y tiene un estilo muy bueno. Pero hay que hacer una diferencia, porque si bien todos cantan con la misma base, tienen distintos estilos, por ejemplo, Youngcister con Polimá westcoast tienen un trap más americanizado, con el autotune, apuntando al trap de Estados Unidos. Pablo Chill-e es más como los traperos españoles, y también está el más comercial, como Gianluca y Princesa Alba, y creo que ha sido muy importante en este crecimiento la unión que tienen. Pablo Chill-e, que es más conocido, hace una canción con Polimá: se hace famoso y va con otro; y así van creciendo y eso no se daba antes. Si se unificaran más, ayudarían mucho más al género chileno», agrega Diego, quien refuerza la idea de que «hay que dar el mérito a Pablo Chill-e y Drefquila, que son los que la están llevando y rompiendo.

Foto: Valentina Palavecino.

La estética

Val Palavecino trabajó en el videoclip Sismo de Gianluca, en colaboración con Pablo Chill-e. Ha sido testigo de cómo han aumentado la cantidad de fans que sigue al músico para sacarse una foto. También estuvo a cargo de la dirección creativa y la propuesta artística visual de Solo, obra dirigida por Camila Grandi en la que el músico veinteañero muestra flores que luego se queman. Para Val, la relevancia del trap chileno está en la liberación como una gran idea.

“Percibo mucha liberación, siento que el trap llegó a instalarse como algo sin prejuicios, que te libera del cómo tienes que ser o encasillarte frente al mundo. Libera, sobre todo, a las chicas, con referentes femeninos como Princesa Alba, que se encargó de entregar un mensaje de sororidad con las mujeres, de decir lo que están mal. Y el trap no se enfoca tanto en Chile, en el dinero, que es lo que prima en los lugares donde nació, en las calles de Estados Unidos, con el dinero y la posesión de mujeres para darse estatus, la mujer como objeto. Eso es súper positivo, y hace que se sientan cercanos los chicos de esta generación, que son muy jóvenes”.

Pero, para Val, “no por liberarse de estos prejuicios el trap deja de ser pretencioso, porque una de las cosas que me ha llamado la atención como fotógrafa es la estética que emplean en sus vestuarios, en cómo van a ir a una tocata o lo que sea, hay mucha dedicación frente al espejo, cómo verse, cómo vestirse, qué colores van a usar, como se van a mostrar al mundo, y creo que pasa eso porque estamos en una época muy visual, muy de Instagram; están todo el rato metidos en el show, pero también metidos en el celular, transmitiendo, sacándose selfies, lo que no veo como algo negativo, pues se transforma en una seguridad para ellas y ellos. Vino a forjar una identidad el trap, por eso se ha masificado tanto, y le ha ido tan bien”.

Foto: Valentina Palavecino.

Lo social

Desde hace algunos meses está funcionando la Coordinadora Social Shishigang, en articulación con la la organización Vinculación Puente Alto. Tomando el concepto Shishigang, que representa mucho más que el sello y los productores que acompañan a Pablito, la organización -“un espacio social que se lea como como lectura política”, según Matías Toledo, parte del bloque- trabaja con diversos campamentos y poblaciones, llevando ayuda, alimentos, asistiendo a comunidades que sufren incendios, proyectando talleres, visitas al Sename, y actividades diversas. En su Instagram se pueden ver fotos de Pablito en un Centro Abierto compartiendo pizzas con niños y niñas. Se los ve en el colegio Novomar de la población Las Brisas, en la toma Milla Antu. Siempre con alimentos, materiales, una canción, una foto.

Matías Toledo, que es director de la ONG Centro Abierto Rayito de Luz, que trabaja en Puente Alto en la promoción de los derechos de la infancia con niños y niñas en riesgo social, cuenta que “el Pablo empezó a aportar todos los meses con plata, iba con donaciones de ropa, cuando lo auspiciaba una pizzería iba con las donaciones para los chiquillos, empezó a aportar mucho con la ONG. Somos una ONG en condiciones precarias, está ubicada en el corazón de la toma Milla Antu, un campamento que se incendió. Los cabros siempre han conocido esa realidad y comenzaron a involucrarse en la ayuda social, más allá de lo político, desde la solidaridad de la calle, la calle ayuda a la calle, desde lo social. Cuando se quemó fuimos con el Pablo, con el shishi papá, con el Nacho -segunda voz de Pablo-, a entregar la ayuda. Esa es nuestra cultura shishigang. A partir de todo este trabajo levantamos la coordinadora para sistematizar todas las ayudas sociales. La idea es ir creciendo con más actividades e inserción social, más allá de la cadena solidaria. Hasta el momento va muy bien. Esperamos que todo este trabajo tenga una perspectiva de clase clara, que nos ayude al proceso de formación propagandística, que sea claro el discurso político, desde la calle y desde la música, del trap”.

En todo este trabajo ha sido muy importante Nacho, quien además de ser la segunda voz de Pablito es uno de sus mejores amigos, desde hace años, explica Matías. Como dueño de la barbería AK-47 -la barbería oficial de los shishigang-, ha salido a cortar el pelo a gente en situación de calle y ha visitado varios colegios con todo el grupo, convirtiéndose en un actor fundamental del plan solidario de los Shishigang.

“Todos somos flaites y se respeta el espacio que tengan las expresiones populares, pero sí hay que darle a la expresión popular un carácter, y esperamos que ese carácter sea el que trabajamos con la barbería y la vinculación y lo que dice el Pablo, que cuando va a las poblaciones se siente como Víctor Jara, y es porque tiene un arraigo con la gente en los campamentos, en las poblaciones, en las villas, los cabros chicos van corriendo a abrazarlo y sacarse fotos con él. Quizás se idealiza al sujeto político de izquierda, pero en las poblaciones hay asaltos, robos, delincuencia, drogas, y hay sectores de la izquierda que se creen que eso no ocurre, pero es nuestra realidad, no se puede desconocer, y con eso trabajamos, como dice el Pablo, que es el que relata cómo los niños se aburrieron de andar pato. Ojalá esto sirva para que en la izquierda dejemos de ser tan idealistas y veamos bien cómo funciona la realidad”, dice Matías.

“El Pablo canta realidades, uno se rodea en las tomas, los campamentos, con distintos tipos de gente: amigos hijos de narco, al que vende droga pero no es narco, gente que consume, que es trabajadora, a los que se perdieron, a los muertos. Es un abanico de historias que nos componen, entonces, cuando relatas historias de la calle, relatas la historia que nos identifica como población, comuna, territorio, clase. A mí me pegaron un escopetazo cuando tenía catorce años. Hoy, dónde están esos menores que andaban pato: algunos presos, otros muertos, otros trabajando. Se relatan nuestras historias. La gente se identifica con sus letras. Esta canción de ‘no pierdas la humildad me dijo mi mamá’, el concepto de la madre, de la amistad, de ser de finales. Para mí amor es ir a enrolarte para ir a ver a tu pana que cayó. Eso es amor. No andabai en la misma, quizás, pero sigue siendo tu amigo. Esta es nuestra construcción de identidad, que viene de atrás con todo el movimientos de rap que siempre ha estado en nuestras comunas”, agrega.

María Fernanda Salinas, de Vinculación Puente Alto, dice que “trabajar territorialmente con Pablo y la coordinadora es parte de asumir la diversidad de nuestra realidad y la cultura popular, salir de nuestra zona de confort y salir a hablar transversalmente a la mayoría social que trabaja y estudia, que se endeuda y consume y que también es solidaria, que se reconoce mapuche o feminista y que eso no quita que pueda escuchar cumbia, reggaeton o trap. En las letras de Pablo están estas realidades; son historias que relatan que no todo es color de rosa, que nuestros vecinos pueden estar en la droga, lo que es parte de nuestro diario vivir. Como Vinculación nos damos cuenta que su música es popular porque representa un sector de nuestra sociedad de la que todos somos parte y desde la cual nos posicionamos para trabajar”.

Es parte de la esencia de un género musical que va mucho más allá de una melodía, un género que en Chile representa a una generación en un contexto social neoliberal, y que se expande por los territorios más insospechados haciendo bailar, cantar, gritar, expresar. Es un género que cobija el interés y la participación de jóvenes que el sistema político no contener.

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