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Chile no es competitivo

Por: Roberto Pizarro H | Publicado: 03.06.2019
Chile no es competitivo |
No se apunta a lo central cuando se intenta atribuir la caída en la competitividad a un gobierno específico, en este caso al de la presidenta Bachelet, y sus reformas impositiva y laboral. El empeoramiento de la eficiencia en los negocios y la calidad del mercado laboral no tienen un carácter coyuntural, sino trascienden los gobiernos.

Según el ranking que elabora el Institute for Management Development (IMD) y la Facultad de Economía y Negocios de la Universidad de Chile, la economía chilena registró una caída de 7 lugares en la competitividad mundial. Nuestro país es el que más descendió entre los 63 que mide el estudio anual. No hay que sorprenderse, porque la caída se viene repitiendo año tras año.

El más importante componente de la caída en la competitividad corresponde a las prácticas empresariales de gestión y, en segundo lugar, al mercado laboral. En consecuencia, como lo ha dicho la OCDE, en todos sus informes anuales, el gran desafío de la economía chilena se encuentra en el mejoramiento de su productividad. Este es un fenómeno estructural. Por tanto, si se quiere competir eficientemente en el mercado global. y exportar más y mejor, se precisan una gestión que mejore las tecnologías y elevar la calificación de la fuerza de trabajo, los dos componentes principales que inciden en la productividad.

No se apunta a lo central cuando se intenta atribuir la caída en la competitividad a un gobierno específico, en este caso al de la presidenta Bachelet, y sus reformas impositiva y laboral. El empeoramiento de la eficiencia en los negocios y la calidad del mercado laboral no tienen un carácter coyuntural, sino trascienden los gobiernos.

En efecto, la productividad se ha mantenido estancada por más de una década, con un crecimiento muy leve en 2018. Según la OCDE, ello se explica por tres razones: la bajísima inversión en ciencia y tecnología, la escasa calificación de la fuerza de trabajo y las desigualdades, especialmente en educación. Así las cosas, nuestra competitividad se viene deteriorando sistemáticamente.

Para producir más y mejor, y consecuentemente competir eficientemente en la economía global, se precisa avanzar en la productividad. Y para eso, como dice Joseph Ramos, se requiere incorporar tecnología, maquinaria, y una fuerza laboral más calificada.

La OCDE también sostiene que para reactivar la economía chilena es preciso aumentar la productividad y además diversificar las exportaciones, porque éstas, en un 97%, son materias primas y productos elaborados, pero basados en recursos naturales.

Sin embargo, ni antes ni ahora los empresarios han realizado esfuerzos por procesar materias primas. Nuestros empresarios prefieren la renta fácil, sin mayor riesgo, antes que involucrarse en actividades que agreguen valor a los bienes y servicios. Y así jamás se podrá abrir espacio a una economía más diversificada y consecuentemente elevar la productividad.

Es el actual modelo económico el que empuja a los empresarios a ganarse la vida de forma fácil. Se puede vivir bien y acumular en gran escala con las rentas de la producción de cobre no procesado, exportando astillas de madera o productos del mar. El dinero acumulado por décadas ha servido para que esos mismos empresarios controlen la banca, las AFP y las Isapres. Nada de esto ayuda a la innovación, pero sí a la concentración económica, lo que ha ayudado a que el gran empresariado controle gran parte del poder en Chile, capturando a la clase política.
No es que los empresarios se hayan olvidado de inventar, como dijo hace dos años el Ministro de Economía Hacienda, Rodrigo Valdés (El Mercurio (13-03-17). No les interesa. Porque el modelo económico no los estimula a innovar.

En definitiva, la insuficiente productividad, y su consecuencia en el deterioro de la competitividad, es un fenómeno estructural. Vivimos en un modelo económico, caracterizado por una matriz productiva estrecha, escasamente diversificada, basada en recursos naturales. Y, las actividades económicas extractivas limitan las oportunidades para innovar.

En consecuencia, para mejorar la productividad se precisa ir más allá de los recursos naturales. Es necesario avanzar hacia otra matriz productiva, capaz de sofisticar procesos productivos. Para ello es requisito terminar con la pasividad del Estado y convertirlo en un agente activo de la transformación. Necesitamos, entonces, implementar otra política económica, orientadora de los mercados y no disciplinada por los mercados.

No hay que echarle la culpa al empedrado. La realidad actual sobre la caída de nuestra competitividad es estructural y tiene que ver con el modelo económico en curso. Por tanto, se precisa iniciar cambios urgentes o el freno económico persistirá.

En primer lugar, no se puede continuar con la concesión generosa de los recursos naturales. Se precisa de royalties efectivos en el cobre, litio, pesca y recursos forestales, entre otros. Mientras, por otra parte, el Estado debiera desplegar claros incentivos en favor de aquellos agentes económicos dispuestos a invertir en actividades productivas de transformación.

En segundo lugar, se requiere un decidido impulso en ciencia y tecnología, que se proponga elevar el 0.38 del PIB destinado a este propósito y alcanzar la media de los países de la OCDE, vale decir el 2.5% sobre el PIB. Mientras el senador Girardi se esfuerza en convocar destacados científicos para el Congreso del Futuro, los gobiernos no se conmueven y no aumentan el presupuesto para la ciencia.

En tercer lugar, es preciso terminar con las vacilaciones sobre la educación gratuita para los niños y jóvenes, con calidad similar para todos, así como avanzar sustancialmente en la formación técnica y en capacitación continua para trabajadores. Es lo que permitirá a la fuerza de trabajo manejar las nuevas tecnologías y procesos productivos modernos. Como dice el economista Ha-Joon Chang, de la Universidad Cambridge, el desarrollo se potencia solo cuando aumentan las habilidades productivas de las personas, mejora su capacidad para organizarse en emprendimientos innovadores y logran transformar el sistema productivo.

Entonces, es preciso asumir que las actividades extractivas no favorecen la innovación, no ayudan a generar encadenamientos hacia el conjunto de la economía y generan un empleo precario. Además, la matriz productiva actual concentra el poder económico en una reducida elite, cuyas rentas extraordinarias les han permitido además capturar a la clase política. Aquí radica la base material de las desigualdades, la baja productividad, la caída de la competitividad y la dificultad para convertirnos en país desarrollado.

En suma, ni las reformas de la presidenta Bachelet ni tampoco los vaivenes de la economía internacional son las razones que explican el difícil el crecimiento en los últimos años. Insistir en ello es un ejercicio inútil que no apunta a lo principal.

Roberto Pizarro H