Avisos Legales
Opinión

La muerte de Javiera Suárez en la vida de los otros

Por: Richard Sandoval | Publicado: 12.06.2019
Esta semana no se pudo comenzar a discutir la Ley del Cáncer porque Jacqueline van Rysselberghe y Francisco Chahuán -ni el ministro de Salud Emilio Santelices- no llegaron a la comisión para dar el cuórum. Senadores que probablemente esta tarde hicieron el minuto de silencio en honor a Javiera Suárez. Es el mismo gobierno que no ha respondido a la senadora Carolina Goic respecto a cómo va a financiar una ley que hasta acá no se sustenta económicamente, que hasta acá es solo humo como dijo la misma parlamentaria que ya enfrentó a su propio cáncer. Entonces, nuestra vida con la vida de los otros se mezcla, y la muerte de Javiera Suárez dialoga con la ausencia de los senadores, y con los recuerdos de nuestras propias muertes, y con los temores de nuestros futuros cánceres.

Hay muertes de famosos que extrañamente logran golpear como si se tratara de alguien cercano, como si ese bello rostro que muestran en televisión fuese el de alguien conocido más allá de las pantallas. Javiera Suárez era una periodista, una conductora de televisión, pero la noticia de su partida pegó duro esta tarde, pegó fuerte en las sensibilidades del chileno, de la chilena más corriente revisando su celular a la salida de su empleo.

¿Qué hay detrás de tal conmiseración? Más allá de la muerte de alguien joven, de una mujer radiante de treinta y seis años; incluso más allá de su noble dedicación a su pequeño hijo, de la postergación de su salud para proteger a su niño, hay una lucha, la infatigable y desbordada lucha contra una enfermedad que en todas las familias ha metido las narices. La muerte de Javiera Suárez enluta a Chile porque en ella luce la guerra oculta que han dado incontables clanes con el cáncer, la enfermedad más temida, la de las biopsias asesinas, el puñal de cinco letras que rompe ciclos de vidas, que genera un antes y un después en el derrotero de los López, los Gutiérrez, los González, los 45 mil nuevos enfermos de cáncer que aparecen cada año en este país que te asalta los bolsillos, que te arroja a la pobreza, que amenaza con miseria en el transcurso de esa guerra, desde Arica a Punta Arenas.

Yo vi morir a mi padre de cáncer al cerebro, lo vi calvo luego de un año sometido a radiación e idas y vueltas al doctor. Lo vi perder veinte kilos, lo vi tomar las muletas para poder trasladarse. Vi a los padres de mis amigos decidir no someterse a tratamientos, eligiendo la muerte sin calvario de quimios y radios. Vi a la hermana de un amigo organizar un bingo para pagar una clínica privada, para no depender de la salud pública que con sus retrasos y negligencias ya le había matado a un padre víctima de cáncer. Vi a vecinos cerrando calles para cantar el par de patos. Vi a organizaciones levantarse en torno al nombre de un veinteañero en Recoleta -un veinteañero que murió por el daño que le produjo a su cuerpo el tratamiento que no se pudo hacer por la falta de una cama en el Traumotológico- para prestar tómbolas y escenarios a nuevos enfermos de cáncer que necesitarán hacer otros bingos para evitar la condena a muerte de consultorios y hospitales. A todos los vi morir de cáncer. Como tantos han visto morir a sus mejores amigos, a sus hijos, a sus abuelos que todavía tenían tanto que compartir. Como hoy vemos partir a Javiera, en paz, en calma, como dijo su esposo, en tregua tras haber atravesado el infierno que es el cáncer en el seno de un hogar, en toda geografía, en toda clase social.

Hay muertes de famosos que se sienten como si fueran de un cercano, y que por ello también indignan; porque en la proyección de la vida propia que se hace en el artista, se contempla lo que otros no quisieron hacer. Por el cáncer, por ella, por el cáncer de otros que se han ido en el silencio. Esta semana no se pudo comenzar a discutir la Ley del Cáncer porque dos senadores del gobierno, Jacqueline van Rysselberghe  y Francisco Chahuán -ni el ministro de Salud Emilio Santelices- no llegaron a la comisión para dar el cuórum. Senadores que probablemente esta tarde hicieron el minuto de silencio en honor a Javiera Suárez. Es el mismo gobierno que no ha respondido a la senadora Carolina Goic respecto a cómo va a financiar una ley que hasta acá no se sustenta económicamente, que hasta acá es solo humo como dijo la misma parlamentaria que ya enfrentó a su propio cáncer. Entonces, nuestra vida con la vida de los otros se mezcla, y la muerte de Javiera Suárez dialoga con la ausencia de los senadores, y con los recuerdos de nuestras propias muertes, y con los temores de nuestros futuros cánceres. No estamos protegidos, la experiencia nos dice; la decena de cánceres cubiertos por el Auge no nos garantiza sobre vida si nos agarran otros cánceres no cubiertos, la ley nos dice; y parece que nuestros representantes políticos tampoco lo quieren hacer, proteger, nos dice el cuorum de la comisión, el financiamiento escaso del gobierno, la displicencia de los gobiernos que estuvieron antes.

Se presume que en 2023 el cáncer dejará de ser la segunda causa de muerte en Chile y pasará a ser la primera. La latencia de la muerte en los ojos de Javiera Suárez es un aviso que renueva los temores de la gente, de los que han peleado con el cáncer, de los que se saben no preparados. Lo glorioso de su lucha, y la hidalguía de su adiós que no alcanza a apagar el duelo, es también en la intimidad del fuero interno de un ciudadano chileno vulnerable -ergo, casi todos-un golpe que recuerda que somos frágiles, y que no hay confianza en que desde arriba nos ayuden a dejar de serlo, a olvidarnos del temor de ver a nuestros hermanos masacrados por las células dañadas hasta pasar a ser cadáveres.

Richard Sandoval